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Trabajo En Polonia
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Libro electrónico472 páginas7 horas

Trabajo En Polonia

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Desde entonces todo cambió, y creo que fue gracias a ello en esos momentos, que cuando no habían pasados ni dos días, el jefe nos citó a los dos en su despacho y nos propuso un nuevo trabajo, no tuve ninguna duda, dije si, estaba ya preparada para seguir mi camino, sin ataduras al pasado, sin volver la cabeza para atrás, podía ya lo creo que podía.
Mi tierra siempre estaría en su sitio, y dentro de mis recuerdos, tendría ese huequito especial, eso nunca nadie me lo iba a quitar, pero tenía que continuar con mi vida, esa que ahora se me ofrecía, y cuando el jefe nos propuso, porque eso fue, no fue una orden, nos sugirió la importancia de aquello, desde ese día, él sabía que podía contar con nosotros para cualquier desplazamiento, por muy complicado que resultara, todo por el bien del servicio.
Esa decisión nos ha llevado a recorrer rincones que de otra forma nunca, nunca los habríamos visitado, quien hubiera echo esos trabajos, pues posiblemente otros compañeros, eso no lo sé, pero de lo que sí que estoy segura es de que nosotros, no habríamos tenido ni en el mejor de los sueños oportunidad de conocerlos.
Gracias jefe.
IdiomaEspañol
EditorialTektime
Fecha de lanzamiento10 ene 2018
ISBN9788873049838
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    Vista previa del libro

    Trabajo En Polonia - Juan Moisés De La Serna

    Índice de contenido

    Capítulo I

    Capítulo II

    Capítulo III

    Capítulo IV

    Capítulo V

    Capítulo VI

    Capítulo VII

    Capítulo VIII

    Capítulo IX

    Capítulo X

    Capítulo XI

    Capítulo XII

    Trabajo

    en

    Polonia

    Juan Moisés de la Serna

    Editorial Tektime

    2018

    Trabajo en Polonia

    Escrito por Juan Moisés de la Serna

    1ª edición: octubre 2018

    © Juan Moisés de la Serna, 2018

    © Ediciones Tektime, 2018

    Todos los derechos reservados

    Distribuido por TekTime

    https://www.traduzionelibri.it

    ISBN: 9788873049838

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros medios, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

    Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por el teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

    Prólogo

    En la comisaría de la Avenida de Blas Infante, en Sevilla, estaban reunidos en el despacho del comisario una mañana, cerca de las 11, un grupo de policías. En ese momento se escuchó que alguien tocaba en la puerta, golpeando con los nudillos.

    ―¡Entre! ―dijo el comisario con voz ronca.

    Al abrirse la puerta y ver quien había golpeado, la dijo:

    ―¡La estábamos esperando Marta!, ¡qué largo ha sido el cafetito que se ha tomado hoy!

    ―¡Disculpe señor!, no sabía que teníamos reunión, me lo acaban de comunicar. Había ido a por una medicina, porque a la hora de la salida, me encuentro siempre la farmacia cerrada ―estaba contestándole ella, mientras entraba en el despacho y cerraba la puerta tras de sí.

    Dedicado a mis padres

    Un trabajo como otros

    un día nos encargaban

    pero muy distinto fue

    de España nos alejaba.

    A otro lugar nos llevaba

    muy pronto lo descubrimos

    y ninguno se esperaba

    lo que por allí vivimos.

    Polonia tierra lejana

    llegamos en avión

    una agradable mañana

    con una gran ilusión.

    Lugares desconocidos

    ahora ya visitados

    gentes que hoy son amigos

    por allí hemos dejado.

    Ciudades que recorrimos

    y rincones contemplados

    horas que allí vivimos

    y el trabajo realizado.

    Polonia es una tierra

    que poco a poco entrará

    dentro de tú corazón

    y allí se quedará.

    AMOR

    Índice de contenido

    Capítulo I

    Capítulo II

    Capítulo III

    Capítulo IV

    Capítulo V

    Capítulo VI

    Capítulo VII

    Capítulo VIII

    Capítulo IX

    Capítulo X

    Capítulo XI

    Capítulo XII

    Capítulo I

    En la comisaría de la Avenida de Blas Infante, en Sevilla, estaban reunidos en el despacho del comisario una mañana, cerca de las 11, un grupo de policías. En ese momento se escuchó que alguien tocaba en la puerta, golpeando con los nudillos.

    ―¡Entre! ―dijo el comisario con voz ronca.

    Al abrirse la puerta y ver quien había golpeado, la dijo:

    ―¡La estábamos esperando Marta!, ¡qué largo ha sido el cafetito que se ha tomado hoy!

    ―¡Disculpe señor!, no sabía que teníamos reunión, me lo acaban de comunicar. Había ido a por una medicina, porque a la hora de la salida, me encuentro siempre la farmacia cerrada ―estaba contestándole ella, mientras entraba en el despacho y cerraba la puerta tras de sí.

    ―¿Se encuentra usted mal? ―preguntó el comisario, haciendo un gesto de contrariedad.

    ―¡No!, ¡qué va!, solo iba a por Frenadol, que me gusta tenerlo siempre en casa, para en el momento que siento en la garganta una pequeña molestia, me tomo un sobrecito y se me pasa, y así no le dejo que vaya a más.

