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Libro electrónico328 páginas5 horas

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El joven Audan emprende un épico viaje por el antiguo mundo nórdico.

Pronto, descubre que hay mucho más de los mitos y leyendas de sus antepasados vikingos de lo que él creía. Saqueando junto a sus hermanos en armas, Audan se enfrenta a clanes rivales, monstruos y a una embestida de muertos vivientes.

Los dioses que alguna vez fueron venerados ahora están intrigando y entrometiéndose en la vida de los mortales, cuya lujuria y sed de poder dejan al mundo vikingo en crisis. ¿Hasta dónde estará dispuesto a llegar Audan para salvar su tierra y a su pueblo?

IdiomaEspañol
EditorialNext Chapter
Fecha de lanzamiento3 ago 2020
ISBN9781071558263
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    Merodeador - D.W. Roach

    Reconocimientos Profesionales

    Un agradecimiento sincero a la Novelista Estadounidense y autora best-seller Cara Lockwood. ¡Eres una fantástica editora y una perspicaz guía que ayudo a hacer este proyecto posible!

    Al diseñador de mi portada Miguel Parisi, ¡Gracias por la genial portada! Has traído vida visual a mi novela y ayuda a fluir la imaginación de mis lectores.

    Uno

    Sangre y Hierro

    ––––––––

    Los grandes cielos, tan constantes e inquebrantables en su camino durante cientos de años, ahora han comenzado a rugir y retumbar de furia. No podremos continuar navegando en los grandes y expansivos océanos por los brillantes destellos del cielo nocturno. Estamos perdidos, dispuestos a deambular sin rumbo, de isla en isla, por el Padre de Todo Odín y su descendencia. Porque cuando los dioses discuten y conspiran los unos contra los otros, el hombre inevitablemente sufrirá las consecuencias de su indignación.

    Estos eran los tiempos oscuros que Völva y Seidr nos habían contado, la era antes de la última batalla final prometida a lo largo de los eones, el Ragnarök. Hombres violentos llevaron innumerables invasiones a las tierras del frígido norte. La nieve se derretía de los grandes fiordos y los glaciares una vez más retrocedían como Helheim mismo. El poder de los caciques locales había cesado a mediados del invierno, los vientos aulladores y el frio mortal, pero ahora el tormentoso invierno había terminado por fin y yo agradecí su partida. Con el regreso del verano, la guerra de bandas, feroces y despiadadas tribus de guerreros, ganaban fuerza y se movían libremente por la tierra. Al final de esa tierra, los barcos largos fueron preparados ansiosamente y los hermanos se reunieron, afilando sus armas contra la rueda de piedra. La guerra no estaba arribando a las tierras del norte, ya estaba ahí...

    De la niebla emergió una siniestra y sombría criatura. Era un oscuro y siniestro behemoth, escupido de las entrañas de Helheim; la serpiente de dos cabezas de cuello largo se extendía hacia el cielo. La criatura se deslizó sobre el agua, buscando sigilosamente a su presa. Mostraba unos relucientes y afilados colmillos para que todos los vieran, la bestia parecía lista para a atacar en cualquier momento; de sus dientes chorreaba agua turbia y salada. Un silencioso cazador de hecho, este acosador trajo muerte y destrucción a cada orilla que visitó, ya que llevaba sobre su espalda a las criaturas más mortales y destructivas que cualquier reino haya conocido, los extranjeros blancos, portadores de la muerte, Nórdicos.

    —Levanten los remos. Cierren la boca. Ahora nos estamos acercando —, silenciosamente ordeno Rurik desde la proa.

    Los hombres guiaron sus pesados remos de roble detrás del barco, la madera se deslizó sin esfuerzo por los rieles con poco o ningún ruido. Esperamos pacientemente para que Odín enviara una poderosa ráfaga de viento para enviarnos a la orilla. Si la corriente y el viento estuvieran contra nosotros, podría detener nuestro avance, advirtiendo a nuestra presa y dándole suficiente tiempo para despertar a sus guerreros y prepararse para defenderse. Halldis fijó su mirada a los cielos oscuros, vigilando la veleta sobre el mástil en busca de cualquier movimiento o una señal de vientos favorables. —Mi señor—, dijo Halldis —Los vientos nos han fallado, pero la marea está a nuestro favor. Deberíamos movernos a prisa, mi señor, antes que Aegir con todo su poder cambie de opinión—.

