Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

J. S. Elcano. Tras la huella
J. S. Elcano. Tras la huella
J. S. Elcano. Tras la huella
Libro electrónico242 páginas3 horas

J. S. Elcano. Tras la huella

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Elcano y Juan Sebastián

¿Era Juan Sebastián un hombre prudente o era arrojado? ¿Discreto o exuberante? ¿Era de fiar? ¿De ordeno y mando? ¿Era un conquistador? Saber qué lenguas hablaba, si fue decisión suya rodear la tierra, cuál fue la impronta en su persona, si es que la hubo, de tan increíble viaje y cuáles eran sus planes tras la exitosa expedición... son algunas de las preguntas cuya respuesta pretendemos explorar. En el relato de su vida, Elcano, el mito acrisolado por el tiempo, tiende a dejar en la penumbra al maestre, al hombre, a Juan Sebastián. Por esa razón hemos intentado realizar un seguimiento de sus pasos durante la etapa de su vida anterior y, sobre todo, posterior a la exitosa expedición.

Testigo privilegiado

José de Arteche, en su libro Elcano, pone énfasis en el hecho de que lo que nos relata el cronista Fernández de Oviedo sobre la primera expedición de circunnavegación se lo había contado, precisamente, Juan Sebastián; y tiene razón en recordarlo, porque frecuentemente olvidamos a la privilegiada fuente de sus crónicas. Lo mismo ocurre con la “relación” de Maximiliano Transilvano, un superventas en su tiempo, que acumuló múltiples ediciones en seis idiomas. Transilvano, un secretario privado del emperador Carlos V, se basó principalmente en el testimonio de nuestro capitán (también en el de Francisco Albo y Bustamante). No obstante, cuando se refiere a él no nos da el nombre, contentándose con denominarle “el capitán de la nao”.
Pues bien, siguiendo el camino que vislumbramos gracias a Arteche, intentaremos poner en valor a Juan Sebastián también como testigo privilegiado de aquel viaje, partiendo de la base de que, cuando se narran los hechos en los que se ha participado es inevitable dejar la impronta de uno mismo en lo narrado.
La curiosidad innata de un maestre, mezcla indisoluble de marino y de negociante, se advierte cuando Juan Sebastián fija su mirada en las costumbres de los pueblos, “los otros”, que visitaron en su viaje. En este trabajo les hemos prestado más atención de lo que suele ser habitual para que el lector pueda visualizar algo que formó parte de la experiencia vital del navegante.
La lectura cuidadosa de su memoria, escrita a ráfagas por los que le conocieron, unida a una pormenorizada investigación de la abundante documentación disponible, realizada con ahínco, disfrute y pasión, y sobre todo con respeto, esperamos que les permita acercarse un poco más a su persona, que es, en definitiva, nuestro principal propósito.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 nov 2019
ISBN9788409155477
J. S. Elcano. Tras la huella

Relacionado con J. S. Elcano. Tras la huella

Libros electrónicos relacionados

Aventureros y exploradores para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para J. S. Elcano. Tras la huella

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    J. S. Elcano. Tras la huella - Julián Díaz Alonso

    Introducción: Elcano y Juan Sebastián

    En el relato de su vida, Elcano, el mito acrisolado por el tiempo, tiende a dejar en la penumbra al maestre, al hombre, a Juan Sebastián.

    ¿Era Juan Sebastián un hombre prudente o era arrojado? ¿Discreto o exuberante? ¿Era de fiar? ¿De ordeno y mando? ¿Era un conquistador? Saber qué lenguas hablaba; si fue decisión suya rodear la tierra; cuál fue la impronta en su persona, si es que la hubo, de tan increíble viaje; y cuáles eran sus planes tras la exitosa expedición son algunas de las preguntas cuya respuesta pretendemos explorar.