    ―¡Siempre tan precavida! ―comentó el comisario, con una sonrisa en los labios.

    ―¡Bueno!, ¿y para que me quería? ―preguntó Marta, mientras miraba a los otros compañeros que estaban allí en la habitación, ¿tenemos algo que hacer?

    ―Sí, ¡las maletas! ―dijo Jenaro sonriendo.

    ―¿Qué dices?, si aún faltan meses para las vacaciones, ¡no seas bromista! ―le contestó ella.

    Carlos, el más mayor de todos los allí reunidos dijo:

    ―¿Quién te ha dicho nada de vacaciones hija?, ¡es trabajo!, y ya quisiera haber sido yo el elegido, pero mi ciática, me permite ya pocas cosas.

    ―¡Pues a ver cuándo te jubilas! ―le dijo Antonio―. Y me dejas tu puesto.

    ―¡De eso nada! ―le contestó Carlos, poniéndole cara de pocos amigos―. Me vais a aguantar hasta que me toque, a no ser que en este tiempo que me falta, los huesos digan que ya no debo seguir, y obligado tenga que dejar todo, aunque no me gustaría, la verdad.

    ―¡Bueno señores!, centrémonos en el asunto y pongamos todas las cartas sobre la mesa ―dijo el comisario de pronto tomando la palabra.

    ―¿De qué cartas habla?, ¿a qué asunto se refiere? ―preguntó Marta, mientras cogía una silla, y se sentaba frente a la mesa del comisario, como estaban los demás compañeros.

    ―Como ha llegado tarde, y todos estos estaban impacientes, ya les he dicho de qué va la cosa, así que luego que le cuenten ellos lo que no entienda y así no hay necesidad de repetirlo ―la contestó el comisario, y siguió―. Toman el vuelo, ya están reservados los billetes, como no lo hay desde aquí, tendrán que desplazarse hasta Málaga, que desde allí sí que hay vuelo directo…

    ―¿Vuelo?, ¿a dónde?, pero ¿de qué está hablando?, ¿y quién es el que se tiene que ir? ―preguntó la policía, con evidente nerviosismo, no dejándole seguir hablando.

    ―Señora, ¡paciencia! ―dijo el comisario―. Ya se irá enterando de todo a su tiempo.

    ―¡Pero bueno!, es que no entiendo nada, si aquí tenemos un aeropuerto, ¿por qué hay que ir hasta Málaga?, ¿y cómo?, ¿para qué?, ¿por qué no lo empieza a contar de nuevo y así me entero de qué va todo? ―le pidió al comisario con un tono más suave.

    Carlos tomando la palabra dijo:

    ―Me parece buena idea jefe, que la diga ya, que en la maleta tiene que echar ropa de abrigo.

    Marta sorprendida, se le quedó mirando, y dijo:

    ―¿Abrigo? pero ¿qué dices?, ¿y de qué maleta estás hablando?

    ―¡Bueno!, pues como gusten, empiezo de nuevo ―dijo el comisario―. Mire Marta, hemos decidido que sean ustedes dos los que vayan.

    ―¿Ir?, pero ¿dónde?, ¿cuándo?, ¿quién lo ha decidido?, ¿y cómo?, si no han contado conmigo ―estaba preguntando la sorprendida policía, que de un salto se había puesto en pie, y miraba a todos, sin acabar de entender nada de lo que escuchaba.

    ―¡Pero bueno!, si no me deja usted hablar, seguro que no se va a enterar de nada, y como ya veo que tiene muchas preguntas, será mejor que tenga un poco de paciencia y me escuche un poquito ―la estaba contestando el comisario algo nervioso, por las interrupciones.

    ―¡Siéntate y estate calladita! ―dijo Jenaro―. ¡Déjale que te lo cuente!, y así te enteras de todo.

    ―¿Y tú?, ¿no tienes nada que decir?, si me he enterado bien, quiere que seamos nosotros los que vayamos no sé dónde, ¿y cómo has aceptado sin ni siquiera decírmelo?

    ―¡Marta por favor!, escucha al comisario ―dijo Jenaro muy serio―. Luego te explico cómo ha sido todo.

    ―Bueno, si ya tengo sus permisos ―dijo el comisario, con rostro muy serio, mirándola―. Continúo, o mejor empiezo. Nos han encargado una difícil, bueno más bien diría, diferente misión, hemos de proteger…

    Se interrumpió, se quedó pensativo y después de unos segundos preguntó:

    ―¿Alguno de ustedes sabe que es una J.M.J.? ―Antes de que ninguno le contestara, él siguió hablando―. Creo que va a haber una en Polonia, y nosotros tenemos una tarea.

    Marta según iba enterándose de las cosas y sin poder más, alzó la mano, y antes de que le dieran permiso para hablar dijo:

    ―¡Imposible!

    ―¿Cómo que imposible? ―la preguntó Carlos extrañado.

    Antes de que ella volviera a hablar, el comisario tomando de nuevo la palabra le dijo:

    ―Señora, sin más interrupciones, ¡por favor!, si no, nos va a llevar toda la mañana el asunto, nada nos es imposible. Miren, he recibido una llamada del Señor Cardenal y me ha dicho que necesita de nuestros servicios ―estaba diciendo el comisario muy serio.