    Rurik volteó rápidamente hacia mí y los hombres colocaron sus manos sobre sus caderas. —El hermano Halldis dice que es momento de atacar. ¿Qué dices? —

    Nos pusimos de pie y levantamos nuestras armas hacia el cielo, —¡Aye! —

    Rurik tiró de su larga y trenzada barba castaña. —Muy bien, hermano. Entonces es por la batalla y la gloria. Bajen la vela, saquen los remos. Empiecen a remar, estúpidos bastardos hijos de perra—. Los hombres tiraron de las cuerdas y se aseguraron a las cubiertas. Susurrábamos órdenes de un lado a otro, moviéndonos silenciosamente por la cubierta del barco, recogiendo rápidamente nuestras armas: hachas, escudos y espadas. Como una serpiente rozando el agua, el barco se movía a través de la densa niebla, acercándose cada vez más a su víctima.

    —Ahora, remen silenciosamente. No queremos advertirles de nuestra presencia—. Dijo mi hermano Jareth mientras él trabajaba en su remo. Remando apenas la longitud de varios barcos, una vez más se nos ordenó tirar de los remos a medida que nuestro barco navegaba hacia la orilla.

    —Preparen sus armas y esperen a mi señal—. ordenó Rurik.

    —No hagan movimientos bruscos hasta mi señal—, Halldis silenciosamente repitió la orden de Rurik a los hombres, mientras caminaba entre nosotros de lado a lado en el centro del barco. Nuestros corazones palpitaban, nuestras palmas sudaban, sujetando nuestras armas, esperando el momento indicado para atacar. El largo y agonizante invierno del norte nos había dejado ansiosos de regresar a los gloriosos rituales de batalla. Tomando un cuchillo que tenía el mango de hueso, mi mano rebotó y tembló ansiosamente en su lugar; el momento de la batalla estaba casi sobre mí. Bien hacia la edad adulta, está era la quinta temporada navegando con Rurik y su tripulación. Esperé impacientemente por la orden de Rurik; acariciando mi sucia barba rubia y tronando mi cuello lado a lado. Los duros e implacables meses de invierno nos habían dejado gordos y perezosos sin nadie a quien desafiar, sin gloria para entregar a nuestros dioses y a nuestra gente. Anhelábamos sangre en el extremo del hacha, plata y oro para nuestros cofres y esta noche lo tendríamos todo o cenaremos en el Valhalla.

    Halldis se dirigió hacia la popa para hablar con los jóvenes, su primer saqueo, casi niños, no eran mayores de trece años. —Escuchen con atención, pequeños pateadores de mierda, ahí afuera yace nuestra gloria, su oportunidad de convertirse en hombres. Si se quedan atrás, los mataré. Si se caen, los dejaré morir. Sean valientes, sean amenazantes y no le muestren piedad al enemigo, ya que ellos no la mostrarán. Si el padre de todo, Odín, cree que vivirán este día y luchan con honor se convertirán en uno de nosotros. Hasta entonces son jodidamente indignos—. Halldis se subió a un baúl junto al mástil y se aferró a él con una mano. —Sepan esto—, él dijo apuntando a la orilla, —Esos hijos de puta que están allá afuera los quieren muertos, para derramar sus entrañas en la playa como un cerdo en el matadero ¿Quiénes van a ser?, ¿Quién va a ser?, Algunos de ustedes son cobardes. Están asustados. Puedo verlo en sus pequeños ojos de rata. Es momento de convertirse en hombres—. Halldis escupió en la cubierta frente a los jóvenes y regresó a su puesto. Los jóvenes no dijeron ni una sola palabra y apenas se movían por miedo a una represalia de Halldis. El temor en sus ojos era perfectamente evidente. La idea de terminar empalado al final de la punta de una lanza provocó escalofríos que bajaban por la columna vertebral y el breve sabor del vomito se deslizó en sus bocas mientras tragaban nerviosamente.

