Detrás de sus caricias
Por Mónica Benítez
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Ha sido sin querer
Begoña no solo tiene que soportar que Marta le haya destrozado el coche aparcando, sino que además esta última se comporta como si lo que ha hecho no tuviese importancia, situación que provoca cierta tensión entre ambas mujeres.
Detrás de sus caricias
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Detrás de sus caricias - Mónica Benítez
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Ha sido sin querer
Detrás de sus caricias
Mi novia busca novio
3D’S
Cierra los ojos
DETRÁS DE SUS CARICIAS
RELATOS LÉSIBCOS
MÓNICA BENÍTEZ
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Todos los personajes, situaciones entre ellos y sucesos aparecidos en el libro son totalmente ficticios. Cualquier parecido con personas, vivas o muertas o sucesos es pura coincidencia.
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Ha sido sin querer
Por suerte me gustaba madrugar y ya llevaba un rato levantada cuando el timbre de mi diminuto apartamento sonó. Abrí la puerta con desgana, desde que vivía allí solo había una persona que llamaba a mi puerta de vez en cuando, Alfonso, el vecino del primer piso. Era un hombre bajito y rechoncho que vivía con su madre, bueno, cuidando a su madre para ser exactos. A mí me parecía muy bonito la verdad, para qué pagar a una extraña cuando él podía hacerlo, con quién iba a estar mejor una madre que con su hijo.
En fin, a veces Alfonso me pedía ayuda cuando quería llevar a su madre a dar una vuelta. Ella iba en silla de ruedas y la puerta de nuestro edificio no solo no se aguantaba sola, sino que además la entrada todavía no estaba habilitada con la rampa para minusválidos, así que yo solía bajar para ayudarlo siempre que estaba en casa. La verdad es que no me importaba hacerlo, mi vecino era terriblemente amable y me hacía mucha gracia su acento andaluz. Ojalá esa mañana me hubiese llamado para lo de siempre.
—Buenos días, Alfonso.
—Buenos días, Begoña. ¿Qué te iba a decir? Tú tienes un Ibiza negro, ¿verdad?
—Sí. ¿Por qué? —pregunté alarmada.
Antes de que me respondiera yo solita deduje que algo le había pasado a mi coche, estaba claro, si no, ¿a qué venía su pregunta? Pero supongo que en el fondo tenía la esperanza de que no fuese así, aunque teniendo en cuenta la suerte que estaba teniendo durante los últimos tres meses era imposible esperar una buena noticia.
—Es que te acaban de dar un golpe, bueno, en realidad ha sido un buen golpe, creo que tendrías que bajar a verlo.
¿Un buen golpe? ¿Cuánto era para él un buen golpe? Ojalá fuese verdad eso de que los andaluces son un poco exagerados.
Cogí las llaves del coche y el móvil, y mientras bajaba con Alfonso él me iba preparando para lo que me iba a encontrar.
—No lo he mirado muy bien, pero diría que te ha arrancado el parachoques. Por suerte te ha dejado una nota.
El corazón me dio un vuelco, podía soportar que me hubiesen rascado el coche o que me lo hubiesen aboyado un poco, pero un parachoques arrancado significaba que probablemente no podría circular con el coche hasta que me lo arreglaran, y yo necesitaba el puto coche para ir a trabajar. Lo de la nota era un detalle, sí, pero no dejaba de ser una putada. Bajé las escaleras rápido y por fin llegué a la calle, mi coche estaba aparcado unos metros más abajo y desde el portal ya podía ver trozos pequeños esparcidos por la calle y mi parachoques delantero descolgado en el suelo. Cuando me puse delante vi el alcance de los daños, el parachoques estaba totalmente arrancado por el lado izquierdo y partido por la parte central, la aleta estaba hundida y el faro reventado, por la parte que el parachoques había dejado al descubierto se veía una chapa completamente doblada hacia afuera y unos cables arrancados de cuajo.
Me eché las manos a la cabeza, pensé que me iba a dar un ataque allí mismo y cuando me giré, vi que varios vecinos estaban allí conmigo.
—¿Alguien lo ha visto? ¿Qué coño ha pasado? —pregunté cabreada.
Porque lo cierto es que no conseguía imaginarme como teniendo el coche perfectamente aparcado me lo habían destrozado de esa manera. Pero resulta que varios vecinos habían visto el espectáculo. Al parecer delante de mi coche había un espacio vacío enorme, así que la chica que me había arroyado decidió entrar de cara sin hacer maniobras, y claro, calculó mal, se cerró demasiado y se llevó mi coche por delante, tan sencillo como eso. Un puto error de cálculo de una comodona y yo me había quedado sin coche durante vete tú a saber, y encima era sábado, así que hasta el lunes ya no podía hacer nada.
—Es ese —me dijo un vecino.
—¿Eh?
—El que te ha dado, es ese coche.
Ni siquiera me había fijado, justo delante de mi coche había un todoterreno mal aparcado, estaba ligeramente en diagonal y la parte trasera ocupaba parte de la calle. No solo me había dado, sino que había aparcado como el culo y se había ido tan ancha. Resulta que la tía petarda no estaba allí, le había dicho a un vecino que mientras me avisaban y eso, que aprovechaba para hacer un recado. Menuda jeta. Miré en el cristal delantero de mi coche y bajo el parabrisas vi un diminuto papel con un número de teléfono y un nombre, Marta. Supuse que lo había dejado por si yo no estaba en casa cuando fueran a buscarme.
Empecé a sacar fotos de mi coche, por si acaso, y de paso miré el suyo, solo vi un pequeño boyo en la parte delantera, algo insignificante comparado con lo que le había hecho al mío.
—Hola —escuché que me decían con alegría justo cuando guardaba el móvil.
Alcé la vista y vi a una chica que me miraba sonriente.
—Perdona —sonrió—, yo soy la que te ha dado el golpe, pero bueno, podría haber sido peor, ¿no? —dijo así, como si nada.
Claro que podía haber sido peor, la muchacha podría haber conducido un tanque y haber pasado por encima de mi coche sin inmutarse. Me dio rabia su comentario, yo me había quedado sin coche y ella parecía no darle importancia, pero claro, es que solo había que verla. Era la típica niña de papá que sale en las películas, no podía ser más refinada, el pelo rubio perfecto, uñas inmaculadas, ropa de primeras marcas y un coche a prueba de bombas para que la niña pudiese ir por ahí aparcando como le diera la gana.
—Podría haber sido peor, pero hubiera sido mucho mejor que hubieses tenido cuidado joder, más que nada, porque así yo seguiría teniendo con qué ir a trabajar —contesté de malhumor.
—Bueno, tampoco hace falta que te pongas así, ha sido sin querer, también podría haberme marchado y dejarte aquí con el marrón.
—No, si encima tendré que darte las gracias.
—Pues mira, sí, se llama civismo, ¿sabes?
Buff, tuve que morderme la lengua, porque en el fondo tenía razón la pija de los huevos, podría haberse dado a la fuga y yo estaría sin coche y sin dinero para arreglarlo. Además, su tono me hizo mucha gracia, porque, aunque intentó sonar ofendida o enfadada, se quedó muy lejos de conseguirlo. Me la imaginé