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Pasajeros vemos, corazones no sabemos
Pasajeros vemos, corazones no sabemos
Pasajeros vemos, corazones no sabemos
Libro electrónico106 páginas1 hora

Pasajeros vemos, corazones no sabemos

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Información de este libro electrónico

Conjunto de narraciones cortas que cuentan historias variadas de los pasajeros del Metro de la Ciudad de México.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 nov 2023
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    Pasajeros vemos, corazones no sabemos - Miguel Angel Tenorio

    Pasajeros vemos,

    corazones no sabemos

    Miguel Ángel Tenorio

    Instituto Politécnico Nacional

    —México—

    Pasajeros vemos, corazones no sabemos

    Miguel Ángel Tenorio

    Primera edición: 2013

    D. R. © 2013

    Instituto Politécnico Nacional

    Luis Enrique Erro s/n

    Unidad Profesional Adolfo López Mateos

    Zacatenco, Deleg. Gustavo A. Madero

    CP 07738, México, DF

    Dirección de Publicaciones

    Tresguerras 27, Centro Histórico

    Deleg. Cuauhtémoc

    CP 06040, México, DF

    ISBN 978-607-414-406-2

    Impreso en México / Printed in Mexico

    http://www.publicaciones.ipn.mx

    Para la musa más espinosa

    que resulta esposa

    y responde al nombre de

    Priscila Espinosa.

    En agosto de 1993 salieron al aire, todos los lunes a las 9:50 de la mañana, a través de las frecuencias de Radio Educación, las Instantáneas de la Ciudad, escritas y contadas por el propio Miguel Ángel Tenorio. Pasajeros vemos, corazones no sabemos, son historias que forman parte de esta colección.

    Este libro es uno más de los confeccionados a partir de la serie de relatos llamados Instantáneas de la Ciudad, que he presentado muchos años en radio, en bares, cafés y muchas escuelas de nivel superior, tanto en México, como en Estados Unidos, Canadá, Colombia y Panamá.

    Yo digo que la vida está hecha de instantes donde nos descubrimos afortunados o desgraciados. En un instante nos podemos enamorar y perder toda cordura. Basta un instante para sucumbir a las tentaciones más extravagantes o para encontrar las respuestas que antes nos parecieron impenetrables.

    En el metro viajan personajes que, tal vez, al igual que los que transitan en cualquier otro lado de la ciudad, también tengan la necesidad de trascender su vida cotidiana, pues en medio de las estrecheces que nos agobian siempre parece asomarse un rayito de esperanza. Ninguno de los personajes tiene nombre, son siempre un él y una ella, cada uno con su propia trayectoria, su propio descubrimiento, en medio del esplendor de la Ciudad de México y algunas ciudades invitadas como Toronto, Montreal, Nueva York, Washington. Personajes descubiertos en lugares que cualquier visitante con un mapa en la mano puede reconocer.

    He visto y admirado a Woody Allen que ha sido capaz de retratar a su Nueva York; a los novelistas franceses (sobre todo Emilio Zolá) del siglo xix que han sabido retratar a París; al mexicano Manuel Payno que nos ofrece una maravillosa panorámica de la Ciudad de México, sobre todo en su extraordinaria novela Los bandidos de Río Frío. En todos estos casos el retrato de la ciudad no es en sí mismo lo valioso, sino el retrato de la ciudad con su gente. Yo quiero acercarme a esos autores y retratar algunas de las millones de historias que suceden a diario en nuestra Ciudad de México de finales del siglo xx y principios del siglo xxi. Ocho millones de historias tiene la Ciudad de Nueva York, canta Rubén Blades. ¿Cuántas historias no portan a diario los pasajeros del metro de la Ciudad de México? ¿Historias parecidas a los pasajeros del metro de otras ciudades? Subir al metro es encontrarse con mucha gente, cada una con su propia historia. Pasajeros vemos, corazones no sabemos.

    Los invito a esta aventura de mirar a los pasajeros que viajan a nuestro alrededor, tal vez algunos de ellos sean los protagonistas de algunas de las historias que cuento aquí.