    Volteé y miré a Jareth parado junto a mí, nuestros ojos se encontraron y asentimos el uno al otro, sin sonrisas, sin miedo, solo la sangrienta furia que fluía en nuestras venas. Jareth se quitó su seax[1] que estaba debajo de su cinturón de cuero e hizo un pequeño corte en su brazo. —Jareth, ¿qué carajos estás haciendo? — Le pregunté. Jareth abrió su mano libre esparciendo la oscura sangre sobre su palma y untándola sobre su rostro haciendo una larga raya de sangre. Me reí en voz baja al ver a mi hermano ahora convertido en un demonio. Extendiendo mi mano, le dije, —Préstame tu espada—.

    —Entonces, hermano Audan, ¿no soy tan tonto después de todo? — Jareth alardeaba la idea de ser listo. Hice un pequeño corte en mi antebrazo, la sangre caía como lágrimas, una tras otra. Tomándolas con la mano, arrastré mis dedos hacia mi cara y cuello, la sangre seguía caliente contra mi fría y pálida piel. La vista de nuestros rostros debe haber sido aterradora y espantosa incluso para los guerreros más duros. Jareth extendió su mano; limpiando la sangre de su cuchillo en mi pantalón y felizmente regrese su propiedad. Nos metimos en un pequeño canal que bordeaba hierba alta que pasaba varias antorchas a lo largo de la costa. La playa del pueblo, nuestro enemigo, estaba justo delante.

    De pie en la proa, Rurik colocó un casco de cuero morrón sobre su cabeza y levantó el brazo hacia el cielo. —Vayan a sus posiciones de pelea, vamos, rápido. ¡Prepárense! — El barco se detuvo repentinamente en la cabeza de playa, lanzándonos a la mayoría de nosotros hacia delante. Rurik cayó a la dura cubierta de madera del barco, pero se puso de pie rápidamente, mirando al brumoso horizonte en busca de signos de resistencia. Halldis se levantó cuan alto era en la proa, sus ojos escrudiñaban el lejano horizonte. —¿Halldis? — preguntó Rurik. Halldis echó un vistazo más a la costa y sacudió la cabeza; no había signos de resistencia. Rurik levantó su brazo una vez más al cielo, señalando a los arqueros. Dos hombres oscuros y encapuchados dieron un paso al frente, levantaron sus arcos hacia el cielo y retiraron las cuerdas, listos para liberar sus flechas contra sus víctimas.

    —Dame fuego, — ordenó Halldis. Un guerrero rápidamente se levantó y le alcanzó una antorcha. Halldis agito el fuego bajo las flechas que habían sido envueltas en tela empapadas con aceite de hígado de bacalao. Las cabezas de las flechas ahora ardían, encendieron la playa cubierta de rocas y la línea de árboles que estaba al frente de nosotros. Con la caída del brazo de Rurik, los rayos de fuego rugieron mientras cruzaban el cielo, proyectando sombras en movimiento y llovía hierro caliente que rasgaba la paja de las casuchas del pueblo más allá de nuestra vista. La señal para comenzar la carnicería se había dado.

    —Ahí están, ¡Hombres!, ¡Ataquen!, ¡Salgan del barco! — Ruik grito mientras él levantaba salvajemente su Skeggöx[2] al aire. Los guerreros se levantaron rápidamente de sus posiciones, el chocar de sus escudos retumbaba, las cotas de malla producían su sonido metálico y los hombres lanzaban un atronador grito de batalla que lograba cortar los cielos. Los cuerpos saltaron al agua poco profunda, uno por uno, cada chapoteo era el mensaje que la muerte cada vez se acercaba más a la orilla. Los guerreros formaron dos filas avanzando hacia la proa, para no ahogarse en las aguas más profundas por el peso de sus armaduras. Al llegar a la proa, me tocó dar el salto; Miré hacia la turbia y negra agua que yacía debajo y sin dudarlo, me sumergí. Como un millón de agujas punzantes, el agua fría empapó mi armadura de cuero y el frío atravesó mi piel hasta llegar al hueso, mis pulmones me robaron el aliento momentáneamente. Al tropezar con una roca debajo de la superficie, mi hermano en armas me levantó por la nuca como si fuera un conejo muerto.

