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La maldición del fuego negro
La maldición del fuego negro
La maldición del fuego negro
Libro electrónico251 páginas3 horas

La maldición del fuego negro

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Información de este libro electrónico

Las puertas llevan cerradas mil años y un gran mal se esconde tras ellas.

Growthomir es un semielfo que acompaña a su hermano a las pruebas de la milicia y se ve envuelto en un grupo especial formado por un enano, un kersel y un minotauro. Junto al grupo llegará a la gran puerta que alberga a una gran variedad de criaturas oscuras. Después de mil años cerrada, se abre para que se adentren en la más profunda oscuridad, luchando contra orcos, goblins, trolls y demás criaturas para conseguir así su cometido.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento18 dic 2017
ISBN9788417321512
La maldición del fuego negro
Autor

A.F. Mera

Ángel Faro Mera, nacido en la isla de Ibiza, vive junto a su pareja y sus dos gatos. Lleva escribiendo desde los ocho años, aunque La maldición del fuego negro es su primera novela publicada. Su sueño desde que tiene memoria siempre ha sido ser escritor. Se declara amante de la cultura, la música y el arte. Es, además, fanático del mundo de la fantasía. Admite que gran parte del tiempo lo dedica a crear un sinfín de mundos paralelos a la realidad.

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    La maldición del fuego negro - A.F. Mera

    La-maldicin-del-fuego-negrocubiertav12.pdf_1400.jpg

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.

    La maldición del fuego negro

    Primera edición: diciembre 2017

    ISBN: 9788417321369

    ISBN eBook: 9788417321512

    © del texto:

    A. F. Mera

    © de esta edición:

    , 2017

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España — Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Capítulo 1

    El Comienzo

    —¿Es Oscura?—. Pregunta Growthomir a la bruja que está sentada a su lado.

    Él está sentado junto a la puerta de la taberna. El fuerte olor a cebada rancia inunda el habitáculo. Un par de ventanas con una acumulación de suciedad de un año, deja entrar unos leves rayos de luz. Dos hombres ebrios permanecen sentados en la barra de la cantina mientras Growthomir se pone en pie. Viste la típica ropa de la milicia valoriana. Su mano sujeta el casco dorado de un capitán. Una cota de malla se oculta bajo una coraza con el dibujo de un grypho. Un juego de grebas y musleras protegen la parte inferior del su cuerpo. En su espalda, encajadas en unas ranuras especiales, porta un par de espadas cuya empuñadura en el centro, dibuja la cara de un demonio y de su boca surge la hoja inmejorablemente forjada de Mithrillo, un material escaso y prácticamente irrompible. Los enanos del volcán Arethis son los únicos de todo Mathrowl capaces de forjar dicho metal. El rostro delata su sangre élfica. Tiene una piel pálida como el mármol. Sus ojos son de un azul claro como el cielo a media mañana. Y su pelo, aunque no tan largo, es de color platino. Su altura es superior a la mayoría de los humanos. Tras ser testigo de innumerables muertes, su suave voz se ha vuelto seca y autoritaria.

    —¿Es oscura?—. Pregunta de nuevo.

    —Sí—. Responde la bruja mientras mira sus cartas sobre la mesa. La adivina porta unos harapos oscuros y sucios con una caperuza cayendo sobre sus hombros. Sus manos huesudas tienen unas uñas mugrientas y con una de ellas señala una carta.

    —Veo sufrimiento y pérdida en su vida.

    —Ese no es asunto suyo. Responda por lo que se le paga.

    La bruja lo mira con desdén a los ojos. — La oscuridad es tan densa que el fuego de una simple antorcha sería engullido. Necesitará la ayuda del gran mago blanco.

    Growthomir poniéndose en pie, saca unas monedas de plata de una bolsita que tiene en un lateral de la armadura y dejándolas sobre la mesa, toma rumbo hacia la puerta. Una vez fuera, el sol ciega sus ojos.

    —Oye larguirucho ¿Sabes ya dónde debemos ir?— Pregunta uno de sus compañeros.

    Una vez habiéndose colocado el casco, mira al cielo y alza su mano derecha la cual, aunque curada, se le aprecian importantes quemaduras.

    —Ya han pasado cinco años desde que lo vimos—. Dice mientras recuerda el dolor de la oscuridad.

    Hace cinco años…

    —¡Ey despierta! ¡Vamos, venga despierta! ¡Venga, venga, vamos arriba!— Le grita Timm a su hermano Growthomir.

    Tim es un chico de dieciséis años. Tiene el pelo oscuro, corto y siempre despeinado. Ojos grandes y marrones. Es de una estatura media. Su complexión es la de un niño medianamente nutrido pero el cual lleva un riguroso entrenamiento. Son hermanos por parte de madre, pues el padre de Tim es humano. Ella fue violada en la gran guerra entre elfos y humanos. Tras esa violación nació Growthomir, un semielfo marcado de por vida.

