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Stagnation: Rey De-Heavens, #2
Stagnation: Rey De-Heavens, #2
Stagnation: Rey De-Heavens, #2
Libro electrónico403 páginas6 horas

Stagnation: Rey De-Heavens, #2

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"Rey De-Heavens Stagnation. Volumen 2", escrito por Ramon H. Guiardinu, narra la épica batalla de Rey, un ser conocido como 'caído del cielo', que es mitad licántropo y mitad vampiro, contra Gilgamesh 'De-Uruk', el rey más histórico de la Tierra. Gilgamesh es el primer héroe olvidado y cazador de monstruos que se propuso crear un reino tan grande, exuberante y avanzado como ningún otro visto jamás por ojos humanos. Un lugar en el que no existirían murallas para separar fronteras, ya que todos serían suyos, haciendo y deshaciendo según su placer. Sin embargo, con el tiempo, su deseo de tener un amigo verdadero se hizo tan grande como su ambición.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 oct 2023
ISBN9798223958147
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    Stagnation - Ramon H. Guiardinu

    De cuento en cuento, desgasto el teclado

    en cada computadora que encuentro.

    A veces, por la razón guiado,

    de llenar este corazón en mi pecho.

    Con historias fantásticas que he de contar.

    Convirtiéndolas en pequeñas huellas

    que muchos no podrán olvidar.

    Ramon H. Guiardinu

    Prefacio

    Una criatura híbrida llegó al primer círculo del paraíso, tenía unos ojos afilados que se iluminaban con la blancura que irradiaban unas estrellas pitagóricas infinitas, las cuales le bordeaban sus pupilas negras y se adaptaban a su tamaño dilatado.

    Al día siguiente de nacer, Rey ya tenía la capacidad de correr y ser independiente de los adultos, pero no del pasado ni de las características de su cuerpo. Aun así, siendo leal a lo que creía correcto, en su viaje por donde vagan los muertos, él siguió con firmeza cualquier propósito o motivo sin cuestionarse si podía lograrlo ni prestar atención a las opiniones ajenas.

    Como hijo no deseado, el pequeño se vio obligado a pasar incontables calvarios para tener una oportunidad de escapar antes de perder la vida a manos de su familia. Mirando a la muerte a los ojos, Rey y sus hermanos, fueron succionados por un agujero negro que los trasladó a un plano totalmente desconocido, donde existía una luna a la que llamaban sol, ya que, ni todo el brillo centelleante de un sol podía competir con miles de luces doradas que la componían. Pero, eso no fue todo lo que encontró

    Nuevo mundo

    Ante los ojos de Rey , los misteriosos colores del vacío en el que estaba cayendo no perduraron por mucho tiempo. De repente, de la nada se hizo la luz y el brillo se transformó en un inmenso orbe rodeado de oscuridad. Acostumbrando sus ojos, el joven vio cómo la gigantesca esfera estaba delineada por un halo de luz, como si el satélite estuviera eclipsando a una estrella con su dominio luminoso. Para él, aunque la temperatura era compatible con la vida, el paisaje parecía desafiante, por lo que creía que iba a caer dentro de un mar de fuego fulgurante si no hacía nada a tiempo. 

    Con cinco cuerpos inconscientes que caían con él, Rey extendió en el aire sus alas y se valió de maniobras estrepitosas para sostenerlos como pudo. A su hermano Jhades, lo sostuvo con la mano derecha por la pierna; a su otro hermano, Dante, lo agarró por los cabellos. Logró que el pequeño felino más cercano quedara sobre su espalda; al otro felino que daba vueltas en el aire, Rey pudo sostenerlo con sus dientes por la piel del cuello, mientras que, a White, el último de los tres y su más preciado acompañante, pudo agarrarlo con sus pies. 

    Aunque nadie estuviera cayendo a una muerte segura, Rey estaba débil y debido a la carga que tenía consigo ya no podía agitar sus extremidades de plumajes negros. Como un ave a punto de estrellarse contra las olas de un inmenso mar, en caso de no encontrar tierra firme, Rey estaba obligado a planear mientras buscaba con sus ojos algún lugar seguro en el cual aterrizar. «Pero ¿en verdad existe un lugar seguro en el cual descender?» se preguntó. «El suelo se ve animado, como la luz misma que irradiaba una esfera envuelta en lava líquida». 