    ―¿Del Cardenal? ―volvió a preguntar Marta toda extrañada―. ¿Esto qué es?, ¿una catequesis?, ¿por qué no ha llamado a alguno de los muchos curas que están bajo su mando?

    ―¡Doña Marta!, esto es un asunto oficial, no un capricho de nadie, como les decía… ―Y la miró con gesto de pocos amigos, para que no le volviera a interrumpir.

    Ella en esos momentos, quizás porque había recordado algo, tomando de nuevo la palabra dijo:

    ―¡Ah, sí!, eso de la J.M.J., creo que son unas reuniones de jóvenes cristianos o algo por el estilo, tengo entendido.

    ―Pero si lo sabías, ¡qué bien!, mira, ninguno de nosotros cuando lo ha preguntado antes, teníamos ni idea de lo que nos estaba hablando ―comentó Jenaro.

    ―Bueno, pues infórmenos más, si hace el favor, ya que vemos que es la única que sabe algo del tema ―estaba diciendo el comisario.

    ―Pues creo que fue el Papa anterior, no el anterior no, uno antes, creo que sí, fue el Papa Juan Pablo II, el que queriendo estar más cerca de los jóvenes, los reunió y por eso se llaman Jornadas de la Juventud ―estaba diciendo ella, al resto de los que había en aquella habitación.

    ―¿Pero solo es para los jóvenes? ―dijo Antonio―. ¡Mira!, ¡y yo que me iba a apuntar!

    ―¡Señores, seamos serios!, no es una broma ―volvió a decir el comisario.

    ―¿Y qué tiene que ver esto con nosotros? ―preguntó Marta de nuevo―. Ni siquiera tiene que ver con Sevilla, aquí en España ya se reunieron una vez, pero fue en Madrid.

    ―¡Pero que informada está usted de todo ese asunto! ―dijo el comisario sonriendo.

    ―Es que una conocida fue y me lo contó, pero lo que yo digo, ¿qué pintamos nosotros en todo eso? ―volvió ella a preguntar.

    ―Bueno, después de su valiosa información, si me da su permiso continúo yo ―dijo el comisario de nuevo.

    ―Sí, por favor, siga, a ver si me entero de una vez de lo que nos quiere decir, y sin tantos rodeos ―dijo Marta, y ya se quedó callada.

    El comisario poniendo en su rostro un gesto de paciencia les dijo:

    ―Bueno, pues que quieren que vayamos alguno de nosotros a esa J.M.J. que se va a celebrar en Polonia.

    ―¿En calidad de qué? ―volvió a interrumpir Marta, a la que se le notaba el nerviosismo que aquello que estaba escuchando le producía.

    ―Mire, ya en serio se lo digo ―dijo el comisario con voz autoritaria―. ¡Por favor, sin más interrupciones!, que, si no, se me va el hilo y no terminamos. Como les decía, El Señor Cardenal me ha llamado y ha pedido nuestra colaboración. Para tal evento, formaremos parte de un contingente de seguridad, para que al Papa no le suceda nada desagradable. Me ha dicho, que no es que exista ninguna amenaza tácita, pero que siempre es bueno estar prevenidos, y que, desde distintos países, se van a nombrar a unas personas, para que, en colaboración, puedan desarrollar este trabajo. Me ha preguntado que, si podía designar a los mejores, y yo no lo he dudado, ustedes dos lo son ―Y señaló con la mano extendida a Jenaro y después a Marta.

    Ella al ver aquel gesto, sorprendida se llevó la mano al pecho, al mismo tiempo que preguntaba asombrada:

    ―¿Yo cuidando de la seguridad del Papa?, pero ¿no conoce usted mis ideas?

    ―¡Sí!, ya sé, que se las da un poco de atea, pero bueno, esto se lo puede tomar como la gran profesional que es, como un trabajo más, como otro cualquiera, y sin dejar que sus ideas equivocadas, o no, que en eso no me meto, la afecten. Pero sigo, ya he empezado a mover los hilos, y tengo un amiguete, que se ha ofrecido a ayudar, un sacerdote anciano, bueno, que no se entere él que le he llamado así, si no se va a enfadar mucho conmigo, es de la Parroquia de Los Remedios y, por cierto, ¡ya les estará esperando! ―dijo el comisario después de consultar el reloj.

    ―Pero ¿qué dice? ―preguntó Jenaro extrañado―. Si aún Marta no se ha decidido a coger su encargo.

    ―Pero ¿de verdad, es que cree que admitiría un no por respuesta?, esto es un trabajo, no es una broma, y como tal hay que tomarle, sin importar nada más. Márchense que él les puede informar, de todo lo que necesiten para cumplir bien con su misión ―les estaba diciendo el comisario, dando así por terminada esa inesperada reunión.

    ―Pero ¿de qué nos puede informar un cura? ―preguntó Marta bajito, y en su voz se notaba su mal disimulado enfado.

    ―Mire, ese sacerdote ha colaborado con cosas por el estilo, me ha dicho el Señor Cardenal, y él es el enlace que tenemos de momento. Luego, más adelante, ya nos irán informando de otros pasos que tengamos que hacer ―la estaba aclarando el comisario.

    Como la reunión había terminado, fueron saliendo de aquel despacho, uno a uno, Marta se quedó la última y volviéndose hacia el comisario, cuando estaba a punto de atravesar la puerta, le miró muy seria mientras decía:

    ―¡Esto no me ha gustado!, yo necesito tiempo para preparar un viaje así, ¡la maleta no se hace sola!