    Growthomir, como semielfo, posee una insuperable vista, un oído capaz de oír el aleteo de una polilla en la noche y de unos reflejos que hacen a los elfos tan mortíferos a corta distancia.

    —¡Growthomir despierta ya! ¡Llegaremos tarde! —Insiste Tim zarandeándolo.

    —Ya va ¡Que niño más molesto!— Dice mientras se despereza. —Ves haciendo el desayuno mientras me preparo.

    —¡Voy! — Grita emocionado.

    En la casa viven los dos hermanos junto a su madre Maetha. Es una mujer de cincuenta y ocho años. Por su arduo trabajo en el campo, parece algo mayor. Sus ojos marrones y su oscuro pelo, es una firma de la gente de las villas. Tiene la piel morena y arrugada por el sol.

    La casa es pequeña y de madera. Los dos hermanos duermen en la misma habitación, mientras que su madre descansa las noches en la alcoba continua. En el centro de la casa se encuentra una mesa de madera deteriorada por el tiempo a juego con las cuatro sillas que la acompañan. En una esquina se encuentra una chimenea ridícula, en la cual, queman un tronco para espantar al frío nocturno y así poder usar las brasas para tostar pan y con un poco de suerte, calentar algo de leche.

    Una vez vestido, Growthomir se sienta junto a su hermano en la mesa donde el desayuno ya está servido. Una rebanada de pan pasado bien crujiente, junto a un vaso de leche tibia y un pedacito de queso.

    —Oye hermanito, ¿Crees que podré entrar en la milicia?— .Pregunta Tim nervioso.

    —Claro que sí. Llevas mucho tiempo entrenándote para este día.

    —Seguro que padre estaría realmente orgulloso de mí. El murió por salvar esta villa. Aunque nunca quiso pertenecer a la milicia, ya que lo hubieran alejado de madre.

    —Nunca aprenderás, ¿Cierto? Deja de decir padre. Yo nací sin padre, a lo largo de su vida lo dejó demasiado claro. ¡Por fin un hijo! Gritó cuando naciste.

    —Al morir, nos dejó sus espadas gemelas. Han estado en su familia desde hace muchas generaciones. Ahora tenemos una cada uno. Mayor reconocimiento que ese no existe.

    —¿Reconocimiento? Simplemente me la dio para poder defenderos del ataque de cualquier bandido. Aun siendo un hijo bastardo, madre me quiso desde el primer día, si no hubiese sido por eso, mi vida se hubiera extinguido desde el primer momento de mi vida.

    Tim no emite sonido alguno mientras continúa desayunando cabizbajo. Una vez han terminado de comer, deciden que es hora de partir, pues es un largo camino. Ambos cogen prendas similares de un mueble situado en una de las esquinas de la habitación que comparten. La camiseta es de un color marrón, de una tela gastada y áspera con un emblema en la parte derecha a la altura del corazón. El dibujo es un pájaro negro con el pecho blanco volando hacia el sol azul que emerge de un mar rojo, representa la libertad del nuevo día. El padre de Tim salvó al alcalde en la guerra cuando los elfos entraron en su casa para acabar con su vida, por lo que este le otorgó un título en reconocimiento por su valía.

    —Oye Tim. ¿Tienes preparada tu presentación para la milicia?

    —Claro que sí—. Cogiendo su espada y apoyándola contra el pecho comienza a recitarla. — Soy Tim, hijo de Throll el libertador del nuevo día. Tengo dieciséis años. Estoy listo para morir. Mi espada de mithrillo Lengua de demonio es vuestra.

    —Perfecto Tim. Concisa y directa. Ves a preparar los caballos, es hora de partir.

    El muchacho sin reproche alguno corre a salir de la casa dirección al establo.

    Growthomir continúa sentado en la cama sosteniendo su espada. La observa detalladamente, continúa impoluta y sin mella alguna aun habiéndose usado en curtidas batallas. Coge la vaina dorada y envaina la espada.

    —Supongo que los caballos estarán listos—. Piensa, poniéndose en pie y con paso firme abandona el habitáculo y se reúne con su hermano.

    —¿Has acabado?—. Dice Growthomir una vez alcanza a Tim.

    —Sólo me queda ensillar a Shadow—. Responde Tim mientras coge la silla de cuero de un color claro y la coloca sobre el gran caballo negro. Es un magnifico corcel pura sangre, el cual Growthomir ganó en una carrera contra un joven noble de la capital, con el que coincidió en otra villa en uno de sus muchos viajes para vender las hortalizas que cultiva su madre. Junto a Shadow se encuentra Ludess, un pony mestizo el cual ya ha visto trece primaveras. Es de denso pelaje ondulado y áspero con un flequillo que le tapa los ojos.

