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Promesas Que Pasan Factura
Promesas Que Pasan Factura
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Libro electrónico511 páginas7 horas

Promesas Que Pasan Factura

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Una historia contada en tiempos de cuando un hombre sellaba un acuerdo con un simple: Tiene usted mi palabra de caballero
Situacin que se establece por la promesa dada a un moribundo, e intentando mantenerla a travs de los aos va imponiendo sus propios trminos. Envuelto en una feroz guerra de exigencias, envidias y desprecios va edificando y destruyendo, pero sobre todo lidiando consigo mismo. Perdiendo as su propia vida para vivir la comprometida.
Luchando desde la pobreza a la riqueza, tenindolo todo y perderlo, para nuevamente comenzar.
Situaciones sociales y polticas que van cercando al personaje central en una inventada isla del Caribe desarrollado aproximadamente entre finales de 1898 a 1960.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento11 nov 2011
ISBN9781617648823
Promesas Que Pasan Factura
Autor

Manuel Darío Quintana

Aficionado a la fotografía, recorre lugares de donde obtiene las imágenes que luego transforma en literatura buscando en sus retratos las ideas que va comulgando en el virtual papel de su siempre dispuesta lap-top. Poseedor de varias obras y artículos escritos en su página web, donde camina por los senderos de la crítica, la meditación o la política, algo que ha heredado de su abuela materna, así como de su tío-abuelo Francisco, quienes escribieron para revistas y periódicos tanto en México, Cuba o Nueva York. Tenedor de una colección de fotos de puertas y candiles antiguos que ha atrapado en cuanta ciudad visita. Diseñador de grandes y pequeños espacios de jardines, tanto exterior como interior, amante de sus gatos persas y maine-coon. Viajero inconformista, deseando siempre buscar en un paraje nuevo las costumbres, los personajes de sus obras a la par que disfruta de su andar.

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    Promesas Que Pasan Factura - Manuel Darío Quintana

    Promesas que

    pasan factura

    Manuel Darío Quintana

    Copyright © 2011 por Manuel Darío Quintana.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:  2011919558

    ISBN:       Tapa Dura                     978-1-6176-4883-0

                    Tapa Blanda                978-1-6176-4881-6

                    Libro Electrónico        978-1-6176-4882-3

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Es un trabajo de ficción. Todos los eventos descritos en el libro son imaginarios, por lo que no representa evento alguno de alguna persona real o grupo de ellas. Las escenas y caracteres tampoco representan a lugares específicos o personas vivientes.

    Este libro o partes de él, no puede reproducirse en cualquier forma sin el permiso del autor.

    Este Libro fue impreso en los Estados Unidos de América.

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    por favor contacte con:

    Palibrio

    1663 Liberty Drive, Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Llamadas desde los EE.UU. 877.407.5847

    Llamadas internacionales +1.812.671.9757

    Fax: +1.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    206935

    Contents

    Dedicado

    Agradecimiento

    Algo que decir

    I

    II

    III

    IV

    V

    VI

    VII

    VIII

    IX

    X

    XI

    XII

    XIII

    XIV

    XV

    XVI

    XVII

    XVIII

    XIX

    XX

    La escritura es una larga introspección, es un viaje hacia las cavernas más oscuras de la conciencia, una lenta meditación. Escribo a tientas en el silencio y por el camino descubro partículas de verdad, pequeños cristales que caben en la palma de una mano y justifican mi paso por este mundo.

    Isabel Allende

    Dedicado

    A mis padres y a mi tía Mercy

    Agradecimiento

    A Maricarmen por todo aquello que siempre ha hecho por mí… por su trabajo para este sueño.

    Algo que decir

    Muchos hoy día desconocen el poder de un compromiso, el valor que tiene una palabra empeñada cuando el honor está presente. Para aquellos que su palabra sigue teniendo un gran significado lucharán siempre porque ella prevalezca, tanto como puede prevalecer en un trozo de papel donde nuestra firma está plasmada.

    Muy lejos han quedado los tiempos donde el mejor de los contratos se firmaba con un simple apretón de manos, con un poderoso: "Usted tiene mi palabra de caballero", puede también que los caballeros hayan dejado de existir, que el hombre se convirtiera en un simple ejecutor tecnócrata de las vías que dan los apéndices, enmiendas y cláusulas que con el de cursar del tiempo se fueron agregando a las leyes—precisamente—para evadir de alguna manera la palabra empeñada. El compromiso asumido, ya sea por negocios o por amor. Palabras que dejaron de tener la esencia de su valor para convertirse en único compromiso por ley, bajo cláusulas aprisionantes y sin salida alguna. Quizás por ello, ya la voz de un hombre ha dejado de poseer aquel abolengo; la fascinación y distinción que la entereza de una persona le comprometía ante otra.

    La vida trajo los conceptos de igualdad, los derechos que comenzaron a poseer un roll extremadamente necesario, porque las violaciones cada día eran peores, perdiéndose con la desmoralización el valor y la seguridad que daban aquellas palabras, y entre todo esto de legalización y de ley, un compromiso ya no existe sin que no se tenga una documentación formalizada, firmada y acuñada con sus correspondientes sellos del timbre. Así también han cambiado los preceptos matrimoniales, apenas alguien toma en serio las palabras del clérigo o el notario de: ¿Acepta por esposa o esposo a fulano de tal, en las buenas o en las malas, en la salud o en la enfermedad, en la pobreza o en la riqueza . . . hasta que la muerte los separe?