    ―¡Ande, pues no pierda más el tiempo!, esta tarde se la toma libre, por si tiene que pasarse por el Corte Inglés, a por algún trapito necesario. ¡Ah!, y póngalo en gastos corrientes ―el comisario sonriendo la contestó.

    Marta sin poder creer lo que acababa de escuchar, le preguntó sorprendida:

    ―Jefe, ¿he escuchado bien, puedo gastar en algo personal y ponerlo en la cuenta de gastos del trabajo?

    ―¡Bueno, sin que sirva de precedente!, sí, pero no se pase, no se vaya a comprar un traje de noche, que yo sé que a la Ópera no va a tener que ir ―la contestó el comisario sonriendo―. ¡Ande! ―añadió―. Que la conozco bien y sé que no me voy a arrepentir.

    ―Jefe, ¿está seguro?, ¿no me lo habrá dicho de broma?, ¡bueno!, algún modelito sí que cogeré, ¡ya sabe!, para no desentonar ―le contestó Marta aun sorprendida por la oferta que le acababan de hacer y dándose la media vuelta salió mientras decía―. Iré esta tarde a comprar prontito antes de que se arrepienta.

    Ya fuera del despacho, estaban comentando el caso, Antonio y Jenaro, y cuando la vieron llegar tan sonriente los dos al unísono la preguntaron:

    ―¿Qué pasa?

    ―¡Nada, nada, cosas mías! ―les contestó.

    ―¡Vaya!, parece que ya has asimilado el viajecito, pero ¿te has enterado de que solo tienes dos días para prepararlo? ―comentó Antonio así de pasada.

    ―¿Qué?, pero ¿de qué me estás hablando?, ¡no!, la verdad es que, pensando en todo el jaleo, no me he enterado muy bien de cuándo es ese viaje ―dijo Marta abriendo mucho los ojos, pues no había caído antes en la cuenta.

    ―Pues el primero, porque creo que vais a tener que hacer alguno más, es dentro de dos días, y desde Málaga ―le estaba diciendo Antonio con un tono de guasa―. Y no creo que vayas a ir así, con ese uniforme.

    ―Sí, de eso sí que me he enterado, desde Málaga, aunque no sé muy bien, por qué no vamos directamente desde el aeropuerto de aquí ―contestó ella pensativa. Y cayendo de pronto en algo dijo―. ¡De uniforme!, ¿cómo, que no puedo ir de uniforme?, pero ¿qué dices?

    ―Mira ―dijo Jenaro interrumpiéndoles―. Ahora te lo cuento por el camino, ¡vamos, que nos estarán esperando!

    ―¡Ah, sí, en Los Remedios! ―dijo Antonio―. ¡Pues venga!, no le hagáis esperar, ¡adiós! ―Y dando la media vuelta se alejó de ellos andando por el largo pasillo.

    ―Los dos se quedaron allí parados ―él la preguntó―. ¿Te pasa algo? ―Al verla tan seria.

    ―¡No, nada! ―le contestó ella―. Pero necesito unos minutos para asimilar todo, ¿qué te parece si antes de ir damos un paseíto por el Parque de los Príncipes?, así charlamos un poquito de todo esto y en vez de ir por República Argentina subimos por Virgen de Luján.

    ―¡Bien!, así aprovechamos para hablarlo, pero recuerda que nos esperan, ¡vamos ligeritos! ―la dijo.

    Bajaron los escalones de la comisaría, esperaron que el semáforo se pusiera en verde, y cuando estaban cruzando, Marta se paró de pronto y dijo:

    ―Pero ¿cómo vamos a preparar un viaje así tan de repente?, ¡eso es imposible!

    ―¡Mira! ―dijo Jenaro―. ¡Sigue andando y no te agobies!, se me ocurre una cosa, para no tener complicaciones y puesto que ya se han encargado de los billetes del avión y de la reserva del hotel, nosotros solo tenemos que informarnos del trabajo, lo más que podamos y luego echar solo lo necesario en una bolsa de viaje y ya está, si te parece bien, y allí nos compramos lo que sea, ya que no sabemos, ni que tiempo hace, ni cuantos días vamos a estar, y además si llevamos maletones es más difícil de movernos.

    ―Sí, ¡para ti todo es facilísimo!, ¿cómo vamos a viajar solo con lo puesto?, ¡no digas disparates!, ¿sólo una bolsa?, ¿y que cabe en una bolsa?, además, si vamos allí a trabajar, ¿cómo vamos a irnos de compras?, pero ¿te has escuchado todo lo que me has dicho?, ¡creo que no!, además, a mi hasta me hace falta ir a la peluquería, ¿no ves lo mal que tengo el pelo? ―contestó ella al tiempo que se pasaba la mano por la cabeza.

    ―¡Anda coqueta!, ¿cuándo te ha preocupado a ti eso?, si lo tienes bien ―le dijo él acercándose un poquito a su cara, para hacerla una caricia, gesto que ella rechazó inmediatamente, pues los dos iban de uniforme, y ella tenía mucho cuidado de no dar la nota, como decía, y es que cuando estaban de servicio, eran solo unos compañeros.

