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Ser el rey de los Noruegos
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Libro electrónico453 páginas6 horas

Ser el rey de los Noruegos

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Este libro no es historia, pero muchos de los incidentes dentro de las páginas sucedieron. Para aquellos que deseen investigar más a fondo la vida de Harald Sigurdson, puedo recomendar el trabajo de John Marsden y su biografía de Hardrada, "The Warrior’s Way", un relato accesible e inmensamente entretenido. Aclara las historias a veces confusas en las que basé esta, y guía al lector a una apreciación más amplia de cuán genial fue realmente Hardrada.

IdiomaEspañol
EditorialNext Chapter
Fecha de lanzamiento14 ago 2020
ISBN9781071562611
Ser el rey de los Noruegos

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    Ser el rey de los Noruegos - Stuart G. Yates

    Agradecimientos

    Al igual que con cualquier trabajo como este, hay que agradecer enormemente a todos aquellos que me alentaron y ayudaron en mis esfuerzos por llevar la historia de Hardrada a la página. Sin el incansable apoyo de Miika y todos los de Creativia, dudo que esta novela hubiera vuelto a ver la luz. A Jayne, mi editora original, experta e ingeniosa, que ayudó a pulir cada palabra y a Janice que me animó a seguir adelante cuando pensé que todo el mundo estaba en mi contra. Estoy siempre agradecido con todos los que me han ayudado a darme la oportunidad de colocar a Harald ante todos y cada uno de los adorables lectores para que puedan conocer algo del último y más grande de todos los vikingos.

    Este libro no es historia, pero muchos de los incidentes dentro de las páginas sucedieron. Para aquellos que deseen investigar más a fondo la vida de Harald Sigurdson, puedo recomendar el trabajo de John Marsden y su biografía de Hardrada, The Warrior’s Way, un relato accesible e inmensamente entretenido. Aclara las historias a veces confusas en las que basé esta, y guía al lector a una apreciación más amplia de cuán genial fue realmente Hardrada.

    Para Janice, mis verdaderos amigos y el hogar que extraño

    Ser rey

    Siendo la segunda entrega de

    las historias bizantinas, con

    Harald Hardrada

    Por Stuart G Yates

    Inglaterra, principios de septiembre de 1066

    Llegada

    El viento cortaba como los dientes de un sabueso, mordiendo profundamente la carne expuesta de la cara y el cuello de Edgar, y enroscó los ojos como una máscara de gárgola miserable.

    Se paró en el promontorio; los pies plantados de par en par contra un vendaval tan fuerte que casi lo derriba, mirando hacia el mar.

    Entre la furia del mar, las olas rompiendo en una furia de rocío y ruido, creyó ver un barco.

    Un pequeño punto, apenas visible a través de las capas de lluvia que azotaban, no podría mantenerse a flote por mucho más tiempo. Se esforzó por tener una mejor visión y fue testigo de cómo sus temores se hacían realidad. Era un barco, luchando a través de la vorágine loca, sacudida y arrojada como si fuera un simple juguete, frágil y endeble. Mientras miraba, la embarcación se alzó, agarrada por las olas para girar en una violenta y salvaje sacudida, sin control alguno.

    La embarcación saltó del agua y volvió a estrellarse, con un estruendo más fuerte que el rugido del mar feroz. La madera se hizo añicos entre la espuma, y el barco se inclinó e inclinó y finalmente se volcó, desapareciendo bajo el agua enojada, para hundirse en las violentas y arremolinadas profundidades.

    Se fue, consumida por el furioso océano.

    Se pasó una mano por la cara, apretó los hombros y se dio la vuelta. Si creía que había personas a bordo del barco, no mostró signos de preocupación. Además, ¿cómo podría alguien sobrevivir a eso? Cualquier grito de hombres desesperados perdidos entre el viento aullante, eran causa perdida. Agachó la cabeza y atravesó la hierba empapada, quitando esos pensamientos de su mente.

    La vida, para él y para todos los que conocía, era dura, brutal y rápida. No hay tiempo que gastar pensando en la muerte de otros.

    Muertes de otros.

    Tenía quince veranos. Como con todo, esto eran más conjeturas que cálculos precisos. Puede que quizás tuviera dieciséis hasta donde él sabía, incluso diecisiete.

