El delincuente honrado
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El delincuente honrado - Gaspar Melchor de Jovellanos
HONRADO
EL DELINCUENTE HONRADO
Pe r s o n a j e s
DON JUSTO DE LARA, alcalde de casa y corte.
DON SIMÓN DE ESCOBEDO, Corregidor de Segovia y padre de
DOÑA LAURA, viuda del marqués de Montilla y esposa actual de
DON TORCUATO RAMÍREZ, hijo natural, desconocido, de Don Justo.
DON ANSELMO, amigo de don Torcuato. DON CLAUDIO, escribano, oficial de la sa- la. DON JUAN, mayordomo de don Simón. FELIPE, criado de don Torcuato.
EUGENIA, criada de doña Laura.
Un Alcalde, dos centinelas, tropa y Minis- tros de Justicia.
La escena se supone en el Alcázar de Segovia.
Acto I
El teatro representa el estudio del Corre- gidor, adornado sin ostentación. A un lado se verán dos estantes con algunos librotes viejos, todos en gran folio y encuadernados en perga- mino. Al otro habrá un gran bufete, y sobre él
varios libros, procesos y papeles. TORCUATO, sentado, acaba de cerrar un pliego, le guarda, y se levanta con semblante inquieto.
Escema I
TORCUATO.- No hay remedio; ya es pre-
ciso tomar algún partido. Las diligencias que se practican son muy vivas, y mi delito se va a descubrir. ¡Ay, Laura! ¿Qué dirás cuando sepas que he sido el matador de tu primer esposo?
¿Podrás tú perdonarme...? Pero mi amigo tarda, y yo no puedo sosegar un momento. (Vuelve a sentarse, toma un libro, empieza a leer, y le deja al punto.). Este ministro que ha venido al se- guimiento de la causa es tan activo... ¡Ah!,
¿dónde hallaré un asilo contra el rigor de las leyes...? Mi amor y mi delito me seguirán a to- das partes... Pero Felipe viene.
Escema II
TORCUATO, FELIPE. FELIPE.- Señor...
TORCUATO.- Pues ¿y don Anselmo? FELIPE.- Viene al instante. ¡Oh, qué tra-
bajo me costó despertarle! Cuando entré en su cuarto estaba dormido como un tronco; pero le hablé tan recio, metí tanta bulla y di tales tiro- nes de la ropa de su cama, que hubo de volver de su profundo letargo, y me dijo que venía corriendo. Ya yo me volvía muy satisfecho de su respuesta, cuando veo que, dando una vuel- ta al otro lado, se echó a roncar como un prior; con que me quité de ruidos, y con grandísimo tiento le fui poco a poco incorporando; le arri- mé las calcetas, ayudele a vestirse, y gracias a Dios, le dejo ya con los huesos en punta.
TORCUATO.- Muy bien. ¿Y has sabido si tendremos carruaje?
FELIPE.- ¿Carruaje? Cuantos pidáis.
Mientras la corte está en San Ildefonso, no hay cosa más de sobra en Segovia; pero, como yo no sabía dónde era nuestro viaje, no me atreví a ajustar alguno. Si vamos a Madrid, tendremos retornos a docenas. El coche que trajo el alcalde de corte aún no se ha ido y se podrá ajustar barato. ¡Ah, señor! (me acuerdo ahora por el alcalde de corte), ¿no sabéis lo que hay de nue- vo...? (TORCUATO nada le responde.) Acaban de traer a la cárcel a Juanillo, el criado del Mar- qués. (TORCUATO se inmuta.) ¡Pobrete! Ahora tendrá que confesar de plano, si no quiere can- tar en el ansia. Dicen que sabe cuanto pasó en el
desafío de su amo. Pardiez, él será muy tonto en no desembuchar cuanto ha visto.
TORCUATO.- (Aparte.) Ya el riesgo es más urgente... Felipe.
FELIPE.- Señor...
TORCUATO.- Haz que mis vestidos se pongan en los baúles; a Eugenia que te entre- gue toda mi ropa blanca; y date prisa, porque nuestro viaje es pronto, y durará algunos días.
FELIPE.- Aquí hay algún misterio. (Anda
por el cuarto, poniendo en orden los muebles, y recogiendo alguna ropa de su amo que habrá sobre ellos.)
TORCUATO.- Aún no parece Anselmo... (Sacando el reloj.) Las siete y cuarto. ¡Qué tardo pasa el tiempo sobre la vida de un desdichado!
FELIPE.- (Sin dejar su ocupación.) ¡Tan
recién casado hacer un viaje...! ¡Él está tan tris- te...! ¿Qué diablos tendrá?
TORCUATO.- Acaso juzgará intempesti-
va mi resolución. ¡Ah!, no sabe toda la aflicción de mi alma.
FELIPE.- (Mirando a su amo.) ¡Tiene un genio tan reservado...!
TORCUATO.- Ya parece que viene. FELIPE.- No quiero interrumpirlos. TORCUATO.- Cuidado con lo que te ten-
go prevenido. Si alguien me buscare, que no estoy en casa, y si don Simón preguntase por mí, que estoy escribiendo.
Escema III
ANSELMO, TORCUATO.
ANSELMO.- A fe, amigo mío, que me has hecho bien mala obra. ¡Dejar la cama a las siete de la mañana.. ! Hombre, no lo haría ni por una duquesa; mas tu recado fue tan ejecutivo... (Después de alguna pausa.) Pero, Torcuato, tú
estás triste... Tus ojos... Vaya, ¿apostemos a que has