Alas negras 1: Bajo los ángeles
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Alas negras 1 - Agustí Codina Loan
Alas negras 1:
Bajo los ángeles
Agustí Codina Loan
TítuloAlas negras 1: Bajo los ángeles
Agustí Codina Loan
Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.
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© Agustí Codina Loan, 2022
Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com
www.universodeletras.com
Primera edición: 2022
ISBN: 9788419137494
ISBN eBook: 9788419137746
Este es mi primer libro, va dedicado a todos aquellos que hayan dado con él y espero que lo disfrutéis. Me encantaría recibir feedback de qué os han parecido la historia y sus personajes, por lo que si queréis podéis contactar conmigo por redes.
Kabeh, dios del todo, tuvo tres hijas, las tres grandes diosas. Al llegar a la mayoría de edad, les encomendó la tarea de coordinarse para mantener el orden en un mundo que creó exclusivamente para esa tarea. Junto con dicho mundo, engendró tres razas de ADN similar, pero cada una con unas características propias. La misión de las tres diosas era guiar a dichas razas para que construyeran un mundo próspero y poder mostrar a Kabeh los resultados para demostrar su validez. Cennet fue encargada de guiar a los ángeles, criaturas aladas y de una belleza inigualable, que se convertirían en los guardianes del cielo. Yucey, por su parte, cuidó de los humanos y la superficie terrestre para que desarrollaran las tareas más mundanas como la agricultura o la ganadería, entre otras. Y, finalmente, a Magara se le encomendó reconducir a los demonios para que se dignaran a colaborar con las otras razas y ayudar con su fuerza bruta e inteligencia. Los demonios se caracterizan por su fuerza sobrenatural y por su picardía y astucia.
De este modo, el mundo tenía a sus tres grandes diosas que lo protegían y guiaban hacia su prosperidad.
Setecientos cincuenta y tres años más tarde, esa teoría quedó en un segundo plano.
Conflicto
En la montaña Seud se asienta una colonia de demonios y humanos, que viven en armonía colaborando para subsistir. Es un lugar maravilloso, suple todas las necesidades básicas de ambas razas, dispone de tierras fértiles, un río que lo rodea con sus dos afluentes y una temperatura ideal para la vida. A pesar de todo esto, siempre ha habido disputas entre humanos y demonios por sus distintivos, es por ello que la aldea se divide en dos barrios. En la parte más baja y mejor estructurada a nivel urbanístico se encuentran los humanos, con sus construcciones de madera y piedra. Por el otro lado, en la parte superior, se encuentran las casas de los demonios, que reducen el uso de la madera exclusivamente al techo de sus edificios y disponen sus viviendas de una manera más desorganizada por el terreno.
—Ser un demonio y ser tan débil ¡me daría vergüenza!
—Disculpa…, pero usted tampoco puede levantar estas cajas…
—¿Y eso qué tiene que ver? ¡Yo soy humano, no estoy hecho para eso!
—Yo cargaré con sus cajas también, la verdad es que sí que están muy pesadas estas… Y él todavía es un niño —dice un tercero que escuchaba la conversación.
—¿Lo ves? ¡Eso sí es un demonio! ¡Espabila, Wira!
«Si vivimos juntos desde hace siglos, ¿por qué sigue habiendo estas diferencias?», piensa el joven demonio viendo a su compañero cargar con su tarea.
El pacto entre humanos y demonios era muy claro, los primeros ofrecían sus avances tecnológicos y sus tierras a cambio de que los segundos ayudaran a seguir mejorando la sociedad y evolucionar juntos por el futuro del mundo.
Este era el trato en la montaña Seud.
Llega la hora de acabar con la jornada, todos vuelven a sus casas.
—Oye, Otot, gracias por ayudarme antes… —dice el pequeño en el camino hacia casa, que coincide en gran parte con el de su compañero.
—De nada, chaval, ya crecerás y te harás un demonio muy fuerte.
Su camino se divide aquí, Wira vuelve a levantar su mano despidiéndose de Otot mientras entra por la puerta de su casa.
El joven demonio sigue desanimado por los acontecimientos y se planta inmóvil ante la puerta de su casa durante unos segundos antes de entrar. Wira es un chico delgado y no muy alto, con el cabello prácticamente negro y, como es costumbre en su raza, la piel morena y bañada de cierto tono rojizo.
—Ya estoy aquí —dice Wira desanimado nada más cerrar la puerta y sin ver todavía a nadie en el interior.
Se desvía hacia su cuarto y se sienta en el pie de su cama con la mirada perdida. Unos instantes más tarde, oye unos pasos que se dirigen hacia su habitación, es su madre.