    —No mueras aún, pequeño hermano; aún tenemos mucho uso para ti. Además, si te ahogas ¿Quién te cuidara las espaldas en el Valhalla? — Dijo Jareth. Sonreí brevemente, tomando mi lanza y moviéndome hacia delante a la cabeza de la playa. El agua hacía que mi ropa pesara, gruñí y levanté con fuerza cada pierna mientras me dirigía a la playa con mi escudo listo frente a mí. Al llegar a la repleta de guijarros, me sacudí el agua como un perro callejero y me quité el cabello de los ojos.

    —¡Formen el muro de escudos en la playa! ¡Muro de Escudos en la playa! — Gritó Mar el menor, mientras repetía febrilmente sus órdenes. —Bloqueen con sus escudos y prepárense para seguir adelante—. Los guerreros se arrodillaron clavando sus rodillas en las rocas, escudos y lanzas hacia adelante listo para esperar la próxima orden. Bloqueamos con nuestros escudos juntos haciendo un sólido muro de defensa. Los arqueros se formaron detrás del muro de escudos, rápidamente escrudiñando la playa, movimos nuestras cabezas de lado a lado, buscando signos de resistencia. Por desgracia, no había nada más que oscuridad y los contornos de las casuchas de los pequeños pueblos se extendían por delante. La tierra era helada, dura y poco acogedora bajo nuestros pies. Ahora se escuchaban gritos amortiguados a la distancia seguidos por el sonido de un roce, pero los guerreros aún no nos habían desafiado.

    Mar estaba parado junto a Rurik apretando sus ennegrecidos dientes. —Es una emboscada, mi señor. No hay señales del enemigo y sin embargo deberían estar aquí—.

    Rurik sonrió. —Por supuesto, es una emboscada. Siempre es una emboscada. Haz que los hombres avancen. Tomaremos la aldea esta noche, si Odín lo desea —. Mar asintió y miró a los hombres. Rurik se dirigió hacia el frente de la formación con su escudo frente a él, volteó y nos miró de nuevo, —Hijos de Odín, ¿Qué es lo que hace que la hierba crezca y los ríos fluyan? —

    Contestamos en unión, —¡Sangre! ¡Sangre! ¡Sangre! —

    —¿Y cómo obtenemos sangre? —

    —¡Matando! ¡Matando! ¡Matando! —

    —¡Por la gloría! —

    —¡Escucharon a su líder! Sigan adelante, ¡Perros! Si nuestro enemigo no nos da la bienvenida con los brazos abiertos entonces debemos hacernos sentir en casa —, ordenó Mar. Todos juntos, como un solo hombre, nos levantamos y marchamos hacia delante sobre las piedras, incrementando nuestra velocidad mientras nos acercábamos al pueblo. Oscuras sombras se movían a la distancia mientras nos acercábamos, nuestros adversarios gradualmente se volvían visibles, tomando refugio detrás de un muro de tierra y lodo.

    Se escucharon más silbidos de flechas volando en la oscuridad. Los gritos de agonía se podían escuchar a nuestro alrededor, mientras avanzábamos golpeando los escudos y la tierra. Los aldeanos estaban preparados; quizás habían sido atacados en saqueos anteriores. —¡Mantengan sus escudos en alto a menos que quieran que los penetre un aguijón de hierro!— Dijo Rurik. El jefe Rurik ordenó abrir filas para romper la concentración de fuego de las flechas. Nos separamos y atacamos, con espadas y hachas. Incliné mi cabeza hacia adelante, las flechas de nuestros arqueros, que estaban por detrás de nosotros, pasaron justo por encima de mi cabeza, dándonos apoyo para seguir adelante.