    Verdaderamente ya nada de eso tiene sentido y el compromiso moral, la promesa empeñada, dejó de tener aquel mágico sentido para convertirse hoy día en un vulgar convenio corporativo… Hasta que el divorcio los separe.

    Hubo muchos que dieron su palabra, cumpliéndola a través del tiempo, tal vez ante un moribundo sin pensar que se ataban a compromisos demasiado pesados de sobrellevar por el resto de sus días, porque su verbo si era de valor y su promesa se convirtió en su principal "¿Por qué?" de vivir, en su credo, en su más ferviente fe, olvidándose de sí mismo para hacer lo que otro no pudo concluir, arrastrando consigo a aquellos que no estuvieron presente ni empeñaron su palabra. Siendo injusto—de alguna manera—este proceder, porque su vida cambiaría de rumbo. Hubo también quien dijo: , solamente para que el moribundo se marchara feliz.

    A veces un compromiso puede convertirse en la más feroz pesadilla de un ser, perdiéndose de vivir su propia vida, para vivir la de otro…

    Promesas que

    pasan Factura

    I

    Una mañana de domingo

    -hoy día-

    Había algo de calor esta tarde de domingo y tanto Daniel como Ricardo la pasaban tomando sus frías cervezas, charlando mientras sus esposas rezaban en misa tras las palabras del sacerdote, para luego de concluir su cita con Dios pasar por la panadería El Iris, que justamente tras la parroquia quedaba, comprar el delicioso pan acabadito de hornear, marchando hasta la pequeña placita que a unos bloques quedaba de la iglesia. Allí comprar verduras frescas para la ensalada de aquellos domingos, dirigirse hasta el parque central y esperar a alguno de sus esposos o ir caminando hasta la casa—cosa usual-, para luego almorzar juntos.

    Ya sus hijos estaban viviendo fuera con sus respectivas familias. Eran hombres hechos y derechos que habían decidido armar sus vidas en otras partes, buscando nuevos horizontes, continuando el sendero que muchos años atrás su abuelo Don Bertho Morales había comenzado. Solamente el hijo más chico de Ricardo—Thomas—permanecía trabajando junto a ellos. De quien se esperaba que continuara con el negocio iniciado por el abuelo mucho tiempo atrás.

    Sentados en los sillones de mimbres del amplio balcón continuaban ambos hermanos con sus casi setenta años cada uno, dejando pasar el tiempo de misa de sus esposas, mientras ellos, recordando y hablando, se refrescaban con una que otra cerveza. Aquellas jaras de cristal que bamboleaban su contenido según se balanceaban en los sillones. La conversación fue derivando de los negocios a la vida, a los años ya transcurridos desde que salieron con sus padres del país. Arrastrados todos casi literalmente por la situación imperante, para sobrevivir y luego reanudar nuevamente el negocio de la familia que se vio destruido a partir de aquel cambio drástico en la vida política de la próspera nación y que los llevó a la ruina total.

    La brisa suave del mediodía recorría el espacio desde la entrada a la casa hasta el propio balcón, donde bajo aquel amplísimo techo de madera y tejas se protegían del sol primaveral y continuar el viento su camino abierto a la vida, acarreando tras de sí hojas y diminutas partículas que a su paso encontraba.

    Siempre pasaban así, estos "Domingo de familia" como le llamaba Daniel, después que comenzaron a ser la rutina de cada domingo. Estaban solos desde que sus hijos partieron; unos, cuando comenzaron sus estudios universitarios, otros, luego de haberse casado y decidir emprender sus propios vuelos. Desde aquel entonces, tanto Ricardo como Daniel, buscaban siempre la ocasión para visitarse.

    _Recordé esta semana… Y no sé por qué razón—expresó Ricardo-, cuando nos tuvimos que marchar de nuestro país… La cosa se puso fea cuando Fran Cortés Romero tomó el poder, nada dejó en pie. Destruyó al país.

    _Cierto—respondió Daniel-, fue muy desastroso para todos. Nuestro padre se vio en la ruina de la noche a la mañana… Nos vimos todos.

    _Fueron muchos los que así se vieron, pero otros atisbaron el caos antes y volaron lo más rápido que pudieron.

    _Esos pudieron llevarse cuanto poseían.

    _No sé por qué Don Bertho no fue uno de los primeros en marcharse. Él… que siempre fue tan avispado.

    _Nuestro padre jamás pensó que algo así le llegara a suceder… Jamás se había metido en política, creo que ni tan siquiera leyó referente a ese tema.

    _Pero de nada le valió no haber estado nunca involucrado.

    _Ese golpe destruyó al país… Mucho tiempo costó luego para que se recuperara.

    _Tanto que no volvimos nunca—dijo Ricardo, mientras tomaba un sorbo de la fría cerveza-.

    Sentados en el amplio balcón, miraban la gente pasar, protegidos por los inmensos laureles que de sombra llenaban las aceras, correteando los niños con sus juegos de trompos y bolas.

    Fue a buscar otra cerveza Daniel, preguntándole a su hermano si deseaba alguna, asintiendo éste con la cabeza, dejando ver su deseo por otra más. Sus sobrepesos les habían hecho olvidar que mucho tiempo atrás fueron esbeltos y buenos mozos, cada uno con su físico, cada cual con sus características, pero el tiempo los había ya vencido y por más que lucharan contra la ligera gordura, ella ya les desbordaba las correas del pantalón.

