Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Quisiera volar: Notre-Dame Saga, #1
Quisiera volar: Notre-Dame Saga, #1
Quisiera volar: Notre-Dame Saga, #1
Libro electrónico363 páginas5 horas

Quisiera volar: Notre-Dame Saga, #1

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Marcus Notre-Dame, brillante teniente de la DRPJ de Versalles es asignado a un caso políticamente muy sensible. “Beyond Beauty”, un purasangre prodigio propiedad de la prestigiada cuadra Villeret y del Emir de Qatar, es secuestrado en el aeropuerto Charles de Gaulle. La yegua, joya de la corona de Qatar, es ejecutada de acuerdo con los rituales de sacrificio inspirados en la mitología nórdica.
  Con la ayuda de Jordis Silverstrand, una agente de la Interpol especializada en la religión nórdica antigua, la policía judicial se encuentra ante una verdadera carrera contrarreloj para resolver los diversos acertijos de estos macabros rituales.
  La investigación, las presiones políticas y las mediáticas sumergirán a nuestro inspector en las sombras de un asunto familiar por demás oscuro. El teniente perseguirá una amenaza sin rostro que le quitará el sueño.
  ¿Dos familias enemigas o aliadas? Dos mujeres unidas por una relación enigmática.
  Con fuerza y emoción, el autor nos sumerge en una compleja trama que nos revelará la angustia de un ser que "quisiera volar".

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 dic 2020
ISBN9781071579145
Quisiera volar: Notre-Dame Saga, #1

Relacionado con Quisiera volar

Títulos en esta serie (1)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Thrillers para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Quisiera volar

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Quisiera volar - Malik Grillon-Mixtur

    Primera parte: Más allá de la leyenda

    Capítulo 1 | Un poco de sangre

    16 de abril de 2019

    Hechos relacionados con el testimonio del teniente coronel Carrière ocurridos en marzo de 1995

    El silencio que reinaba en la camioneta era sepulcral. Sus costados oscuros parecían inusualmente estrechos. La atmósfera ahí adentro era irrespirable. El ligero olor a polietileno de nuestros chalecos antibalas que impregnaba nuestra nariz nos recordaba que nos acercábamos a la muerte. Llevábamos la capucha puesta y todos mirábamos hacia abajo. Observé las franjas blancas en el asfalto volar como mis pensamientos, a toda velocidad. Un rompecabezas de palabras y sueños se entrelazaban en ese ambiente denso. La ansiedad de no estar a la altura era una de ellas. El miedo de que el disfraz que debíamos usar esa noche, el del salvador, nos quedara demasiado grande.

    Sin embargo, no habría cambiado mi lugar por nada del mundo. La paradoja radica en esa contradicción. El miedo a morir contrario a no ser considerado, a que no me tomaran en cuenta. Sabía que solo habían seleccionado a los mejores elementos para operaciones de tan alto perfil. Es difícil describir cómo me sentí cuando recibí la llamada del teniente coronel para avisarme que estaba en activo. Un orgullo inmenso que contrastaba con la desilusión de aquellos que no habían sido elegidos. La frustración después de los enormes sacrificios realizados durante el entrenamiento con un solo objetivo: experimentar esta sensación única. Una emoción indescriptible alimentada por el sonido de balas silbantes. Yo era adicto a ella sin saber realmente por qué. Sabía que no podría prescindir de esta adrenalina. No fui el único. Todos los integrantes del GIGN se movilizaron, tenían prisa de entrar en acción.

    Los sucesos de Djibouti o la cueva de Ouvea habían marcado a los espíritus, pero la fiesta de esta noche era más parecida a la operación mítica de Marignane. Cerca de un año antes, cuatro miembros del GIA tomaron el control de un avión en Argel antes de aterrizar en el aeropuerto de Marignane con 164 rehenes a bordo. Las negociaciones terminaron en un callejón sin salida. Los terroristas exigieron que se reabasteciera el avión con la finalidad de estrellarlo contra la Torre Eiffel. Por supuesto que no volvería a despegar. El teniente coronel ordenó el asalto en el proceso, y fue terrible. Cuatro miembros del GIA fueron asesinados no sin consecuencia. Once miembros del grupo[1] resultaron heridos. Lo angosto de los pasillos de la aeronave dificultó que pudieran esquivar las ráfagas de balas. La suerte se encargó del resto. Algunos recibieron disparos en ambos muslos, otros en la mejilla. La carrera de unos más se vio truncada por la pérdida de un dedo. La operación fue exitosa, no tuvimos bajas que lamentar, pero pocas personas habrían apostado por este final feliz.