    —¿Verdad que te gusta mi caballo?— Pregunta Growthomir dibujando una inocente sonrisa.

    —Claro que sí, es majestuoso—. Responde acariciando el rostro del animal mientras lo mira a los ojos. —No es que no ame a mi pony pero no tienen comparación.

    Growthomir se acerca a los caballos y coge las riendas de Ludess.

    —Hoy tú llevarás a Shadow.

    —¿Yo? ¿A tu caballo? —Pregunta Tim ojiplático.

    —Es tu gran día, no puedes ir montado en este viejo animal.

    Tim fugazmente monta en el corcel. Con un par de golpes con los talones hace que Shadow comience a moverse, un par de toques más y el corcel comienza a correr por el camino justo enfrente de la casa. El muchacho nunca había sentido una sensación igual, el aire acaricia su cara. Cuando da media vuelta, observa que ha perdido de vista a su hermano, por lo que decide volver a todo galope. Al alcanzar su objetivo, Growthomir está sentado en uno de los dos escalones que dan con la entrada de la casa.

    —¿Divertido?— Dice Growthomir en tono jocoso.

    —¡Es increíble!—. Tim no controla el volumen de la voz dada la emoción que recorre su cuerpo. —¿Lo dices enserio? ¿Puedo cabalgar con Shadow hasta el lugar de las pruebas?

    —Si logras tu cometido, será mi regalo para celebrar el comienzo de tu nueva vida.

    —Eres increíble hermano paliducho.

    —Recuerdo el primer día que me llamaste así. Llegaste a casa llorando. Los niños con los que jugabas te dijeron que no éramos hermanos, que madre fue violada por un elfo.

    —Lo recuerdo perfectamente.

    —Comenzaste a ver en mí cosas en las que nunca te habías fijado. "¿Por qué eres tan alto?, ¿Tu cabello por qué es de ese color? Tienes el color de ojos diferente al resto de la villa." Como esas muchas más. Recuerdo que un miedo recorrió mi cuerpo, pero no tardaste en decirme algo que me alegró.

    —No me importa. Esas cosas te hacen aún más especial para mí. Eres mi hermano paliducho. Te quiero. —Interrumpe Tim terminando la frase de Growthomir.

    El semielfo se pone en pie y monta a Ludess. Tiene que encoger las piernas pues tocaría el suelo sino lo hiciese.

    —Creo que va siendo hora de partir—. Indica el hermano mayor.

    —Tengo miedo. No quiero fallarte Growthomir.

    —No te preocupes, siempre puedes volver a intentarlo. Además, si fallas te tendría un año más en casa—. Al decir eso, mira a los ojos de su hermano fijamente y le guiña un ojo con cariño.

    Ambos comienzan a reír con fuerza y casi simultáneamente parten hacia su nuevo destino.

    —¿Dónde vais?—. Grita una voz a lo lejos. —¿No pensáis despediros de vuestra madre?

    Tim salta veloz del caballo y corre junto a su madre, al darle alcance, la abraza como si no hubiese un mañana y entre lágrimas le dice:

    —No quería hacerlo madre. No soporto verla llorar.

    —Lo que yo no soporto es pensar que mi hijo vivirá lejos de aquí y no me despedí de él.

    —Gracias por todo su apoyo. Prometo que volveré y con lo que tenga ahorrado la llevaré a la capital a vivir.

    —Con que me escribas de vez en cuando me es más que suficiente. Mi querido hijo, cuanto has crecido. Tu padre estaría muy orgulloso del hombre en el que tas convertido. Y tú Growthomir, hazme el favor de asegurarte de que llegue sano y salvo al campamento, en estas fechas siempre hay bandidos a la espera de jóvenes incautos.

    El semielfo asiente con la cabeza con el rostro serio.

    Tras unos minutos en silencio, Tim se separa de su madre y se seca las lágrimas con la manga de la camiseta, y tras darle un último beso en la mejilla se despide y vuelve a montar en Shadow.

    —Cuando nos volvamos a ver, seré un hombre respetado y digno de tu orgullo.

    Espoleando a Shadow se pone en marcha seguido de su hermano.

    Capítulo 2

    Llegando al campamento

    Los hermanos llevan unas horas de camino hablando de las pequeñas travesuras típicas de los jóvenes.

    —¿Recuerdas cuando robamos la calabaza del señor Domir?—. Pregunta Growthomir.

    —Cómo olvidar eso. Se puso furioso y nos persiguió por todo el huerto gritando, "¡A los ladrones, que me roban!"

    —Sí. Luego vino a casa y madre nos obligó a trabajar una semana completa para él sin ver una sola moneda.