    —¡Aaaaaaaaahhh! — El chillido penetrante de la primer muerte. Vallis el rudo se puso de pie, colocando su gran pie firmemente sobre el pecho de su víctima recién despachada. Empujó su pie profundamente entre las costillas rotas de su víctima y sacó su espada del cuerpo inmóvil del aldeano. Sangre oscura escurría de su espada. Vallis miró atentamente el filo para ver si su arma estaba satisfecha con la carne que había desgarrado. Mirando hacia atrás a su jefe con una sonrisa diabólica, Vallis luego devolvió su atención para localizar a la siguiente víctima. —¡El Valhalla espera! — gritó Vallis mientras atacaba hacia la oscuridad.

    ¡Tunc! Disfrutó muy poco de su victoria. Una flecha perforó la garganta de Vallis. Agarró su cuello fuertemente alrededor de la flecha, tratando desesperadamente de detener la sangre que salía de su cuerpo. El sonido de la sangre fluyendo hacia la garganta de un hombre, gorgoteando, mientras peleaba por aire era como ver a un pez saltando sobre la tierra seca, anhelando el agua. Buscando algo de consuelo de sus hermanos, Vallis tropezó. Sucumbiendo rápidamente a su herida, cayó, como un árbol a la tierra, sus ojos seguían abiertos mientras tomaba su último aliento.  Rurik, nuestro jefe, miró hacia abajo sobre el moribundo Vallis y se arrodilló junto a él. —Nos volveremos a encontrar en el Valhalla, hermano. Heimdallr te mostrará el camino —. Los camaradas de Vallis continuaron hacia adelante bajo la implacable lluvia de flechas encendidas.

    Jareth y yo nos mantuvimos juntos, uno al lado del otro; una vez más juntamos nuestros escudos para avanzar sobre los arqueros campesinos que se refugiaban detrás de un muro. Sus flechas martillaban nuestros escudos sin cesar, golpe tras golpe, cubriendo el suelo con flechas rotas. ¡Chunc!, ¡Tuac! ¡Chud! Con un último grito, alcanzamos el muro lanzando nuestras lanzas a la multitud para romper su defensa. Los aldeanos se prepararon y fueron derribados cuando las lanzas golpearon sus escudos pobremente ensamblados. Jared alcanzó su azul y brillante escudo con su hacha de batalla, golpeando a uno de nuestros enemigos, separando su clavícula de su hombro. Jareth tomó la empuñadura de su hacha con ambas manos; su escudo ahora colgaba de una correa de su brazo y cortó la cabeza del arquero de su cuerpo. Me arrodillé para tomar mi lanza y la empuje hacia el arquero junto a él, pero fue desviada por su arco, lo que la lanzó lejos. Levantando mi escudo, golpeé su pecho con la parte delantera, robándole el aire y aturdiéndolo el tiempo suficiente para asestar un golpe fatal. El arquero se inclinó hacia adelante sobre mi escudo y clavé la hoja de mi lanza sobre su espalda mientras caía. Al hundir la cuchilla sobre su columna, el cuerpo del arquero se puso rígido, un breve grito salió de su boca. Tiré y tiré de mi lanza, pero no pude quitarla de su cadáver sin vida.

    —Déjala. ¡Toma tu hacha! Debemos mantenernos junto a los otros a menos que quieras unirte a Vallis en la otra vida—, dijo Jareth. —Vallis está complacido en el Valhalla ahora mismo mientras hablamos. Me pregunto ¿Cómo sacará esa flecha de su garganta? — Jareth dijo con una tonta sonrisa. Todos sabemos que cuando viajas al Valhalla te verás cómo lo hiciste al morir. Todos esperábamos en vano una muerte limpia sabiendo que nuestro destino algún día coincidirá con el de la carnicería que ahora orgullosamente infligimos sobre nuestros enemigos.  Jareth era conocido por burlarse en los peores momentos, pero ningún guerrero podría tener un mejor camarada en un combate cuerpo a cuerpo. Él era hábil con las palabras como lo era con el hacha. A menudo él confundía a aquellos con los que peleaba después de varios cuernos de hidromiel al escupir un largo y profundo argumento antes de golpearlo con el objeto más cercano.