    Fuimos requeridos ​​para una intervención del mismo calibre. Cincuenta civiles fueron tomados de rehenes por miembros del GIA en el Théâtre des Grillons ubicado en el distrito diecinueve de París. Nadie se atrevió a decirlo, pero esa noche se llevaría a cabo la venganza de lo ocurrido en Marignane. Cuatro rehenes fueron encontrados muertos afuera de la puerta principal. La sangre manchaba las capuchas que cubrían sus cabezas llenas de balas. Acababan de lavar el honor de los cuatro miembros del  GIA que murieron como mártires. Estos actos abominables demostraron la determinación de nuestros adversarios. Se seguía derramando sangre.

    Su exigencia era clara: que Francia hiciera una declaración oficial comprometiéndose a suspender el apoyo financiero al gobierno de Liamine Zéroual. Esta solicitud vana no tendría éxito, pero el ataque de esta noche sería parecida a una caja de resonancia para las demandas del grupo islamista. Su objetivo era hacer notar la interferencia de Francia en la política interna argelina. Los sentimientos provocados por la muerte de personas inocentes darían espacio a preguntas inquietantes sobre el papel desempeñado por Francia en la guerra civil argelina. Establecer un clima de terror entre la población provocaría presión en el gobierno francés para que se retirara.

    Los servicios de inteligencia franceses (DST[2]) habían recibido información de sus homólogos argelinos (DRS[3]) de que se perpetraría una ola de ataques en el territorio. Lo interesante es que el DST sospechaba que el servicio de inteligencia argelino dirigía a los grupos del GIA para generar una reacción anti-islamista en el país. El presidente argelino esperaba desacreditar el movimiento salafista. La política en todo su esplendor que desperdicia tantas vidas bajo el disfraz de los intereses superiores de la nación. La vida de los miembros del GIA, de los rehenes y de los nuestros, eran detalles insignificantes para nuestros llamados representantes.

    Estaba revisando mi equipo, que siempre me llevaba mucho tiempo, cuando noté su presencia. Su rostro reflejaba madurez, pero los últimos cinco años no habían afectado la calma de su mirada. Lo reconozco por este sello distintivo. Cabe decir que Marcus y yo pasamos las pruebas de integración del GIGN al mismo tiempo, las cuales tenían un propósito específico: deshacerse de los débiles. Las pruebas estaban diseñadas para evaluar la resistencia de los candidatos al sufrimiento. Solo aceptaban a los hombres que estaban físicamente por encima del promedio y tenían una solidez mental extraordinaria. La tortura comenzaba con las pruebas físicas en las que competía contra él. Hizo cien lagartijas y cincuenta abdominales y, en nuestro último enfrentamiento, logré cumplir con el reto. Su morfología de gato flaco le daba una ventaja significativa. Durante la primera carrera de obstáculos, pulverizó su récord, dejándome atrás a más de un minuto: una eternidad. Los instructores no fueron indiferentes a su agilidad y resistencia. La desconcertante facilidad con la que trepó los muros con la ayuda de cuatro hilos[4] era impresionante. Lo recuerdo porque... me enfureció.

    La siguiente prueba le valió su apodo. Debíamos recuperar ocho pistas escondidas en una casa llena de gases lacrimógenos. Logré ver cuatro, lo cual representaba un buen desempeño. Nadie pudo leer todas. Entonces empezó Marcus. Le bastaron cinco minutos antes de salir tosiendo y con los ojos casi cerrados. Recitó todas las pistas sin pestañear. Al instructor le preocupaba que no pudiera abrir de nuevo los ojos. Pero contra viento y marea recuperó su fría mirada y con los ojos inyectados como si fuera sangre. —¿Y esa mirada de demonio? —exclamó el instructor. Se quedó con el apodo, aunque él detestaba que lo llamaran así.

