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Los confines del poder
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Los confines del poder

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Si te dijera que vives en la simulación de mundos paralelos dominados por sectas secretas y que uno de los protagonistas -familia del autor- encarna el ejemplo más certero de qué es un Cagüeiro. ¿Lo creerías? Ritos y tecnologías desconocidas, campos energéticos, portales de transición a otros universos paralelos, lucha de poderes, diferencias so

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento15 feb 2022
ISBN9781685740856
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    Una interesante historia donde transita por varios géneros, puede ser un libro de suspenso, misterio y fantasía realista.
    El tema principal son las sociedades secretas, las sectas misteriosas, combinado con hechos reales y personajes reales de principios de siglo XX.
    Es cautivante, atrapa y te mantiene expectante.

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Los confines del poder - Samir Osorio

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Los confines del poder

SAMIR OSORIO

Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

El contenido de esta obra es responsabilidad del autor y no refleja necesariamente las opiniones de la casa editora. Todos los textos e imágenes fueron proporcionados por el autor, quien es el único responsable sobre los derechos de los mismos.

Publicado por Ibukku

www.ibukku.com

Corrección: Victor Manuel Alarcón

Diseño de interior y cubierta: Dariagna Steyners y Ricardo Valdivia

Copyright © 2022 Samir Osorio

ISBN Paperback: 978-1-68574-084-9

ISBN eBook: 978-1-68574-085-6

A los Cagüeiros olvidados en el tiempo de una leyenda mitológica.
Para mis ancestros, a ti, Ángel Megret, mi quinta generación ascendente.
A mi ciudad querida del corazón, esa del Mar y la Montaña, Guantánamo.

CAPÍTULO 1

Secta masculina secreta

Las nubes están pintadas de ese color naranja irrepetible de cielo envuelto en llamas, con nubes de atardecer notorio. Todo ese espectáculo natural se puede ver desde el cobertizo del viejo caserón. ¡Qué maravilla! El verdor del campo es cabal. Es una época pura, virginal y despojada de profanación contaminante. Con frecuencia una vista como esta se deja ver en cada atardecer de estío. A poca distancia de la casa, desfila un río atiborrado de peces que, en su mayoría, proceden del lago Chaplain. El paisaje invita a echarse un rato en la fresca hierba para dejarse llevar por las privanzas de una tregua relajante.

Transita el verano de 1899, condado Chittenden en Vermont, Estados Unidos. El viejo Edgard Hardy está dispuesto a reunir a los miembros de su consorcio y dejar sus potestades y dominios a una generación joven. La edad ya no le guarda ni le hace honores para algunas tareas, y por ley tiene que nombrar un sucesor. En la agreste casona se dan cita puntual los hombres más importantes de la fraternidad secreta. Con el exalto paisaje de fondo y el ensombrecer de la tarde hiriendo el ocaso con grises pátinas, se disponen todos de conjunto. Van hacia una mesa cercana para debatir asuntos y ponerlos en orden. El señor Hardy quiere dejar la presidencia de una sociedad valiosa y ponerla en manos de un sucesor. La vida no le ha dado la dicha de contar con un hijo varón. No obstante, piensa dejar todo en manos de su sobrino, un joven de menos de treinta años, pero con agudeza mental suficiente para asumir. Tanta sapiencia posee el muchacho que ninguno de los cofrades de la secta puede igualarlo.

Al llegar todos y estar juntos, se reúnen al aire libre cerca de la imponente mesa, luego cambian hacia el lugar oficial de cabildeo. Ese sitio está en un sótano que posee el doble de los metros cuadrados de la casa en superficie visible. La vivienda fue construida junto con el sótano por orden de la quinta generación ascendente del señor Hardy. El inicio de esa construcción fue alrededor de la época en que se fundó la gran ralea secreta, donde participaron los pocos varones del linaje Hardy en aquel entonces. Los hombres del clan Hardy siempre fueron vistos como personas raras, individuos reservados y circunspectos en su vida habitual. En ocasiones dejaban de ser vistos por varios días sin que nadie supiera de ellos. Las personas a su alrededor no se atreven a señalarlos en nada. Lucen antipáticos por naturaleza, debido a un estilo de vida quimérico; sostenido a través de tantas décadas. Por el contrario, en educación cívica no hay ciudadanos mejores que ellos. No han mantenido nunca relación estrecha con nadie, pero son muy educados en su comportamiento con los demás. No existe en la generación actual una falta visible por donde emitir una reclamación o mal criterio en contra de sus personas. Nadie los puede señalar por faltas graves, ni un proceder indebido en público; a pesar de toda esa condición rara que se les imputa.

Siempre fueron impecables en su vestir y educación, además de poseer un bello aspecto físico. Andando los años, el modo y manera de maniobrar se fue afinando en reformas, según desfilaban las generaciones familiares a través de la sociedad. Una de las más importantes acaeció en el fini­secular año de 1899. Tras la enorme disputa familiar que casi cobra la vida de algunos y que añadió muchos problemas; aparecieron ideas inesperadas. Después de tanta batalla, se admite por votación democrática la inserción de algunos miembros no familiares. Aunque el presidente de esta siempre llevaría el apellido Hardy. Otro miembro que no fuera de la estirpe original, puede acceder a los juramentos de jefatura y cabeza de la secta. La jefatura estará controlada mediante absoluta dinastía inquebrantable. Este día de verano se va a llevar a cabo otra reforma; luego de unos cuantos años sin primicias renovadoras, aparecerá otra reforma. Será la última a cargo de Edgard Hardy en su liderato. Ese es el gran motivo de la reunión de doscientos veintidós miembros. La preocupación hormiguea y ronda el terreno subterráneo. Todos se preguntan qué se trae Edgard entre manos; a estas alturas de su vida seguro dará los últimos campanazos de su mandato. Pero el convencimiento es general; debe ser algo muy importante y serio como para finalizar ya. Si alguien cree que está imaginando lo que va a hacer el gran jefe; se equivocan, nadie lo puede prever.

—Los reúno, porque tengo algo muy importante que decirles. A partir del próximo día ya no seré más el presidente de este consorcio al que tanto he querido y respetado en años. Me será difícil tomar una decisión, pero así lo haré.