    Retornó Daniel con dos nuevas jarras frías y llenas del amargo y ambarino líquido, que degustaban a esa hora del mediodía. Nuevamente sentado en el balance de mimbre, Daniel dejaba correr la vista por todo su alrededor.

    _Me acordé de Arnaldo en estos días y me pregunté—decía Daniel—qué hubiera sido de su vida si aquellos hechos no llegaran a suscitarse.

    _Hubiera sido un infeliz, pero más que él lo hubiera sido Verónica. Jamás Arnaldo iba a satisfacerla.

    _Muchas son las mujeres que viven toda su vida sin percatarse de la real orientación de su marido. Éstos han llevado por siempre una doble vida.

    _Debe ser angustioso—haciendo un poco de silencio como meditando, continuó Ricardo—pensar constantemente que te desenmascaran en algún instante… Pero, te imaginas lo que nuestro padre hubiese sufrido sin las gestiones de Aníbal.

    _¡Bah! . . . Algo pasaría que lo resolviera todo.

    _Nuestro padre se vio en un gran lío por aquellos días.

    _Él, como siempre, hubiera salido del atolladero.

    _No lo creo así, fueron las influencias de Aníbal que lograron resolver sin más dilema.

    _Ese siempre se las daba del más cheche¹ . . . ¿Quién se creía que era?

    _Odias a Aníbal y realmente desconozco por qué…

    _No lo odio, simplemente lo desprecio… ¡Quién se creía que era!

    _Nadie… Jamás ha pensado que merecía algo mejor que todos nosotros, fue siempre muy conservador… Nunca se presentó en la casa para exigir su lugar.

    _¿Cuál lugar? . . . No tenía ningún lugar entre nosotros.

    _Puede que tú, ni yo lo viéramos, pero lo tenía. Es nuestro hermano, quieras o no, Daniel.

    _No lo considero así y en lo que a mí cuenta… No me importa lo que tú creas.

    _Su madre no salió a buscar a nuestro padre, fue él quien la sedujo, y eso lo sabemos todos.

    _¡Tú como siempre! Buscando la bondad entre la gente de la calle y a los tuyos… ¡Qué los parta el rayo!

    Ricardo detuvo su balance, llevándose un sorbo de cerveza a la boca, para luego responderle a su hermano:

    _Jamás he dejado a los míos tirados en un rincón. Tampoco he sido nada bueno con Aníbal… Pienso que de alguna manera fui con él como lo has sido tú mismo.

    _Lo que más me ha fastidiado siempre de él, ha sido su arrogancia, aquella altivez con que se vanagloriaba cuando resolvía algo de nuestra familia… ¿Qué buscaba? ¿Ser aceptado por todos nosotros?

    _Aníbal jamás hizo algo para que lo aceptáramos. Se siente feliz con él mismo… Se hizo ingeniero, logró una muy buena posición económica y hasta cierto grado política, por sus influencias a través de todos aquellos clientes a quienes atendió… Por él, nuestro padre salió libre de los hechos de Arnaldo.

    _¿Qué resolvió? Lo mismo que nuestro padre pudo haber realizado, si él no se hubiera metido con su siempre deseos de quedar como héroe.

    _Nuestro padre jamás conoció a nadie capaz de resolverle algo así.

    _Nuestro padre siempre tuvo buenos amigos y algunos contactos.

    _Ninguno de esos amigos hubiera hecho lo que Aníbal.

    _¿Eso lo alzó ante nuestro padre?

    _No lo sé… Aunque pienso que no le hacía falta ¿También lo crees así por la ayuda que nos brindó económicamente al llegar a este país?

    _Ese dinero era de nuestro padre.

    _No lo era y tú lo sabes bien… El dinero que logró sacar nuestro padre no daba para lo que él mismo intentó armar nuevamente, ni tan siquiera para sobrevivir seis meses… fue Aníbal quien lo ayudó con su crédito, abriéndonos una línea con aquel banco… Pontio Bank, creo que fue.

    _Nada, de igual forma lo hubiéramos obtenido, éramos una familia de respeto, de prestigio.

    _Eso era en nuestro país, aquí no éramos nada. Llegamos con una mano delante y la otra atrás… o… ¿Ya lo olvidaste?

    _Yo no he olvidado nada… Pero no para darle el mérito al advenedizo.

    _¿Sabes qué? . . . Pienso que siempre lo has envidiado, que de alguna manera te ves inferior ante él.

    _No seas imbécil Ricardo… Sentirme inferior a él ¡Qué tontería! ¿Por qué?

    _Porque tenemos que reconocer que aunque nuestro padre jamás lo hizo presente entre nosotros, para el propio Don Bertho, Aníbal era uno de sus hijos más importantes y eso querido Daniel, tú nunca lo aceptaste.

    _¡Para mí, ése nunca significó nada!

    _Pero fue alguien importante para nuestro padre… Viviste tan decepcionado por esa actitud para con todos nosotros, mientras le veíamos desvivirse por su familia… su madre y hermanos, hasta yo mismo por instantes llegué a pensar que no le importábamos a Don Bertho, que ellos eran los únicos para él… creo que no superaste eso hermano.