    A medida que descendía, con el viento silbando en sus oídos, Rey podía ver mejor, lo que le calmó un poco. Lo que antes era fuego líquido, ahora se asemejaba a una construcción sólida y después, lo sólido pasó a tener caminos que subían, bajaban, giraban, se agrandaban o terminaban perdidos en el brillo amarillo. Todo se volvía más distinguible, lo que eran montañas de diferentes tamaños, ahora estaban compuestas por rocas cuadradas, rectangulares o circulares que subían hasta el cielo una encima de la otra, asemejándose a unas afiladas lanzas.

    Más cerca, Rey pudo ver seres de diferentes colores que compartían formas similares. Estos subían, bajaban, giraban o se terminaban perdiendo de un lado a otro, de manera organizada. El ruido, no era ruido, se escuchaba más bien como una melodía que abrazaba y acariciaba los oídos del pequeño, en vez de asustarle o imponérsele. Dentro del fuego existía una atmósfera abarrotada por la alegría, en la que la música combinada con risa y aplausos se escuchaba por todas partes.

    Al acercarse aún más, justo en el último piso del edificio más alto, Rey pudo distinguir a un sinnúmero de personas que vestían elegantes prendas. Individuos que estaban moviéndose de un lado a otro como si no se contuvieran de estar disfrutando del placer.

    Aliviado por no tener que aterrizar en lo que imaginaba al principio, Rey advirtió un peligro aún mayor. Entre los humanos que estaban en los balcones, había quienes se sostenían con fuerza de las barandas, mientras que otros eran embestidos, en lo que se considera el arte del apareamiento. No obstante, muchos los vieron caer y no pudieron contenerse de señalar o gritar a otros en advertencia. 

    Rey pudo ver el pánico en los rostros de los humanos. Como si para ellos, eso que caía del cielo, fuera lo que fuera, de seguro sería sucio, peligroso y salvaje, algo que no era ni humano ni elegante y les representaba una amenaza para la felicidad que habían logrado obtener.

    Al notar el comportamiento hostil, Rey decidió alejarse y seguir buscando un lugar seguro en el cual aterrizar. Sentía que en cualquier momento podría dejar caer a uno de sus hermanos, ya que el agarre de su mano se estaba debilitando. También entendía que estaban acorralados, pues si aquella luna era un cuerpo y ellos estaban entrando sin permiso, los mecanismos de defensa se encargarían de localizarlos, rodearlos y exterminarlos. 

    Balanceándose de un lado a otro, Rey esquivó los edificios que se volvían más numerosos, hasta que con sus ojos pudo encontrar un lugar en el cual aterrizar. A la distancia apareció un sitio que no era tan grande como lo sería un bosque, ni más chiquito que un jardín, pero si estaba destinado a la recreación pública. Era un parque que se conformaba de numerosos árboles de graciosas copas, no tan altas, un césped uniforme, verde y corto, un río de agua clara y varias especies de animales que vivían por ahí.

    Una vez se dejó caer en el terreno de hierba delimitada, Rey, sus hermanos y los tres felinos rodaron varias veces. Aun después del aterrizaje forzoso, ninguno de los que estaban inconscientes despertó, lo que dejó al pequeño de ojos blancos expuesto a la responsabilidad de hacerse cargo de todo. 

    Rey podía entender que, aunque tuviera la fuerza y las condiciones para poder esconderse, esconder a sus hermanos y a los Ligres, los llevaría que a la larga fueran encontrados y terminarían en la misma situación o peor. Todo estaba marcado desde el momento en el que los habían arrojado en un mundo tan civilizado que parecía estar hecho de oro, abarrotado por el característico olor que desprenden los humanos al sentir miedo.  

    Con la captura como resultado inevitable de la ecuación, algunas preparaciones debían de hacerse. Con esto en mente y mucho esfuerzo, Rey arrastró y organizó los cuerpos de un lado a otro. Una vez terminó, dedico un poco de tiempo a acariciar con su mano a un cisne blanco y majestuoso que parecía también estar preocupado, mientras tomaba del agua del río que pasaba por el puente.