«¿Estaría loco acaso?» —se preguntan algunos en silencio—. El asunto estriba en que no hay nadie como él para llevar las riendas; su desempeño ha sido especial, impoluto, sin tachas. La totalidad de sus decisiones a través de los años han sido acertadas y muy justas. La noticia dejó a algunos desalentados; es evidente que el señor Hardy precisa un reemplazo. Esta disyuntiva ha sido el gran enigma de su mandato por algunas décadas, y es algo muy serio. Edgard no tiene hijo varón que le suceda en la presidencia, según los códigos tiene que ser un heredero varón del presidente. Al rato de haber formulado su declaración, sale un hombre desconocido por una de las puertas que accede a la superficie. Se asustan; nadie le conoce; el comité expeditivo de la sociedad está desubicado al ver a un extraño allí junto a ellos; desconocen de algún cambio en perspectiva. Nadie ha juramentado a ningún nuevo miembro, mucho menos que ese aparecido tomara el mando de la secta. En teoría es un intruso y no se le debe permitir ni estar presente.

—Aquí les presento a mi sobrino Robert Hardy —dice Edgard mostrando una sonrisa algo siniestra.

En efecto, este joven ha estado encargado de expandir las ideas de la secta desde hace un tiempo. Toda su actividad la ha llevado a cabo desde el diminuto estado de Rhode Island donde ha vivido por más de veinte años. Su tío lo hizo miembro sin la anuencia general del comité.

Su membresía está en aparente nulidad, este Robert es un total desconocido para los presentes.

—Edgard, con todo respecto, ¿de dónde ha salido su sobrino? Con certeza es parte de su familia; es varón, pero no lo tenemos registrado como miembro. No hay constancia ninguna de su membresía —increpa William Thompson, quien forma parte especial del comité de secretarios.

La pregunta está dada a lugar y va directa al señor Hardy. No tiene sentido traer a la fuerza de sus ordenanzas a un sobrino, quien antes que todo, debe ser miembro legal. Las reglas de la organización dejan bien claro que las personas que no son miembros no pueden siquiera acceder al local subterráneo. Por el contrario, quien está iniciado en los ritos ocultos y ostenta la membresía, puede entrar y estar allí reunido sin ningún problema.

El señor Hardy no tiene más opción que dar explicaciones, las cuales de ninguna manera son convincentes. Las reglas son las reglas para todos, más que reglas, son preceptos establecidos desde hace años. No hay excepción para quebrantar la legislación interna. Debe exponer algo más allá de una simple explicación. La reunión es significativa y la ocasión secretísima. Al menos el señor de la presidencia debe ofrecer buen testimonio categórico y convincente. La escena se puede considerar como un hecho inusual, algo nunca visto. Parece una gran imprudencia de quien, hasta ese día, ha sido un excelente regente de intachable valía para la cofradía. Con posma absoluta, sin frenesí, comienza a dar su desmonte y explicación. Con voz íntegra y tenue, el señor Hardy se regenta hacia el comité que aún está bajo su mando.

—Conozco todos los procedimientos, preceptos, estatutos y legislaciones para la formación de un nuevo miembro. Gracias a que me conozco las actas del procesos, he convertido a Robert en el próximo presidente —dijo Edgard Hardy.

Sabe lo que hace, al parecer, lo ha premeditado. Desde hace algunos años ya Edgard dedujo que su sobrino es el ideal para tomar el cargo. Vislumbró perspicaz que Robert debe ser el elegido por encima de cualquiera. Edgard Hardy no tiene el placer de tener hijo varón, solo tiene hijas. Ellas les son inservibles para remediar el crítico contexto. Solo se saltó algunas reglamentaciones e hizo miembro a su sobrino. Su gestión quedó ejecutada de forma indeleble, ya que existe una pauta legislada para el caso. Esta decisión que Edgard tomó no tiene cómo ser revertida ni revocada. Como presidente, tiene la total autoridad para tomar decisiones extremas y extraoficiales. La disyuntiva crea alarma automática sobre toda la membresía de la secta; es muy clara la problemática. El comité principal de la sociedad no sabe quién es Robert. Adelantado a este precepto, Edgard, lo ha inscrito en los archivos de registros sin la presencia de ningún alto funcionario del comité. Es palpable, se trata de una violación, pero, una vez que aparece un nombre en los índices, ya se considera a la persona como miembro legal. El presidente exhibe las pruebas que acreditan la consumación de las sesiones regladas mostrando los documentos.

Los ritos de iniciación han sido llevados a cabo con alguien de los doscientos veintidós miembros. Uno o varios entre ellos estuvieron confabulados con Hardy. Todas las ceremonias secretas necesitan la asistencia de al menos dos personas. La comisión no sabe qué hacer con tanto espanto. Los enredos son el resultado de una especie de lucha interna y disimulada. No obstante, Edgard tiene las cosas bien claras desde hace mucho tiempo; ha estado estudiando la situación por décadas. Al no contar con prole adecuada para sustituirle, muchos se están disputando la presidencia con ferocidad. Edgard anduvo oculto con su plan y confió solo en un aliado. Tal vez alguien del propio comité de los principales estaría pensando en cómo lograr una variación de la legislación. El caso de la suplencia de Hardy ha sido por mucho tiempo el blanco de muchas murmuraciones. Tal vez algunos estaban a favor de un cambio de códigos para una ocasión única. Los de mayor experiencia y más antiguos se perfilan entre sí, se han afilado las uñas y andan solapados desde hace tiempo. Envestir a alguien fuera de la dinastía ha sido una cruzada silenciosa. Para ciertos miembros del consorcio, ha sido una lucha por algún puesto privilegiado, siempre ha sido una realidad, aunque oculta. El análisis de los papeles de Robert comienza; hay que examinar toda la documentación. Es absurdo emitir un fallo que afectase al joven, pues todo está en perfecto orden; su nombramiento en teoría es legal. El propio Robert demuestra que es un auténtico miembro. La condición ilícita en la que Edgard ha involucrado a su sobrino indigna a ciertos miembros, y quieren buscar desquite. ¿Cómo lo harán? La acción defensiva es difícil que proceda, aunque para los más contritos, el escenario se convierte en cuestión de honor y cuidado a los estatutos. Califican sin preámbulos, que su director ha abusado de la condición de presidente. Además, en su último día de gobierno y regencia, no es más que un ejecutante de disposiciones arbitrarias. En la cofradía existen algunos con la misma forma de pensar hacia la maldad. Ciertos individuos insisten en permanecer atentos a una oportunidad que le dé marcha rápida a la reforma. Unos cuantos resentidos planifican a priori la unión de resistencia. Más allá de la malquerencia que padecen, creen que se les ha traicionado de forma rotunda. Nunca previeron que Edgard se sacara este as bajo la manga. Las ilusiones de implantar un nuevo mandato, de arrebatar la regencia y reinstituirla muy alejada de una dinastía familiar; ha quedado en una utopía. Todo da al traste, y se carcomen las entrañas unos a los otros. Con este giro de repente, manejado y lanzado a última hora de forma magistral, nadie puede hacer nada. Edgard sabe lo que hace, lo tiene planificado desde hace tiempo. Calculó a su gente al dedillo y les leyó las entrañas hace mucho tiempo. Al menos, mientras él permanezca vivo, protegerá todo lo que pueda.