    De repente, sin que el propio Ricardo lo esperara, Daniel estalló en ira. Un rencor que arrastraba de años, que le iba consumiendo su alma afloró, pues al final y muy internamente, tenía que reconocer que las palabras de su hermano acerca de Aníbal eran ciertas. Su propio padre, Don Bertho Morales, calladamente siguió muy de cerca todos los pasos de su hijo bastardo. Hasta la propia Doña Marcela se preocupaba de él, pero sin nombrarlo jamás, jugando al juego de no conocer nada acerca de la existencia de los deslices de su esposo y el nacimiento de aquel hijo concebido fuera del matrimonio. Tenía que reconocer que fueron la segunda familia para su padre, mientras que su madre y hermanos tuvieron los privilegios que él no les otorgó.

    Colocaba Daniel su jarra de cerveza sobre la mesita de mimbre del juego del porche, cuando mirando fijamente a su hermano le expresa, ya algo descompuesto:

    _Tú también, como el propio Arnaldo, siempre lo aceptaron como otro hermano más.

    _Y acepto que no lo vi como tú, hasta me siento feliz por tener un hermano como él… Nos veíamos, nos saludábamos, pero yo no tenía esa compenetración que poseía Arnaldo con todos ellos.

    _Sí, ese siempre iba a lloriquear su mariconería a la casa de esa gente.

    _No tienes por qué hablar de esa forma de personas que nunca te han hecho absolutamente nada y que por demás, hasta muertos están algunos de ellos.

    _Siempre ha estado tras nuestros pasos. Viviendo cerca, para estarnos lanzando a la cara constantemente que él logró triunfar… que emigró antes que nosotros y acá nos ayudó.

    _Eso es digno de valorizar… Otro jamás se hubiera preocupado por ayudar a quienes siempre lo han despreciado.

    _Yo no lo he despreciado nunca, porque jamás lo he aceptado como nada. No existe realmente.

    _Pienso que todo lo que en ti existe para con Aníbal ha sido siempre algo de envidia.

    _¿Envidia dices? . . . ¡Qué estupidez!

    _Realidad, diría yo… Verdaderamente, has vivido envidiando a tu propio hermano, deseando haber logrado lo que él logró, sin la ayuda de su padre.

    _La culpa la tuvo su madre, que se entregó a nuestro padre… ¿Para qué lo hizo?

    _No tienes remedio… Tu alma está tan podrida por el rencor y la envidia que no te ha permitido nunca vivir en paz, aceptando que Aníbal ha sido siempre nuestro hermano, quiéralo o no.

    Sorpresivamente Daniel le pide a su hermano:

    _Desearía te marcharas hoy, realmente esta conversación me ha disgustado grandemente y no deseo pasar el día con alguien que solamente está jodiéndome la existencia.

    _Pienso lo mismo, hoy no es día para compartirlo con alguien tan necio como tú.

    Colocaba su jarra de cerveza sobre la mesa de mimbre del amplio balcón, mientras se incorporaba, desplazando sus pasos hacia el auto estacionado en el driveway² frente a los escalones de la entrada de la casa. No cruzó palabra alguna hasta casi llegar al auto, cuando Daniel le grita:

    _No tienes que traerme a mi mujer, yo iré por ella.

    _Demasiado estupidez posees hoy querido hermano, la traeré de todas formas… Yo no guardo rencores.

    Detenido estaba el auto de Ricardo a un costado de la iglesia parroquial, observando a las personas entrar y salir de la concurrida cafetería El Central, cuando vio descender por las escaleras de la iglesia a su esposa y a su cuñada. Ambas poseían un vestido de lino claro, llevando en sus manos el rosario y su librito de catecismo.

    Quedaron asombradas de verlo allí, en esperas por ellas, cuando eso no ocurría casi nunca. Eran ellas luego de salir de misa que daban el recorrido por cada una de las partes hasta seleccionar y comprar lo deseado, marchando de regreso bajo las sombras de los laureles y palos de almácigos, rumbo a la placita, ubicada unos cuantos bloques más abajo.

    Esta vez partieron hasta el auto, iban con caras de alegría y asombro, pero al ver la misma que tenía Ricardo, inmediatamente conocieron que algo entre los dos hermanos había sucedido.

    _¿Ha pasado algo en la casa?—preguntó Etna-.

    _Nada, no ha sucedido nada…

    _¿Entonces, qué haces tú aquí, esperando por nosotras y con esa cara de haberse destrozado el mundo?—le cuestionaba ahora su esposa-.

    _Si nada ha sucedido—hablaba su cuñada-, espera aquí por nosotras mientras vamos por el pan.

    _¡No hay pan que valga! . . . ¡Siéntense en el carro que nos largamos! Hoy no hay almuerzo, ni nada por el estilo.

    Se miraron ambas mujeres, comprobando con aquellas palabras, que realmente algo había sucedido entre los dos hermanos mientras ellas estaban de misa. Pero sin realizar otra pregunta, ambas se dispusieron a sentarse en el auto y marchar rumbo a la casa. Fue corto esta vez el trayecto, no hubo ida a la placita, ni palabras en todo el trayecto, sólo el polvo de la calle se dejaba ver tras el vidrio del auto.

    Hizo su entrada a la casa Ricardo, arrimando el carro más cerca de lo acostumbrado para que Etna pudiera bajarse del mismo y no caminar tanto hasta llegar al portal. También Ricardo se bajó del auto después de Etna, encaminándose al interior de la casa. Nuevamente se miraban ambas mujeres, no comprendían lo que estaba sucediendo antes sus atónitos ojos. Dentro de la casa escucharon palabras alteradas de ambos hermanos, pero cuando decidieron ir hacia la misma, vieron salir a Ricardo a la vez que le profería a su hermano:

    _Eres el más imbécil de todos los hombres, ni tan siquiera puedes reconocer que por ti han hecho un millón de cosas.