    Pronto nos encontramos en el centro del pueblo. Cuerpos y aleatorias pertenencias del pueblo estaban esparcidas, chozas quemándose dejaban cenizas a nuestro paso. ¿Dónde estaban el resto de los aldeanos? ¿Los guerreros? Jareth se arrodilló en la tierra. —Mira ahí, hermano. Sus huellas se dirigían hacia afuera del pueblo. Se han aventurado hacía el este. No podremos atraparlos sin arriesgar el barco—.

    —Necesitamos retirarnos de este saqueo. Pueden advertir a los otros y enviar refuerzos para vengarlos —, dije apresuradamente.

    Nos separamos y empezamos a buscar en las pequeñas chozas cualquier tesoro, arma o algo de valor que pudiese ser intercambiado en casa. Está aldea estaba llena de personas simples, mayormente granjeros o pescadores; habría muy pocos tesoros ahí. Acercándome a una choza que se estaba quemando, levanté la pierna derecha y pateé la puerta lanzando mi peso al golpe. Me caí hacia adelante casi cayendo al suelo del otro lado, cuando cedió la madera. Cuando me levanté solo vi una casa con cuatro camas y fuego ardiente en el centro de la habitación; el humo se volvía pesado en la choza y era difícil ver. Las paredes y las esquinas no tenían nada; alguien ya había limpiado este lugar antes de retirarse apresuradamente dejando sus comidas esparcidas por el suelo. Las camas parecían intactas, lo que me hizo sospechar, mientras caminaba hacia ellas. Coloqué la parte inferior de mi hacha debajo del espacio entre la ropa de cama de lana y la cubierta de madera levantándola. Un destello tenue apareció en la tenue luz y debajo había varias dagas de hierro y una pequeña pieza de joyería de plata. Los puse apresuradamente en mi bolso de cuero que descansaba sobre mi cadera, me dirigí al patio para encontrarme con Jareth.

    —¿Encontraste algo de valor? — Preguntó Jareth.

    —Lo suficiente para un mes de comida y bebida. ¿Y tú, hermano? —

    —¡Encontré malla escondida debajo de las tablas del suelo y una espada que tomé de un cadáver! — Ya no la necesitaba más —. Jareth sonrió perversamente mientras sostenía sus trofeos en la mano.

    —Mierda, ¿Cómo es que siempre encuentras buenos tesoros? — pregunté. Jareth siguió sonriendo y sin demora nos dirigimos de regreso al barco para reagruparnos con los hombres.

    Desde el barco, se lanzaron flechas de fuego y aterrizaron en cosas y montones de paja creando un gran incendio. Los arqueros nórdicos fueron implacables en el bombardeo, bañando a los aldeanos restantes en fuego y hierro. El pueblo rápidamente cedió ante nuestra horda guerrera. Los que no corrían aterrorizados ya estaban muertos, una victoria fácil para esté día. Nuestro lancero se zambulló sobre las paredes de tierra e intercambio sus lanzas por una espada y un hacha en un combate cuerpo a cuerpo mientras masacraban al resto de los que aún oponían resistencia. Mientras caminábamos entre las chozas en llamas y los cadáveres sin vida, una aldeana salió corriendo y gritando de una choza que ardía, temerosa de que las llamas que envolvían su hogar la consumieran también. Su mirada cayó sobre Halldis cuando dobló la esquina y sin dudarlo le clavó una daga en el muslo.

    Halldis gritó en agonía por un momento, se levantó, alzó su brazo y golpeo a la aterrorizada mujer, el magnífico crujir del hueso, su mandíbula ahora estaba rota. Ella cayó al suelo y se curveo en una bola que gritaba de dolor, su sangre manchaba la tierra. —Lleven a esa criatura al barco. Tal vez le demos un uso; quizás como esclava —, dijo Halldis en tono vengativo.

    —O tal vez un valioso sacrificio al Padre de Todo, ¡Odín! — se burló otro vikingo.

    La mujer gritaba mientras sangre brotaba de sus labios, suplicando a sus captores, ellos apenas entendían sus palabras, —No, no ¡Se los suplico! — Los guerreros solo sonreían y reían, tomándola como un saco de granos, lanzándola sobre su hombro y despareciendo en la playa.