La reunión finaliza como todas las demás, celebran su rito de cumplimiento y se van de vuelta a sus respectivos lugares. En el viaje de regreso se complotan los inconformes para tomar decisiones personales que están por encima de cualquier otro legislador del comité principal. Instauran un pequeño grupo, capaz de otorgar un perfecto golpe de Estado.

El principal entre ellos, Steven Allenhile, es un guía vital con superintendencia sobre un distrito. Bajo su potestad se mantienen unas cincuenta personas asociadas que responden a sus órdenes, tan prestos como un ejército. Al ser uno de los vitales a nadie se le ocurre cuestionar su tutela. Aprovecha el poderío sobre los miembros para sembrar dudas y animadversión, mucho más allá de lo que ya se sostiene. Él mismo es uno de los que ambiciona el poder.

—No podemos permitir que esto siga —dice Steven.

—Pero ya está realizado, es legal —dijo uno del grupo.

—Sí, así es, pero se materializó a nuestras espaldas, y eso es ilegal. No se nos consideró, no se tuvo en cuenta nuestros años en la sociedad, la fidelidad que hemos mantenido. ¿Dónde quedan esas cosas?

El grupo inicia una asimilación directa del verbalismo malsano procedente del sagaz Steven. Al final, están de común acuerdo para poner sus dictámenes mentales a funcionar. Entran en cuajado consejo para crear un mecanismo que les permita desbaratar la progenie de los Hardy presidentes. Entienden que, si hay que hacer algo ilegal, se hace porque a ellos les han jugado sucio también. El pensamiento originado es que la estirpe de los Hardy ya no sirve para nada. No merecen el puesto tan alto que por tantas generaciones han mantenido. La existencia de una sociedad tan compleja como esta, es singular; razón por la que se ha cuidado tanto la prudencia de las membresías. En la gran casona están Edgard y su sobrino, junto a los impecables miembros del comité de especial. Le enseñan detalles de lo que implica la presidencia y hacen lo necesario en cuanto a ritos. Así completan las secretas liturgias de una toma de posesión particular. Los miembros están otra vez bajo la dirección de un Hardy. Esos, los más encumbrados, quizá no tienen inconvenientes a la hora de cumplir con la aceptación. Es probable que el cargo que poseen les mantiene un nivel de jerarquía envidiado por los demás que no lo tienen.

Robert Hardy es consciente de muchas cosas que pueden estar pasando ahora mismo a su alrededor. Puede imaginar con mucho tiempo de antelación a lo que se enfrenta. Sobre todo, cuando esté entre integrantes en calidad de presidente, debe abrir bien los ojos. Nadie sabe cuáles son sus designios, tal vez purificar liviandades o traer una revolución que le diera un vuelco a los antiquísimos conceptos y preceptos de la orden sectaria.

Sin importar lo que suceda, Edgard ya no está interesado en que cuenten con él; ya no es presidente, y él mismo se debe a su sobrino. No siente temores, sus años son muchos y ya no tiene nada que perder; por el contrario, Robert ha demostrado un denuedo singular. En su tierra de donde proviene ha creado un pequeño grupo que simpatiza con la forma de proyección de la orden. Aunque aquellos de Rhode Island desconocen el origen de los discernimientos de Robert, lo tienen a él como un gran genio del pensamiento. Una nueva forma de asociación siempre es aceptada entre determinados individuos del inminente nuevo siglo. Lo que él ha creado es como un amparo donde resguardar introvertidos, solitarios y taciturnos.

Incluso cualquier misántropo místico que se halle ávido de aceptación siempre ha tenido las puertas abiertas. A esa clase de personas Robert les planteó un mundo especial; de forma tal, que se convirtió en el gran representante de un grupito de extraños prójimos. Este Robert Hardy ha sido muy inteligente, se interesa de una minoría echada a un rincón y la pone frente a esta nueva filosofía. Se atizan de conceptos, realidades ocultas tras el pensamiento y de análisis de la conducta social de la humanidad. Todo siempre a favor de sus seguidores, muchísimas cosas evolucionaron en pocos meses para esta gente. Solo les falta constituirse como asociados legales de la gran sociedad original. Y esa es una de las prioridades de Robert, hacer miembros a sus adeptos de Rhode Island. El imperio será mucho más amplio de lo que cualquiera pueda pensar. Por primera vez saldrían las esencias de la fraternidad secreta hacia otras regiones, algo inconcebible.

Al día siguiente convoca a los grandes representantes de la organización para darles informes de la reciente legislatura de su presidencia. Steven es uno de los primeros en asistir, está deseoso de conocer las nuevas propuestas que se publicarán. Él no tiene confianza de pensar que la cofradía sufra un cambio positivo; aunque cree que los cambios son inminentes. Estando en manos jóvenes las oportunidades de liberarse de algunas ataduras a viejos conceptos pueden aparecer. Entonces, vendrían las reformas de mano de una nueva presidencia pujante en cambios que no se sabe hacia dónde van. Él está convencido que Robert hará una revolución, pero, más bien, a sus beneficios personales, sobre todo aferrarse a la jefatura, mucho más allá de lo legítimo. Como de costumbre los 33 grandes maestros realizaron su ritual para agrupar sus pensamientos. Están atentos a cómo Robert dirige la liturgia, como principiante que es, esperan que algún detalle se le escape y demerite su forma de conducir un momento tan importante. Sin embargo, no entrega señal alguna que lo delate de inexperto. Ha hecho todo como debía, y el detalle permite que se le preste mayor atención a lo que tiene que declarar.