    Las palabras se quedaron extasiadas en el espacio, detenidas entre la sala y el amplio portal de tejas españolas buscando un acomodo para su constancia. Mientras Ricardo se dirigía rápidamente hacia el coche a la vez que le hablaba a su esposa:

    _¡Acaba de montar, que nos largamos de aquí! . . . ¡Adiós Etna, otro día será!

    _Adiós Ricardo—hablaba entrecortada-.

    Expresó las palabras encaminando luego sus pasos hacia la casa en busca de su marido, para obtener una explicación por lo acontecido ante ellas. Mientras en el coche, Lucía interrogaba a su marido con una expresión de total asombro en su mirar. No concebía semejante actitud entre ellos, cuando siempre han sabido llevarse muy bien.

    _¡No entiendo qué está ocurriendo entre ustedes dos!

    _¡Ni falta hace que lo llegues a entender!

    _Esa no es una respuesta… Sí me importa lo que ocurre en mi familia. Llevamos muchos años viniendo cada domingo, compartiendo con ellos.

    _¿Y qué? . . . ¿Por ello no ha de venir alguna discusión?

    _Puede haberla ¿pero cuál es el motivo? . . . Es lo qué deseo conocer.

    _¡Idioteces de Daniel!

    _¿De Daniel solamente?

    _Sí, de él.

    _¿Y puedes contarme su idiotez?

    _Jamás ha olvidado que mi padre tuvo un hijo fuera del matrimonio con mamá, lo ha envidiado siempre.

    _¿Toda esta gran escena es por Aníbal?

    _Sí, lo es, Daniel lo ha envidiado siempre, no reconoce que papá de alguna manera lo amó, aunque fuera un hijo bastardo.

    _Todos hemos sabido siempre de Aníbal, hasta tu madre lo amó a su manera, cuando murió Arnaldo casi que lo sustituyó.

    _¡Es eso precisamente, lo que éste zángano no quiere ver!

    _Pero nadie puede obligarle a hacerlo—haciendo una pausa, luego de mirar el paisaje— . . . Ni tú puedes.

    _Yo no lo obligo. Lo que no puedo aceptar, es que no vea lo que realmente existió siempre a su alrededor.

    _¿Por qué hoy, ahora… luego de tanto tiempo?

    _No lo sé… Vino la conversación así de repente, por él mismo que la trajo a colisión.

    _Perdóname, pero tu hermano siempre ha tenido esa virtud… Si pudiéramos llamarla así. Ha envidiado muchas cosas.

    _Lo sé Lucía, sé que Daniel ha envidiado, ha deseado ser él el que le llevara a papá la mejor noticia, el deseo más importante de Don Bertho. Creo que lo hacía solamente por no verse desplazado por la actitud de mi padre para con nosotros, comportamiento que no fue igual con su familia . . . Por ello creció tanto cuando ayudó a mi padre a cambiar los hechos de la escena de la muerte de Arnaldo.

    _Eso no es de admirar… Perdóname que te lo diga, fue contra la ley lo que hicieron. Y no sé realmente qué hubo siempre, pero tu padre se desvivía por sus hermanos y total, al no ser Doña Loria, los demás…

    _Eso también lo lleva dentro de alguna manera. Aníbal nos ayudó después, pero a su manera y por demás, desconocía a cabalidad lo que estaba ocurriendo… Él solamente ayudó a su padre, pensando que era inocente.

    Llegaban a la casa, deteniendo el carro en la porchera lateral, bajó del mismo ayudando a su esposa a descender y ambos continuaron hasta la puerta de entrada. Ya dentro de la casa, Lucía le expresó a Ricardo.

    _Bueno, no me queda otra cosa que preparar de comer para ambos ¡Mucho tiempo que no comíamos solos un domingo!

    _Subiré a cambiarme de ropa…

    Ricardo tomó las escaleras, dirigiéndose a su habitación, dejó caer su gabán sobre la percha y continuó rumbo al baño. Se detuvo frente al espejo mirándose fijamente a sus propios ojos, recordando cada palabra pronunciada, cada frase escuchada junto a todas las imágenes que por su mente comenzaron a cruzar. Su vida entera se proyectó en el cristal del espejo, la arrogancia con que vivieron, las tesituras tomadas en los hechos, acciones que solamente demostraron el miedo que poseían dentro sin que los dejara actuar como debieron, dejándose aplastar por la imposición por mantener la apariencia ante una sociedad despiadada, sin comprender que fue a su propio hermano a quien le habían tronchado la vida, porque no le aceptaron nunca su proceder, impidiendo que pagara el padre su crimen. Tampoco informaron a quien estaba realizando gestiones de la gran verdad, permitiendo con ello que se ejecutara la ley del más fuerte y ellos eran precisamente los más débiles.

