Mis Viajes Con La Abuela
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“Mis viajes con la abuela”, te llevarán a experimentar una aventura de renacimiento del alma. Fernando, descubre su misión de vida mediante viajes constantes a su infierno personal, sacando de entre sus propias sombras las respuestas escondidas que le dan las llaves para cambiar su vida por completo. Los encuentros cercanos con sus demonios lo ponen en la mejor posición para conocerse a sí mismo y salir del dolor en el que él solo se metió.
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Mis Viajes Con La Abuela - Felipe Priego Rodríguez
Romper el círculo de la muerte
Mi nombre es Fernando y les voy a compartir mi historia.
Era una tarde de sábado y me encontraba sentado en la sala de mi departamento, televisor encendido como siempre y en mi mano una lata de cerveza de marca mexicana que a punto estaba de ir a parar al panteón de las latas que se encuentra en un pequeño cuarto en la parte trasera del departamento donde se amontonan los cadáveres de aluminio, y para ser fiel a la verdad, el noventa por ciento de los muertitos alguna vez tuvieron cerveza dentro. Yo me encontraba emocionado, ya que el partido de futbol estaba a punto de comenzar, América en contra de San Luis; un partido más que no me podía perder por nada del mundo. ¡Se ponían en juego tres puntos y la séptima posición de la tabla general del torneo mexicano de futbol!
Nadie me podía molestar durante un encuentro de futbol y mucho menos si se trataba del equipo de mis amores, el América. Solo yo y de vez en cuando mi hija y su hermano me acompañaban por un rato a ver el partido, luego se aburrían y se ponían a hacer cualquier otra cosa. Mi esposa, bueno, digamos que no era exactamente una amante de este deporte, así que ella buscaba cualquier pretexto para estar fuera del hogar o se alejaba del televisor durante horario futbolero. El partido termina y ya mi hija sabía que no debía hablarme por un buen rato, ya que mi equipo había sufrido una dolorosa derrota. Esto me ponía de malas, ¡cómo era posible que el mejor equipo de México perdiera frente a un equipo de tan mal nivel!, ¡Pinches jugadores maletas!
, gritaba yo para sacar un poco de mi coraje mientras dirigía mi caminata corta hacia el refrigerador para alcanzar otra cerveza.
Ya medio mareado y un poco más calmado, me retiro a mi cuarto de dormir y enciendo mi otro televisor, eran casi las 10 p. m., mi niña ya se encontraba durmiendo y mi mujer acostada en la cama mirando las interesantísimas noticias del Facebook. Yo me dispongo a ver una película en Netflix y no pasaron más de veinte minutos cuando la vibración estruendosa de mis propios ronquidos me despierta con un sobresalto menor, alcanzo el control remoto y apago el televisor. Mi esposa a un lado dándome la espalda seguía despierta, pero sumergida en su propio mundo. Después de mirarla por un rato sin que ella se percatara y de librar una pequeña batalla mental que no terminaba por resolver. Por un lado, estaba la posibilidad de abrazarla y convencerla de que hiciéramos el amor y por el otro lado estaba la posibilidad de simplemente voltearme y seguir durmiendo.
Un minuto después ya estaba roncando de nuevo. La idea de ser rechazado por mi propia mujer me causaba una sensación de dolor y enojo, un sentimiento de tristeza para ser más exactos, pero que yo disfrazaba de enojo para la protección de mis propios sentimientos. Caro que en esos momentos yo no sabía que eso era lo que estaba haciendo. Cabe destacar que ella nunca se negó a hacer el amor conmigo, pero en mi mente se comenzaba a crear una revoltosa masa de ideas negativas en donde yo siempre era rechazado por ella y eso era algo que mi ego no podía soportar, así que cada vez que yo quería hacer genuinamente el amor con ella; en vez de comenzar la seducción del amor, prefería derrotarme antes de comenzar deduciendo el bochornoso rechazo que solo se encontraba en mi mente oscura. Más tarde me daría cuenta de que es esta oscuridad estaban las claves para poder resolver los traumas y programas que me estaban impidiendo salir de este hoyo sin fondo.
El domingo llega y son las 8 de la mañana, mi hija de 7 años me asalta con un abrazo y un beso y me insta a levantarme. Ya tiene hambre y no hay leche, así que yo me levanto y un dolor de cabeza producto de las 14 cervezas que ingerí el día anterior me asalta para reclamar su pago. Medio mareado todavía camino hacia la sala donde dejé mi cartera, y tras ponerme unas sandalias, bajo las escaleras de los departamentos donde vivo y me dirijo a la pequeña tienda de la esquina. Compro la leche para el cereal de mi hija y de paso la solución momentánea a mi dolor de cabeza, un paquete de cervezas