—Mi nuevo enfoque, hacia esta organización, a la que me he sumado como absoluto presidente, tendrá un gran cambio sobre la antigua concepción.

Caras expectantes se enfocan atentas, queda claro el implante de una reforma de peso que desempolva añejas regulaciones. Plantea como elemento principal de su informe, la necesidad de exigir una nueva forma de practicar los conceptos. Adoptar una manera diferente de allegarse al mundo desde el interior, buscando la metafísica de las cosas.

—Lo que quiero es ir más allá de lo físico, de lo que se puede palpar a simple vista —dijo Robert.

Durante generaciones han vivido en la opacidad del secreto. El nuevo director les ordena acercarse al mundo, así surge una gran contradicción opuesta a la originalidad con la que se creó la secta masculina. Steven emplaza su instinto de maquinación para tratar de ir más allá de esas palabras.

Especula que el muchacho desea cierto propagandismo inusual o tal vez la búsqueda de adeptos para popularizar su liderazgo y progenie.

—Esta organización centenaria ha vivido retirada de un contacto más amplio que puede alterar nuestros credos. ¿Por qué implantar el cambio? Necesitamos conocer los beneficios —pregunta Steven simulando inocencia.

Robert sobresaltado centra su atención en el indagador, pesca al vuelo que de cierta manera Steven intenta ridiculizarle. Por tanto, le está erigiendo una pared de dudas disimuladas y sigilosas. Steven reconoce que la presteza mental del nuevo presidente es preponderante y peligrosa. También nota que Robert ve hasta lo recóndito de su intromisión y detecta el sentido real. Ambos persisten notorios a la contradicción —al duelo virtual y de soslayo—, intenciones ligeras pero frontales. Solo bastó la indiscreción de Steven como intruso para que Robert lo tildara de inepto.

«Sin duda alguna no califica» —dice Robert en su interior.

Es la frase que retumba en la mente de Robert sobre el imprudente entrometido. Según los estatutos nadie está facultado para contradecir al presidente. Es la última voz y el último voto en cualquier gestión.

—Mire usted —se refiere a Steven— la reforma que traigo no es asunto de un día ni de dos, es todo un argumento estudiado por años. Está más pensado de lo que cualquiera de ustedes se pueda imaginar. Ha pasado el tiempo y existe una necesidad apremiante de variar nuestros conceptos.

—¿Cree que esa es la manera correcta? —Vuelve a interrumpirle Steven.

—Aún no he descartado la manera ni la forma ni cómo se implementará la reforma. Solo estoy haciendo una pequeña introducción para darles a conocer las novedades.

Mr. Allenhile queda en bufo ridículo y en situación fachosa ante el dócil modo de Robert Hardy. Se le olvida que está frente a un auténtico del linaje de los Hardy. Una ralea que goza de la magnífica fama de ostentar varones inteligentes de verbo encendido y afilado. El presidente sigue su anuncio y espera que el impertinente Steven no le interrumpa más. Su aguzado ojo avizor ya está encima de un principal. Su perspicacia le indica que pronto estará en rigurosa pugna con el fisgón. Una normativa que nunca le ha fallado a él es aquella del antiguo sabio rey Salomón.

«Cuando alguien responde a un asunto antes de oírlo; eso es tontedad de su parte y una humillación» (Proverbios 18:13).

Robert viene con otra manera de pensar, sus fundamentos que instaura están basados en diferentes requisitos. Incluso, alimenta su ética filosófica de libros sagrados como la Biblia, pero sin perder la estructura original del esoterismo de siempre. No pretende crear una primicia total hacia la estructura, sino darle algunos matices, aunque bien definidos.

Opta por facilitar algunas pesquisas de sus aboliciones establecidas, desde una serie de nuevos códigos. Termina la reunión con los principales, Steven en sus complots de siempre, se acerca a cinco de los asistentes con el pretexto de regresar juntos. Aprovecha que ha llegado a la cita caminando para que alguien le ofrezca llevarlo en uno de los carruajes. Le dan el aventón, Mr. Allenhile sin ningún fragmento de avance se empeña de nuevo en meter presión. Esta vez no con sus habituales subordinados; sino con sus coasociados del mismo nivel; tal vez sea más fácil tratar con esta elite. Quizá esta clase son los más ambiciosos, los que pueden sentir la entera avidez de poderío para no quedar toda la vida sometidos a una dinastía.

—Hermanos míos, creo que es momento de hacer la diferencia —dice Steven.

Los cinco que le escuchan en el carruaje se miran unos a otros sin connotada reacción. Pasmados sí, pero sus caras no exponen gestos de sorpresas ni fascinaciones más allá del límite. Muy presto, comprueba que está ocurriendo algo que desconoce. Ha situado la pregunta cuando hace falta, con vivacidad y bravura; deja a sus escuchas en asombro. Ahora, después de unos cuantos segundos, sí que hay reacciones palpables. Comienzan a mirarse unos a otros como si fueran atrapados con las manos en la masa; como si se les hubiera descubierto en algún plan.

—¿Creen que no conozco lo que quieren hacer?

Una pregunta fuera de lugar, según las suposiciones. Esta sentencia parece agresiva y arbitraria, los amigos suyos, que también son miembros encumbrados con años de servicios, reaccionan dislocados.

Desde un punto de vista lineal la pregunta es disparatada, aunque el análisis puede ser más profundo y devela una intención. Se pone de manifiesto una vez más el poderío del señor Allenhile. No se puede determinar si ha sido agudeza mental o una casualidad sin precedentes, quizá ya se ha convertido en un psíquico de alto calibre.

—Si decides unirte a nuestra causa te confesaremos algo —dijo Gustav.

Dentro del gran comité de servicios especiales Gustav es uno de los tres regentes del distrito principal, un gran jerarca dentro de la sociedad secreta. Su familia ha pertenecido a la secta durante los últimos cien años. Un tipo con opinión, gozando de simpatía amplia dentro y fuera del comité, al menos siempre se le ha escuchado.