    Gradualmente, se incrementó la conmoción en los alrededores y Rey lo pudo notar por el silencioso ruido que invadía en la distancia. Dejando de prestar mucha atención a lo que sucedía, se enfocó en sus hermanos y los Ligres. Si algo sucedía y debían separarse, no era buena idea que quedarán muy dispersos y mucho menos indefensos. Justamente por eso y tras tomarse un suspiro, Rey decidió recitar un encantamiento, el cual, una vez concluyó, hizo desaparecer los cuerpos de los tres felinos

    —Convertirme en hechicero fue tan conveniente como peligroso —hablaba Rey para sí mismo. — Dejando de lado el uso de la magia casi ilimitada que tengo en mis manos, tengo que cuidarme, no debo confiarme y terminar maldito, como mi maestro. También debo evitar morir por dejar de tomar riesgos necesarios, como otros tantos hechiceros.

    Por ahora, para mis hermanos y para mí, conjuro Imaginación Des y Masterización, con tal de poder esconder en nuestro interior a estos pobres felinos que decidieron acompañarnos en el camino, dispuestos a perder la vida y convertirse en armas. Conciliación de sonidos, presencia y aroma. Nuevas lenguas de asimilación. Sin daño letal. Suerte de lado —pronunció Rey sus bendiciones con voz calmada.

    Luego pensó «Supongo que esto será suficiente por ahora. Con mi condición actual, no estoy al nivel de poder hacer más sin sufrir consecuencias negativas, por ahora es lo más conveniente para adaptarnos, sobrevivir a cualquier ataque que nos tome desprevenidos y escapar si es necesario. Creo que no voy a ser capaz de mantener mis ojos abiertos por mucho más tiempo, mientras nos dejen vivos, estaremos preparados».

    «¡Aaah! Hechicero... pasé por el proceso de iniciación y pude invocar el libro de mi maestro, Santuario de Atenas, que está lleno de conjuros, encantamientos, conocimientos, prácticas y técnicas que he memorizado, pero desafortunadamente no puedo alterar. No obstante, en caso  que me enfrente con alguien, debo mantener mis emociones al margen, con el bloqueo de uno de mis vórtices de energía, los demás empezarán a funcionar mal y eventualmente, quedaré expuesto y vulnerable.

    Sin equilibrio interno, ataque o defensa, me veré obligado a utilizar mi núcleo como última barrera y una vez que se quiebre... es mejor no pensar en eso. A menos que luche contra alguien grado Dios o superior, no creo tener que llegar a tanto. Me pregunto, ¿qué será este cansancio contra el cual no puedo luchar?»

    Luego de despedir a su amigo emplumado, Rey respiró profundamente y se tendió a un lado de sus hermanos con la intención de rendirse ante el cansancio.   Los guardias del parque y las autoridades que recibieron la alerta estaban en movimiento.

    De acuerdo a los protocolos, todas las entradas y salidas del inmenso sitio verde se cerraron yantes de aproximarse al individuo no identificado, le monitorearon por cámaras y radares que tenían dentro de sus sofisticadas máquinas. La mejor noticia para los presentes era que no existían personas en el interior del lugar, sin embargo, las cámaras mostraban lo que parecía ser un No-humano Cat-tres, desnudo y salvaje.

    Tan selvático que se llevaba con las bestias, como si se entendiesen entre sí. Bebía la misma agua y casi caminaba como los perros, en cuatro patas. Parecía que no le importaba que su torso hiciera contacto con la tierra, o que estuviera casi desnudo. 

    Al ver esto, los uniformados sintieron pánico por sus cuerpos y se taparon las narices con un pedazo de paño o usando sus propias prendas. El miedo les invadía el rostro, tanto así que palidecieron mientras negaban lo que se mostraba en sus pantallas. Algunos tuvieron que sentarse porque perdieron fuerzas en sus piernas, mientras que los demás quedaron paralizados por el terror y se miraban entre sí. Ninguno de los presentes podía hacer nada más que rezar por no ser los responsables de lidiar con semejante No-humano.