    No nada más se destacó por sus habilidades físicas por encima del promedio. Me llamaba la atención su capacidad de elevar su nivel de desempeño ante la adversidad. Tenía ese espíritu adicional que provocaba admiración. Una fuerza mental que no toleraba el fracaso y que lo hacía nunca rendirse. Admito con gusto que esta característica me inspiró, aunque su personalidad seguía siendo un enigma para mí. A veces discreto, en otras toma las riendas cuando las circunstancias lo exigen, no pude adivinar las intenciones de este camaleón. Un camaleón que resultó ser un tirador excepcional, el mejor que he conocido. Falla tiros como cualquiera, pero nunca los que cuentan. La presión no lo desestabiliza, al contrario. Le permitía entrar en una zona y cuando lo hacía, casi no fallaba nada. Yo sentía una mezcla de celos y frustración porque no podía soportar la comparación con él.

    Ambos éramos parte de la fuerza de intervención, pero no fuimos asignados a la misma unidad de paracaidistas[5]. Rara vez me crucé con él durante el entrenamiento, pero nunca participamos en una operación conjunta. El teniente coronel había movilizado dos unidades de paracaidistas y una célula de asalto y captura[6]. No debía desaprovechar la oportunidad y no quería ser acusado de quedarse corto. Se había elegido a la crema y nata, y esa noche le iba a demostrar a Marcus que yo estaba a su altura. Lo veía fijamente mientras pensaba y cuando levantó la vista con brusquedad, me esquivó la mirada. No tenía nada de malo, sólo que no era el momento de soñar despierto. Entonces pensé en el teniente coronel recitando el lema del GIA. —¡Sangre, sangre, destrucción, destrucción. Sin tregua, sin diálogo, sin reconciliación!

    Capítulo 2 | El artista

    27 de octubre de 2008

    Cuando se trata de contar la historia de su vida, la boca de un hombre no siempre es confiable. No obstante, su cuerpo nunca miente. Marcus Notre-Dame tenía el don de la palabra. Las uñas cortadas al estilo de Rangers[7] sugerían un pasado militar. Una cortada en su rostro que el tiempo no había podido ocultar era prueba de una breve carrera de boxeador aficionado. El tatuaje de dos revólveres cruzados en su brazo era un recuerdo de que ya había cobrado vidas. Las venas resaltadas que luchaban por abrirse paso a través de las cicatrices de las heridas de bala eran testigo de la vida de un hombre que se había enfrentado a muchos peligros. Estaba a punto de encarar una amenaza mucho menos peligrosa pero tan desagradable como el sonar de su despertador. Sentiría una falta habitual de fuerza de voluntad cuando la alarma sonara a las seis en punto que se disiparía a medida que su cuerpo volviera a la vida, antes de desaparecer conforme el agua fría escurriera por las vetas de su piel dorada. Se estaba secando el abdomen marcado cuando la mujer con quien comparte su vida entró al baño:

    —Buen día, querido, ¿dormiste bien?

    — Sí, muy bien, ¿y tú? —respondió Marcus.

    — Sí, dormí bien, soñé que íbamos a Venecia el fin de semana y disfrutábamos del Carnaval. Y tú, ¿soñaste?

    — Tal vez... pero no me acuerdo.

    —Para variar... A veces siento que debo soñar por los dos, ¿sabes?

    —¿Soñar por los dos? Lo siento Laetitia, me acabo de despertar. No te entiendo.

    —Sueño con poder asistir a las obras de teatro más bellas, tener esta conexión privilegiada con los actores que a veces me hacen llorar de alegría o de tristeza. Sueño con poder ir a las exposiciones más bellas, los maravillosos conciertos de música clásica. Sueño con llevar a cabo tantos proyectos, en Francia y en el extranjero.

    —Eso es lo que amo de ti, lo sabes —dijo amablemente Marcus.

    —Lo sé. Pero, ¿conoces la diferencia entre aquellos que sueñan y los que hacen su sueño realidad?

    —Dime —respondió Marcus a quien no le gustó el giro que estaba tomando esta conversación.