—Hola, Wira, hijo, ¿qué tal ha ido en el campo? —dice con una agradable sonrisa.
—Bien, supongo —le contesta tratando de disimular su desánimo.
—Qué mal mientes, hijo mío. ¿Qué te ha pasado? —le pregunta percatándose de que su hijo no está de buen humor.
—¿Por qué soy más flojo que los demás demonios?
Hay una breve pausa en la conversación antes de que Ibu, la madre de Wira, suelte una pequeña sonrisa y vuelva a dirigirse a su hijo.
—Que los demonios tengamos que ser increíblemente fuertes es solo un prejuicio, además, tú tienes muchas otras cualidades de las que puedes sacar provecho para desarrollar tu trabajo y todo lo que te propongas. Y si lo que quieres es ser fuerte, no te preocupes, que todavía eres un niño.
Tras su breve discurso improvisado, Ibu le pone una mano en la cabeza y le sacude el pelo, dejándolo más despeinado de lo normal.
—Anda, lávate un poco y ven a cenar, que cada día llegas más lleno de barro.
Wira asiente y hace caso a su madre, ahora ya está de mejor humor, aunque las dudas y pensamientos seguirán resonando en su cabeza por mucho tiempo.
La cena está servida sobre la mesa y ambos se disponen a comenzar a comer, cuando alguien da unos golpes en la puerta. La casa de Ibu no es demasiado grande, ya que en ella solo habitan ella y su hijo. Está construida de piedra salvo el techo, que es de madera. Y en el interior se ve una decoración muy minimalista y sin tener tanto cuidado por el confort, ya que los demonios requieren menos exquisiteces que los humanos.
—Ahora vuelvo, hijo, ve comiendo que enseguida vengo, voy a ver qué quieren.
Ibu se levanta de la mesa y va a abrir la puerta para ver quién se encuentra en el otro lado. Se trata del capataz encargado del campo en el que trabaja Wira y viene a explicarle los problemas que da su hijo en su puesto de trabajo, a lo que la mujer le trata de explicar que Wira es todavía un niño y que tiene muchas aptitudes que pueden ser beneficiosas para el trabajo, más allá de la fuerza.
El pequeño no ha podido resistirse a ir a escuchar a escondidas desde el momento en el que reconoció la voz de su jefe. Aun así, no le da tiempo a escuchar mucho, porque su madre despacha rápidamente al hombre con el argumento de que estaban empezando a cenar y que se les iba a enfriar. Cuando ve que su madre cierra la puerta, Wira corre de nuevo a la mesa.
Unos instantes después, Ibu se vuelve a sentar con él.
—Es de mala educación escuchar a escondidas, lo sabes, ¿verdad? —le dice a su hijo mirándolo a los ojos.
—¿Eh? Sí, lo sé, pero es que he oído a…
—Tranquilo, no te preocupes y come, que aún no has ni probado el puré —añade interrumpiendo al pequeño.
Durante el resto de la cena Wira está bastante callado y su madre trata repetidas veces de animarlo, hasta que finalmente es hora de irse a dormir.
Wira siempre ha sido un demonio más delgado y bajito que el resto, al igual que también tiene menos fuerza. Ya nada más de constitución se le ve más pequeño que los demonios de su edad. A pesar de todo, su madre siempre le anima y le dice que tiene algo especial, lo que el pequeño agradece mucho debido a sus complejos.
Con esto, acaba otro día en este mundo, el último día tranquilo que habrá en mucho tiempo.
Las peleas y discusiones entre demonios y humanos han ido a más en los últimos meses, dejando ver las diferencias físicas y de creencias entre ambas razas. El pacto que parecía agradar a todos cada vez se ve más corrompido encasillando a unos y a otros en ciertos aspectos y dejando que los prejuicios juzguen a la gente.
Los conflictos entre razas y entre la gente en general son lo que puede llevar a que el mundo se suma en un profundo caos inacabable.
Se oyen gritos provenientes de fuera, apenas ha amanecido.
Wira se levanta con el alboroto.
—Hijo, no te asustes, vamos a ver qué ha pasado —dice Ibu, quien acaba de entrar en la habitación de su hijo.
Ambos salen a la calle y divisan el desastre. Un incendio en el distrito principal de la aldea. Hay una docena de casas ardiendo y la columna de humo ya es visible desde decenas de kilómetros. Se siguen oyendo gritos.