    José de Arteche, en su libro Elcano, pone énfasis en el hecho de que lo que nos relata el cronista Fernández de Oviedo sobre la primera expedición de circunnavegación se lo había contado, precisamente, Juan Sebastián; y tiene razón en recordarlo, porque frecuentemente olvidamos quién fue la privilegiada fuente de sus crónicas. Lo mismo ocurre con la relación de Maximiliano Transilvano, un superventas en su tiempo, que acumuló múltiples ediciones en seis idiomas. Transilvano, un secretario privado del emperador Carlos V, se basó principalmente en el testimonio de nuestro capitán (también en el de Francisco Albo y Bustamante), y no obstante, cuando se refiere a él no da el nombre, contentándose con denominarle el capitán de la nao.

    Pues bien, siguiendo el camino que vislumbramos gracias a Arteche, intentaremos poner en valor a Juan Sebastián, también como testigo privilegiado de aquel viaje, partiendo de la base de que, cuando se narran los hechos en los que se ha participado es inevitable dejar la impronta de uno mismo en lo narrado.

    La curiosidad innata de un maestre, mezcla indisoluble de marino y de negociante, se advierte cuando Juan Sebastián fija su mirada en las costumbres de los pueblos, los otros, que visitaron en su viaje. En este trabajo les hemos prestado un poco más de atención de lo que suele ser habitual, para que el lector pueda visualizar algo que formó parte de la experiencia vital del navegante.

    La lectura cuidadosa de su memoria, escrita a ráfagas por los que lo conocieron, unida a una pormenorizada investigación de la abundante documentación disponible, realizada con ahínco, disfrute, pasión y, sobre todo, respeto, esperamos que nos acerque un poco más a su persona, que es, en definitiva, nuestro principal propósito.

    y no os admiréis de que llame Poniente al país en que nace la especería, que comúnmente se dice nacer en Levante, porque los que navegaren a Poniente siempre hallarán en Poniente los referidos

    lugares…

    Carta del astrónomo Pablo Toscanelli a Cristóbal Colón (1474).

    Capítulo 0. Capitán general

    Habiéndose adentrado mil kilómetros en el Pacífico, la solitaria nao Victoria hacía agua por una brutal abertura junto a la quilla. Su gente se moría.

    Juan Sebastián instó a Andrés de Urdaneta, su criado de más confianza, a que lo ayudara a redactar el testamento. Cuando Urdaneta y los otros seis testigos — siete era el número exigido por las leyes de Toro— firmaron en el último pliego, el escribano, sin poder conocer el contenido de las voluntades, escribió un texto de su puño y letra en la misma cubierta del testamento y lo protegió con su propio sello. A continuación, se despidió apresuradamente de todos los presentes para dejar a buen recaudo, lejos de miradas extrañas, las últimas voluntades del, en otro tiempo, vigoroso capitán. La letra del escribano certifica la fecha: 26 de julio de 1526.

    Cuatro días después el capitán general Loaysa, aunque de natural animoso, vencido por la angustia de haber perdido seis de las siete naos de su armada, descansó eternamente. También habían muerto, o morirían en breve lapso, el sobrino de Loaysa, el piloto, el tesorero del rey, el contador, el maestre… Tan novedosa resultó aquella masiva pérdida de oficiales que durante años aleteó la sospecha de si no habrían sido todos ellos envenenados.

    Secas las lágrimas, según todos los testimonios Loaysa trataba a su gente de forma magnífica, fue roto el sello que protegía la provisión secreta del emperador acerca de la sucesión en el mando.

    El escribano leyó en voz alta las prolijas, y un tanto confusas, instrucciones reales. Juan Sebastián, aunque estaba enfermo, fue inmediatamente jurado por capitán general sin que nadie osara levantar la voz como protesta. Su prestigio —había sido el primero en dar la vuelta al mundo— lo protegía.

    Sin pérdida de tiempo, el recién proclamado capitán general realizó los primeros nombramientos para sustituir a los oficiales fallecidos. Apenas tres días después, repentinamente, se agravó su estado. El lunes 6 de agosto, cuando se encontraban a ocho grados por encima de la línea del ecuador, el capitán general Juan Sebastián Elcano falleció. Un páter noster, tres avemarías y su cuerpo siguió la estela de los anteriores.