    —Quienes hacen realidad sus sueños no esperan, asumen sus responsabilidades. Se involucran y organizan en consecuencia. Lo que no siempre es fácil, especialmente cuando se trata de obligaciones diarias —dice con una sonrisa. La pareja adquiere toda su importancia en este preciso momento, ¿qué opinas?

    —Estoy de acuerdo, debemos apoyarnos mutuamente.

    —Exacto, concluye Laetitia, besando su mejilla. Ella se aleja, mirándolo por el rabillo del ojo. Marcus conocía esa mirada determinada a hacerlo reaccionar. Las señales que enviaba Laetitia eran cada vez más obvias, ya no estaba satisfecha con las hermosas frases circunstanciales destinadas a evitar conflictos. Ella esperaba una mayor participación de su parte para mantener a esta pareja con vida. Él se apoyaba mucho en ella, a ella le gustaba, pero también quería probar esa sensación. Aquella en la cual el cónyuge muestra iniciativa para sorprenderle y ella se aseguraría de que lo entendiera, independientemente del tiempo que tardara.

    Se puso los zapatos, pensando que vivir con Laetitia podría haber sido una decisión apresurada. Se conocieron en el metro de París hacía menos de un año. Él ya estaba sentado cuando ella entró y tomó asiento frente a él. Ella fingió ignorarlo. Marcus notó la delicadeza de sus rasgos que contrastaban con sus formas regordetas. Su sonrisa ocultaba su aprensión de acercarse a ella. ¿Tendría tiempo? Un problema técnico le abrió una oportunidad. Esta señal del destino no cayó en oídos sordos. Se arriesgó con un todos los días es lo mismo de lo que pronto se arrepintió. No lo esperaba y, de hecho, el comentario le pareció tonto. Sin embargo, su sonrisa, apenada, fue una recompensa para esta iniciativa. A ella le gustaban los hombres que tomaban la iniciativa, incluso de manera torpe. A él le gustaban las mujeres que sonreían ante sus comentarios, incluyendo los tontos. A partir de ese momento, la plática había sido fluida. Las sonrisas indecisas esta vez dieron paso a risas invitadas por chistes realmente divertidos. A ella le gustaba su agilidad mental, a él le gustaba su charla ingeniosa. Él no le pidió su número, ella le ofreció el suyo. En el mundo de la seducción, era la marca de los grandes. 

    Luego se habían reunido varias veces afuera antes de volver a su casa. Le había prometido que no omitiría ciertos pasos, pero encerrarse los dos no había sido una buena idea. Marcus había cumplido su palabra, ella no. El afecto matizado a distancia que había instituido tuvo el efecto contrario. La presa se había convertido en un depredador. Marcus le recordó su voluntad, ella respondió que —todo es relativo— mientras lo besaba con ternura. Las siguientes semanas fueron idílicas, intensas relaciones sexuales que cohabitaron con acalorados debates. Laetitia enseñaba literatura y estaba interesada en todos los temas. Si Marcus le hablaba de fútbol, ​​ella detallaría sus intereses económicos. Si él mencionaba las elecciones presidenciales, ella le explicaría por qué la Quinta República es obsoleta. La forma en que usaba sus conocimientos para adueñarse de un tema, para poner su firma en él, lo fascinó.

    La vida juntos había traído los primeros malentendidos. Marcus quería estar más cerca de su trabajo y ya no podía soportar a su casero. Mudarse como pareja se había dado por sentado, lejos de ser obvio después. La joven pareja no podía ponerse de acuerdo. Marcus encarnaba el orden, todo debía estar en su lugar. No entendía cómo Laetitia podía mover un objeto y dejarlo botado por la casa. Laetitia simbolizaba la limpieza, el aseo diario estaba allí para recordarle a Marcus la más mínima alteración. Una pequeña salpicadura en el espejo la ponía histérica. Sus aspiraciones también diferían. Marcus apreciaba la estabilidad y la rutina, a Laetitia le gustaba la estabilidad y pasar el menor tiempo posible en casa. Una amante de la cultura que nunca se cansó de cortejarla. Ella estaba al pendiente de exposiciones y nuevas obras de teatro. Esa era su adicción, a veces pensaba en la siguiente exhibición de fotos que iría a ver cuando asistiera a una obra de teatro. Una droga cuyas fronteras no se limitaban a Île-de-France. Laetitia nunca perdía la oportunidad de viajar a otras regiones o al extranjero. Le gustaba sorprenderlo al salir del trabajo el viernes, y decirle: —¿Adivina dónde vas a cenar esta noche?