    Como su madre había muerto hacía dos veranos, no tenía manera de comprobarlo. Su padre, que rara vez volvía a casa, parecía infinitamente viejo. Un gran toro de hombre, de enormes hombros, sus brazos parecían troncos de árbol, una cara realmente dura enmarcada por una barba salvaje que le daba una mirada feroz. Eorl Hereward, la gente lo llamaba, si hablaban con él; la mayoría temblaban en su presencia.

    En las pocas ocasiones que Edgar lo vio, cualquier palabra que hubiera deseado pronunciar la mantuvo dentro. Hereward parecía un hombre preocupado, con rostro sombrío, las líneas cortadas profundamente alrededor de los ojos, perdidos en sus pensamientos. Entonces los aldeanos se mantenían alejados, y Edgar se mantuvo siempre escondido en el fondo.

    El pequeño y bullicioso pueblo yacía en el cuenco de un valle fértil, las diversas casas y letrinas colocadas al azar en un círculo toscamente hecho, en el centro del cual se encontraba un gran salón de reuniones.

    Edgar se acercó al lejano risco, la lluvia caía de un cielo plomizo y pasó a través de los aldeanos, todos ocupados con la constante batalla diaria para sobrevivir. Se ajustó el cuello del manto alrededor de la garganta y frunció el ceño.

    ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que brilló el sol? No podía recordarlo. Sabía que las cosechas estaban en peligro arruinarse, el suelo estaba demasiado obstruido por el barro. Los guisantes y los frijoles todavía podían crecer, pero el trigo. El trigo era otra cosa.

    Bajó la cabeza y siguió avanzando, tropezó casi de inmediato con Roderic, el anciano del pueblo, que lo maldijo, y lanzó un golpe de revés, que Edgar esquivó ágil3mente.

    ¡Mira por dónde vas!

    El viejo se dio la vuelta y se inclinó hacia delante contra la lluvia.

    Edgar siguió sin decir una palabra. Había estado a punto de contarle a Roderic sobre la nave, pero el anciano, siempre tan rápido y de mal genio le molestaba, así que lo dejó.

    ¿Por qué los viejos se vuelven tan cascarrabias? ¿Era así con la edad? se preguntó. Otras personas mayores parecían indiferentes al cambio de vida, pero rara vez sonreían y Roderic menos que nadie. ¿Quizás la responsabilidad de su posición lo hizo tan irritable? A Edgar no le importaba eso.

    Que descubra el barco destrozado por sí mismo cuando los cuerpos hinchados lleguen a la playa. Pensó.

    Llegó a la casa que compartía con los hijos de Stowell, el panadero, y entró por la puerta. Se quitó la capa empapada y se dejó caer frente al fuego para secarse. Grandes nubes de vapor se levantaron de su ropa, levantó las rodillas y las sostuvo cerca de su cuerpo con los brazos empapados, aun goteando. Se suponía que era verano o eso le dijeron los pájaros. Entonces ¿dónde se había ido el sol? ¿Qué significaba?

    Una sombra cayó sobre él, se giró para ver a Gyrrth, una enorme estatura que ocultaba a la puerta. Casi tan grande como su padre, Hereward, gruñó cuando vio a Edgar y entró.

    Pateó la capa desechada hacia el y simplemente dijo Debemos irnos.

    Edgar lo observó moverse hacia la esquina más alejada, donde buscó entre varios objetos apilados allí. Luego tosió. ¿Vamos? ¿A donde?

    El rey Harold ha llamado a una reunión general de todos los fyrd. Han llegado noticias de una invasión, en el norte.

    Se dio la vuelta, levantando en sus grandes manos un escudo grande y redondo, junto con dos lanzas de aspecto robusto.

    Debemos reunirnos en Sparrow Hawk Hill y luego marchar a Londres.

    Sin previo aviso, Gyrrth arrojó una lanza de lado hacia Edgar, quien la atrapó hábilmente del mango, sin titubear. Gyrrth gruñó impresionado. Estarás bien, dijo después, sin mostrar emoción y con la voz plana.

    Edgar giró el arma y estudió la punta de metal.

    Mi padre siempre dijo que cuando viera batalla por primera vez, me daría una espada.

    "Bueno, tu padre no está aquí. Se fue al norte hace al menos dos lunas, cuando llegaron los informes de que los nórdicos traían sus barcos negros de regreso a nuestra tierra. Se fue con un grupo de huscarles (N. del T. Los huscarles fueron una tropa especial encargada de la defensa personal de los reyes escandinavos durante la Edad Antigua y el Medievo, análoga a las guardias reales de otros lugares o el servicio secreto actual) para encontrarse con Lord Morcar y enfrentar a esa escoria pagana. No hemos vuelto a saber nada desde entonces ".

