El Grito
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Santiago Fierro Escalante
Santiago Fierro Escalante es un escritor independiente, autor de diversas historias cortas para revistas locales y periódicos de su país. Durante sus ratos libres escribe también novelas de misterio, explorando el género del terror, como así también el thriller psicológico. Durante su tiempo en el mundo editorial, ha tenido el gran privilegio de trabajar con algunos de los mejores escritores e ilustradores del mundo editorial.
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El Grito - Santiago Fierro Escalante
I
Corría el mes de otoño. Las hojas doradas formaban pequeños remolinos que se dispersaban por las calles desiertas a esa hora con motivo de la siesta que envolvía prácticamente a todos los habitantes de la ciudad.
Julio cruzó la calle y una especie de mueca se dibujó en su rostro a modo de sonrisa. Había permanecido encerrado interminables horas en la comisaría. Luego de varios interrogatorios y una posterior detención, para él sin fundamentos, finalmente habían encontrado al culpable del terrible asesinato de la joven.
Por fortuna todo había terminado y se dirigía a su apartamento, un lujoso piso en el barrio más ostentoso del lugar. Una cama cálida lo aguardaba para un descanso reparador donde sus visiones se manifestarían nuevamente una y otra vez…
Caminó un par de cuadras, sus cabellos negros y rizados revoloteaban de un lado al otro. Un fuerte viento proveniente del norte anunciaba una incipiente tempestad. Estaba a punto de cruzar la avenida cuando comenzó a recordar cómo se habían ido sucediendo los hechos que lo llevaron a ese lugar, a ese sitio oscuro, a los gritos de horror y desesperación que clamaban por ayuda, por su ayuda.
Todo había comenzado pocos días antes. Julio estaba con algunos amigos de la Universidad donde estudiaba Letras tomando un café en el mismo lugar de siempre. Mariana y Andrés eran sus compañeros y desde el principio de la carrera habían compartido cierta afinidad que con el tiempo se convirtió en una gran amistad.
– Vamos chicos, apenas son las doce, la noche recién comienza – dijo Julio mientras bebía de un sorbo el resto del café humeante que quedaba en el pocillo.
– Me encantaría, Julio, pero creo que te olvidas que algunos de nosotros trabajamos, estudiamos y tenemos muchas preocupaciones que nos obligan a madrugar. Faltan apenas dos semanas para el examen de Sociología… ¿te estás preparando? -le respondió Andrés, que para sus adentros sabía de antemano la respuesta de Julio.
– Mmm … tiempo al tiempo. Faltan catorce días. Contraté a alguien para que me haga un resumen. Puedo prepararlo los últimos días antes del examen- contestó Julio con aire despreocupado.
– Pero Julio, ¿cuándo vas a tomar las cosas con seriedad? La vida no es solo salir hasta la madrugada y vivir de fiesta en fiesta. Esa actitud no va ayudarte para nada … Tienes que determinarte, focalizar tus deseos, tus metas, así no lograrás nada -agregó Mariana, la más sensata de los tres amigos.
– No te preocupes Marian … Estoy seguro que muy pronto voy a descubrir cuál es mi razón de ser en este mundo. Pero mientras tanto ¡hay que disfrutar la vida! Hay chicas hermosas esperando por conocerme y un par de recitales que no me pienso perder – le respondió Julio con aire burlón.
Andrés pidió la cuenta al mesero. Los tres amigos comenzaban a despedirse cuando Julio escuchó un grito horroroso que provenía del fondo de la cafetería. Giró su cabeza en dirección al lugar de donde provenía el grito y lo que vio se fijaría en su retina como un recuerdo imborrable que lo atormentaría de aquí en más.
– ¡Ayúdame por favor! ¡Va a matarme! -dijo la voz en un sollozo desgarrador.
II
Julio permaneció inmóvil, por un momento creyó reconocer esa voz, la había escuchado antes, solo que no podía recordar dónde y cuándo …
La pared del fondo de la cafetería era de un estilo rústico. Estaba cubierta de ladrillos vistos de un tono terroso. Inheritance
, nombre del local al que siempre acudían, había abierto sus puertas a los habitantes del lugar en la década del 30. Con el tiempo se había ido renovando, respetando el diseño y la arquitectura del momento. Lo único que permanecía intacto desde su apertura era aquel muro del fondo donde, a cada uno de sus costados, se encontraban los sanitarios.
Pero no era eso lo que llamó la atención de Julio. Sobre aquella pared yacía engrillada una joven de cabello cobrizo. Sus brazos, extendidos de par en par