    Marcus se había acostumbrado al ritmo de vida, pero Laetitia no había logrado hacerlo del todo a su modo. Sus diferencias incluso aumentaron con el tiempo. Le interesaba la cultura, pero era adicto a una droga completamente diferente, el trabajo. A menudo trabajaba en sus casos los fines de semana. Algunas de sus dudas a veces no podían esperar. Incluso iba a la oficina los sábados, lo cual no era del agrado de su pareja. Le gustaba salir de vez en cuando, pero también quedarse en casa viendo películas y abrazando su batería eléctrica. El objeto de la discordia era que ella lo criticaba por no estar lo bastante involucrado en la organización de actividades en común. Ella le hizo un tímido comentario por ahora, pero Marcus podía escuchar el trueno retumbar. Solo una razón válida obstaculizaría el camino por delante de una mujer que siempre obtenía lo que quería. La verdad es que no la hubo. Marcus simplemente no quería hacerlo. Laetitia se había dado cuenta y no se dejaría vencer ante su despreocupación. Él estaba luchando contra las cuerdas porque ella lo estaba presionando. Se resistió, por lo pronto...

    Se dirigía hacia la sala de estar para ver las noticias cuando Laetitia volvió a la carga. Marcus ya lo esperaba:

    —Tengo una amiga que se llama Diane. Ella confía en mí. Es una verdadera parlanchina, hace poco se escapó su hijo Jason...

    —¿Ya regresó? —preguntó Marcus.

    —Sí, volvió. Está en plena crisis de la adolescencia. Constantemente desafía su autoridad. Quiere hacerse piercings por todas partes y dedicarse a la música.

    —Está en su derecho —replicó él.

    —Sí, lo está. Sin embargo, su madre tiene todo el derecho de preocuparse por él y su futuro. Me repetía lo importante que era la presencia de su esposo, que ella no podría hacerlo sin él.

    —En momentos como estos, necesitamos sentir el apoyo.

    —En efecto. Pronto irá a las Islas Canarias, él es quien organizó todo. Por lo general, ella se encarga de todo, porque le gusta, pero él sintió que debía hacerse cargo —dijo ella, bebiendo su té. Estaba mirando a Marcus directamente a los ojos.

    —Me parece que hizo bien. Pero fue por iniciativa propia. Ella no sugirió ni le exigió que lo hiciera.

    —Sí mi amor, pero algunos árboles crecen derechos, otros necesitan una guía —dijo con cierto desagrado acompañado de una sonrisa.

    —Sí querida, estoy totalmente de acuerdo —respondió Marcus, intentando calmar el conflicto lo mejor que pudo.

    —Las personas que se separan llegan a acuerdos sobre muchas cosas. Creo que su separación se debió a la falta de atención. Oímos lo que la persona quiere, pero no nos tomamos el tiempo para escuchar y un día, lamentablemente, es demasiado tarde.

    —Por eso me tomo el tiempo de escucharte, cariño. Pero a veces me pregunto por qué las mujeres quieren cambiar tanto el comportamiento de los hombres. Nosotros somos de Marte y ustedes de Venus. No estamos hechos del mismo metal, ¿por qué no aceptarlo?

    —Me entiendes, sin duda, pero no estoy segura de que te tomes el tiempo de escucharme. Y para responder a tu pregunta... Se debe a que los hombres son unos idiotas indiferentes que constantemente dependen de nosotras, dijo ella con una sonrisa que reflejaba su exasperación.

    —Unos marcianos perezosos,  indiferentes —agregó él burlonamente, poniéndose el abrigo. La besó con un beso tierno para él, amargo para ella y se alejó.