    Lo sé. No quería que su voz traicionara ninguna de las emociones que retumbaban en su interior. La partida de su padre había sido repentina, inesperada, y no había dejado ninguna palabra de a dónde iba ni por qué.

    Edgar sospechaba que algo de enorme importancia había ocurrido en alguna parte, pero esto era solo una suposición. No tenía pruebas para saber si estaba en lo correcto, hasta ahora. El anuncio de Gyrrth sugirió que los eventos se estaban moviendo rápidamente.

    ¿Vamos también al norte a buscar a mi padre?

    Gyrrth carraspeó y escupió en el suelo de tierra. "Tu padre... nadie sabe lo que pasó, si se unieron a la batalla, si perdieron o ganaron. Todo lo que sabemos es que los nórdicos están aquí. En nuestra tierra.

    ¿Cuándo tenemos que irnos?

    Ahora.

    Recogió la capa de Edgar y se la arrojó. Edgar lo atrapó y lo sostuvo ante el fuego.

    A menos que esta maldita lluvia se detenga, nuestra marcha será alargará. Intentaré conseguir un caballo, pero dudo que haya alguno disponible. Stowell tiene un pony, pero es de él.

    Stowell también va?

    Le dio al niño una mirada seria.

    "Te lo dije, esta es una reunión general. Todo hombre debe estar listo."

    Edgar asintió, puso la capa sobre su camisa aun empapada y se estremeció.

    ¿Que tan lejos tenemos que ir?

    ¡Eso es como preguntarme de dónde viene toda esta lluvia! Lo único que sé, es que hoy vamos a Sparrow Hawk Hill y allí recibiremos nuestras instrucciones. Se rumorea que el rey y sus hermanos estarán allí, junto con muchos señores y condes de Inglaterra, y sus huscarles .

    Es serio entonces.

    Chico, Gyrrth no pudo mantener la impaciencia de su voz. Es más que serio: son los vikingos. Los enemigos de nuestra sangre. Dijo, mientras caminaba a la salida.

    Observó al gran hombre desaparecer por la puerta y se volvió a mirar el fuego. Entonces, el propio rey, Harold Godwinson, señor de todo lo que veía, vino a llamar al pueblo a las armas. Los vikingos, los nórdicos habían regresado. ¿Porqué ahora? Se preguntó qué fuerza o ambición los había motivado.

    Era de conocimiento común durante mucho más tiempo antes del que Edgar había estado vivo, que los nórdicos ya no eran el poder que alguna vez habían sido. Conocía las historias, había escuchado a los ancianos hablando alrededor de las fogatas por la noche, historias de redadas, terror y muerte. De cómo un antiguo rey, Alfred, los había domesticado y de cómo un vikingo se había sentado una vez en el trono de Inglaterra: Cnut.

    Las historias lo describen como un gran hombre. Pero un confesor había restaurado la tierra a sangre sajona, y Godwinson le dio las fuerzas.

    Y ahora, estaban de regreso para reclamar lo que creían que era suyo.

    Esta tierra.

    Se pasó una mano por la cara; todavía la tenía húmeda por la lluvia y se dio cuenta de que estaba desesperadamente cansado. La llamada hecha, las líneas de batalla trazadas sobre la tierra, no tuvo más remedio que cumplir. Miró las llamas y se preguntó, ¿Qué tipo de hombre podría devolver a los nórdicos a la grandeza?. Un hombre que tenía que ser grande él mismo.

    Un hombre como ningún otro.

    Segunda Parte

    El largo viaje al norte

    La magnífica ciudad de Constantinopla, 1042.

    Capítulo Uno

    Necesitamos más hombres, dijo Ulf, dejando escapar el aliento en un estallido mientras bajaba una caja grande en el piso de piedra del muelle.

    Inmediatamente, Haldor se sentó en la caja y se inclinó hacia adelante, poniendo su rostro en las manos.

    Ulf le dio una palmada en el hombro y dijo: ¿Sintiéndote como la muerte, viejo amigo?

    Haldor apenas levantó la vista. Solo cuando estás aquí.

    Se rió entre dientes. Me alegra ver que todavía estás de buen humor. Bueno..., miró hacia su otro compañero que estaba parado como un gran árbol, sólido, inescrutable. ¿Y tú qué dices?

