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El Estanque del Negro
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Libro electrónico49 páginas42 minutos

El Estanque del Negro

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En "El Estanque del Negro", de Robert E. Howard, Conan se embarca en un peligroso viaje por mar. Al descubrir una misteriosa isla, el cimerio se enfrenta a horrores sobrenaturales y a una siniestra entidad que comanda seres monstruosos. Esta trepidante aventura combina acción, magia y lucha por la supervivencia.
IdiomaEspañol
EditorialSAMPI Books
Fecha de lanzamiento3 mar 2024
ISBN9786561330329
El Estanque del Negro

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    El Estanque del Negro - Robert E. Howard

    Sinopsis

    En El Estanque del Negro, de Robert E. Howard, Conan se embarca en un peligroso viaje por mar. Al descubrir una misteriosa isla, el cimerio se enfrenta a horrores sobrenaturales y a una siniestra entidad que comanda seres monstruosos. Esta trepidante aventura combina acción, magia y lucha por la supervivencia.

    Palabras clave

    Conan, Sobrenatural, Supervivencia

    AVISO

    Este texto es una obra de dominio público y refleja las normas, valores y perspectivas de su época. Algunos lectores pueden encontrar partes de este contenido ofensivas o perturbadoras, dada la evolución de las normas sociales y de nuestra comprensión colectiva de las cuestiones de igualdad, derechos humanos y respeto mutuo. Pedimos a los lectores que se acerquen a este material comprendiendo la época histórica en que fue escrito, reconociendo que puede contener lenguaje, ideas o descripciones incompatibles con las normas éticas y morales actuales.

    Los nombres de lenguas extranjeras se conservarán en su forma original, sin traducción.

    Capítulo I

    Hacia el oeste, desconocido del hombre

    Los barcos han navegado desde que el mundo comenzó.

    Lee, si te atreves, lo que escribió Skelos,

    Con manos muertas tanteando su abrigo de seda;

    Y sigue a las naves a través de las olas del viento.

    Sigue a los barcos que no regresan.

    Sancha, que una vez fue de Kordava, bostezó con delicadeza, estiró lujosamente sus flexibles miembros y se acomodó más cómodamente sobre la seda bordeada de armiño extendida en la cubierta de popa del barco. Era perezosamente consciente de que la tripulación la observaba con ardiente interés desde la cintura y el castillo de proa, del mismo modo que también era consciente de que su corto faldellín de seda ocultaba muy poco de sus voluptuosos contornos a sus ávidos ojos. Por eso sonrió insolentemente y se preparó para echar un par de cabezadas más antes de que el sol, que acababa de asomar su disco dorado por encima del océano, deslumbrara sus ojos.

    Pero en aquel instante llegó a sus oídos un sonido distinto al crujido de los maderos, el rumor de las cuerdas y el batir de las olas. Se incorporó, con la mirada fija en la barandilla, por la que, para su asombro, trepó una figura chorreante. Sus ojos oscuros se abrieron de par en par y sus labios rojos se entreabrieron en un gesto de sorpresa. El intruso era un extraño para ella. El agua corría a chorros por sus grandes hombros y por sus pesados brazos. Su única prenda -un par de calzones de seda carmesí- estaba empapada, al igual que su ancha faja con hebillas de oro y la espada envainada que sostenía. De pie junto a la barandilla, el sol naciente lo dibujaba como una gran estatua de bronce. Se pasó los dedos por la melena negra y sus ojos azules se iluminaron cuando se posaron en la muchacha.

    —¿Quién eres? —preguntó ella—.  ¿De dónde vienes?

    Hizo un gesto hacia el mar que abarcaba toda una cuarta parte de la brújula, mientras sus ojos no se apartaban de la flexible figura de la muchacha.

    —¿Eres un tritón que surge del mar? —preguntó ella, confundida por la franqueza de su mirada, aunque estaba acostumbrada a la admiración.

    Antes de que pudiera responder, un paso rápido sonó en las tablas, y el amo del barco estaba mirando fijamente al extraño, con los dedos crispados en la empuñadura de la espada.

    —¿Quién diablos es usted, señor? —preguntó éste en un tono nada amistoso.

    —Soy Conan, —respondió imperturbable el otro. Sancha aguzó de nuevo el oído; nunca había oído hablar el zingarano con el

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