    ―¿Cómo que bien?, eso es que no me has mirado ni tan siquiera, si hasta necesito una mano de tinte, ¿no ves la de canas que tengo ya? ―estaba diciéndole ella muy seria.

    ―Pues eso está resuelto, ¡ves a la peluquería!, pero mira, ¿qué te parece si primero vamos a hablar con el sacerdote?, que nos está esperando en los Remedios, aunque si no corremos nos encontraremos la Parroquia cerrada y él se habrá marchado pensando que ya no vamos a aparecer ―estaba diciendo y al mismo tiempo empezó a apretar el paso.

    ―¡Escucha!, pero ¿te ha dicho el jefe al menos el nombre de ese señor? ―preguntó Marta, pues hasta ese mismo instante no se había dado cuenta de ello.

    ―¡Claro, espera, que ya no me acuerdo!, menos mal que lo he apuntado, si no con todas estas cosas, no sé ni dónde tengo la cabeza ―dijo Jenaro mientras se echaba la mano a los bolsillos, buscando en ellos algo.

    ―¡Bueno!, tú sigue con esa costumbre de apuntar todo, que ya sabes lo bien que nos viene ―le dijo ella sonriendo ya más relajada.

    ―¡Mira! ―dijo él después de sacar del bolsillo del pantalón un pequeño cuaderno, mi memoria, que era como él le llamaba, lo ojeó y dijo:

    ―Don José.

    ―¿Qué? ―preguntó ella distraída, pues como iban andando por un paseo entre jardines, se había puesto a mirar unas flores que le habían llamado la atención, y volviendo la mirada hacia su compañero, le volvió a preguntar―. ¿Qué dices?

    ―¡Don José!, que el sacerdote al que tenemos que ver, se llama Don José ―repitió él, al mismo tiempo que se volvía a guardar el cuadernillo en el bolsillo.

    ―Bien, ¡pues no lo olvides!, mira, ¿has visto que bonitos están los jardines este año? ―le preguntó Marta, mientras le señalaba unos setos floridos, al lado de donde estaban pasando en esos momentos.

    ―¡Sí! ―afirmó él casi sin mirarlos, ya que no era muy amante de la naturaleza, al contrario que ella, que tenía toda la terraza llena de tiestos y en cuanto tenía un poquito de tiempo libre estaba, que si regándoles, que si podándoles, o echándoles abono, era como tantas veces le había escuchado, su válvula de escape, y además esa afición había hecho que para él, fuera muy sencillo hacerla algún regalo, por su santo, por el aniversario de la boda, para Navidad, cualquier planta la encantaba y la agradecía más que ninguna otra cosa, claro que alguna vez le había regalado alguna que ya tenía repetida, pero no había problema, la volvía a llevar a la floristería y se la cambiaban por otra, allí ya le conocían, llevaba años adquiriéndolas y era más que cliente, un amigo.

    Al salir del Parque de los Príncipes, el policía, después de echarle un ojo al reloj dijo:

    ―¡Vamos, más deprisa!, que nos hemos entretenido demasiado, con el paseíto.

    ―Pero ¿qué dices? ―le preguntó ella extrañada―. Si hemos venido sin pararnos, ni una sola vez, y además me traes con la lengua fuera de lo deprisa que vas.

    ―¡Anda, venga, no seas exagerada! que, si ese sacerdote está allí solo esperándonos, se va a desesperar, ¡vamos! ―la dijo Jenaro, apretando más aún el paso.

    Andando por la calle Virgen de Luján, ella iba mirando de reojo algún que otro escaparate de las tiendas por las que iban pasando, mientras pensaba ¿Y qué me puedo llevar?, ¿qué tiempo hará allí?, ¿con quién nos tendremos que reunir?, se le iban ocurriendo a cada paso nuevas preguntas, parece que por fin, acababa de asimilar el trabajo que les habían encomendado y de esa forma, deprisa y en silencio los dos llegaron hasta la escalinata de la iglesia de los Remedios, antes de poner el pie en el primer escalón le dijo él a Marta:

    ―No se te vaya a ocurrir decirle al sacerdote que eres atea, que te conozco.

    ―¡Anda!, ¿y por qué se lo tendría que decir?, ¿a él que le importa? ―le contestó ella algo molesta, porque le sacara ese tema ahora.

    Terminaron de subir la escalinata, cuando Jenaro ya tenía la mano en el picaporte de la puerta, escuchó a Marta que le decía:

    ―Creo que se lo debo de decir, para que sepa qué clase de persona soy ―Y entró decidida sin darle tiempo a él, a reaccionar y a responderla.

    Ya dentro del templo, ambos miraron por todos lados, solo una vez ya hace años la habían visitado, cuando acudieron a la boda de una compañera, y poco había cambiado desde entonces, no les había gustado aquel día, y ahora que la volvían a ver tampoco les agradó mucho, esas paredes de cemento y esos techos de madera, y también les pareció que era muy oscura, pues a esas horas del día, solo por una de las ventanas que había allí, cerca del techo entraba un rayito de sol.

    A ninguno de los dos le parecía una iglesia al uso. Sí, moderna era, desde luego, pero muy diferente a las demás que había por toda la ciudad, pero bueno a los que acudían todos los días, seguro que, si les gustaba, pues si no se marcharían a otra, y además ellos qué tenían que opinar, si quizás no volvieran por allí nunca más.