    El puerto permanecía inmóvil y silencioso, el único sonido era del agua que golpeaba suavemente contra las paredes del puerto, el ocasional tintineo de las cadenas enrolladas esperando el regreso de los barcos. El azul infinito se extendía hacia el horizonte, el mar fundiéndose en el cielo. Vacío. El ojo del mundo quedó ciego.

    Voces distantes recorrían el muelle desde muy lejos. La ciudad se lamía las heridas de la reciente batalla, tanto soldados como ciudadanos lamentaban a los caídos y ocasionales gemidos les recordaban a todos lo terrible que había sido la lucha. Pero a la pregunta de Ulf, no hubo respuesta.

    Harald Hardrada movió sus anchos hombros, se volvió a estudiar a su compañero mayor por un momento. Él, sin embargo, se veía cada centímetro como el guerrero veterano que era, envejecido prematuramente. Un joven de veintitantos que muchos creían mayor, toda una vida de aventuras habían endurecido su cuerpo a la consistencia de un roble endurecido.

    Enorme en estatura, los músculos de sus brazos se hinchaban como retazos de cuerda dura y gruesa. Llevaba un simple camisón de cota de malla sobre una túnica blanca con ribetes rojos y calcetas ásperas atadas alrededor de las pantorrillas con hilos de cuero.

    Sostenía una gran hacha de doble cabeza en el puño, y una espada envainada colgaba del ancho cinturón de cuero.

    El cabello suelto, enredado, cubriéndole la cara, atrapado por la brisa, ignorado, con los ojos profundamente absortos en preocupación. Cuando por fin habló, su voz sonaba pesada y cansada.

    Esto no está bien. Tenía la esperanza de que al menos un barco podría estar aquí, pero no hay nada ... Se volvió de nuevo para ver el muelle vacío.

    El puerto de Constantinopla, una de las ciudades más grandes de la tierra, que generalmente se asocia con la vida, los barcos van y vienen de todos los rincones del mundo, los trabajadores portuarios corriendo de arriba a abajo, descargando la mercancía de cien tierras diferentes. Grano y especias, sedas y lino. Aceite de oliva, frutas y verduras. Piedras preciosas, mineral y lino, todo ello, manteniendo el Imperio más magnífico conocido por el hombre.

    La ciudad de Constantino el Grande, Nueva Roma, capital del mundo silenciada por los excesos de un emperador loco, derrocado y cegado antes de ser desterrado.

    ¿A dónde, por la barba de Odín, se han ido todos?

    Probablemente se enteró del problema. Ya sabes cómo son estos lánguidos marineros. Ulf se rió de nuevo, se acercó y se paró junto a su amigo. Harald. No nos vamos a ir hoy. Quizás no por muchos días.

    Maldigo tus ojos si no lo hacemos, Ulf...

    Su voz se desvaneció, dejando pensamientos no expresados.

    Ulf, siempre el profeta de la fatalidad, dijo ¿Por qué, Lady Zoe te cortará las bolas?

    Sí, lo hará, probablemente las tuyas también, tal vez... Suspiró nuevamente. Todos sentiremos su ira, de alguna manera.

    Hey, déjame fuera de esto, gritó Haldor sentado desde la caja, nunca me acosté con ella.

    No por falta de intentarlo, sonrió Ulf.  Sus rasgos de pronto cambiaron, volviéndose serios.

    Necesitamos hombres, Harald, muchos hombres si queremos romper las cadenas que protegen el puerto y navegar hacia el norte. ¿Es eso lo que piensas?

    Hardrada gruñó.

    ¿Quizás podríamos enviar un mensaje, contratar mercenarios?

    Hardrada sacudió la cabeza. Necesito guerreros leales y dispuestos a seguirme, no asaltantes ladrones de bolsos. Mi causa es justa y los quiero a mi lado porque me aceptan como rey, no porque llene sus bolsillos con oro bizantino.

    Sacudió la cabeza de nuevo. No, vendrán cuando llame, son nórdicos varangios. Se dio una palmada en el muslo. No he viajado tan lejos para ser negado por el miedo y la cobardía de los demás. Malditos estos griegos; solo viendo por sí mismos, y solo pensando en formas de ganar más dinero. La noticia de la caída de Miguel habrá viajado a todos los rincones de este Imperio en decadencia y los hombres buscarán más lejos para jurar sus lealtades ahora que piensan que Bizancio está débil y sin líder .

    Lo cuál está. Respondió Ulf.