    Fue a la dirección regional de la policía judicial en Versalles. Allí empezó como teniente en la oficina central contra el crimen organizado. Naturalmente era un departamento que combatía contra el tráfico de objetos por los cuales había desarrollado un afecto particular. Su atracción por los artefactos explosivos y las armas de fuego se origina de su experiencia en el grupo de intervención de la Policía Nacional. Les dedicó un cuasi culto e incluso se dio el lujo de coleccionarlos. El control sobre la posesión de armas por parte de miembros de unidades de élite era poco estricto y había irrumpido en la brecha de la cueva de Alí Babá: desde pistolas semiautomáticas como la eterna Glock 17, hasta metralletas pasando por los rifles de asalto Heckler & Koch... Una verdadera colección. Marcus era codicioso y entusiasta al mismo tiempo. No solo las exhibía en casa. Se destacó en el manejo de las mismas y nunca se le pidió que fuera al campo de tiro.

    Sin embargo, marcó la diferencia entre el uso profesional o recreativo de estas joyas y su uso por parte de personas mal intencionadas. Sabía que el tráfico de estas armas podría servir a causas menos nobles. Un arma de fuego era más que un simple objeto. Representaba una gran responsabilidad que no podía confiarse a cualquiera. Su posesión, por lo tanto, merecía un control riguroso. Aspiraba a participar en esta lucha de la que nadie sabía ni el origen ni el desenlace por usar sus términos. Ya no estaría satisfecho con las intervenciones de golpe. La adrenalina que le producían no lo hicieron vibrar tanto. El deseo de comprender se había apoderado de él. Entender los canales de distribución, desarrollar su red, realizar investigaciones. Por lo tanto, había solicitado y obtenido su transferencia dentro de la DRPJ al área para la lucha contra el crimen organizado.

    Marcus era de una eficiencia indudable. Rápidamente entendió lo que se esperaba de él. Al principio, el teniente se comportó como un inspector modelo con prácticas convencionales. Pronto se dio cuenta de que no estaban adaptados a los códigos de la calle. Entonces decidió adoptar sus métodos. Su pragmatismo lo llevó a desarrollar una sólida red de informantes. El trato era simple. Marcus se hacía de la vista gorda a ciertos negocios pequeños con la condición de que sus informantes le llevaran a atrapar a peces gordos. La valiosa información proporcionada por estas personas de mala reputación le permitió realizar las incautaciones más importantes de su departamento durante diez años. Adquirió una sólida reputación al servicio de la lucha contra el crimen organizado antes de pedir, para sorpresa de todos, su transferencia al área de represión de la violencia contra las personas. Sin embargo, nunca habló de la razón que lo llevó a tomar esta decisión.

    El viento otoñal sopló con todo a su paso. Hizo bailar las colillas de los cigarrillos con las hojas muertas en un torbellino de polvo que cubrió los zapatos mal boleados del inspector con una fina capa beige. Subió lo mejor que pudo por la avenida parisina rodeada de árboles. Nunca se cansaba de observar los grabados de los caballos en los edificios de arquitectura noble pero repetitiva mientras recorría en su bicicleta. Sin embargo, los gases del escape de los autobuses turísticos, que engordaban a un ganso cuya pata había atravesado el Atlántico[8], lo fastidiaban hacía mucho tiempo. Llegó, guardó su bicicleta y abrió la puerta del pasillo con un pequeño suspiro que significaba Me gusta mi trabajo, pero hoy hubiera estado bien no venir.

    El papeleo sobre una detención policial infructuosa realizada la semana pasada lo esperaba. Saludó a sus colegas sin perder el tiempo y se sentó detrás de su PC. Marcus seguía transcribiendo el aburrido informe cuando la comisionada de división, Laura de Trailly se acercó a él: —Hola Marcus, necesito hablar con usted —le dijo, girando sobre sus talones. Marcus la había visto actuar así antes, eso significaba ir a su oficina de inmediato.

    Su autoridad natural provenía de la disciplina inculcada por la carrera militar de su padre. Ella había recibido una educación estricta dulcificada por el amor de su madre, a quien le habían impuesto a este hombre. Este católico practicante quería que su familia lo acompañara en todos sus viajes, especialmente en el continente africano. Un país en particular había sido escenario de muchas de sus pesadillas: Camerún. Su padre sirvió como coronel en una guerra cuya existencia Francia ha negado durante mucho tiempo. Era el jefe de una de las milicias que habían reprimido violentamente y de forma sanguinaria a miembros de la UPC[9]. Las balas habían sacudido sus noches muchas veces y las imágenes de cuerpos ensangrentados se reflejaban con demasiada frecuencia en su iris. Había desarrollado un resentimiento violento por los cameruneses de color alentado por una figura paternal racista y autoritaria, por quien sentía una admiración ilimitada.