    El templo estaba completamente vacío, mirando por allí, vieron un confesionario que estaba situado al fondo, cerca del altar, se acercaron y pudieron comprobar que dentro había un sacerdote sentado.

    El policía respetuosamente, después de darle los buenos días, le preguntó por un sacerdote llamado Don José, claro, antes consultó con su cuadernillo, no fuera a meter la pata.

    ―Sí, soy yo ―le contestó aquel anciano sacerdote―. Y usted seguramente es Don Jenaro, ¿verdad?

    ―Sí ―dijo el policía un poco sorprendido.

    ―No se extrañe, a esta hora tengo pocas visitas, y si estoy aquí es porque les estaba esperando, ¿ha venido también Doña Marta con usted? ―preguntó al no verla.

    ―Sí, le contestó, está ahí ―Y señaló el banco donde se había sentado ella a la espera.

    ―Pues si les parece entramos en la Sacristía y hablamos largo y tendido ―le dijo el sacerdote, saliendo del confesionario y comenzando a andar despacito, con evidente esfuerzo de unas piernas ya cansadas por la edad.

    Detrás de él iban la pareja de policías, pensando, ¿Qué nos tendrá que decir este señor?

    Entraron en la Sacristía que se encuentra situada detrás del Altar Mayor y allí les indicó el sacerdote que se sentaran en unas sillas de madera, que había plegadas, allí apoyadas a la pared, como solo había dos, el anciano dándose la media vuelta, sin decir palabra, se marchó dejándolos solos allí.

    ―¿A dónde habrá ido? ―dijo Marta bajito.

    ―¡No lo sé! ―la contestó Jenaro también sorprendido.

    Pero no tuvieron mucho que esperar, enseguida entró de nuevo Don José y en la mano llevaba una silla plegada.

    ―He salido hay fuera a por una, ¡ustedes dirán! ―les dijo sentándose frente a ellos.

    ―Mire usted, para que sepa con quien está, le diré que soy medio atea y medio comunista, y a mí, estas cosas no me van ―Y señalaba la sotana del sacerdote.

    Era Marta la que había tomado la palabra rápidamente, como temiendo no atreverse a decir lo que a bien seguro estaba pensando.

    El anciano sacerdote, riendo la contestó:

    ―¡Ah, bueno!, si es medio solo, está bien, en la otra mitad caben muchas cosas, ser buena persona, buena mujer, buena profesional y todo lo que se le quiera meter.

    Ella sorprendida le preguntó:

    ―¿Y no le importa a usted lo que soy?

    El sacerdote sonriendo la volvió a decir:

    ―Hija, si acabamos de aclarar las cosas bien, ese medio que es de esa forma, se queda dormido y hablamos con la otra mitad y ya está, ¡ve, no hay ningún problema!

    ―¡Pero…! ―empezó ella a protestar.

    ―¡Ni peros, ni nada! ―contestó el cura, ya un poco más serio―. Les han asignado esta misión a ustedes, porque son los mejores en su oficio y el Santo Padre les necesita.

    ―¡Bueno, si es así! ―dijo Marta bajito―. Teniendo las cosas claras desde el principio, luego…

    ―Si no hay luego Doña Marta. Usted es una profesional como la copa de un pino, y nada la va a hacer distraerse de su tarea, lo demás no importa, si es rubia o morena, alta o baja, es como es, y no hay nada más que hablar ―dijo tajante el sacerdote.

    Tomando la palabra muy serio el policía dijo:

    ―¡Bueno, creo que nos tiene usted que contar algo!, aunque no sé muy bien de que se trata, no nos ha dicho nuestro jefe mucho, así que si le parece empezamos que no queremos robarle mucho tiempo, sabemos que estará ocupado.

    ―¡Pero hijo!, ¿no ha visto mi ocupación?, es estar al servicio de quien lo necesite, y ahora es el Santo Padre quien parece necesitarme, así que mejor tarea no puedo tener.

    ―Señor, dos veces ha nombrado usted al Papa Francisco, bueno, como ha dicho, al Santo Padre, ¿el que puede necesitar de nosotros, si no somos religiosos?, con todos los curas y monjas que tiene, ¿por qué no acude a alguno de ellos?, que esos sí que le podrán hacer un trabajo bien, a su gusto ―le estaba diciendo Jenaro, pues en el fondo era lo que se había ido preguntando todo el camino, ¿Qué querrían de ellos?, ¿para qué les necesitarían?

    ―¡Mire usted!, nosotros podemos saber mucho de rezar, bueno y alguna otra cosa más, pero no somos policías, y este trabajo que les vamos a encomendar es para unos buenos policías, no para cualquiera ―les estaba diciendo el sacerdote muy serio.

    ―Pero ¿es que pasa algo?, ¿han recibido alguna amenaza? ―preguntó Marta intranquila.

    ―¡Miren, vamos a empezar por el principio!, si les parece, para que así puedan sopesar bien todo. ¿Saben lo que es una J.M.J.? ―preguntó el sacerdote de pronto mirándolos a ambos fijamente como queriendo estudiar su reacción.

    ―¡Sí! ―dijo Marta enseguida muy segura―. Una reunión masiva de jóvenes, en la que al parecer se reúnen de todo el mundo.