    Buscando estaba en su armario alguna ropa que ponerse, cuando abrió el cajón donde guardaba sus objetos de valor, quedó observando su contenido, llevando su mano hacia ella. Estaba Lucía preparando algo rápido de comer cuando un estruendo estremeció la casa. Era un sonido que vino acompañado con un fuerte olor a pólvora. Estaba asustada, soltando los cubiertos que llevaba en dirección a la mesa. Corrió hacia la sala, dirigiendo sus pasos a la escalera por donde ascendió a pasos apresurados ya para su edad. Llamando a Ricardo continuó por el corredor sin obtener respuesta de su marido. Estaba nerviosa, asustada. Ante la puerta detuvo todo movimiento, completamente alarmada, presagiando algo terrible. Abrió la puerta y vio el armario de Ricardo desparramado, y un pensamiento terrible cruzó su ya espantada mente. No vio a su esposo en la habitación principal, llamándolo casi a gritos y sin obtener respuesta continuó rumbo al baño, allí no había nadie, luego prosiguió hacia la salita contigua, estaba abierta la puerta doble. Divisó la cómoda salita de estar, parecía todo estar en orden y un cambio en su semblante la hizo volver a la calma, cuando de repente, logra ver una sombra sobre el suelo.

    _¡Ricardo!—fue un grito que se originó en lo más profundo de su ser, convulsionando las células originales de su cuerpo, desgarrando aquel espantoso grito con el cual deseó no tener que vivir lo que ante sí tenía— . . . ¡Ricardo, qué has hecho!

    Allí estaba el cuerpo de su marido tirado al suelo, mirando fijamente el techo sobre un charco de sangre que emanaba de su cabeza y sus ojos fuera de órbita.

    El teléfono comenzó a sonar en casa de Thomas, quien al tomarlo escuchó alterada la voz de su madre:

    _¿Qué sucedió, madre? . . . ¿Por qué estás en esas condiciones?

    _Tu padre…

    _¿Qué pasó con papá?

    _¡Está muerto! . . . Se ha suicidado…

    No pudo responder Thomas, sus manos comenzaron a temblar sin poder controlar sus movimientos, no atinaba a colocar el auricular, ni configurar palabra alguna. Fue su esposa quien tomó entre sus manos el auricular y con un:

    _¡Hola! . . . ¿Doña Lucía, está usted ahí?

    _Sí, lo estoy…

    _¿Qué ha ocurrido que ha puesto a Thomas de esta manera?

    _Su padre… ¡Su padre se ha suicidado!

    _¡Oh Dios! . . . Vamos ya para allá ¿Llamó usted a la policía… a los paramédicos?

    _¡No!—respondía sin alma en su cuerpo-.

    _No se preocupe, lo haremos nosotros, usted estese tranquila que ya estamos saliendo.

    Al llegar a la casa, estaban los paramédicos, la policía y algunos vecinos que deseaban saber lo ocurrido. Trabajo les costó llegar hasta la propia puerta, tuvieron que identificarse previamente para lógralo.

    _¿Dónde está mi madre?—preguntaba Thomas-.

    _Sentada en la cocina, allí fue donde la encontramos al llegar, estaba abierta la puerta… ¿Sabe usted lo que ha ocurrido? Su estado de shock es tan grande que no le ha permitido hablar—decía el policía a cargo-.

    _Realmente lo desconocemos—respondió Thomas-, ella nos llamó a la casa hace unos quince minutos, informándome que mi padre se había suicidado.

    _¿Pero sabe el motivo?

    _No señor, cayó en un silencio que no nos dijo nada. Fue mi esposa quien los llamó a ustedes.

    Subieron el policía y Thomas hasta la habitación donde hallaron a su padre muerto. Allí había varios policías escudriñando la escena, reuniendo la mayor cantidad de evidencias para esclarecer el hecho del suicidio.

    _¿Está dispuesto a verlo?

    _No lo sé…

    _Si quiere no lo haga… No está obligado.

    _¡Sí! . . . Sí deseo hacerlo, era mi padre.

    _¡Está bien!

    Caminaron hasta el cuerpo sin vida de Ricardo, aún tirado sobre la alfombra permanecía observando con su mirada desorbitada el techo. Quizás buscando por donde evadir su dolor y hasta su propia actitud por todo el tiempo que no pudo resolver sus propios dilemas. Había sangre y pedazos de huesos y cerebro esparcidos, la sangre emanó de su destrozada base de la nuca. Aún aferrado a la pistola estaba su mano, cuando Thomas llegó ante él.

    _¡No puede ser! . . . ¿Dios, qué motivó a mi padre a realizar esto?

    Iba a dejar caer su desconsolada alma sobre el cuerpo de su padre cuando una fuerte mano lo detuvo, impidiéndole realizar la acción.

    _¿Por qué? . . . Es mi padre.

    _Lo sabemos—dijo el policía a cargo-, pero puede borrar alguna evidencia. Por favor trate de controlarse… Sabemos por lo que está pasando… pero entiéndanos.

    _¡No lo saben! No hay idea de lo que pasa uno al verse ante estos hechos.

    _Quizás tenga usted razón y no sepamos a cabalidad lo que se siente, pero compréndanos, debemos obtener la mayor cantidad de evidencias posibles, para solucionar el problema lo más rápidamente… ¿Nos comprende usted?

    _Sí, no se preocupe… fue un acto deliberado, es mi padre quien está ahí sin vida.

    Bajaron todos hasta la cocina, donde aún permanecía Doña Lucía, ida de la realidad, sentada en una de las sillas del comedor, intentando hallarle una respuesta lógica a los hechos, mientras decía para sí:

    _No puedo creerlo, que por tanta estupidez, Ricardo se haya quitado la vida.

    _¿Cuál estupidez, señora?—preguntaba el oficial a cargo-.