    El tiempo y el despertar de su libre albedrío cambiaron la situación. Las inquietantes preguntas comenzaron a surgir contra viento y marea. No entendía por qué Francia negaba su participación y le pidió a su padre que le explicara el motivo de las torturas y asesinatos orquestados por el ejército francés. Él rápidamente perdió la paciencia y le ordenó comportarse como una patriota. Salvaguardar los intereses de su país tenía prioridad sobre los medios utilizados, cualesquiera que fueran. Este desacuerdo había dañado su confianza en el hombre que la instó a abandonar los estudios y encontrar un esposo cuanto antes. Con el apoyo de su madre, inspirada en Simone Veil, decidió continuar con sus estudios universitarios de derecho donde obtuvo excelentes calificaciones. Sin embargo, su carrera como abogada penalista a la que estaba destinada no era de su agrado. Su puesto en la maquinaria judicial no le convenía, porque estaba demasiado lejos del campo. Su deseo de respetar la ley y su necesidad de autoridad la llevaron al cuerpo policial, donde ascendió de rango hasta convertirse en comisionada de división. Podría haber pretendido un puesto de mucho más prestigio, pero una participación asociativa por demás entusiasta sobre la función francesa en muchos conflictos africanos le había cortado las alas a una mujer con un sentido político sobresaliente. Marcus fijó la vista en esa mirada cuyo iris ahora reflejaba justicia y orden y cuyas dos pupilas eran dos impactos de bala.

    Se preguntaba por qué vino ella a verlo directamente en lugar de a través del comisario Belfonte. Entró a su oficina y cerró la puerta. —Tengo un asunto que confiarle —dijo con ese proceder que la caracterizaba. Hizo una pausa y luego continuó:

    —Marcus, me llamó el Director Central a petición del Ministerio del Interior. La información aún sale a la luz, pero se han robado una yegua valiosa. Es una purasangre y sucedió en el Charles de Gaulle —dijo con una mirada seria.

    —Ok, ¿quién es el dueño?

    —La mitad pertenece al Emir de Qatar —respondió con seriedad.

    —¿Y la otra mitad?

    —Es propiedad de la cuadra Villeret. Benedict Villeret es el dueño. Su hija Élodie es la entrenadora de la yegua. Es una familia renombrada y reconocida en el mundo del hipismo.

    —¿Cuándo ocurrió el robo?

    —Anoche, el expediente que contiene los primeros hallazgos se encuentra sobre mi escritorio.

    —¿Quién lo elaboró?

    —No me dieron los detalles.

    —¿Y por qué no llamaron a los 36?  Se refería a los antiguos 36 quai des Orfèvres, la policía judicial de París.

    Su mirada fría fue su única respuesta. Pero Marcus tenía sus dudas sobre el tema. Ella continuó: 

    —Este caballo es el orgullo de Qatar, es parte del equipo real. No necesito decirle que este es un asunto considerablemente político. Francia mantiene excelentes relaciones con el Emir, el Ministerio del Interior espera eficiencia y discreción. No estoy segura de que usted sea el único allí. Sin embargo, no tengo más información que proporcionarle.

    —Ok, me haré cargo. Voy al aeropuerto de inmediato. ¿Está asegurada la escena del crimen?

    —Se llamó a los agentes de policía del aeropuerto para evitar el acceso. Solo usted lo tendrá. La policía forense intervendrá tan pronto como usted les dé luz verde.

    —¿Con quién voy a trabajar?

    —Estará por su cuenta y solo se comunicará conmigo. Si necesita solicitar algo a un departamento, me incluirá con copia del correo electrónico. Me aseguraré de que todo se agilice.

    —Muy bien, la mantendré informada.

    Marcus salió de la oficina pensativo. El ruido de sus pasos firmes fue amortiguado por el alboroto ambiental causado

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1