Deuda de honor
Por Shawna Delacorte
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Trabajar para Jared Stevens no era lo que la profesora Kim Donaldson había planeado para sus vacaciones, pero era la única manera que tenía de pagar la deuda contraída por su padre. El problema era que Jared era en un hombre impresionante con una voz que hipnotizaba...
Jared no se parecía nada a su padre, él era trabajador y responsable... y se sentía muy atraído por su nueva empleada. Pronto las acaloradas discusiones en la oficina dejaron paso a apasionados momentos en el dormitorio...
Shawna Delacorte
Shawna Delacorte is from Los Angeles, California. It may sound a little weird, but she started her writing career as a photographer. While trying to market her photographs, she found that she had a better chance of having them published in magazines if they were accompanied by articles. So...she started writing. Non-fiction articles at first such as travel destination pieces, then she tried her hand at fiction. The result was twenty-one published novels with Harlequin Intrigue and Silhouette Desire. Over the last few months, Harlequin has reissued 13 of her backlist titles in ebook. Shawna loves to travel and has renewed her interest in photography. In some ways making the change from film to digital is like starting all over again. And that's just camera operation. Add to that all the computer graphics and effects that need to be mastered.
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Deuda de honor - Shawna Delacorte
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 SKDennison, Inc.
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Deuda de honor, n.º 1238 - noviembre 2015
Título original: At the Tycoon’s Command
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-7361-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo Uno
–¿Que ha hecho qué?
Atónito, Jared Stevens bajó los pies del escritorio y se levantó de un salto.
–Rompió la carta y me la tiró a la cara. Y luego me dijo literalmente: «antes de que yo le pague un centavo a la familia Stevens se congelará el infierno». Y también dijo que cualquier deuda que su padre tuviera con la compañía Stevens murió con él –explicó Gran Collins con expresión contrita.
–¿Y quién se cree que es? –exclamó Jared, furioso, pasándose una mano por el pelo–. Quiero que... no, déjalo, yo me encargaré de ella personalmente.
En cuanto su abogado se marchó, Jared se sirvió una taza de café. Después, tomó un archivo del armario, estudió el contenido un momento y cerró los ojos. No tenía ni tiempo ni paciencia para estudiar una transacción comercial entre su padre y Paul Donaldson.
La disputa Stevens-Donaldson duraba ya tres generaciones. Estaba cansado de ella y le daba igual quién la empezó o por qué. No tenía interés en prolongar el asunto con la hija de Donaldson. Solo quería que se hiciese cargo del último pagaré de veinte mil dólares para cerrar el tema. Era un asunto de negocios, nada personal.
Jared tomó un sorbo de café. No conocía personalmente a Kimbra Donaldson, pero aparentemente iba a tener que batallar con ella quisiera o no.
Eran las cuatro y media de la tarde. La casa de los Donaldson estaba solo a un kilómetro de la finca familiar donde Jared solía pasar parte del verano desde que tomó las riendas de la empresa, aunque mantenía un dúplex en San Francisco, donde vivía el resto del año.
La finca hacía las veces de oficina durante unos meses cuando se retiraba a Otter Crest, en el norte de California, intentando escapar de la congestionada urbe.
Jared dejó escapar un suspiro. El tema del pagaré tenía que quedar resuelto lo antes posible para dejarlo atrás y poder dedicarse a sus asuntos. Y eso incluía la cita que tenía aquella noche con la tremenda pelirroja que conoció unos días antes en una fiesta. Tardaría casi una hora en llegar a San Francisco, pero merecía la pena.
Aunque antes tenía que quitarse de en medio el asunto Donaldson. Jared guardó el archivo en un maletín, tomó las llaves del coche y salió del despacho.
Kimbra Donaldson había sido compañera de clase de su hermanastro Terry. La madre de Terry fue la segunda de las seis esposas que tuvo su padre, Ron Stevens. Además de numerosas amantes. Y, para Jared, era una suerte que su padre no hubiera tenido más hijos.
Cuando él se marchó de Otter Crest a los dieciocho años para ir a la universidad, Terry y Kimbra tenían diez y estaban en primaria. Eso fue veinte años atrás.
La opinión que Terry tenía de Kimbra Donaldson no era muy halagadora, pero Jared no le daba demasiado crédito. No se llevaba bien con Terry, que era un problema para él desde que, tras la muerte de su padre, heredó la tarea de controlar a su irresponsable hermanastro.
Además de esa tarea, también había heredado la compañía Stevens. Fue como un jarro de agua fría para su vida social y, al mismo tiempo, un reto estimulante para alguien que iba por la vida sin un propósito claro.