    Dejaremos aquí nuestra historia para comenzar por el principio.

    Información para los lectores:

    Las palabras que se muestran en negrita han sido extraídas de los documentos originales de la época. Solo en algunos casos, muy pocos, hemos decidido adaptarlos cuando su redacción, tras cinco siglos, pudiera resultar dificultosa para el lector, pero respetando escrupulosamente su significado.

    Capítulo 1.º. Getaria. El clan

    El padrón de Getaria del año 1500 acoge a dos hombres con el mismo apellido que Juan Sebastián: Domingo Sebastián del Cano, con toda seguridad su padre, y Domingo del Cano, que figura como fallecido y que pensamos que podría ser el abuelo. En todo caso, sería una persona muy querida para él, ya que Juan Sebastián, andando el tiempo, le daría este nombre a su único hijo varón.

    Juan Sebastián Elcano nació en Getaria a finales del siglo XV. Entonces los europeos apenas conocíamos una pequeñísima parte de nuestro planeta.

    Cuando nuestro protagonista correteaba por las calles de la villa, Getaria tenía trescientos setenta vecinos; es decir, familias; sobre mil quinientas almas. Con ello superaba nítidamente el tamaño medio de las poblaciones guipuzcoanas de la época, ocupando San Sebastián, como hoy en día, el lugar más destacado.

    Pero ¿en qué fecha nació Juan Sebastián exactamente? En aquella época, en los documentos legales no se hacía constar la fecha de nacimiento, tan solo se consignaba la edad seguida de una fórmula que en la actualidad para nosotros es más bien desconcertante: poco más o menos. El 9 de agosto de 1519, Juan Sebastián declaró tener treinta y dos años más o menos. Si echamos las cuentas, encontraremos una franja que va desde los primeros meses de 1487 a los primeros meses de 1488, más o menos.

    Desde que Juan Sebastián era un niño escuchaba a los portugueses que se refugiaban con sus naos en el puerto de Getaria, hablando con orgullo de cómo sus navegantes humillaban los mares. Las excitantes noticias sobre los nuevos territorios descubiertos por Colón hacia el Oeste y la travesía del océano Índico, abierta por Vasco de Gama, hacia el Este, ambos en busca de las especias, acompañaron su infancia y primera juventud. ¡Quizás algún día él también podría ser uno de aquellos increíbles navegantes!

    No nos consta el oficio del padre, pero, por la naturaleza de la villa de la que era vecino, presumimos que estaba ligado al mar. Fuera cual fuera su modo de vida, si hacemos caso del baremo de impuestos consignados en el padrón, Domingo Sebastián del Cano ganaba un buen dinero, muy por encima de los oficios comunes. No obstante, su esposa, la madre de Juan Sebastián, Catalina del Puerto, tendría que esmerarse para vestir y dar de comer a todos los que se sentaban a su mesa.

    Siguiendo a José de Arteche, vemos que los hermanos Elcano, incluyendo a Juan Sebastián, eran nueve, de ellos tres chicas: Sebastiana, Inés y María. Los varones eran: Domingo, Juan Martín, Ochoa Martín, Antón Martín y Martín Pérez. Estos tres últimos, además de Juan Sebastián, eran marinos de profesión.

    Más recientemente, el historiador Juan Gil, que ya nos regalara la escritura de expropiación de la Nao Victoria, ha aportado dos nombres a la lista: Pedro y Pascual. Finalmente, el descubridor de los documentos de Elcano de la Torre de Laurgain, Borja de Aguinagalde, suma a Catalina. La preeminencia familiar parece tenerla Domingo, el hermano clérigo, que aparecerá repetidamente como apoderado de Juan Sebastián.

    Conociendo el elevado índice de mortalidad infantil de aquella época, del que no se escapaban ni los más acaudalados príncipes, sorprende que fueran tantos los hermanos Elcano que pudieron llegar a la edad adulta.