La negociación promete ser atrayente:

—Yo sé que están conspirando y tengo que aclararles que sin mí no podrán llegar lejos. Quienes necesitan unirse a una causa son ustedes; deben unirse a la mía. Lo tengo todo planificado y, además, los descubrí.

Steven hace la oferta sin ambages y de inmediato recibe una admiración general. ¿Cómo supo de los planes? Ha puesto un fundamento muy sólido con su fortaleza verbal, una bala directa al blanco. No pueden esconder el asombro y más aún; están atemorizados.

Ya alguien sabe de los planes subversivos contra la sociedad secreta. Un peligro serio, capaz de doblegar al más pensador. No obstante, Gustav, sin manifestar temor alguno, intenta mantener la mente fría.

—Les confieso que estoy en el plan de disolver esta nueva presidencia. Tanto ustedes como yo sabemos que este es el momento para llevar a cabo una idea de reestructuración. Pero, quiero que sepan que tengo apoyo mejor amparado que cualquiera de ustedes. Somos diez veces mayor cantidad que ustedes, ellos, quienes apoyan mis ideas, pertenecen al nivel popular. Ninguno forma parte de este comité y ustedes deben imaginar lo que eso significa. Yo les aconsejo unirse a mis planes, es lo mejor que pueden hacer. Además, no los vi en ningún momento enfrentarse a Robert en sus disparatadas legislaciones. Todo es posible con valor, intrepidez y mucha decisión.

Las expresiones de Steven son tan potentes y atemorizantes que se ven forzados a ceder con prestezas. No pueden prevalecer ante tales evidencias; ellos son cinco nada más, y no dieron rodeos a la petitoria forzosa. Steven se la jugó a toda costa para dar su verdadera y abierta opinión tras el nombramiento de Robert. Estos superintendentes tienen mucho que perder de no juntarse a los adeptos de Mr. Allenhile. Uno de los cinco medita musitando un análisis interno y silente que no se atreve a comunicar. Sabe que con Steven puede ser factible el logro de una verdadera evolución. Se hace más tangible que nunca un gran paso de avance a nutridas tolerancias para los jerarcas de la sociedad. También son conscientes de que las ideas como único se pueden llevar a cabo es mediante la acción y la fuerza. Quizá con operaciones violentas o tal vez solo las conspiraciones de total contraespionaje. Al final de toda contienda, el grupo que prevalezca tal vez venza y tome el poder.

Steven se impuso y sus compañeros están a merced de sus ideas tentadoras. El plan a grandes rasgos es implantar una multijefatura más amplia para echar por tierra la supremacía y linaje existentes. Así abren las puertas de la presidencia para otros y se instaura un sistema de elección democrática. Única manera de salir del aletargado y confinado espacio dinástico que ha imperado por siglos. Se podrían extender los mandos a cualquier lugar posible de la nación; incluso puede tener alcance internacional si lo quisieran.

En cualquier país del mundo podrían existir varios dignos representantes de la cofradía. Esta sociedad puede hacerse poderosa, muy poderosa.

Steven, gran promotor de las intrigas conspiradoras cita a sus seguidores. Hallan un lugar especial a similitud de sus reuniones originales, escogiendo un sótano en otra locación. Igual que en sus reuniones usuales realizan los rituales de siempre. Se sienten independientes, prueban las mieles de la emancipación por primera vez. Degustan la dicha de poder manifestarse sin la sombra de un monarca dominador. Es entonces el instante oportuno de aprovechar la gran coyuntura y actuar cuanto antes.

—Habrá una gran asamblea dentro de una semana, según ya sabemos, es para hacer vigente una de las renovaciones de Robert. Es sobre un hermanamiento entre nuevos miembros del estado de Rhode Island y nosotros.

Steven da aviso de las nuevas políticas y manejos que se aplicarán dentro de algunos días, poniendo sobre la mesa pros y contras de dicha aplicación. El lado negativo de la disposición es el de individuos no iniciados insertándose dentro de la secta. Al parecer, es una táctica de inserción, acabarían formando parte de la sociedad original de alguna reservada manera inconcebible, aunque legal. Con el tiempo se convertirán en miembros oficiales y tampoco podrán reclamar nada. La parte positiva estriba en la amplificación que busca el nuevo presidente hacia otras tierras, en este caso, su tierra natal. Así se tiene un vistoso ejemplo de que la idea de Steven; la de extender la sociedad a niveles más amplios puede ser una realidad beneficiosa. Están decididos a tomar acción en secreto para no llamar la atención ni levantar sospechas. La clave está en socavar desde los mismos cimientos, para estremecer la estructura de la cofradía. Esta atrevida actividad los llevará a realizar una ardua y peligrosa faena. No obstante, tienen personal de sobra para que el silente ataque logre los efectos deseados.

Al término de la semana se suscita una desconcertante noticia. Solo faltan horas para dar curso al día de la ansiada asamblea. Entre toda la membresía corre un mensaje de último momento, a poca diferencia de minutos entre unos y otros. Una trágica declaración a nombre de Edgard Hardy se va haciendo pública; su sobrino Robert Hardy lo han encontrado muerto.

Poco antes de la media noche alguien pasaba junto a un camino que conduce a la casa de la familia Hardy. De repente, se encuentra al joven tendido y atravesado en medio del sendero. Lo misterioso del siniestro es que Robert no presenta signos de violencia en su cuerpo. Nadie puede explicar qué ha ocurrido; él, recién comenzaba a desenvolverse por la zona y casi siempre muy solitario. Solo algunas veces hacía sus recorridos acompañados de alguien conocido o de algún familiar. No existe razón alguna que pueda dar una pista para tan repentina muerte.

Toda la sociedad se moviliza. Al líder, el gran recién nombrado de la fraternidad sectaria, le han hallado sin vida y deja a la organización en condiciones críticas, sin un presidente que asuma el cargo… Tan deplorable es el estado de la estructura que, en cualquier momento, podrían surgir caos de escalafones, rangos y jerarquías. La nomenclatura supuesta a cambio palidece, se alborota; es el chance de todos aquellos que no están a favor del nuevo de los Hardy. Ya Edgard no mantiene liderazgo sobre los miembros, y además de tan depauperado escenario, Hardy no tiene otro sucesor familiar. La complexión de la secta queda como dádiva a la desventura. Los antiguos orígenes de una entidad secreta flotan, más bien, casi inexisten. No hay evidencia clínica ni física sobre qué provocó la muerte de Robert. Uno de los cinco que estuvo presente con Steven dentro del carruaje en un viaje de regreso; confiesa su hipótesis. Cree que detrás de esa muerte está la siniestra mano de Steven.