    «¿Qué pasaría si ya es demasiado tarde? ¿Si ya respiramos su contaminación? o peor aún ¿Qué sucedería si esa criatura tan antihigiénica nos muerde?», pensaron. «¿Si por ser mordidos perdemos la razón? ¿Qué pasaría si dejamos de ser humanos y no lo sabemos? ¿Si se encarna el infierno en esta luna como sucedió en el planeta Tierra justo antes que terminara destruido?»

    —¿Por qué no acudimos a donde está Román? —dijo un uniformado, como quien sugería la solución de un problema—. Él es la mano derecha del rey y sabe bien qué se debe hacer en este caso. Después de todo, él es el encargado de los No-humanos, categorizados como tóxicos, por el sistema.

    Un tiempo atrás, en el mundo que nunca duerme, el emperador de todos los humanos llamó a uno de sus súbditos en particular y en la inmensa sala entró el cuerpo fornido de un sujeto pasado en años. 

    Ante el emperador, quien había derramado todo el vino de su copa al suelo, se levantó el sujeto a quien habían llamado, su nombre era Román. El individuo de cuerpo bien formado, con cabello gris, ligeramente largo y ojos color marrón claro, vestía prendas largas y desahogadas pareciendo menos intimidante. 

    —¡Román! —exclamó el señor soberano, tan pronto los súbditos se retiraron y las puertas quedaron cerradas—. ¡Por mucho tiempo estuve esperando volver a tener un encuentro con otro amigo tan verdadero y único como lo es, lo fue y siempre será mi primer verdadero y único amigo! Escucha, en un futuro no muy lejano, ante cualquier peligro, él permanecerá a mi lado y se enfrentará a calamidades con tal de probar nuestra amistad. ¡Oooh! Román, han pasado ya muchos años ¿no es así? Tras dejar el planeta Tierra, conquistar esta luna que ahora es sol y construir mi imperio, no creí que volvería a suceder, pero ¡volví a tener un sueño como el anterior! Por ende, tendrá el mismo significado o incluso uno mejor, llevando a cabo mi voluntad y la de nadie más.

    —¿De qué fue el sueño? —Román reverenció al emperador y agachó su cabeza intrigado—. Oh, gran y magnífico rey de todos los humanos, patriarca y emperador soberano. Si es que puedo saber y la duda no ofende, su excelencia. 

    —¡Claro que sí! ¡Precisamente y por ser pertinente fue que convoqué tu presencia ante mí! —replicó su alteza, de cuerpo joven y fornido, que vestía prendas arrogantes. Tenía sus cabellos negros que le llegaban al hombro, piel de sumerio que se cubría bajo una capa de color rojo con forro negro e interior índigo, una sortija en cada dedo, pantalones negros con reflejos rojos y botas a juego. Alrededor de su cintura tenía atada una larga faja roja—.

    «En mi sueño flotaba por los aires, abrazando estrellas ascendentes y besando nubes de fuego descendente, lo negro se volvió blanco, lo blanco se volvió negro y el oro y metales de mi luna alumbraron con mayor intensidad que nunca. En el suelo había una estrella blanca que no podía abrazar, una que del cielo había caído sin que me diera cuenta, cosa que pude notar cuando brilló más que ninguna otra. Como una enorme piedra encendida, la luna se negaba a quedarse tranquila y las luces de mi imperio querían apagarse.»

    «Con el tiempo, su calor y brillo, incluso en el cielo, se llegaron a sentir desafiantes, al punto que me hicieron temblar, sudar y por ende, dejar a mis amadas e irle a ver más de cerca. En el sueño, encogí el tamaño de mi cuerpo y al acercarme también emití mi brillo y toda mi grandeza. La estrella caída del cielo se paró delante de mis siete bendiciones, todas dejaron de mirarme para mirar a la inmensidad del espacio lleno de estrellas fugaces.»

    «Sí, en mi sueño también había innumerables personas que venían, otras tantas que se marchaban, bestias y magníficas criaturas, mujeres, héroes y lucha. Todo esto sucedió en el espacio en el que quedé junto a esa estrella que se me imponía, todo con tal de ser conquistada. Intenté abrazarla, sostenerle en mis brazos, pero el calor era tan grande que tuve que desistir, en ese momento, ella me abrazó y en su abrazo encontré el camino a la grandeza. Al final del sueño, caí a los pies de mi madre con felicidad y cerré los ojos mientras que ella me pasaba la mano por el rostro. Esa fue mi revelación. ¿Qué crees al respecto, Román?»