    Aunque Catalina hizo constar en un proceso judicial, que la familia llegó a tener algunos bienes raíces, parece razonable pensar que en aquella casa, como en la inmensa mayoría de las casas, no habría margen para derroches.

    Catalina del Puerto quedó viuda, no sabemos la fecha, con lo que tuvo que ser a la vez madre y padre, como durante siglos lo han sido en todo el redondo mundo muchísimas mujeres, desde luego casi todas las que se unían a hombres que gastaban su vida en la mar. Incluso, según declaró ella posteriormente, llegó a vender algunos de sus bienes para ayudar a sus hijos en sus navegaciones: por lo que se encontraba en mucha necesidad y fatiga, insistía.

    A través de su historial judicial vemos que, aunque no sabía leer ni escribir, luchó incansablemente pleiteando contra la Corona durante años para que se le pagase lo que en justicia le correspondía por el salario debido a sus hijos, ya fallecidos. Con estos pocos brochazos no resulta difícil visualizar a Catalina como a una mujer peleona, una vasca de rompe y rasga.

    Desde la infancia les inculcó a sus hijos el instinto de clan, la única manera de sobrevivir en tan azarosos tiempos. Ella era sin duda el vigoroso timón de la familia Elcano, su familia, que impedía que naufragase. Sus hijos, singularmente Juan Sebastián, se lo reconocieron nombrándola en sus testamentos como principal beneficiaria.

    Las brumas del tiempo nos impiden seguir la pista de Juan Sebastián durante sus primeros años. En aquel tiempo, para poder tomar el oficio de la mar, solo había una escuela: la mar.

    ¿Empezaría en ella desde niño? Efectivamente, un camino habitual para los marinos era empezar en la pesca o en un navío mercante como pajes (txo, se les llamaba en la costa vasca). Si este fue el caso de Juan Sebastián, con seguridad lo complementó con una buena formación básica, pues consiguió manejarse con maestría en el arte de la escritura. Creemos que es prueba suficiente la famosa carta que escribió al emperador desde la nao Victoria a su llegada a Sanlúcar: un texto magnífico en su sencillez, ejemplo de síntesis y de dominio narrativo, que boceta, en apenas folio y medio, un intenso viaje de tres años. Juan Sebastián controla el ritmo narrativo hasta llegar brillantemente al clímax en el tramo final. El manejo del castellano y del euskera nos parece evidente.

    Una lengua propia y exclusiva refuerza los vínculos entre quienes la poseen; vínculo que resultó ser denominador común entre los vascos en aquellas navegaciones. Solo así se explica que, según confirman las fuentes portuguesas, el rey Mira de Tidore, hijo de Almanzor, aprendiera además del portugués y del castellano, el biscahino.

    ¿Juan Sebastián estudió la lengua latina? Parece confirmarlo el hecho de que, en el momento de su muerte, uno de los dos libros que incluye en su testamento estaba escrito en dicha lengua.

    Cuando llegó a ser un buen mozo, ya terminada su formación básica, empezaría en la mar desde abajo, de grumete, con dieciocho o diecinueve años, hacia 1505 o 1506. Acreditada la experiencia y la fortaleza física necesaria para ejecutar las tareas del oficio, pudo enrolarse como marinero. Juan Sebastián estaba ya preparado para comenzar a abrirse camino en la vida. Entonces eligió el mismo derrotero que otros muchos marinos vascos de aquella época: navegar y combatir al servicio de la corona de Castilla. Él mismo aseguró que estuvo en las guerras de Italia y de África, llegando a ser maestre de su propia nao.