Por supuesto, es una hipotética imputación, incluso, el Sheriff del condado Chittenden no ha podido resolver nada. El oficio prestado por su equipo de investigadores y analistas forenses fue en vano. No hallaron la menor muestra de una pista que los guiara al sospechoso. A duras penas se filtra información específica del gran halo de misterio que rodea a la familia Hardy. Se descubren algunos detalles de la secta, que ahora con estas investigaciones y procesos dejan de ser tan íntimos. En esa misma noche decretan dar curso a las actas funerales, declarando una defunción natural. A pesar de la misteriosa manera en que encontraron a Robert y también su temprana edad, se le declara «muerte natural». Nadie acepta las afirmaciones forenses ni resultados de las pesquisas. Una persona joven murió y se descubre una organización oculta de rara actividad. Nadie es culpable, nadie paga por lo que parece ser un asesinato muy bien practicado y de perfecta cuartada. Todo lo ocurrido se quedó en el silencio de una secta masculina secreta.

■□■

CAPÍTULO 2

Quimeras del tiempo

Greenwich Village (Manhattan, Nueva York)

(Más de un siglo después)

Christopher Garrido despierta sobresaltado de un sueño, lo califica de terrible pero interesante. Hubiera él querido que fuera real y haberlo vivido como parte de su propia vida. La época con la que ha soñado fue un período histórico para su nación. El sueño, se remontó en el tiempo más de cien años según cree. Había cierto fulgor de entresijos sobre sectas secretas y dañinas, briznas entrelazadas por codicia y poder. No tiene claridad necesaria para recordarlo todo. Debe movilizarse rápido para hacer sus labores del día.

Christopher, hombre de garbosa apariencia y trabajador muy serio, posee un apartamento en la calle Barrow muy cerca de Washington Square. Disfruta de una solvencia económica envidiable. A pesar de su juventud ya está graduado en Estudios Socioculturales en una universidad de Manhattan. Además, aprovecha la cercanía de su vivienda con un centro educativo donde cursa un postgrado que le permitirá establecerse en otra materia. Su trabajo actual está dirigido a la salud mental facilitando consultas en una clínica como psicólogo consejero. Es un hombre con muchas metas por alcanzar, su vida está llena de esperanzas y jamás las pierde de vista por nada del mundo.

Mientras come su desayuno sobre la mesa de la cocina, mira el pequeño televisor colocado en la pared frente a él. No logra concentrarse en su programa favorito de las mañanas The Today Show transmitido por la cadena NBC. El sueño le ha robado el espacio de la mañana. Las opciones son pocas y tiene que dedicar unos minutos a memorizar con mayor enfoque, pero no puede. Sale hacia la clínica para atender las consultas del día. Abandona el hogar cerca de las nueve y cuarenta y cinco de la mañana y desaparece en su vehículo, un señorial coche alemán BMW. Se va por West Street y sube en dirección norte hasta topar con la calle 57 cerca de la esquina con 9th Ave. Como rutina de todos los días, entra a la clínica y sube a su despacho de servicios terapéuticos, una oficina bien amplia ubicada en el piso 11. Ya lo esperaba una señora, paciente que atiende desde hace unos cuantos meses. La mujer presenta una gran complicación de insomnio depresivo bastante grave. Ese estado ha afectado su salud física, algunos factores concomitantes la acechan con gradual progresión, empeorando su bienestar físico y mental. Los fatigosos trastornos del sueño, ese es el principal enemigo que le hace la guerra.

Esta vez se aparece con algo distinto a todo lo que ha informado antes. El doctor Garrido a veces gusta de escuchar sus peroratas, aunque en ciertos momentos son tediosas y aburridas. Otras veces es todo lo contrario, logran un encuentro ameno y muy didáctico. Esta mañana, la señora va a consulta muy elocuente, mucho más que de costumbre.

—Doctor hoy me siento muy bien, y sabe que eso es raro —dice la señora con cara de alegría.

Ella en verdad se caracteriza por su naturaleza gélida y exclusivo de su casta foránea. Su familia padeció determinadas miserias espirituales que le torcieron la personalidad. Su padre había sido algo tirano en casa y la madre una indiferente a los eventos que sitiaban el hogar. Sin embargo, esa personalidad proclive a la depresión salió a la luz cuando quedó viuda. Al tiempo de la novedad se incrementó su trastorno y fue degradándose con el paso del tiempo. Por muy raro que parezca, luce en su figura donairosa el destello de una mujer sana. Sobre todo, es elegante y hermosa, no aparenta la edad que tiene. Su sex appeal es tan latente como su propio corazón rebosante de energías.

—¿No vendrás hoy a contarme un problema? —pregunta Christopher.

Ella dice que no y siente alborozos por su acierto. Pretende al menos expresarlo a alguien que la conozca bien y no puede ser cualquier persona. Ha escogido a su pacífico doctor para que sea testigo y cómplice del descubrimiento. Tiene que contar un sueño que le ha cambiado todo el ánimo del día. Ha soñado con su difunto esposo, uno de los sueños más raros que haya podido recordar. El interfecto cónyuge se le revela con un secreto bien guardado por unos cuantos años. Le confiesa que perteneció a una organización secreta por más de treinta años. Jamás comentó el asunto a nadie, mientras estuvo en vida lo mantuvo en secreto. En realidad, nunca existió una membresía ni donación ni asistencia a algún templo, nada en lo absoluto. Es evidente que no hay de­talles del pasado que lo vinculen a prácticas secretas. No obstante, da un detalle revelador a su viuda que tendría que cuidar como su propia vida.

—Me dijo que él fue el encargado de guardar unos documentos importantes, y nadie sabe que están en la casa, lo guardó en un lugar especial.

—¿Puede quizá ser algo familiar? —pregunta Christopher.