    —Tan solo le pregunté sobre su sueño por mera curiosidad —Román puso su rodilla en el suelo y luego su puño opuesto, al mismo tiempo que escondió su mirada y respondió—:  Oh, gran soberano y emperador de todos los humanos, preocuparse por lo que alguien como yo piense de un sueño es como darle importancia al aire que exhala. Después de todo, no soy un buen interpretador de sueños, su alteza.

    —Pero eres un Dios —respondió, mientras las expresiones de su rostro cambiaban y se mostraba enojado—. En los libros que escribí para cuando mi memoria fallara por efecto de vivir una vida eterna con las capacidades de un semidiós, contaba la historia de cómo mi gran amigo había aparecido. Cuando mi reinado fuera tan soberano y próspero como lo es ahora, los dioses mandaron a alguien que me igualase en fuerza y en mi tempestuoso valor. Mandaron a un nuevo héroe. Pero... Aruru está muerta, también madre y padre... por eso pensé en ti. —El rey hizo una pausa en su monólogo, se dio cuenta de que el único invitado en la sala aún no levantaba su cabeza, de la misma manera en que se escondían quienes ocultaban la verdad de cierta manera— ¿Acaso no te atreves a hablar ni decir más porque sabes que llevarme la contraria tiene como consecuencia que las cabezas rueden por el suelo?

    Román mantuvo el silencio y su posición ante la pregunta del rey que regresaba a su trono con aires de decepción.

    —Ya entiendo —dijo el rey al darse la vuelta, como si se reprochara a sí mismo por no tener ningún amigo en aquel mundo—. Aprecio que como súbdito te guardes cualquier comentario que pueda ofenderme si no estás preparado para las consecuencias. Después de todo, nadie mejor que tú sabe que ante este rey, el hecho de que alguien tenga razón no significa que verdaderamente la tenga, si es que me va a llevar la contraria y no pueda sobrevivir contra mí en un combate. Román, ignora mi pregunta por ahora, te voy a encargar que encuentres a ese ser que me mandaron y que sostengas un combate glorioso con él que todos recordarán y que luego se convertirá en mi amigo, tan verdadero y único como lo fue el primero. Ya puedes marcharte.

    Ante la autorización del rey, Román se levantó del suelo y respetuosamente confirmó que abandonaría el lugar al cual se le había llamado para cumplir el encargo asignado.       

    Saliendo del templo, paso tras paso, un pensamiento no abandonaba la mente de Román. No podía mover su boca para articular palabras, porque la sonrisa que tenía de oreja a oreja no se lo permitía. Esa era la sonrisa de un viejo demonio. «Aaah, se siente tan familiar la cercanía de las calamidades. ¡Después de vivir tanto tiempo queriendo olvidar para remediar mi pesar! Esta nostálgica sensación me hace despertar una vez más. Encarna en el presente un pasado que no he logrado dejar atrás. Nadie sabe quién soy, de dónde vengo, ni a dónde voy, nadie sabe, solo él, el rey de los humanos, quien me contó de su sueño, de la llegada de alguien excepcional a esta luna, de un segundo héroe». Ese pensamiento lo siguió un buen rato.»

    «Al caer la noche, entre las sombras, Román llegó a su residencia para meditar con su cabeza en alto y ojos cerrados. Aunque este era el mejor método que tenía para limpiar sus pensamientos, no lo pudo hacer: «Las premoniciones y profecías actúan de maneras misteriosas, si es que la historia está destinada a repetirse. Con tal de cambiar las falsas esperanzas de los necesitados también se puede revelar en un sueño algo que no puede ser cambiado. ¿Y si ese no es el caso?»

    «Aunque sea lo que soy y piense lo que pienso, mi existencia está eclipsada por una maldición tan fuerte que no me deja ayudarme a mí mismo. Si no puedo hacer nada, ¿acaso mi consejo podrá ayudar a alguien más? Algo es seguro, el segundo héroe no vendrá con un propósito completo. Oh, Gil, temía decirte que estabas equivocado porque, aunque te lo hubiera dicho, tu soberbia no te permitiría aceptar la realidad. Después de tantos años, me sorprende que sigas siendo tan ingenuo e ignores el principio básico de que siempre existe un final antes de un comienzo.»

