Descubierta: Encubierta, #2
Por Mónica Benítez
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Tras ser arrastrados por una corriente hasta impactar contra otro barco, Marlo y su equipo descubren que tienen posibilidades reales de encontrar a Sara Mantral, lo que desconocen son los retos a los que tendrán que enfrentarse si quieren conseguirlo.
Por otro lado, Marlo empieza a sospechar que Carlos Mantral tiene algún tipo de interés en su chica, Megan, lo que la lleva a indagar hasta descubrir de qué se trata.
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Descubierta - Mónica Benítez
Contents
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
DESCUBIERTA
LIBRO 2 (ENCUBIERTA)
MÓNICA BENÍTEZ
Copyright © 2017 Mónica Benítez
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Todos los personajes, situaciones entre ellos y sucesos aparecidos en el libro son totalmente ficticios. Cualquier parecido con personas, vivas o muertas o sucesos es pura coincidencia.
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Capítulo 1
Megan
Ante nosotros se alzaba una montaña majestuosa, un banco de nubes impedía ver la cima, pero hasta donde nuestra vista alcanzaba, debía de tener al menos mil metros de altura. Cuando por fin bajamos la mirada de aquella montaña cuya base no podía estar a más de un kilómetro de distancia desde nuestra posición, pudimos apreciar con asombro lo que teníamos delante. Aquel barco se encontraba encallado diagonalmente entre unas rocas, por eso no podíamos ver la isla desde el Esparta. Las rocas ocupaban gran parte de la costa que nosotros alcanzábamos a ver, parecía que habíamos llegado a una zona llena de acantilados de muy poca altura, aunque mirando hacia la izquierda podíamos apreciar a lo lejos, un pequeño espacio entre las rocas que parecía una cala de arena con un tono cobrizo.
Tras las rocas empezaba un frondoso bosque que se esparcía en todas direcciones en la base de aquella montaña, mirásemos a donde mirásemos, parecía no tener fin.
—La hemos encontrado— afirmé sonriendo.
—Sí, Megan, lo hemos hecho —secundó Mike abrazándome con cuidado.
Le devolví un tímido abrazo, desde que estaba con Marlo parecía que me costaba menos expresarme y poco a poco me estaba acostumbrando a las muestras de cariño diarias, aunque era consciente de que todavía me quedaba un largo camino por recorrer. Seguía bloqueándome a menudo.
Me giré hacia Carlos, que seguía mirando la montaña como si estuviese hipnotizado, le hice un chasquido con los dedos para devolverlo a la tierra.
—Carlos, ¿estás bien?
En lugar de estar alegre por haber encontrado un lugar en el que probablemente encontrar a su hija, parecía estar más preocupado que ningún día.
—Sí, es solo que no sé si mi hija es capaz de sobrevivir en un lugar así de salvaje —contestó sin desviar la vista de aquella isla.
—No se preocupe, seguro que está bien —dijo Mike—, volvamos al Esparta, hemos de trazar un plan para buscarla.
—¿Qué es eso? —preguntó Carlos señalando un objeto entre las rocas que se encontraba un poco más allá de la cala que habíamos visto.
Nos acercamos con curiosidad a la borda del barco y entornamos los ojos para intentar dar forma a aquello que estábamos viendo, ni siquiera me hicieron falta las gafas para saberlo.
—¡Joder es un barco! —murmuré asombrada.
—¿Estás segura? —contestó Mike—, a mí no me parece un barco, parece más una ballena muerta.
—Porque está volcado, pero sin duda es un barco —afirmó Carlos.
—¿Lo reconoce? ¿Es su yate? —preguntó Mike.
Aunque era imposible desde aquella distancia saber de qué tipo de embarcación se trataba o hacerse una idea del tamaño, Carlos enseguida lo descartó como suyo.
—No, mi yate es totalmente blanco, ese barco tiene franjas negras, ¿lo ve? —preguntó señalando.
—¿Y el otro barco? ¿El del hombre que contrataste? —le pregunté.
—No llegué a verlo, así que no sabría deciros.
Yo tenía una foto de aquella embarcación que conseguí cuando estábamos investigando, pero no recordaba los detalles.
—Salgamos de aquí, es posible que no estemos solos, será mejor que nadie nos vea hasta que estemos seguros —dijo Mike.
—Ya era hora de que volvieseis —dijo Víctor mientras los tres subíamos al Esparta en absoluto silencio.
—Hemos confirmado que el casco no tiene ningún daño, señor Morgan, así que ahora que ya se encuentran a bordo podemos retirar el Esparta —comentó el capitán al ver a Mike.
—No, déjelo dónde está —ordenó este—, ¿dónde está Marlo?