    ―¡Muy bien!, esa que ha contestado, ¿era su parte atea, o comunista...? ―dijo el sacerdote sonriendo.

    ―Son informaciones que se tienen, independientes de las creencias de cada uno ―respondió ella bajando la cabeza.

    ―¡Claro!, por eso la he dicho antes, que no me importa en lo que crea usted o deje de creer, lo que se le pide es que realice un trabajo, como otro de los muchos que hace a diario ―la dijo el sacerdote.

    ―¡Bueno, pero siendo para el Papa!, no creo que sea normal que trabajen unos agentes ―dijo Jenaro bajito, casi como un susurro, más parecía que era una reflexión, que se estaba haciendo para sí.

    ―¡Mire usted!, nuestro querido Cardenal, les ha escogido a ustedes. Él me ha dicho que los conoce y que hay pocos que se les puedan igualar, y él quiere lo mejor ―les estaba diciendo Don José.

    Los dos se miraron y bajito al unísono dijeron:

    ―¡Sí, es un honor, gracias!

    ―¡Miren!, me llamó ―continuó diciéndoles el sacerdote―. Y me contó el plan, ustedes tienen que ir a Polonia, que por si no lo saben, es donde se va a celebrar la nueva J.M.J. y hacer averiguaciones, ver si todo es seguro, creemos que sí, pero como están las cosas últimamente, toda precaución es poca.

    ―Pero ¿falta mucho para esa reunión? ―preguntó Marta de pronto―. ¿Para cuándo será en concreto?

    ―Miren, en el Vaticano están acostumbrados a hacer las cosas despacio, con tiempo y con todo controlado, para evitar que surjan imprevistos. El Señor Cardenal ha pedido que les dispensen a ustedes de todas las tareas que tengan entre manos, hasta que todo acabe.

    Los dos se miraron incrédulos, al escuchar aquellas palabras, pero fue ella la que tomando la palabra dijo:

    ―¡Eso no es posible!, tenemos casos que no podemos dejar.

    ―¡Espera! ―dijo Jenaro―. ¡Claro, ahora entiendo!

    ―¿El qué? ―preguntó Marta con curiosidad.

    ―No, que el jefe nos ha dicho que nos vayamos de viaje, ¿no me has comentado que te ha dado la tarde libre? ―le estaba diciendo él sonriendo.

    ―Sí, pero ¿qué quieres decir?, no lo comprendo ―volvió a preguntar ella.

    ―Pues que lo que nos está diciendo ahora mismo Don José, es eso, que se nos ha dispensado de todo, y nos han dado este trabajo solamente ―añadió el policía asombrado.

    ―¡Claro!, ¿ahora ven ustedes la importancia de ello? ―dijo el sacerdote sonriendo.

    ―Pero ¿cómo lo han conseguido? ―dijo Marta sorprendida.

    ―¡Ah, eso no lo sé!, a mí me lo ha notificado el comisario, pero sin darme más explicaciones, además no sabía yo hasta este mismo instante, que a ustedes no se lo habían dicho ―les dijo el sacerdote que parecía también sorprendido.

    Jenaro se levantó de la silla, y dando unos pasos por la Sacristía dijo:

    ―Pero ¿tenemos que dejar todo?, ¡así!, ¿sin más?, ¡no puede ser!, yo tengo cosas pendientes.

    ―¡Claro! ―le dijo Marta―. Ya cogerán nuestros casos alguno de los compañeros, y si nos necesitan ya nos llamaran por teléfono, parece ser que nosotros nos tenemos que centrar en esto solamente. ¡Y yo con estos pelos! ―se le escapó de pronto, al mismo tiempo que se echaba ambas manos a la cabeza.

    Don José sorprendido al verla hacer ese gesto preguntó:

    ―¿Qué les pasa a sus pelos?

    ―¡Perdone, perdone, no sé qué decía! ―se disculpó ella, notando que estaba poniéndose colorada, por la metedura de pata.

    ―¡Sí! ―dijo su compañero de pronto―. Es que me venía comentando, qué cómo se iba a ir de viaje sin arreglarse un poco.

    ―¡Anda!, ¿y para que le dices esto?, ¿a este señor que le importa?, va a pensar que soy una superficial, con el asunto importantísimo que nos traemos entre manos y yo pensando en mi pelo ―le dijo, mientras le lanzaba una mirada… en tono enfadado.

    ―¡Mire usted, Doña Marta!, sea importante el asunto, o no, usted es una mujer, eso lo puedo entender bien, y además la puedo ayudar ―la dijo Don José sonriendo.

    ―¿Qué?, ¿a qué? ―preguntó ella, extrañada por la afirmación del sacerdote.

    ―¿De verdad necesita una peluquería? ―la preguntó él de pronto.

    ―¡Bueno, sí!, ¡no sé! ―contestó ella indecisa, pensando que no debía haber sacado ese tema.

    ―¡Pues eso está hecho!, que todo en la vida sea así de fácil ―Y sacándose del bolsillo de la sotana, un viejo móvil, marcó un número, escucharon como daba unas llamadas, y cuando al otro lado del aparato le contestaron dijo:

    ―¡Niña necesito un favor!