    «Me temo que, una vez más, que ha llegado mi momento de avanzar... En este mundo de un solo héroe que hace y deshace a sus anchas como un tirano, la balanza será equilibrada, para que entre las cenizas de la destrucción resurja una nueva civilización. Me pregunto, si en el futuro de un nuevo mundo, podré encontrar quien me ayude a cambiar. Aunque no sea el caso, no me debo descuidar y si la suerte está esperando a que me descuide, no le daré tan gustosa oportunidad. Ser paciente y esperar. Me cabe la curiosidad si este héroe en verdad caerá del cielo».

    La puerta en los aposentos de Román sonó con desespero, alguien estaba tocando como si quisiera tumbarla. Quien estaba dentro no se inmutó, a pesar de que lo llamasen varias veces, él estaba en un estado de meditación, en el cual con sus ojos cerrados veía dentro de un mundo completamente percibido por flamas de distintos colores, sin muchas variaciones. Dentro de ese mundo, algo se abrió paso en la oscuridad del lugar. Seis flamas totalmente diferentes a todas las presentes. De las seis, tres compartían la característica de pertenecer a la misma especie, las otras tres no eran iguales entre sí. 

    —El momento llegó. Inesperado... O más bien diría que interesante —dijo el anciano, mientras se puso de pie y abrió la puerta.

    —¡Señor Román! —se reportó con respeto el uniformado que representaba a la seguridad del planeta, tan pronto hizo contacto visual con su superior—. Al norte del templo y del palacio real se ha visto a la criatura más extraña de todas caer del cielo. Tiene que ser un monstruo o un no-humano. Mis soldados no saben qué hacer, tiemblan de miedo y solo saben decir que el extraño ser tiene inmensas alas que cubren el cielo de una esquina a otra, cuatro extremidades humanas y cuatro felinas, dos cabezas y un solo torso. Que en su boca llevaba a otra criatura, así como en cada una de sus manos y otra entre sus piernas. No sabemos qué hacer y por esa razón acudimos a usted con desespero.

    —¡Voy en camino! —dijo Román, lleno de energía e ímpetu.

    —Pero, señor... aún no le he dicho en dónde está la temeraria bestia —replicó el uniformado al ver cómo el anciano fornido se volteaba y abría la ventana de su habitación.

    Sin escuchar el resto del informe, Román saltó con la ligereza del viento sobre los tejados que conformaban los edificios y apartamentos de toda una próspera civilización. Sobre oro, plata, bronce, diamantes y cristales, brincaba por encima de aquellas construcciones que podían tener dos pisos o cientos.

    En aquel mundo, los techos no tenían cables, construcciones adicionales o cualquier cosa que les hiciera ver feos en apariencia. Pero si eran inclinados, triangulares y hasta esféricos, cosa que hacía que Román se preocupara más por como ponía sus pies y no contra lo que se pudiera estrellar. 

    Las personas veían al individuo, avanzado en años, trasladarse de un lugar a otro y no se asombraron tanto como cuando cayó la criatura del cielo. Tal vez porque ya estaban acostumbrados a ver como el mismísimo emperador y soberano de los humanos también hacía semejante gala de poder al trasladarse de un lado a otro como pocos podían.    

    «Un vampiro, un licántropo - hombre lobo -, una flama que juraría haber visto antes y tres felinos», Román, entre salto y salto, pensaba asombrado. 

    Las almas que percibía no pertenecían a un adulto, tampoco a una bestia o un monstruo, como le había descrito el uniformado. Eran cuerpos que podían ser perfectamente considerados como muy jóvenes. Aunque por el momento irradiaban esencias debilitadas, los cuerpos tenían espíritu de lucha dentro de ellos, eran salvajes y tal vez poco civilizados.  

    «Cuando el rey Gilgamesh se encontró con Enkidu», recapitulaba Román mientras se acercaba, «éste era el representante de la vida salvaje, pero tras vivir toda su vida en el bosque y comer como comen los leones, cazar como cazan los lobos y luchar como luchan los osos, se convirtió en un hombre de músculos sólidos y espíritu de lucha bien formado. Dejando de lado el que ellos sean de otro mundo, no creo que estén a la altura necesaria ni que tengan mucho futuro.»