—Cómo hemos terminado con la inspección del casco y no era necesario que estuviéramos todos aquí, ella y Carmen han bajado a preparar el desayuno —apuntó Ezequiel.
—Perfecto, bajemos todos entonces. Os explicaremos lo que hemos visto mientras desayunamos.
Cuando entramos en el comedor nos encontramos con un exquisito olor a café y tostadas. Le dediqué una sonrisa a mi chica en cuanto la vi y ella me guiñó un ojo que me provocó una punzada de excitación que me obligó a apartar la mirada de ella durante varios segundos.
Una vez estuvimos todos sentados, Mike empezó a hablar dirigiéndose a Marlo pues, aunque ella había delegado la tarea logística en él, ahora teníamos que tomar una decisión importante y ella tenía la última palabra.
—Bueno, jefa, hemos inspeccionado a fondo el barco este contra el que hemos impactado —dijo devorando una tostada en dos bocados—, y lo único que hay dentro es aire, está completamente vacío, no hay cadáveres, ni tesoros —bromeó con la boca llena mientras yo reía—por no haber no hay ni muebles.
—¿Y eso cómo es posible? —preguntó Carmen.
—Es muy probable que en su día fuera saqueado en más de una ocasión hasta que al final no ha quedado nada—añadió Carlos.
—¿Y por qué no podemos retirar el Esparta de la madera podrida de ese barco? —volvió a preguntar el capitán intrigado.
—Porque ese barco nos protege de lo que hay al otro lado —dijo Mike sin dar importancia alguna.
—¿Y qué coño hay al otro lado del barco, Mike? —preguntó Marlo impaciente.
Mike me hizo un gesto con la cabeza, indicándome que fuera yo la que contestara a la pregunta de la jefa.
—Pues…
Hice una pausa para encontrar las palabras adecuadas, pero a Marlo se le estaba acabando la paciencia.
—Pues ¿qué? ¿Qué hay, Megan? —insistió.
—Una isla. No sé si es la que buscamos, pero desde luego es una isla —solté a bocajarro, casi sin respirar.
Se hizo un silencio absoluto en el comedor, fue como si durante unos instantes el tiempo se hubiese detenido, hasta que Víctor habló.
—¿Va en serio, o nos estáis tomando el pelo?
—Mi hija podría estar ahí, Víctor, ¿crees que bromearía con eso? —sentenció Carlos.
De nuevo se hizo un silencio que esta vez el capitán se encargó de romper.
—¿Y por qué cree usted que debemos protegernos de la isla? —dijo dirigiéndose a Mike otra vez.
—Porque aparte de este barco hecho polvo contra el que estamos empotrados, hemos podido ver otro a unos trescientos metros hacia el oeste. Parece que está volcado y posiblemente vacío, pero que haya dos barcos a tan poca distancia me genera dos dudas: la primera, ¿dónde está la gente que iba en esos barcos? Y la segunda, si a lo largo de trescientos metros hay dos barcos, tres con el nuestro, ¿cuántos más puede haber a lo largo de la costa? Este jodido barco que tenemos delante nos mantiene ocultos, considero que hasta que decidamos lo que hacer, es mejor que nos mantengamos así.
—Estoy de acuerdo —añadió Marlo—, en cuanto a tu pregunta sobre dónde está la gente de estos barcos, Mike —dijo la jefa arqueando las cejas—, la del barco ese que habéis visto no sé, pero la de este contra el que hemos chocado estará muerta, o al menos eso espero —dijo torciendo el gesto de un modo que me hizo sonreír.
A todos se les escapó la risa floja ante la ocurrencia de la jefa.
—No lo entiendo, Mike, se supone que hemos salido de aquella corriente y las condiciones climatológicas son normales, ¿cómo es posible que el radar, que por cierto ya funciona, no detecte una puta isla? —se quejó Ezequiel.
—No lo sé, pero te aseguro que la isla está ahí, y no se me ocurre nada que lo explique.
—A mí sí —dijo el capitán.
Todos nos giramos hacia él esperando con ansia su teoría.
—Verán, no puedo afirmar al cien por cien lo que ha pasado, pero como pueden ver ya tenemos luz de nuevo. No es que la hayamos arreglado, simplemente va y viene a su antojo, quizá haya algún campo magnético en esta isla que interfiere con los aparatos electrónicos del barco, eso explicaría por qué el radar no muestra nada cuando en realidad sí que lo hay.
—¿Tenemos alguna idea de dónde podemos estar? ¿Coordenadas? ¿Algo? —preguntó Marlo sin confiar mucho en la teoría del capitán.
—No, señorita Diclán —contestó de nuevo el capitán—, nuestra última posición conocida era justo en este punto de