    _Estábamos en casa de su hermano, como cada domingo. Salimos de la iglesia, Etna, la esposa de mi cuñado, y yo. Allí vimos a Ricardo esperándonos, luego supimos que él y mi cuñado habían discutido por cosas que sucedieron en la familia mucho tiempo atrás. Por las actitudes tomadas por cada uno… por lo que no hicieron… Se herían con los recuerdos, luego vinimos de regreso a la casa y cuando estaba preparando nuestro almuerzo, aquel horrible sonido…

    Cuando el cuerpo de Ricardo estuvo dispuesto para ser trasladado hacia la capilla, todos partieron a darle su último adiós. Daniel lloraba en silencio junto al ataúd que guardaba los restos de su hermano. Eran lágrimas silenciosas que dolían como puñales clavados al mismo centro del pecho. También llegaron del extranjero sus hijos, tanto los dos de Daniel, como el de Ricardo.

    II

    Comienzos de la historia

    Era principios de diciembre de finales de siglo. El Siglo 20 arribaría esplendorosamente para esta isla que se convertiría en República dos años después. Muy poco hacía que había dejado de ser colonia, legando las guerras de independencia estelas de sangre y pobreza. Muchos tuvieron que huir por causa de su apoyo a la guerra emancipadora, los que ahora retornaban a su patria buscando sus propiedades y sus familias dejadas atrás por el yugo opresor de las cláusulas colonialistas. Otros partían del país por haber entregado su alma a la colonia y el miedo a lo desconocido los hacía escabullirse, eludiendo enfrentar lo que posiblemente sería la justicia.

    No hubo elecciones, pero el primer presidente Don Toribio Estrella-Pérez, era querido por todo el pueblo, su figura resaltaba sobre muchas con brillo propio. Quienes pudieron opacarlo habían caído en la gesta y a los que hicieron que la guerra concluyera más rápidamente—los del Norte—les agradaba este señor, por lo que sus decisiones fue apoyarlo.

    1900 arribó tenue, despacio, entre los ecos de los sollozos del siglo que se fue. Con nubes grises y abundante agua, haciendo que la mayoría de la población permaneciera en sus casas, pero ya había llegado 6 años antes Bertho Morales, un pequeñito bebito hijo de un carpintero y una ama de casa. Sería Bertho Morales el tercer hijo de un matrimonio humilde. Luego llegaron otros, las dos hermanas más chicas de Bertho.

    Bertho, era un niño despierto, atento a cuanto ocurría a su alrededor. Crecía internamente mucho más rápidamente que externamente. Pronto fue a la escuela pública a dar sus primeros grados. Aprendía de su entorno, aprendía de sus necesidades y sueños. Despuntaba entre sus hermanos como trabajador, con dotes para el comercio. Tal vez la propia vida lo iba preparando para su porvenir.

    Su hermano mayor, Antonio, se interesaba por los asuntos de la política, discutía sobre el tema cuando se reunían los amigos del padre en la casa a dar una partida de dómino. Leía las páginas dedicadas al tema en los periódicos más importantes de la ciudad, mientras que Rubén, su otro hermano, dejaba ver su interés por las artes, la música y la lectura. Las dos hermanas, Magda y Loira eran chicas entrenadas para ser esposas y madres, cumpliendo cada día con los deberes de la casa.

    Así fue creciendo Bertho Morales, entre juegos y escuela, sueños y matinée dominicales, en aquellos cines de barrio que comenzaban a darle otro aspecto a la capital. Lo asombraba ver las imágenes en la blanca y refulgente pantalla, con movimientos algo torpes, pero el sonido del piano y la voz de aquel hombre intentando decirles la trama, le fascinaba. A tal extremo, que a veces repetía la misma película hasta llegar a conocerla de memoria. Luego salía en busca de un mantecado elaborado por los diligentes chinos que tenían acaparado aquellos pequeños establecimientos donde ofertaban frutas, frituritas de frijolitos chinos y los deliciosos mantecados elaborados a partir de las frutas.

    Después caminaba las calles, iba al parque y allí jugaba con algún otro niño del barrio, hasta que uno de sus mayores hermanos pasaba por él. Los juegos de baseball y las discusiones de quién era el mejor jugador del barrio, dejaban que Bertho pasara sus días. Alimentaba sus fantasías con sus propios juegos, perdido entre batallas a golpe de cimitarras, turbantes y doncellas que debía rescatar de manos de un feroz Maharajá. Niño que al cumplir sus doce años tuvo que enfrentar la muerte de su padre, desbaratándose toda la fantasía, deshaciéndose como una monosílaba palabra, para adentrarse a una realidad como él jamás había concebido.

    La tuberculosis invadió los pulmones de Don Esteban Morales—padre de Bertho—haciéndolo caer en una cama por las ardientes fiebres que lo consumieron durante varios meses de agonía. Olvidado ya por la medicina de aquella época. Llevaba varios meses encerrado en una habitación de la casa, alejado de todos los suyos y del resto de la vida. Como fardo echado a un lado por su mal olor.