    Al llegar al borde del parque cercado por las autoridades del lugar, Román llegó a la forzosa conclusión de entender que no eran los tiempos de antes.

    «Claro, pensó. ¿Qué vida salvaje existe en una luna tan civilizada cómo Belldewar? En todo el globo no hay muchas áreas verdes, ¿de qué manera se desarrollarán estos seis individuos hasta que uno alcance la fuerza suficiente como para rivalizar al rey de los humanos? La historia es diferente»,

    «Román se llevó la mano a la cabeza, estaba preocupado. Sin querer intervenir, de repente, decidió esperar antes de tomar una decisión o llegar a una conclusión. «Si el destino ha salido de su camino para arrojar a tres pequeños en semejante lugar, ¿quién diría que ellos no son lo suficientemente fuertes como para interponerse a las adversidades? Después de todo, es como dicen: un héroe nunca muere, si no, no sería un héroe. Por ahora cinco de ellos no se mueven, están inconscientes y el último no está muy lejos de perder la consciencia tampoco. No tendré que intervenir personalmente para capturarlos».

    De cierta manera, por muy buenas intenciones que alguien tuviera, en el momento que se viera obligado a imponer su trabajo para establecer orden, estaría dando una mala primera impresión. Román prefería presentarse a sí mismo como un salvador que intentaba ayudar antes de alguien que imponía el orden. En las negociaciones, las personas tienden acceder a las peticiones de quienes les ayudaron al principio y mostrar rechazo contra aquellos que les dieron problemas.  

    «Ese de alma rara está haciendo algo extraño» pensaba Román, agachado sobre la punta del edificio más alto cercano al parque mientras miraba en dirección a los objetivos y noto un evento inusual. «¿Hizo desaparecer de este plano a los tres felinos que anteriormente pude detectar? Tan solo un hechicero es capaz de romper las lógicas de la naturaleza. Supongo que no es tan verde como aparenta ser. Pero yo, más que nadie, sé que la impaciencia de Gil no será suficiente».

    Observando a su alrededor, Román fue capaz de divisar el inmenso castillo. Más grande que cualquier edificio, la estructura se mostraba imponente y tan alta que casi llegaba a las nubes. Comparable en tamaño, solo eran los templos dispersados por la luna dorada. 

    «¿Cómo hacemos civilizada a una bestia salvaje?» se preguntó Román con una sonrisa irónica. «Mirándolo de dicha forma, no creo que adelantar los planes siguiendo los métodos del pasado se considere como algo indebido». 

    El longevo hombre de cabellos blancos sabía lo sucedido en el pasado tan distante y casi irrecordable de Gil. Siguiendo este esquema, la idea sobre lo que tenía que hacer para domar a una bestia le vino a la cabeza. «¿Qué mejor manera que dejarlos en las manos de las mujeres indicadas? Esas que saben hacer uso de la seducción para obtener lo que desean y con suaves palabras cambian la mente de quien las escuche. ¿Qué mejores candidatas que las Damares que no hacen nada más que abrirse de piernas y entregan sus cuerpos a cualquier hombre para servir en el templo de las artes amatorias?» pensó Román, al mismo tiempo que a través de un dispositivo en su mano, contactó a quienes tenía en mente.

    —Necesito del personal y de ti con urgencia a la dirección que te estoy mandando —dijo Román con confidencia, tan pronto las comunicaciones se establecieron. —Traigan un vehículo de descontaminación, algunas mantas y vengan bien cubiertas. Tengan discreción al ingresar a la zona.

    Apenas se escucharon palabras al otro lado de la línea. Al final de las órdenes, la mujer en cuestión afirmó haberlo entendido todo con una tenue voz. Ella discretamente miró al personal conformado por otras cuatro chicas y tras darles una mirada, se pusieron en movimiento para no hacer esperar mucho a su tutor.

    Tras bajarse del edificio, informarle al personal de seguridad, apartar a los subyugadores y asumir el control del caso, así como informar que su grupo de descontaminación venía en camino, Román entró al parque caminando con tranquilidad.