Wira presta atención a dichos gritos y, en contra a lo que sería lo común, distingue acusaciones en vez de lamentos. En especial, se centra en una mujer humana que discute con un hombre demonio, lo acusa a él de haber provocado el incendio junto con los demás demonios. Pronto crece la especulación de que los demonios han provocado el incendio, ya que un gran porcentaje de las casas afectadas son habitadas por humanos.
—¡Es que lo sabía! ¡Malditos demonios! —se distingue entre la muchedumbre que se está acumulando en las calles.
Mientras los dueños de las casas tratan de apagar el incendio, hay otra facción que ya se reúne para ir a pedir explicaciones a los demonios.
La aldea de Seud se divide en dos zonas, la baja, y más amplia, en la que se encuentran los humanos y la parte alta, donde la pendiente de la montaña se acentúa, en la que viven los demonios. Salvo alguna excepción, ambas razas viven completamente separadas menos durante el horario laboral.
Centrando más la vista en el núcleo del incidente, se logra ver a una mujer demonio con un gran cubo lleno de agua cargado en su hombro y un grupo de hombres que la empujan y no la dejan pasar. No se logra escuchar su conversación, pero, por los gestos, se da a entender que no quieren la ayuda de ese demonio.
Lejos de querer formar parte de la discusión, Wira decide ir a investigar más de cerca cómo está el panorama.
—Wira, no te metas, es mejor que no estés aquí —la voz de Otot suena desde detrás del chico.
—¿Por qué? —pregunta con total desconocimiento.
—Nunca se debieron unir humanos y demonios —le contesta.
—No entiendo por qué no…
Sin más respuesta, Wira se queda quieto y ve que Otot sigue hacia la muchedumbre junto con un grupo de demonios.
Las palabras de su compañero, lejos de quitarle el interés, animan más al pequeño a avanzar para descubrir qué ocurre.
Unos metros más adelante, Wira se cruza con su capataz, quien está muy furioso.
—¡Míralo! ¡Qué tranquilo que va!
—Esto…, yo…
—Sabía que los demonios nos la jugaríais, ¡sois malos por naturaleza! —exclama el hombre y empuja a Wira haciendo que este caiga al suelo.
—¡Malditos demonios y maldito el día en que nos unimos! —dice la voz de otro hombre que corre a ayudar a apagar el fuego.
Wira se reincorpora y decide seguir su camino hacia el centro del conflicto.
Tras cruzarse con miradas de odio de humanos y juntándose con la, cada vez mayor, multitud de demonios que van en la misma dirección, al fin logra llegar al lugar del incendio.
Ya casi está controlado el fuego, pero otra chispa está empezando a ganar fuerza. Un grupo de humanos se para enfrente de los demonios, gritándoles y recriminándoles que han sido ellos los que originaron ese desastre.
Por otro lado, los demonios gritan negando las acusaciones de los humanos, justificando que no tienen pruebas y que ellos nunca harían algo así.
La discusión pasa de las palabras a los empujones y comienza una pequeña pelea entre los más alterados de ambos bandos.
—¿¡Lo veis!? ¡Son monstruos! —dice un hombre desde el suelo tras recibir un golpe de un demonio.
Las diferencias físicas entre los humanos y demonios de normal no son muy visibles, más que el tamaño general de los cuerpos y los pequeños cuernos en la cabeza de los demonios. Pero cuando los demonios se enfurecen o tienen la necesidad de sacar fuerzas, sus músculos se tensan haciendo que aumente el volumen de estos y sus cuernos se alargan hasta casi duplicar su tamaño original. Esta última imagen de los demonios es lo que los humanos temen y por lo que desconfían de ellos.
Aunque el número de humanos en la aldea casi triplica al de los demonios, la fuerza sigue siendo incomparable entre ellos.
Wira no para de recibir golpes y empujones desde todos lados, hasta que logra escuchar la voz de su madre gritando su nombre. Decide correr hacia ella.
—¡Estás aquí, hijo, no me asustes así! —dice Ibu al ver que su pequeño sale de la multitud que se está peleando.
Ambos se dirigen hacia su casa a paso ligero.
—¿Por qué nos acusan? —pregunta Wira.
—No nos soportan…
—Pero si llevamos toda la vida viviendo con ellos… —responde con la mirada perdida.
Wira baja la vista al suelo y sigue corriendo, hasta que unos metros más adelante se tropieza y cae al suelo.
En lo que su madre se percata de la caída de su hijo y trata de ir a ayudarlo, el jefe del chico aparece gritándole a la mujer con el mismo discurso que muchos de los humanos que protestaban contra los demonios.
El joven sigue en el suelo viendo la escena. De pronto, los nervios sobrepasan al hombre, que se abalanza