    No por mucho tiempo, apuesto que Maniakes tiene todo resuelto. Presionó los dedos en sus ojos por unos segundos antes de volverse hacia Ulf. Volveremos a la ciudad. Hablaré con Maniakes, llegaré a algún tipo de trato. Él me necesita, nos necesita a todos. Con la desaparición de los escitas, la ciudad está indefensa.

    Tiene a los varangios, Harald. La guardia de la ciudad también. Maniakes es una víbora, lo sabes mejor que nadie. Hará todo lo posible para mantenerse en el poder y te ve como una amenaza, un obstáculo para su ambición.

    No, Hardrada negó con la cabeza de nuevo, nos necesita, Ulf. Él sabe que ordeno el respeto de los nórdicos y querrá que yo lidere a los varangios y los devuelva a su antigua gloria. No como mercenarios, sino como soldados leales al Senado y al Emperador, sea quien sea. Una vez que hayamos establecido el orden, nos iremos. No como bandidos, sino como hombres nobles.

    Haldor tosió antes de alzar la voz. En ese caso, tendremos que convencer al General de que su consejo es sabio y su honor absoluto. Simple.

    Se echó a reír, un crujido áspero que resonó ruidosamente a través del puerto vacío. Eso no debería ser demasiado difícil para un hombre como él, un repugnante y asqueroso mentiroso.

    Cojeó a través de las piedras para unirse a ellos, con la mano agarrando su costado. Todavía sufría de su choque contra el gigante escita, Crethus.

    Harald estudió la mueca en la cara de su viejo amigo, la carne amarillenta y manchada, y no le gustó lo que vio. ¿Qué te pasa, amigo?

    Ulf suspiró, ¡Recibió un golpe en las entrañas, eso es todo! Por el amor de Dios, hombre, cómprate un poco de vino y recuéstate .

    Ignoró el sarcasmo punzante e hizo una mueca a Hardrada. Maniakes no será fácil de convencer. Necesitarás a Alexius de tu lado. Él confía en ti y, además, te lo debe .

    Hardrada sabía que esto era cierto.

    Ciertamente, tener un aliado tan fuerte, el Santo Patriarca de la ciudad, responder por su sinceridad resultaría invaluable. "Sí, tienes razón. Encontraré la manera de tener una audiencia con él, lo haré comprender, querrá que Zoe vuelva al trono, pero al mismo tiempo requerirá seguridad. Algo que puedo proporcionar. Extendió una mano y agarró el brazo de Haldor.

    Más apremiante es tu necesidad de descansar, amigo mío. ¿Dónde te golpeó?

    Haldor sacudió la cabeza, Estaré bien, solo necesito unos momentos, no más. Como dice Ulf, tal vez un poco de vino.

    ¿Dónde te golpeó? repitió Hardrada, intentando mantener el borde fuera de su voz. Haldor parecía débil, cerca del borde del colapso, como un trapo mojado en la mano de Hardrada.

    El enorme vikingo no creía haber visto a su viejo amigo tan frágil antes. Le preocupaba más de lo que se atrevía a admitir.

    Haldor miró de un vikingo al otro y se encogió de hombros. Con cautela tiró de su chaleco delgado y de lana para revelar un corte de espada grande y feroz que corría por su lado derecho, justo debajo de las costillas. La piel colgaba en un feo colgajo y los hinchados y moteados moretones azules y verdes alrededor de la herida latían horriblemente. Sangre y pus caían de la enorme rebanada que rezumaba en lentos y gruesos hilos de fluido.

    Ulf contuvo el aliento mientras Hardrada hablaba con una voz no más alta que un susurro. Necesitas atenderte eso. La herida es profunda y tus costillas... podrían romperse. Si un hueso ha perforado tus órganos vitales...

    Apretó los dientes y se reajustó el chaleco. He tenido heridas peores, lo prometo. Como dije, solo un poco de descanso, es todo lo que necesito .

    Siempre fuiste un terco necio, dijo Ulf, incapaz de evitar la preocupación de su voz.

    Haldor le sonrió a su viejo amigo, pero se le congeló el rostro, mientras sus ojos se oscurecían.

    Por el momento, creo que tenemos otras cosas más urgentes de las que preocuparse.

    Los otros se giraron para mirar en la dirección de la mirada de Haldor, hacia el otro extremo del puerto.

    Cruzando el muelle, un gran grupo de guardaespaldas reales bizantinos totalmente armados marchaban al unísono, con sus botas clavadas crujiendo sobre la piedra vestida, pancartas en alto, cascos de bronce brillando al sol. A la cabeza marchaba un oficial joven, resuelto y de aspecto decidido.