    —¡Esta tiene espíritu! ¡Será una excelente esclava! — gritó Mar. Nuestros hermanos guerreros reunieron sus capturas; colocando collares de cuero sobre sus cuellos y cuerdas para amarrar sus manos. Ahora eran sirvientes de por vida al Jarl y servirían a su gusto hasta a que la muerte los liberara. En cualquier momento su amo podía elegir tomar su vida sin represalia alguna. Mantener esclavos parecía ser más problema de lo que valía la pena. Crecí con muchos esclavos en mi vida. Me alimentaban, vestían y me brindaban refugio hasta que me convertí en hombre. A cambio, los marcábamos con hierro como lo harían con un perro. Era la última falta de respeto hacia las familias de nuestros enemigos caídos y aquellos que se opusieran a nosotros.

    —Rurik, la resistencia del pueblo ha caído, pero los campesinos pueden estar advirtiendo a un asentamiento cercano, enviando refuerzos. ¿Cuáles son sus órdenes, mi señor? — Preguntó Mar con sincera preocupación.

    Mar era el segundo al mando, el guardaespaldas personal de Rurik. Mar el menor como era conocido; él y Rurik habían peleado en numerosas batallas al paso de los años. Mar era mucho más alto que Rurik pero carecía de inteligencia para dirigir e influenciar a aquellos que lo rodeaban. Rurik, por otro lado, era carismático, querido entre sus pares y respetado por aquellos a los que comandaba. A diferencia de otros jefes, Rurik se consideraba un pastor para la gente, responsable de su seguridad y bienestar. Los saqueos eran lo que mantuvo a su gente vestida, alimentada y viviendo con modesta comodidad. Mientras Mar esperaba impacientemente la respuesta de Rurik, se limpió el sudor de su cabeza afeitada y se cruzó de brazos.

    —Tomen las provisiones que puedan, cárguenlas al barco, luego quemen el resto—, ordenó el jefe.

    —¿Qué hay con los prisioneros? Mi señor. ¿Qué hacemos con ellos? — Preguntó Mar el Menor.

    —Ejecuten a los hombres. Solo quédense con las mujeres y niños más fuertes para usarlos como esclavos. Dejen a los viejos y débiles para que se valgan por sí mismos como perros salvajes —.

    —¡Ya lo oyeron! — Mar repitió la orden de Rurik mientras apuntaba a los hombres capturados. —Bajen a aquellos perros a la playa. Hoy se encontrarán con lo que su dios escoja—.

    Seis hombres se arrodillaron frente a sus captores vikingos, sabiendo muy bien que su fracaso los llevaría a la muerte. Nuestro jefe se alejó y Mar les ordenó a los guerreros que ejecutaran a los prisioneros de inmediato.

    —¡Pero tenemos familia! ¡Hijos! ¡Muestren misericordia! Por favor ¡Se los ruego! No somos más que comerciantes y granjeros. No somos guerreros de su tipo—, lloriqueo uno de los prisioneros. Halldis se inclinó hacia adelante con su pierna buena, golpeando al hombre en la cara y enviándolo al duro suelo.

    Mar colocó sus palmas en sus caderas mirando a los seis hombres con gran indiferencia, sus vidas colgaban de sus manos. —Se te unirán pronto en la otra vida—, contestó Mar. Volteándose y mencionándole a sus hombres que ejecutaran a los capturados.

    Con malvados gruñidos sedientos de sangre, cada nórdico trajo su espada o hacha, llevándolas detrás de los cuerpos de sus próximas víctimas y derribándolos con gran fuerza.  El sonido familiar del acero cortando la carne y el hueso hacía eco en la orilla del agua. La sangre manchaba la arenosa costa, fluyendo hacia las gentiles aguas. No era una tarea fácil cortar la cabeza de un hombre. Requiere golpear con el borde correcto de la cuchilla, usando la suficiente fuerza para cortar la carne, tendones y huesos. Todas las cabezas cayeron excepto por una, el más joven de los verdugos todavía no tenía la suficiente práctica,

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