    Esa tarde, burló Bertho la estricta vigilancia que su diminuta madre mantenía—de quien Bertho heredó en algo su estatura—para que ninguno de ellos lograra entrar y adquirir tan horrenda enfermedad. Entrando sin apenas hacer ruido a la habitación cerrada y en penumbras, donde su padre moría a cada segundo. Allí lo vio, tendido sobre la cama, escuálido y sin fuerzas tan siquiera para respirar, con un paño entre sus manos manchado en sangre. Pudo Bertho sentir sobre su piel el calor de la fiebre de su padre, adsorber el bao que enrarecía al aire. No caminó, quedó pétreo tras la puerta cerrada con cuidado, más bien para no ser escuchado por su madre, contemplando todo lo que ante sus ojos tenía. De repente la voz trémula de Don Esteban Morales le dijo:

    _Acércate hijo, no temas, ya muy pronto me voy… pero antes quiero hablar contigo.

    Sin hablar y con pasos lentos, Bertho llegó junto a su postrado padre totalmente consumido por la mortal enfermedad. Una mano esquelética topó con el brazo de Bertho, quien instantáneamente y con un ademán rápido echó su cuerpo hacia atrás.

    _No temas Beto… soy tu padre.

    Bertho se acercó nuevamente, deteniéndose junto a la cama para esta vez contemplarlo desde más cerca.

    _¿Padre, qué le está sucediendo a usted? ¿Por qué no puede usted levantarse de la cama?

    Luego de tomar algo de aire

    _… Por estar muy enfermo, hijo, creo que muy pronto iré a ver al Señor.

    _¿Cuál Señor, padre?

    _Nuestro único Señor, el creador de la vida y de la muerte.

    _¿Y usted va a morir padre?

    _¡Morir!—tosía— . . . Morir es una palabra muy grande y demasiado pesada de pronunciar, que quizás, hijo, no diga lo que realmente ocurre… dejándonos con el miedo en el alma.

    _¿Padre, nos volverá a ver después que usted muera?

    _Yo siempre estaré con ustedes hijos míos. Puede que no como lo deseas, pero estaré cada vez que me necesites, en cada instante de tus más profundas decisiones… Pero ahora tu ayuda requiero, por eso tengo que hablar contigo, pedirte… algo muy importante.

    _Diga usted padre.

    Se sentía importante ante lo expresado por su padre, más importante que su hermano mayor, por quien sentía gran admiración y respeto. Era él ahora, la persona de mayor peso para su padre; quien le confiaría o pediría algo muy trascendental, pues le estaba pidiendo fervientemente que lo escuchara.

    _Bertho, hijo… Sé que voy a morir muy pronto y tu madre y tus hermanos van a necesitar ayuda.

    _¡Ayuda!

    _Sí, hijo… ayuda… Tu ayuda.

    _¿¡Mi ayuda!?

    _Sí, Bertho… Tú eres el único que podrás hacer por ellos… Eres el más decidido y el más tenaz. Sé que lucharás por salir adelante, pero quiero que me jures ahora… que jamás dejarás a tu familia abandonada—jadeante— . . . Que velarás por ella siempre.

    _Pero mi hermano Antonio es el mayor, él es el que podrá realizar todo lo que usted a hecho por nosotros.

    _Tú eres el único… ya te lo he dicho… Fuiste el que entró sin que nada te lo impidiera… sin miedo. Antonio no es de estar laborando de sol a sol por el sustento de su familia… Rubén… es un dulce muchacho que busca en los libros la gran verdad… Él no podrá jamás ser el cabeza de familia, estará siempre perdido entre los párrafos y los conceptos de otros, sin hallar los suyos… Las niñas, ellas esperan de alguien que las cuide, fue mi culpa, siempre las protegí de todo… ¡Perdóname hijo!

    _¿¡Perdonarlo!? . . . ¿Por qué he de perdonarlo, padre?

    _Por haberte dejado a un lado, por dedicarle más tiempo a Antonio y a Magda…

    _No le hace padre… Usted siempre cuidó a todos por igual…

    _No, Beto… No cuidé por todos por igual… Tampoco me lo permitió tu madre.

    _¿¡Mi madre!?

    _Tu madre siempre ha protegido más a Antonio, es por ella que él es como es… Buscando siempre una mejoría de su situación, pero sin realizar nada por ello… Fuiste un niño avispado, jugando con tus fantasías, pero listo muy listo… y apenas si te teníamos presente… Debes odiarnos Beto…

    _¡No, padre! . . . No los odio, ni a usted ni a mi madre.

    _¿Podrás prometerme que siempre has de cuidar de los tuyos? . . . ¿Qué velaras por ellos?

    Bertho observaba a su padre toser, descubrió la sangre en aquel paño que siempre mantuvo cerca de sus labios. Estaba consumido, perdido en algún espacio entre la vida y la muerte. Se le acercó un tanto más para responderle su pedido, temía de aquello que su padre poseía, que lo estaba extinguiendo, pero a la vez crecía en él toda una sensación no experimentada antes, que le hizo definitivamente perder el gran temor y caminando con pasos lentos y dudosos se acercó a su padre.

    _Se lo prometo padre… Le juro que lucharé y defenderé por siempre a nuestra familia.

    _¡Gracias hijo! . . . Ya podré irme tranquilo, porque sé que has de cumplir con tu promesa.

    Un ataque de tos cundió el pecho de Don Esteban Morales, provocando que Bertho tomara su mano en un gesto innato en él. Brindándole ahora su apoyo y su fuerza, desapareciendo aquella sensación de rechazo, mas un temor desconocido recorrería el cuerpo de Bertho.

    _¡Padre… Padre!

    Expresaba con terror en sus ojos. Pero el silencio fue toda respuesta. Soltó la mano del padre y acercándose aún más a él, intentando

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