    Andreas, siseó Hardrada mientras se acercaban y agarró el eje de su hacha mientras el hielo lo atravesaba y se asentaba en la boca de su estómago.

    Capitulo Dos

    Nikolias, oficial de la Guardia Imperial, se quitó el casco y secó el sudor de la frente. Observó a Lady Zoe moverse hacia el Foro de Constantino. Había hecho todo lo posible para disuadirla, dejando perfectamente claro lo que la esperaba; las terribles escenas de muerte y destrucción, las masas de ciudadanos desposeídos, traumatizados, temerosos, confundidos y desesperados. Ella escuchó, con temple de acero y la determinación fija. Nada de lo que le había dicho la había hecho cambiar de opinión.

    La batalla se extendió por el foro y alrededor de los escalones del Palacio Real, furiosa y terrible, muertos esparcidos por todas partes, carne destrozada, cadáveres sin cabeza, miembros cortados y arrojados a cada esquina solo sirvió para convencerla de la necesidad de dirigirse a su gente.

    El hedor de la decadencia se aferraba a las piedras de la ciudad legendaria y magnífica, pero a Nikolias le pareció que a la emperatriz Zoe no le importaban esos horrores. Su gente la necesitaba ahora más que nunca, y su sentido del deber venció cualquier sentimiento de repulsión o desesperación.

    Se alejó serenamente, incluso rechazando la oferta de acompañarla, y su fuerza de carácter lo animó, lo hizo darse cuenta de que era una mujer de gran fortaleza, gracia y determinación.

    Zoe, emperatriz de Bizancio, esposa de dos emperadores muertos, madre adoptiva de un tercero conocía su propia mente y, a pesar de todos los contratiempos, se mantuvo firme y confiada en sus habilidades. Rindiéndose, Nikolias dejó que sus hombros se relajaran y se volvió hacia los hombres que ayudaron a traer a Zoe del monasterio donde el anterior Emperador Miguel V la había desterrado. Están excusados, muchachos. Vuelvan al cuartel, esperen más órdenes.

    Los hombres intercambiaron miradas inciertas antes de alejarse. Nikolias los observó por un momento antes de que él también regresara al complejo del Palacio Real.

    Estaba tan silencioso como una tumba, los edificios cubiertos de tristeza. Un marcado contraste con lo que solía ser, con cortesanos corriendo de un lado a otro, los soldados llamando la atención, los heraldos anunciaban la llegada y la partida de una docena de emisarios. Los antiguos muros del palacio divino sonaron una vez con el sonido de mil voces, proclamando esto como el centro del mundo, el corazón palpitante del sagrado Imperio de Bizancio. Ahora, ni siquiera quedaban ecos, nadie excepto el cadáver ocasional que adornaba esos pasillos sagrados.

    Más allá de las paredes que rodean el complejo, llegó el sonido de ciudadanos que regresaban al foro, sin duda ansiosos por saber qué pasaría después. Se habían alzado contra Miguel y muchos habían pagado el precio final.

    Nikolias, acusado de sacar a la emperatriz Zoe de su destierro forzado al monasterio en la isla de Prinkipo, se perdió la mayor parte de la pelea. Las noticias de la victoria varangia sobre los escitas pronto lo alcanzaron, y la evidencia yacía por todas partes en los sangrientos trozos retorcidos de carne destrozada entre los pilares de mármol del palacio.

    Ciudadanos y soldados, mujeres y niños, la lucha viciosa sin excepción de rango o privilegio. Miembros de la familia real extendida, esposas de dignatarios, hijos e hijas de funcionarios del gobierno, mezclados con los de la gente común, cuerpos rotos retorcidos en el horror indescriptible de sus últimos momentos. Gargantas cortadas, abdomen abierto, cabezas y extremidades esparcidas por donde se mirara.

    Cerró los ojos y reprimió las lágrimas. Nikolias sabía mucho acerca de la muerte, ya que había peleado muchas veces antes, pero darse cuenta de que muchos de los muertos eran niños traía angustia y repulsión hasta el fondo de su ser. Se dejó caer en los escalones, mirando los cadáveres de tres o cuatro soldados escitas. Nunca le molestó la matanza de los indefensos, verlos le traía una curiosa sensación de alegría. Pero los horribles signos de su trabajo, el asesinato de inocentes tan íntimos, tan cercanos, demostraron su ruina. Se puso la cara entre las manos y lloró.

