Pérdida
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Me gusta más la vida que escribir.
Anais, pintora y aspirante a sirena, perdida en la ciudad de Santa Alba, acude esa tarde a la presentación del libro de un escritor al que admira profundamente.
Inesperadamente, se producirá una conexión íntima entre ambos y esa noche lo cambiará todo, para bien y para mal.
Miguel Belascoain
Miguel Belascoain nació en Pamplona en 1977. Estudió Ciencias Empresariales, desde el amor se lo recomendaron para tener un futuro económicamente estable. Actualmente, estudia el grado de Historia del Arte por pura satisfacción personal y porque siempre creyó en las segundas oportunidades. Si le preguntas por sus aficiones, te dirá, como tanta gente, el cine y la lectura. Para él, en cambio, son una droga. Desde niño le ha gustado contar historias. Si lo hace de viva voz, puede convertirse en algo caótico e imprevisible. Nunca ha dejado de escribir cuentos como una experiencia íntima. En 2013 su relato Escalones fue seleccionado en el V Premio Ediciones Beta de relato corto. Entonces, creyó que podría ser capaz de realizar relatos más extensos. Pérdida es su cuarta novela, tras Pedro abandonado, Suzane y Más allá de los bordes.
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Pérdida - Miguel Belascoain
Pérdida
Pérdida
Primera edición: 2019
ISBN: 9788417772680
ISBN eBook: 9788417772123
© del texto:
Miguel Belascoain
© de esta edición:
CALIGRAMA, 2019
www.caligramaeditorial.com
info@caligramaeditorial.com
Impreso en España – Printed in Spain
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Para Sandra I. Botargues, excelente escritora y amiga.
Formas parte de este viaje,
del que has sido fuente de inspiración.
Como me dijiste tras una reciente pérdida:
«Somos polvo de estrellas».
La noche de los ángeles
—Hola. ¿Cómo te llamas? —pregunta el escritor.
—Anais —contesta ella.
—¿Con uno o con dos puntos sobre la i?
—Si pones dos, me alegrarás la tarde. Bueno, ya lo acabas de hacer.
—¿Con la presentación? Ha sido desastrosa.
—Tú lo has hecho bien. El presentador ha sido horroroso.
—Sí. Tienes razón. Lo ha hecho muy mal.
—Cuando te ha pedido que contases más cosas sobre ti mismo me ha dado vergüenza ajena. Ganas de descuartizarlo.
—Aun así, no ha sido el peor que me ha tocado.
—¿Los hay peores?
—Ya lo creo.
—En este momento me resulta difícil creerlo.
—Pues créetelo. Créeme.
—¿Y aún tienes que seguir con ellos?
—En principio me invitaban a cenar. Pero si lo haces tú, me inventaré algo, les diré que me duele el estómago y me iré contigo.
—¿Si yo te invito a cenar?
—No hace falta que me invites. Solo quiero que me saques de aquí.
—Estás confiando mucho en mí.
—Suelo tener buen instinto para este tipo de cosas.
—Qué suerte. Ojalá yo lo tuviera.
—¿Me esperas a menos cuarto en el hotel de enfrente?
—¿Crees que lo haré?
—Estarás. Lo sé.
—Aún no me has dedicado el libro.
—Iba a ponerte lo que le pongo a casi todo el mundo.
—Pues no lo hagas. Si lo haces, no me verás luego.
—¿Y cómo sabrás que es lo que suelo escribir?
—Lo sabré. Pon algo original. Eres escritor. Y muy bueno.
—Gracias. Lo sé. Voy a poner: «Para Anais. Por las promesas y los atardeceres hermosos que vendrán acompañados de la fatiga que nos castiga a las almas errantes».
—Un poco retorcidillo. Venga, escríbelo. Hay más gente esperando a que les firmes. ¿Qué se siente con tantas personas haciendo cola para que les dediques tan solo unos segundos?
—Es una sensación extraña. Es algo terriblemente hermoso.
—Pero a todos les pones lo mismo. Estás aquí como un robot.
—¿Eso crees?
—En realidad, no.
—Luego lo tratamos en profundidad.
—Ya veremos. Me lo pensaré.
—Hasta luego, Anais.
—Adiós, escritor. Ha sido un placer conocerte.
—Lo mismo digo.
El escritor sigue firmando libros. Esta tarde está en Santa Alba. Es viernes, 29 de septiembre, y en las dos últimas semanas ha estado en Segovia, Zamora, Ciudad Real, Albacete y Palencia. Acaba de escribir las mismas dedicatorias de siempre y ha estampado una firma que nunca le ha convencido del todo. Pero nunca pensó que conseguiría cierta celebridad y que esa rúbrica formaría parte de la intimidad de tantos lectores. Una señora muy amable le dice que le ha encantado esta novela. Que lo ha seguido desde sus inicios. Le comenta que es encantador en persona, tal y como ella imaginaba. Una persona muy sensible y con una imaginación tan desbordante. El escritor se siente muy halagado. Esa mujer sí que es encantadora. Le dice que lo siente mucho, pero tiene que hacer una llamada telefónica. Se acerca al presentador del acto, un auténtico inepto, y le dice que lo lamenta, la presentación ha ido muy bien, pero le duele bastante el estómago y quiere ir a descansar al hotel. Le disgusta no poder ir a cenar con él y con otra periodista, Marta, que es quien le ha hecho la entrevista por la mañana en las oficinas del periódico. Sale del edificio, pero ya es tarde. Son las nueve y diez. Anais se habrá marchado. Le hubiera gustado conocerla un poco más. Alza la vista y la ve sentada sobre un coche frente al restaurante del hotel. Cruza la carretera y le da una palmadita en el hombro izquierdo.
—Hola, Anais.
—Hola. Pensaba que ya no venías.
—Me ha costado escaparme.
—Lo entiendo. No te preocupes. Hace buena noche. Estos días ha hecho más