TOM HARDY en partes
1 LA PARTE EN LA QUE NO ESTÁ
EL REMOLQUE DE TOM HARDY se ubica en el estacionamiento de un estudio de cine a las afueras de Cardiff. Es uno de los vehículos más lujosos del estudio, tiene cocina y un área de descanso, además de otras habitaciones en la parte trasera que no alcanzo a ver y en las que debe haber baño y cama o, no sé, tal vez un diván. En una parte de la sala hay un banco tapizado muy limpio, en el que estoy sentada, y un sillón de cuero blanco en la esquina opuesta que, hay que decirlo, tiene un ligero parecido a un trono. Hay ventanas tipo buzón en lo alto de cada pared, una pantalla plana empotrada y un extraño panel de espejos en el techo. Hay una bolsa de dulces en la mesa junto a la silla y algunos paquetes de chicles. No hay más objetos sobresalientes, aparte de una cama para perro y dos platos en el suelo que tienen un acabado brillante y cobrizo muy atractivo.
Es el tipo de remolque –y el de platos para perros– que se esperaría fueran diseñados para uno de los actores más queridos del Reino Unido, recientemente designado, en una encuesta de principios de este año, la “estrella masculina del cine británico del siglo XXI”. Sin embargo, hay algo que brilla por su ausencia en el remolque de Tom Hardy: Tom Hardy.
El sillón está ocupado por su asistente, Natalie, una elegante rubia que lleva su teléfono celular en un cordón alrededor del cuello y lo consulta de manera esporádica. Fue ella quien me recibió en la estación junto con Luke, el chofer y guardia de seguridad de Hardy, un hombre joven y platicador con entrenamiento tanto en boxeo como en Krav Maga. No es difícil imaginar que Natalie también puede defenderse muy bien; antes de ser asistente de Hardy, más o menos en la época en la que él interpretó a Ronnie y Reggie Kray en la película Legend (2015), había trabajado durante más de una década con Liam Gallagher. Pero aunque esto lo deduzco a partir de una charla amena en el remolque mientras esperamos a Tom Hardy, ella no resulta el objeto de la entrevista, así que, como diría Ronnie Kray, la dejaré al margen y ya.
Llevaba un par de semanas esperando la llamada de Hardy para saber dónde sería la entrevista –¡quizá Londres! ¡A lo mejor Gales! Tal vez, Dios no lo quiera, ¡por Zoom!–, así que esperar una hora más aquí o allá no era gran cosa. Después de entrevistarlo varias veces, sabía que la precisión no era su punto fuerte.
También había aprendido a no intentar adivinar la ubicación: la primera vez, cuando estaba rodando para Alejandro González-Iñárritu y promocionando , de George Miller, pintamos cerámica en un centro comercial de Calgary. En otra ocasión, cuando se preparaba para presentar su primera película de superhéroes, , paseamos por la sucursal: una película de acción para Netflix sobre un “detective herido” y atrapado en el mundo criminal mientras busca al hijo rebelde de un político. Sabía que me iban a llevar al estudio para hacerme una prueba de Covid-19, pero hasta que regresamos al estacionamiento, mientras subía los pequeños escalones hacia la puerta de un remolque con un cartel que decía “Walker”, el nombre de su personaje, me di cuenta de que ese sería nuestro destino final. ¡Tan evidente! Y, por lo tanto, ¡tan inesperado! Todo tenía sentido, dentro de una lógica peculiar. Y seguía siendo, después de todo, un glorioso contenedor en forma de transporte aparcado en un estacionamiento. «“Glamour”, dijeron», me cuenta Natalie impasible, más de una vez. También más de una vez me asegura que Tom está en camino.
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