    Los presentes sintieron un alivio inimaginable cuando vieron a la mano derecha al mismísimo rey haciéndose responsable de la situación.

    Al estar lo suficientemente cerca y sabiendo que estaba bajo la vigilancia de muchos dispositivos, el anciano sacó unos guantes del bolsillo opuesto en el cual había guardado el dispositivo que había usado para comunicarse con las otras personas. Tras colocarse los guantes, ya estando lo suficientemente cerca de los tres pequeños, procedió a desvestirles, tomando particular cuidado en aquel ser que estaba cubierto con pieles de bestia.

    «No es lógico para un hechicero tener las cicatrices de un guerrero» reflexionó Román, mientras arrojaba a un lado las prendas con las que ningún humano debía tener contacto. Acto seguido, agarró una pequeña botella que residía en otro de los bolsillos de su túnica desahogada y roció el contenido a los atuendos que no tardaron en incendiarse hasta desaparecer.

    Tal vez, para algunos, esto era una medida extra, pero en un mundo tan esterilizado era peligroso para los humanos contraer cualquier bacteria, virus o parásito que pudieran traer las pieles de una bestia de otro mundo. El sistema inmune de los residentes de Belldewar no sería capaz de luchar contra ninguna enfermedad, mucho menos las zoonóticas, pues no había existido nadie que se enfermara de una bacteria o virus viviendo en un ambiente tan estéril y limpio. 

    «Tus marcas indican lo cerca que has estado de morir. Tú, quien estás bañado con energía tan familiar, ¿quién eres?». La duda le carcomía y una idea le vino a la cabeza para poder descubrirlo.

    Tras arrodillarse en el suelo, Román decidió usar su mano enguantada y discretamente abrir uno de los párpados que ocultaban los ojos de ese que no era vampiro ni hombre lobo. Inconfundible fue el filo que se iluminaba de la blancura que irradiaba una estrella pitagórica infinita, la cual le bordeaba las pupilas adaptándose al tamaño dilatado. 

    El tiempo se detuvo para el individuo avanzado en años. Su corazón palpitó tan fuerte como nunca, sus manos experimentaron temblores de felicidad como quien había encontrado un tesoro por siempre perdido. Fue la primera vez que Román agradeció haber vivido tanto tiempo como lo había hecho porque, aunque él no estuviera muy al corriente de las noticias de la humanidad, sabía que quien yacía ahí era mucho más que el Hero-Slayer, el apocalíptico que se enfrentó a Yacer De-Mars o el amigo que buscaba Gilgamesh. Los ojos de quien estaba tendido en el suelo frente a él, tan solo se habían visto en dos seres anteriormente. El primero, conocido como el creador del infierno y primer patriarca de los dioses y el segundo, fue el reformador y juez del infierno

    «Sin duda alguna» se dijo Román convencido, «un guerrero traedor de revolución en este tiempo moderno, ese que logrará vencer al monstruo y ocupar cualquier trono si así lo quiere. Alguien lleno de valor que dará pasos de seguridad y mantendrá con firmeza e ímpetu el deseo de luchar para quienes le sigan.»  Tan pronto la pupila dilatada se encogió, Román decidió retirar sus dedos con tal de dejar que el ojo se cerrara. 

    Por breves momentos, Rey despertaba y volvía a caer rendido a manos del sueño. Estaba exhausto y carente de energía, casi más que en su primera noche de vida. En uno de esos instantes, pudo llegar a ver los cabellos blancos y la tez longeva de alguien que le tocaba el rostro, confundiéndole con Heroclades, su anterior maestro.

    Sin mucho ánimo, el pequeño se volvió a entregar al cansancio cuando su ojo pudo cerrarse. Aunque le dio tiempo suficiente para identificar que ese individuo no era quien creía. El joven moribundo también estaba contento de ver a la no tan pequeña sombra que tiraba de la suerte representando riqueza, buena fortuna, prosperidad, felicidad y guerra. La misma que recordaba haber dejado en el Tartarus y ya la extrañaba, ya que no había podido verla antes de salir del Heavens.

    Con atuendos que le ayudaban a mezclarse con la oscuridad, Edith Láquesis estaba ahí. Llevaba

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