    —La verdad es que es un gran hombre. Desde entonces, nos regalaba un saco de manzanas para los caballos cada mes. Seguro que perdió mucho dinero por nuestra culpa.

    —¿Y cuándo llenamos la cama de madre de arañas saltarinas?—. Growthomir sonríe mientras mantiene ese recuerdo en la cabeza.

    Tim, por el contrario, comienza a reír con fuerza.

    El paisaje está poblado de flores de una enorme gama de colores junto con pequeños arbustos. A lo lejos, se aprecia la muralla de montañas de las cuales, se dice que fueron colocadas por los grandes magos tiempo ha. Aunque hay rumores, en el colegio no explican que hay más allá de ellas y no se conoce a nadie que las haya atravesado.

    —Siempre soñaste con ir al otro lado de la muralla—. Dice el semielfo. — Te gustaba jugar con tus amigos a que erais unos exploradores del otro lado.

    —Que grandes aventuras—. Responde Tim.

    —Bueno, descansaremos ahí—. Dice Growthomir señalando al poblado que tienen justo enfrente. Es pequeño. Las casas son viejas y de madera. En el centro se encuentra un bebedero para caballos. En una esquina se encuentra el bazar. La gente viste igual que los habitantes del poblado de los hermanos. Ropas sucias rotas y de colores claros.

    Un grupo de cinco caballos están atados junto a la puerta del bar. Por las miradas de los pueblerinos, Growthomir comprende que los dueños no son residentes o que es gente peligrosa, pues nadie se atreve de caminar cerca de los cuadrúpedos.

    Tras echar una ojeada fugaz, Tim observa un lugar donde dejar a los caballos para que descansen y beban algo ya que, aún les queda un largo camino.

    —Tim, podrías ir al bazar y comprar algo de verduras y un poco de cecina para el camino. Yo iré al bar y llenaré las cantimploras de agua.

    El joven hermano obedece y tras coger unas monedas corre al puesto de alimentación. Mientras tanto, Growthomir camina lentamente hacia el bar y se coloca a un lado de la puerta para intentar escuchar lo que pueda estar sucediendo en su interior.

    —¡Tabernero! —. Grita alguien dentro con voz de embriaguez. —¡Otra ronda!

    —Todavía tienen que pagar la anterior—. Responde alguien en tono seco.

    —¡No le he preguntado cuántas debo! ¡Que nos ponga otra o la ponemos nosotros!

    El sonido de un vaso llenándose llega a los oídos de Growthomir. Un grupo de cinco personas comienzan a reír con fuerza y a dar golpes en una mesa. El semielfo, no tarda en hacer una imagen mental del interior de la taberna. —Son los dueños de los caballos. Aunque de buen humor, están prácticamente ebrios—. Piensa.

    Tras respirar hondo y meditarlo a conciencia, abre la puerta y entra con paso firme.

    El interior es un lugar el cual nunca se ha disimulado el paso de los años. Las mesas están llenas de manchas y agujereadas por las innumerables peleas y golpes a lo largo del tiempo. Posee unas finas cortinas que en su mejor tiempo, tuvieron un color blanco pero ahora, por el humo de las pipas, han tomado un tono amarillento. Siete mesas desorganizadas con cuatro sillas cada una se reparten por el habitáculo.

    Tras la barra se encuentra el tabernero, un hombre de edad avanzada, bien afeitado, pelo largo, de un color platino y de aspecto graso. Tiene unos ojos azules. Su camisa es blanca con manchas de diversos colores.

    Los hombres son realmente escandalosos. Portan unas ropas muy sucias y gastadas.

    Uno empapa su castaña barba en cada trago de una jarra de madera de color oscuro. Todos tienen unas pequeñas espadas melladas y medio oxidadas.

    Growthomir se acerca con paso firme hasta la barra sin distraer la vista.

    —Buenos días—. Saluda el semielfo.

    —¿Qué va a ser?—. Pregunta el anciano mirando a los ojos del muchacho.

    —Lléneme estas dos cantimploras y deme una bota de vino dulce.

    —Una plata y doce cobres—. Dice el tabernero cogiendo las cantimploras que Growthomir dejó sobre la barra.

    —Creo que usted está demente fruto de la edad ¿Una plata por agua y una bota?

    —Y doce cobres—. El tabernero pone el pedido sobre la mesa. —¿Le parece demasiado? Es el precio para los medio hombres. Si quieres hay un poblado a un cuarto de día. Quizás ahí se lo vendan a mejor precio.

    —De acuerdo, lo pagaré—. Responde a regañadientes. Coge una bolsita de cuero de un bolsillo de su pantalón y saca el dinero exacto. —Muchas gracias, que pase un buen día—. Al darse la vuelta observa como el grupo de hombres está de pie a pocos

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