Tres mujeres en Haití
Por Anna Seghers
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Anna Seghers
Anna Seghers (Maguncia, 1900-Berlín, 1983) Durante la Segunda Guerra Mundial, la ocupación de París por parte de los alemanes (1940) la obligó a refugiarse en Marsella, desde donde logró embarcarse con rumbo a México. En los cafés de París y en los de Marsella trabajó febrilmente en dos novelas, sin duda sus mejores obras, escritas por el impulso de tener que decir a tantos millares de personas afectadas como ella por el nazismo. En México fue presidenta del Heine Club. Al terminar la guerra se estableció, en 1947, en Berlín Este, donde se convirtió en una de las principales y más activas exponentes de la cultura de la República Democrática Alemana, donde ocupó varios cargos. En 1951 le fue otorgado el Premio Lenin de la Paz.
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Tres mujeres en Haití - Anna Seghers
Anna Seghers
Tres mujeres en Haití
Traducción de
Marta López
019EL ESCONDITE
Las naves con las que Colón viajó por tercera vez de Haití a España para informar a la reina no iban de nuevo cargadas de oro, como se esperaba, sino de semillas, frutos, pacas de tejido y maderas rojizas y claras, aún desconocidas en Europa.
Ante todo, Colón había cumplido el deseo expreso de la reina: llevarle doce muchachas muy jóvenes, a las que había calificado en los partes como paradisíacas en gracia y belleza.
La reina Isabel quería educar a estas muchachas en la Corte española y hacer que actuasen para asombro de sus invitados. Las más encantadoras se destinaban como regalos para algunos nobles que habían prestado servicios extraordinarios a la Corona.
Como peces voladores, las muchachas saltaban con rapidez una tras otra sobre la cubierta de la nave del almirante en los bailes bajo el sol del atardecer. A la más bella de todas la llamaban Toaliina y así conservaron su nombre. Las compañeras se agolpaban a menudo a su alrededor. Se mostraron ante los isleños custodiados por los españoles que observaban las maniobras de desatraque en la costa cerca del desembarcadero. En la cubierta, a cierta distancia, los marineros contemplaban con asombro a las bailarinas. Tenían prohibido tocar a cualquiera de las muchachas, aunque solo fuese fugazmente.
Levaron anclas. La costa se evaporó deprisa tras una profunda respiración.
Toaliina lanzó un grito de pájaro y saltó sobre la borda. De inmediato, todas las demás saltaron tras ella. Con brazadas constantes, se dirigieron al punto de la costa que acababan de abandonar. Desde allí, llegaba algún que otro grito atravesando el mar, que podía ser una advertencia o un incentivo.
Un grumete especialmente hábil saltó tras Toaliina. Ella se giró rápida como un rayo y le mordió la mano. Mientras tanto, bajaban varios botes con cuerdas. Las muchachas formaron un tren; Toaliina nadaba la primera. Los marineros comenzaron a perseguirlas, tanto a nado como a remo.
Si hubieran golpeado o incluso disparado a las muchachas, no habría sido posible presentarlas ante la corte española como criaturas de gracia paradisíaca.
Toaliina había cambiado de dirección. Habían apresado a dos de sus compañeras mientras todavía estaban en el mar. Ellas habían mantenido el rumbo directo hacia la costa; otras habían sido capturadas por la guardia nada más llegar. Los rostros de los espectadores se habían ensombrecido. Poco antes, al partir, sonreían. Ahora parecían comprender lo que estaba en juego. Encerraban en camarotes oscuros a las que habían vuelto a capturar. En el barco se especulaba sobre el motivo de su huida:
—No se imaginan lo que es España ni lo que significaría para ellas servir a la corte real española.
Dos amigos opinaban que el invitado del almirante del día anterior había sido un hermano del cacique. Al llevar los regalos de despedida, había intercambiado en voz baja unas palabras con Toaliina y le había hecho unas señas en el aire con la mano.
Toaliina no había nadado hasta la orilla. Se había escondido en un arbusto flotante y luego había acabado en un punto de la costa considerablemente alejado del puente de salida. Se dirigió con pasos rápidos y precisos hacia una hondonada. Allí se detuvo y se asomó a una inmensa copa de árbol que, intencionadamente o a causa de un temporal, había sido arrancada del tronco. La copa había vuelto a echar raíces. En ese momento, una mujer