    ¿Qué era un maestre? En un barco mercante el maestre era el máximo responsable. Por ley, antes de salir a la mar tenía que asegurarse de que el navío estuviera bien calafateado y con las velas, mástiles y aparejos en perfecto estado (bien marinado, se decía). El maestre era el responsable de llevar el número de hombres adecuado y de que estos fueran capaces de gobernar el navío aun en plena tormenta. Tenía que llevarlo bien abastecido de bizcocho, de agua dulce y de las otras cosas que fueren necesarias… Incluso de armas para defenderse de los corsarios. Todo maestre de naos asumía, por ley, que, debido a la importancia de los intereses en juego, vidas y haciendas, en los momentos difíciles estaba obligado a pedir consejo a los marineros más experimentados. En caso de negligencia, al maestre podía exigírsele que respondiera con su patrimonio por todos los daños causados. Creemos que este sistema legal que hacía girar todo el mundo de la mar alrededor de la figura del maestre, contribuiría a modelar un tipo de profesional cuya sensatez primaría sobre las demás facetas.

    Cuando un navío era tomado por el rey a su servicio, el capitán nombrado por el monarca ostentaba, por supuesto, la máxima autoridad, sin perjuicio de que el manejo del navío y de las personas siguiera siendo responsabilidad directa del maestre.

    Por quanto por parte de vos Juan Sebastian delcano capitan de la nao vitoria, una de las çinco naos que enbiamos al descubrimiento de la espeçieria me es fecha relaçion que vos siendo maestre de una nao de dozientos toneles nos seruystes en lebante y en africa…

    Cédula del emperador Carlos V

    Capítulo 2.º. Orán

    Como recoge una cédula del emperador Carlos V, Juan Sebastián declaró al emperador que estuvo sirviendo en las campañas de África y de Italia al mando de su propia nao, una nao de doscientos toneles, el doble de la envergadura de la Victoria. En el caso de África, al tratarse de una campaña de larga duración en la que se produjeron diversas batallas, la dificultad estriba en determinar en cuáles de ellas participó.

    Buena parte de sus biógrafos más insignes lo sitúan ya en la primera de ellas, en la conquista de Orán, en 1509. Por los apellidos de los maestres que sí consta que estuvieron en Orán —Portuondo, Leizaola, Arteche, Arriola, Landa, etc.— sabemos que una docena larga de naos eran vascas, mas ninguna de ellas coincide en tonelaje con la de Juan Sebastián.

    Hay que confesar que, hasta el momento, no conocemos documento alguno que constate su presencia en Orán. Tendría entonces veintidós años. ¿Es razonable pensar que con esa edad fuera ya propietario de semejante nao? Su precio no estaría muy por debajo de los quinientos mil maravedís (unos seiscientos mil euros largos). Una fortuna que, a pesar de la distancia, nos atrevemos a presumir inalcanzable para un joven que estaría empezando. Sin embargo, no es descartable que participara en aquella batalla, aunque quizás con un cargo de menor responsabilidad, lo que le haría estar ausente de la documentación que se ha conservado.

    ¿Es importante demostrar si estuvo o no en Orán? En realidad, las batallas de aquella campaña siguieron un patrón muy semejante, de manera que para acercarnos a la experiencia vital de Juan Sebastián nos sería suficiente con saber que participó en alguna de ellas; y esto parece demostrado por la propia cédula. Con esta premisa echaremos un escueto vistazo a lo ocurrido en Orán.

    Fue Cisneros quien adelantó el dinero para hacer posible la conquista. Junto a él, a caballo, con espléndida armadura, se encontraba el general Pedro Navarro. Navarro, roncalés, avanzó con sus soldados bien ordenados para tomar la sierra desde la que atacarían la ciudad mientras los hombres de mar (también Juan Sebastián si aceptamos su presencia), protegiendo los bordos de los navíos con sacos de lana y algas marinas, se acercaban a fustigar con su artillería los muros enemigos.

    Una vez dentro, al grito de ¡por Santiago y Jiménez de Cisneros! comenzó el combate cuerpo a cuerpo. La ciudad apenas resistió tres horas (parece que hubo algunos traidores entre sus defensores). Después se persiguió incluso a los que huían por las huertas con sus mujeres y haciendas.

    No

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1