    Como le debieron de preguntar, sobre qué a que se refería, los dos le escucharon que contestó:

    ―Tienes que atender a una amiga que te mando ahora mismo, ¡ya sé que es la hora de comer!, ¡bueno!, pues cuando termines de arreglarla comes, por un día no te va a pasar nada, porque lo hagas un poco más tarde ―Y despidiéndose colgó.

    Los dos policías, allí sentados enfrente, se miraron incrédulos, no entendían que había pasado, pero sí habían oído bien, el sacerdote había pedido a alguien, que debía tener una peluquería, que la atendiera, esto era inaudito.

    Don José después de meterse de nuevo el móvil en el bolsillo de la sotana, tomando la palabra dijo:

    ―¡Ve, hija!, ya tiene una peluquera esperándola, así que vaya y póngase guapa si eso es posible, porque yo no entiendo mucho de eso, pero me parece que usted es de las que necesitan pocos retoques, su naturaleza ya le ha hecho un buen trabajo.

    Marta que no podía salir de su asombro, muy nerviosa, le preguntó:

    ―¿Qué me está diciendo?, ¿qué tengo que irme ahora a una peluquería?, pero si tenemos que sacarle a usted toda la información necesaria para nuestro trabajo, en estos momentos no me puedo mover de aquí.

    ―¡Mire hija!, usted se pone guapa, y luego vuelve aquí, que nosotros no nos vamos a mover. Yo le digo a su compañero, sí porque sé que, aunque son matrimonio, sé que les gusta que les llamen compañeros en el trabajo, bueno, pues le cuento todo lo que yo sé, y así hacemos las dos cosas ―le estaba diciendo ese anciano sacerdote con gran resolución, había en un momento resuelto todo con gran facilidad.

    Jenaro que no salía de su asombro dijo:

    ―¡Mira, es buena idea!, yo apuntaré todo lo que me diga, para luego contártelo y que no se me pase nada, no te preocupes y vete tranquila a que te arreglen lo que quieras.

    El sacerdote la dijo la dirección de la peluquería. Ella sin rechistar salió de la Sacristía, atravesó el templo dirigiéndose a la calle y mientras bajaba los escalones pensaba, ¡Hay que ver, qué día llevo!

    Cuando llegó al lugar, allí cerca en la calle Virgen del Valle, pudo comprobar que era una gran peluquería, pero en esos momentos no tenía ninguna cliente, no era de extrañar, pues era casi la hora de comer, una joven sonriendo la esperaba en la puerta, después de darle los buenos días, Marta se disculpó.

    ―¡No se preocupe!, yo por Don José lo hago con gusto ―la dijo la joven―. Es como un abuelo para mí, y sabe que no le puedo negar nada ―Y atendió a Marta, la tiñó y la cortó el pelo, y cuando terminó de peinarla, le dio un espejo.

    Marta se miró y dando las gracias a la joven la dijo:

    ―Desde hoy tienes una nueva cliente, nunca me lo habían dejado tan bien, ¡vaya manos que tienes!

    Después de volverse a mirar al espejo, en donde encontró reflejada una imagen que le gustó, el corte que le habían hecho, la hacía parecer más joven, tomó el bolso y sacó el monedero para pagar a la joven por el trabajo realizado.

    ―¡No le puedo cobrar, señora!, ha sido un encargo de Don José ―la dijo la joven peluquera negándose a tomar el dinero que le ofrecían.

    ―¡Pero hija!, ¿qué tiene eso que ver?, él me ha hecho un favor, porque yo necesitaba arreglarme un poco, que me ha surgido un viaje a Polonia de improvisto y ¡mira qué pelos tenía!

    ―¿Polonia? ―preguntó la joven extrañada―. ¡Qué casualidad, allí voy a ir yo también!

    ―¿Tú?, ¿es que vas de vacaciones?, sí que es casualidad ―le dijo Marta sorprendida.

    ―No, nada de vacaciones, ¡a algo mejor!, no sé si sabe usted que en Cracovia se reúne la J.M.J. ―estaba diciendo la joven peluquera, con evidente alegría reflejada en su rostro.

    Al escucharla a Marta se le abrieron los ojos como platos:

    ―¿Y tú vas a ir? ―la preguntó.

    ―¡Pues claro, señora!, no me lo perdería por nada del mundo ―contestó la peluquera poniéndose muy seria.

    ―Pero ¿cómo es posible? ―la preguntó Marta con curiosidad.

    ―Mire, ya he asistido a otras, y desde que se acaba una, hasta la siguiente, estoy deseando que llegue. Es como si en esos días que dura, tomara fuerzas para vivir, ¡no sabría cómo explicárselo! ―estaba diciendo la joven a la que se le notaba un énfasis en sus palabras, no podía disimular la alegría que hablar de ese tema le producía.

    ―¿Qué pasa, que lo pasáis bien tantos jóvenes juntos? ―preguntó Marta en ese momento.

    ―¿Bien?, ¡no es eso!, bueno, no digo que no, pero eso no es lo importante, ¡ya me entiende!, es la forma de pasarlos, es como si uno estuviera haciendo unos Ejercicios Espirituales, compartiéndolos con miles y miles de personas que piensan y sienten como tú.

    Marta que se había vuelto a sentar a escuchar dijo bajito:

    ―¿Qué son unos Ejercicios Espirituales?

    Encarna, que fue como dijo la joven que se llamaba, extrañada preguntó:

    ―Pero ¿nunca ha hecho

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