Jared estaba atravesando una calle flanqueada por árboles, buscando el número de la casa donde Paul Donaldson había vivido durante casi cuarenta años. Cuando lo encontró y detuvo el coche experimentó una sensación rara en la boca del estómago.
Nunca había tratado con una mujer de tanto carácter como para romper una carta en la cara de su abogado. Todas las mujeres que conocía eran más bien objetos decorativos, divertidas y siempre dispuestas a pasar un buen rato. Y conocía muchas; mujeres dispuestas a abrazar su filosofía de vivir sin ataduras ni compromisos.
Entonces vio que se movía una cortina. Alguien estaba observándolo desde la casa. Jared respiró profundamente. No podía evitar la confrontación. Tenía que resolver aquel asunto para poder ir a San Francisco a reunirse con la pelirroja.
Kim Donaldson estaba mirándolo desde el interior de la casa. No reconocía aquel Porsche plateado. Y cuando vio al ocupante del coche, se le hizo un nudo en la garganta.
Jared Stevens en persona.
Se había dejado llevar por la furia unas horas antes, diciéndole cosas a su abogado que quizá no debería haber dicho.
«De verdad, Kim, ¿cuándo vas a aprender a mantener la boca cerrada?»
No había predicho que su bronca con el abogado tendría consecuencias tan rápidas.
Kim respiró profundamente. No conocía a Jared Stevens en persona, pero lo había visto algunas veces cuando estaba en Otter Crest. Y recordaba una ocasión en particular. Ella iba al instituto entonces. Estaba observando un partido de fútbol en el parque y se fijó en uno de los jugadores, que iba en camiseta y pantalón corto. La atracción física fue como un relámpago.
Se había quedado colgada de aquel chico tan guapo sin saber quién era. Su imagen quedó grabada en la memoria de Kim desde entonces... las largas y bronceadas piernas, los hombros anchos, los bíceps. Más tarde se enteró de que el hombre de sus sueños era Jared Stevens, el hermano de Terry, al que todos describían como un play boy.
Inmediatamente decidió olvidarse de él. Sus familias llevaban generaciones peleándose y no había razón para creer que Jared fuese diferente de su hermano, que era un completo imbécil, pero la imagen se quedó con ella durante años.
Kim lo observó salir del coche con el maletín en la mano. Los vaqueros y las zapatillas de deporte eran engañosos; a pesar del informal atuendo, Jared Stevens era el presidente de una empresa multimillonaria.
¿Debía fingir que no estaba en casa?, se preguntó. No, eso no serviría de nada. Tenía que enfrentarse con él para repetir lo que le había dicho al abogado. No tenía intención de pagar un solo centavo de aquella deuda. Además, no podría conseguir veinte mil dólares por mucho que quisiera.
El sonido del timbre la sobresaltó. Y tuvo que hacer un esfuerzo para abrir la puerta aparentando tranquilidad.
–¿Kimbra Donaldson?
Su voz la hizo sentir un escalofrío. Era tan masculina, tan sexy como él. Los años que habían pasado desde que lo vio jugando al fútbol en el parque solo sirvieron para incrementar su atractivo. Y sus ojos... no sabía que fueran de un verde tan intenso. Eran el tipo de ojos que parecían llegar al interior de una persona para descubrir sus más escondidos secretos. Resultaba fácil entender por qué tantas mujeres hacían cola para estar con él.
Kim intentó apartar aquellos pensamientos... y la extraña sensación que experimentaba al mirarlo a los ojos.
–Sí, soy Kim Donaldson.
«Cálmate, respira profundamente», se dijo.
Pero esas instrucciones no valieron de nada cuando él la miró de arriba abajo. En los ojos verdes había una mirada de descarada admiración que la hizo sentirse desnuda, vulnerable... y que, al mismo tiempo, prometía placeres increíbles.
Si hubiera sabido que iría a visitarla se habría quitado la camiseta y los pantalones de tenis. Y se habría puesto zapatos. Si llevase un pantalón largo quizá no tendría la impresión de que Jared Stevens estaba estudiando cada curva de su cuerpo.
–¿Prefiere que la llamen Kim?
–Sí.
–Yo soy Jared Stevens.
–Lo sé.
Él la miró, sorprendido.
–Esta mañana ha sido bastante grosera con mi abogado. De hecho, Grant me ha dicho que es la primera vez que alguien rompe una carta y se la tira a la cara. Me temo que es por eso por lo que he decidido venir a visitarla en persona –sonrió Jared, mostrando unos dientes perfectos y blanquísimos, en contraste con su bronceada piel–. Creo que tenemos que discutir este asunto.
Kim tuvo que hacer uso