    Pasó algún tiempo antes de que encontrara el coraje de ponerse de pie y deslizarse por las puertas principales.

    Lo que lo atrajo al palacio, no pudo decirlo. Curiosidad o algo más. Una preocupación constante y persistente jugaba dentro de sus entrañas, negando a irse, algo o alguien que lo guió aquí, instándolo a continuar. Aunque asistió a misa, escuchó con reverencia silenciosa a los Patriarcas y a los sacerdotes mientras cantaban sus oraciones, creía que la religión era poco más que un deber. Si Dios existía, Nikolias siempre se preguntó por qué permitió que continuara tanto sufrimiento. Los sacerdotes le dijeron que, cuando reunió el coraje para hacerles su pregunta, fue culpa de la humanidad. Aparentemente, Dios le había dado al hombre la libertad de elección. Lo que hizo, lo hizo por su propia voluntad, y la justicia tendría que esperar.

    La humanidad, reflexionó Nikolias, tenía mucho por lo que responder. Los corazones de los hombres, ennegrecidos por la corrupción, los celos, la codicia. Estas cosas condujeron a la reciente ola de asesinatos, los excesos viles de Miguel V, su breve pero cruel reinado que parecía burlarse de todos los rincones justos de la gloriosa capital de Constantinopla. Nueva Roma, sumida en el fango del vicio y la perversión sexual. ¿Estaba la mano de Dios en algo de eso? El emperador era el canciller de Dios en la tierra; lo que hizo lo hizo a través del poder y la guía de Dios. ¿Estaba Dios deshaciendo la corrupción, devolviendo a Zoe al poder y trayendo a Nikolias aquí?

    Los vastos pasillos resonaron con el sonido de las botas clavadas crujiendo sobre el piso de mármol, lo que hizo que aflojara el paso y se moviera con precaución. Si algún escita acechaba entre las sombras, sería un blanco fácil para una flecha bien apuntada. Apretó los hombros, con los ojos vagando, mirando hacia las profundidades sombrías. Los pilares se alzaban como un bosque hasta el vasto y ornamentado techo, obra de décadas, un testimonio de la eternidad de la gloriosa ciudad.

    Nikolias recordó su historia; más de setecientos años antes, el mayor de todos los emperadores, Constantino, hizo suya la ciudad. Mientras que en Occidente el viejo Imperio se derrumbaba, él aseguró la base de su poder y eliminó las amenazas externas con prejuicios extremos. Hombres como Nikolias ayudaron a sofocar las revueltas internas, reforzaron el reinado de los emperadores y crearon el poder supremo en la tierra.

    Sin embargo, no todos los emperadores eran iguales. Nikolias sabía que Miguel, más de lo que cualquier ejército podría hacerlo, socavó todo y casi trajo el desastre ante todos. Ahora, tenía un respiro en el centro del poder, Nikolias apretó el mango de su espada envainada, listo para atacar ante cualquier ataque repentino; aliados rezagados de ese gobernante corrupto y depravado todavía pueden acechar en la penumbra.

    Dobló una esquina y se detuvo. Dos guardias reales yacían muertos contra las altas puertas dobles de uno de los muchos apartamentos reales. Una puerta se abrió, la luz débil parpadeó desde adentro, se acercó, con el corazón palpitando en sus oídos, el cuerpo tenso. Nikolias desenvainó su espada y usó la punta para abrir un poco más la puerta. Jadeó cuando la vio.

    Leoni.

    Se sentó en el borde de la cama, cabeza abajo, con la cara cubierta por las manos. Nikolias contuvo el aliento y le dio un vistazo rápido a la habitación antes de cruzar hacia ella.

    Un cuerpo, desplomado en la esquina, apareció a la vista, con la cabeza hecha pedazos e irreconocible. Junto a él, un pesado candelabro dorado, cubierto de sangre negra coagulada, que daba testimonio de lo ocurrido. Con mucho cuidado, Nikolias envainó su espada y se acercó a la niña.

    Extendió la mano para apartarle las manos, sorprendida por el toque inesperado, la cara de Leoni se alzó violentamente, con los ojos abiertos por el terror. Chilló, con la mano volando hacia su boca, y corrió hacia atrás a través de la cama, arremetiendo con los pies, gimiendo como un animal herido.

    Nikolias levantó las manos, ¡No, espera! Trató de mantener su voz en calma y tranquilizadora, pero falló cuando Leoni se estrelló contra la pared del fondo, envolviendo sus brazos alrededor de sus rodillas y comenzó a gemir. No estoy aquí para lastimarte, dijo.