    Contenido

    Yo doy la buena suerte

    ¿Para qué vivir?

    Mañana a las siete

    Una mirada que se queda

    Sí, pero no, aunque sí, quién sabe

    Una sensación tan poco normal

    Que no se vaya el metro

    Adicto a ella

    Adiós, para siempre, adiós

    Eres igual a todos

    Constatar, comprobar, corroborar

    Hablando se entiende la gente

    Por un ratito

    El último recurso

    Viajar a donde se pueda

    ¿Qué es lo que necesito?

    Un viaje inesperado

    Lo que realmente tenemos

    ¿Cómo iniciar una conversación?

    Yo también tengo mi corazoncito

    En la estación del metro Balderas

    Disyuntivas

    La salida correcta

    Triunfar como Billy Elliot

    Buena Vista

    En la ciudad de la esperanza

    El abono mensual

    El viejo profesor

    Nuestra película

    Completamente a su merced

    Epílogo

    Breve semblanza

    Yo doy la buena suerte

    Líneas 7 y 3

    Una llamada telefónica:

    —¿Bueno? —contesta él.

    —¿El señor… ? —preguntan por él.

    —Sí, a sus órdenes.

    —Lo estamos buscando, porque nos interesa su proyecto de…

    Un enorme gesto de sorpresa se dibuja en el rostro de él. Recuerda:

    —Te va a ir muy bien —le dice ella.

    La habitación huele a sándalo. La colcha roja china, muebles chinos. Lámparas con budas de distintos tamaños por todas partes. Frente al espejo veladoras de San Judas Tadeo, y él de pronto, se descubre en el espejo del techo, desnudo sobre ella y… Recuerdo anterior: viernes lluvioso por la tarde, Woolworth de Xola y Cuauhtémoc. Él, abatido, mira por la ventana.

    —¿Qué va a ordenar? —le pregunta la mesera.

    —Un café —responde, aunque quisiera también un flan, una hamburguesa, una cerveza. ¡Qué año más difícil!, —piensa—, nada, nada de trabajo. Y estoy al tope de deudas. ¿Qué voy a hacer?.

    —¿Me permite que me siente? —le pregunta ella, que se le aparece de pronto.

    —No le puedo invitar nada —sentencia él, que la ve muy extraña. Hay algo raro en ella, cuarentona, más o menos sofisticada, excesivamente femenina. ¿Será travesti?, se pregunta por un instante.

    Ella corta todo pensamiento de él y le dice:

    —Esta es mi tarjeta. Yo me dedico a dar buena suerte. Si le interesa, llámeme.

    Él quiere preguntar algo más. Pero ella se aleja con un movimiento muy sensual, enfundada en su gabardina. Él mira lo que dice la tarjeta: Yo te cambio la vida. Georgia.

    —Quinientos pesos la primera cita —le dice ella al teléfono, que ya en el cuarto lo va desnudando, lo va llenando de loción de sándalo. Va repitiendo palabras en idioma extraño.

    De pronto, lo tumba en la cama. Ella se desnuda y… ¡Ayyyyyyyyyyyy! ¡Qué horror! La sospecha del otro día se confirma: es travesti. La evidencia es enorme. Y a él, su evidencia se le hace chiquita.

    —Te va a ir bien en la vida, vas a ver —le dice esa ella, que muestra unos senos voluminosos y se le acerca a él, que de pronto sí tiene ganas de tocarlos. Pero la amenaza de lo de más abajo lo hace reaccionar y zafarse para tratar de vestirse rápidamente.

    —Te vas a arrepentir —le dice la ella ésa, que muestra esos senos monumentales, pero eso de abajo también monumental.

    —Todos los que han pasado por mí, son ahora hombres de éxito —le insiste la ésa ella.

    Pero él no quiere más que vestirse apresuradamente. Se cae, se va sin calcetines y corre al metro Mixcoac, línea 7, para subirse hacia cualquier lugar. Se baja en el metro Camarones,

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