El doctor parece no entender bien, no tiene datos suficientes para pensar en algo específico. Ella le vuelve a recalcar que en el sueño él le confiesa que se trata de asuntos secretos y de sectas ocultas. Ella quiere revelarlo a alguien que la pueda entender y al mismo tiempo le guarde el secreto. El doctor escucha, y en el momento le parece tonterías de una paciente que hoy era toda una eufórica parlanchina. A todas estas, no hay nadie sobre la faz de la tierra capaz de comprenderla como el joven doctor Mr. Garrido —según cree ella.

Con tan grande noticia ante sí, quiere conocer más a fondo de qué trata el hallazgo de su paciente. Nadie sabe si sus «eufóricos destellos» traen un buen contenido positivo para la terapia.

—Entonces, ¿qué pasó? —pregunta Christopher curioso.

Bien temprano, apenas despertó, fue a buscar en el sitio que le comunicó su marido en el sueño. Karina Câpek va insegura y escéptica, quizás pensando en no encontrar nada. Su sueño ha sido tan real y vio a su esposo tan confeso y existente, que no se pudo aguantar.

Bajó al sótano a rebuscar en un rincón específico. Su vivienda, casi una mansión, está situada en New Rochelle al nordeste de la barreada del Bronx. Goza de una agraciada ubicación al costado del Hampshire Country Club en la calle Orienta esquina con Bleeker muy próximo a la costa de Delancey Point. Esta casa tiene una fachada atípica, una estructura triangular en la zona de entrada, forrada con piedras en todo el frente y en la parte derecha otra estructura triangular más pequeña. En el sótano hay muchos compartimientos divididos por falsas paredes revestidas de yeso. El sótano es amplísimo y de aspecto laberíntico, pero ella sabe a dónde ir. Al llegar al lugar exacto, el indicado, encuentra una mínima abertura en el piso después de mucho discurrir. Hay un subsuelo por debajo del piso enmaderado del sótano, el área enmarcada es de alrededor de unos diez pies cuadrados. Se decide a tantear la zona, y encuentra un documento bien forrado de un material extraño. No parece ser con exactitud lo que le han dicho, pero apenas vio el aspecto del manuscrito, supo que debía ser algo muy importante. Aunque no pudo descifrarlo, estaba emocionada por el hallazgo, parecía irreal, pero fue todo muy cierto. Por medio de un mensaje en sueños a través de su difunto esposo, encontró algo perdido en el tiempo y que parece ser importante y secreto.

—¡Hace tanto tiempo que no me sentía tan contenta! Tanto es así que decidí venir aquí por dos cosas, contarle y para que me ayude.

Christopher escucha la historia que le trae su paciente y fue recordando lo que le sucedió. Algunos elementos de su sueño se relacionan con las confesiones del difunto esposo de Karina. Llama la atención que ella aparece esa mañana a contarle semejante historia, después de su sueño que él tuvo con rasgos muy similares. Guarda las impresiones, pero, mantiene el interés total. Hace arreglos con Karina para visitar su casa y analizar el documento más a fondo. Al final se mostró interesado en detalles que acoplan casi certeros con su sueño.

Karina Câpek es de origen checo, a los siete años sus padres emigraron a Estados Unidos. Ahí comenzó su nueva vida junto a sus padres todos venidos de la entonces Checoslovaquia. Luego de unos cuantos años sus progenitores logran convertirse en ciudadanos de la nación y escalan en nivel social. Karina se desarrolló muy rápido hasta convertirse en consejera política de uno de los congresistas representantes del Estado de Pennsylvania. Mantuvo una ardua labor y un elevadísimo nivel de concentración en su trabajo. Al no poder más con su situación, presentó la renuncia; no era competente en sus emociones para llevar las responsabilidades. El duro golpe de tener que aceptar la muerte de su esposo de esa manera tan repentina, fue un desastre. Su esposo quien fungía como congresista por el Estado de Pennsylvania le dejó un vacío enorme. Se amparó en el retiro forzoso hacia Nueva York en una residencia cerca de las costas del Long Island Sound. Allí tiene una casa de descanso que fue propiedad de la familia paterna de su esposo Harold Hardy. Christopher, quien queda interesado en su historia del sueño y el hallazgo, hace arreglos para verse luego que termine todas las consultas del día.

Apartará un tiempo señalado para ir a la casa de Karina. Se siente persuadido a creer que la mujer le dará una sorpresa, lo presiente. Tanta casualidad no puede ser una equivocación, el interés y curiosidad está ocupando un lugar sobresaliente. Christopher no cree en las casualidades, no están escritas en ningún lugar de su mundo interior. Pasan las horas y, justo antes de cerrar su consulta, se aparece un paciente nuevo. Jamás ha estado en la clínica, no sale en sus registros, y el tipo aparece cuando el doctor está casi para regresar a su casa. Le toma los datos personales de rigor para establecer un nuevo paciente a su consultorio.

—Su nombre por favor.

—Augusto Gutiérrez.

Garrido termina de registrarlo y el paciente emprende un diálogo para ilustrar sus dificultades. Cuenta el paciente que en su vida ha sido víctima de un sinfín de sucesos poco comunes, que hasta cierto punto le han alterado el temperamento. Disfruta de un buen trabajo escribiendo para un afamado órgano de prensa. Esa carrera profesional le ha permitido viajar por muchos estados de la unión americana. En uno de sus viajes comenzaron las vicisitudes y actos raros a su alrededor, todos sin explicación. Por fortuna, esos sucesos luego de hacerle sufrir finalizaron en inesperado sosiego. Lo que le ha pasado recién es asombroso, ha sido el descubridor de algo excepcional, según él. Pero, está tan frenético que no sabe qué hacer con la información. Quiere arreglar un poco su estado emocional para sentirse mejor, el nerviosismo ya es tanto que no le permite concentrarse en sus labores periodísticas. Necesita algo que le pueda sedar para enfocarse en sus compromisos laborales, está dispuesto a recibir medicación. El motivo de su descentrada armonía emotiva responde a un hecho que no sabe cómo manejar.

Hace unas semanas encontró una hoja de papel dentro de uno de los libros de una biblioteca. Estuvo investigando un asunto pendiente para desarro­llar uno de sus próximos artículos. Pasó horas en la biblioteca pública de Nueva York; imponente edificación ubicada entre las calles 40 y 42 de la 5th Avenue.