    Respirando irregularmente, sin control, sus ojos, enrojecidos por las lágrimas, brillaron mientras jadeaba: ¡Aléjate de mí, maldita sea!

    Nikolias dio un paso atrás y bajó las manos. Te lo prometo, no quiero hacerte daño.

    El la estudió. Llevaba una túnica larga de seda color crema, pequeños hilos de oro cosidos a través del material. La prenda, prácticamente transparente, revelaba cada línea de su cuerpo delgado y joven. Numerosas lágrimas manchaban el corpiño, fusionándose para formar manchas húmedas más grandes y sin pensarlo permitió que sus ojos se fijaran en ellas, tal vez por un momento demasiado largo. Acercó las rodillas a su cuerpo. Soy una sirvienta de la Emperatriz, así que ten cuidado, siseó ella.

    Parpadeó, consciente de que su mirada podría ser malinterpretada. Él extendió sus brazos, ¡No! No, no quise decir ...

    Su cuerpo tembló, aterrorizado, el valiente espectáculo se desvaneció. Nikolias intentó sonreír y ella respondió con el ceño fruncido.

    Te conozco, dijo. Eres el guardia que envió el general. ¿Enviado para mantenerme encerrada, para seducir a ese hombre vil, al que querían convertir en Emperador? Sacudió la cabeza salvajemente, cada vez más valiente a medida que sus rasgos se endurecían.

    Bueno, él se fue, y no lo seduje, así que ahí está. Ya no soy la marioneta de Maniakes, ¿me oyes? Se aferró al dobladillo de su túnica, apretando el material en sus puños. Me ha usado con demasiada frecuencia, y no lo volveré a hacer, te lo digo. Lo que me obligó a hacer con Miguel ... Nunca más, ¿entiendes? Entonces, ve y díselo a tu precioso general, si todavía está vivo.

    No sé quién está vivo o muerto, realmente no lo sé. Mientras se libraba la batalla, mi misión estaba en otro lado. Lo único que sé es que Zoe está a punto de presentarse ante la gente .

    ¿Zoe? La voz de Leoni se quebró, incrédula. "Pero, pero la despidieron. Miguel, la desterró.

    Como dije, tenía mi misión para traerla de vuelta. Nikolias se encogió de hombros y dio un paso tentativo hacia adelante. Ella se puso rígida de nuevo y él se detuvo.

    No sé mucho más. Pero por lo que sé, Miguel también está muerto. La ciudad está tranquila ahora, la lucha se detuvo. Y los escitas se han ido, probablemente también muertos, y todos los escurridizos también. Entonces... Forzó una sonrisa. Soy un oficial jurado de la Guardia Imperial, obligado a garantizar la seguridad de su graciosa alteza, la Emperatriz, y de todos sus sirvientes. Él sonrió de nuevo, y esta vez no vio una mirada de desprecio.

    Entonces, estás a salvo.

    ¿Seguro? Se frotó la cara, secándose los rastros de las lágrimas restantes.

    No, cualquier cosa menos seguro. Si el general aún vive, querrá saber qué pasó con Constantino.

    Levantó las piernas de la cama y se levantó, alisando el vestido. Respiró temblorosa, deteniéndose para recobrar la compostura. ¿No te envió?

    No. Yo solo... Él se encogió de hombros nuevamente, muy consciente del cuerpo debajo de la seda, y miró hacia abajo a sus pies. Yo... yo necesitaba saber.

    ¿Saber? ¿Saber qué?

    Si ... Hizo un gesto alrededor de la habitación. "Entonces, ¿dónde está él? ¿Donde está Constantino?

    No tengo idea. Se escapó con Christina.

    Nikolias frunció el ceño. ¿Salió corriendo? ¿A dónde iría corriendo?, se preguntó. Asintió con la cabeza hacia el cadáver. ¿Quien era él?

    Leoni se estremeció, sujetándose, desviando la mirada. No quiero hablar de ello.

    Él gruñó, miró a su alrededor y vio lo que quería. Cruzó hacia donde había un chal olvidado en el suelo, lo recogió y fue hacia ella. Ella se tensó cuando se acercó, pero se relajó un poco cuando puso el pesado material sobre sus hombros.

    Tienes frío dijo. Y ... Necesitarás esto si vamos a ir.

    ¿Ir? ¿A dónde se supone que debo ir? El general... Sacudió la cabeza. "Mis órdenes fueron muy precisas y he fallado. He

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