La estructura de esta edificación es solemne, majestuosos leones a cada lado de la escalinata, junto con dos tazones gigantescos dominan la fachada. En las mismas puertas de entrada tres arcos de estilo neoclásico presiden como guardianes desde el portal. Seis columnas, seis estatuas en lo alto de las cornisas, repartidas todas encima de cada columna. La colocación anormal de las columnas, aunque bien simétricas, es de dos pares al medio del edificio. Esos pares de columnas son las que custodian el arco central, y las restantes, una a cada extremo de los arcos laterales. Siempre que visita la biblioteca queda admirado de tanta belleza arquitectónica. Le hipnotizan las fachadas difíciles de categorizar como hechura humana. Sabe, además, que en esas estructuras hay mensajes ocultos, ha investigado, él quiere escribir de todo secreto posible y de sociedades raras y sectas anónimas de antaño. Ha enfrentado problemas en el pasado por esa actividad de develar secretos ocultos de sectas desconocidas. Alguien o algo se lo impide.

Una vez situado dentro de la biblioteca, hizo un pedido de varios libros, uno de estos describe la reseña de pandillas callejeras. Analizando el secretismo envuelto entre tantas fraternidades vandálicas, uno de los ejemplares llama su atención, y se fija que fue publicado en 1933. Antes de colocarlo sobre la mesa lo abre, una hoja desprendida se asoma fuera de la encuadernación. La toma en sus manos y ve que no corresponde la calidad de un papel con el otro. Enfocando sus pupilas, acerca sus ojos, lee detalles sorprendentes que le dan la información clave para enriquecer su material. Al mismo tiempo, algo le dice que no emplee la información todavía, que no puede hacerla pública. Lo encontrado contiene un alto valor histórico, según imagina él. No piensa hacerlo público por el momento; lo deja bien claro al joven doctor que le escucha con paciencia y atención.

—¿Por qué me cuentas estas cosas?, según tú, eso no debería ser público por ahora —pregunta Christopher esperando respuesta coherente.

Augusto solo piensa comentarlo a una sola persona. Decidió esa misma mañana que será a un doctor que le atienda su leve desorden emocional. Los doctores deben respetar el juramento hipocrático, razón principal por la cual confiar en este afortunado galeno. Expondrá sus contrariedades, sabe que debe hablar de las causas que le están modificando la emoción. Determinación tomada a conciencia y sin miedo, tiene que decir la verdad del motivo de su exaltación.

—Quizá me digas que puedo tolerar este escenario, o tal vez sobrepasarlo sin que me haga daño —dice el paciente.

—Depende…, primero, no conozco la dimensión del evento al que te refieres. Quizá tu entusiasmo le esté agregando gravedad o tal vez es más peligroso de lo que imaginas. Puede ser una cosa o la otra, es muy relativo —responde el doctor.

—Entonces, ¿Usted quiere saber de qué trata? —pregunta Augusto.

—Pues claro que sí, es necesario, aunque no estemos en nuestra consulta oficial, pero me gustaría saber qué usted cree que le está haciendo tanto daño —responde Christopher con sano interés profesional.

El periodista se siente un poco irresoluto, pero decidido a develar su hallazgo, comienza a hablar de la hoja encontrada. Sin duda, es el código de conducta de una secta secreta, no la de una simple pandilla. En su deducción lógica, sospecha que se relaciona con alguna organización formada alrededor del siglo XIX. Christopher razona que no hay motivación para desequilibrarse. Tal vez debe festejar y sacarlo a la luz, ha encontrado algo clave para su trabajo.

Aún el doctor Garrido sigue muy lejos de la realidad que hay tras el hallazgo, la que tal vez vio Augusto desde el mismo principio que leyó la hoja.

—No entiendo por qué te sientes trastornado —insiste Christopher.

Augusto se ve acorralado por la constante petición del psicólogo. Debe decir la verdad para que el médico se dé cuenta de la envergadura del asunto. Sin el menor preámbulo y, con un poco de aprensión expone la compleja veracidad del hecho. Primero; habla sobre sus orígenes personales.

Augusto Gutiérrez proviene de una familia con ascendencia española, que se asentó al oriente de su país natal entre las provincias de Holguín y Guantánamo. Esta familia de origen ibérico tuvo su primera generación procedente de Asia Central. Desde el mismo principio cuando los primeros familiares llegaron de España a Cuba cerca del siglo XIX, la parentela sufrió una mezcolanza étnica heterogénea. Uno de los Gutiérrez llegados de España se unió a una cobriza mujer procedente de las tierras altas de Guantánamo. La misma nativa, descendiente de aborígenes y africanos, suministró prole al poco tiempo de la unión. Los retoños de estas y otras uniones de algunos de la misma familia crearon una raza muy distinta a lo común de la región. Personas de pelos lacios de color grana, muy tenue, al sol, sus cabelleras se tornaban entre rucio y pardo muy claro. También otros de pelo crespo muy ensortijados, ojos turquesa oscuros, y en otros casos ámbar muy intenso. Por supuesto, eran hermosos y llamativos, pero tenían una característica mucho más especial. Según se conoció de una generación a otra, fueron tipos muy raros, ostentaban habilidades místicas extrañas para la época.

Con el tiempo se les llamó Cagüeiros, hombres impenetrables, escurri­dizos, arcanos, enigmáticos, que discurrían en lo secreto. Al hacerse varios, abarcaron mayor área, sus propios descendientes fundaron una cofradía que algunos quisieron penetrar por curiosidad. Al final de unos años, se reveló que habían sido influenciados por una asociación secreta oriunda del estado norteamericano de Vermont. Algunos de los Cagüeiros fueron reclutados por estadunidenses para hacer crecer las ideas de los sectarios originales de Vermont, pero en la región antillana. Augusto cree que ha encontrado por primera vez referencias a esa sociedad secreta que inició a sus ancestros Cagüeiros de Cuba. Tiene ciertas reseñas ya históricas, relatadas por algunos familiares lejanos que armonizan con extrema analogía. Algunos de los artículos del código de conducta que encontró en la biblioteca concuerda a la perfección. Estos códigos dan directo en el blanco de los criterios de sus vetustos antepasados Cagüeiros. No existe plena seguridad, pero es lo más cercano que ha encontrado en toda su vida. Ya con esos detalles basta, no hay

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