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La realidad de los sueños
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Libro electrónico438 páginas7 horas

La realidad de los sueños

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Hay veces que es mejor dejarse llevar por el instinto que por el sentido común.

Luis Alonso, joven ejecutivo, disfruta de una cómoda vida hasta que accidentalmente conoce a una joven extranjera que cambiará toda su vida.

Estoy seguro que compartiremos muy agradablemente sus distintas experiencias.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento14 dic 2019
ISBN9788417947842
La realidad de los sueños
Autor

Jorge Marenco Díez

Jorge Marenco Díez nació en Jerez de la Frontera en 1945. Estudió Ciencias Económicas y Comerciales por la Universidad de Granada, Facultad de Málaga, Cursó idiomas en Friburgo (Suiza), Dublín y Cambridge. Toda su vida profesional se ha desarrollado como ejecutivo en empresas productoras y exportadoras de vinos de Jerez y brandis a nivel mundial. Ha publicado con anterioridad un libro gráfico -con más de 300 fotografías- sobre monumentos, historia, vinos de Jerez y brandis, caballos y toros bravos: De Jerez y su comarca, bilingüe inglés/español. Dos ediciones. Actualmente agotado. Además: -Guion cinematográfico en inglés: Simply love, pendiente de realización.-Recuerdos de infancia, en Amazon. -Aficiones: ópera y música clásica, cacería, tenis y, por supuesto,la fotografía.

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    La realidad de los sueños - Jorge Marenco Díez

    La realidad de los sueños

    Primera edición: 2019

    ISBN: 9788417915094

    ISBN eBook: 9788417947842

    © del texto:

    Jorge Marenco Díez

    © de las ilustraciones de cubierta:

    José María Mateos Requena

    © de esta edición:

    Caligrama, 2019

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    A MIS TRES HIJOS :

    JORGE, LETICIA Y PATRICIA

    No serían todavía las nueve de la mañana de un día de primavera del mes de Marzo a unos ocho o nueve kilómetros de la ciudad de Haro en la Rioja Alta, cuando el antiguo Land Rover de Luis Alonso y Núñez del Prado, que era su nombre completo, entraba en su vieja viña a la que tanto cariño y admiración le tenía. Ya se podían ver los nuevos brotes verde pálido en todas las plantas que darían la cosecha de ese año.

    No era quizás, por motivos sentimentales solamente, sino porque al tratarse de una viña tan vieja, de más de unos sesenta años, le proporcionaba unos caldos rojos de una calidad excepcional. No era muy grande en su tamaño. Su plantación era algo inferior a las ciento veinte hectáreas, sin contar el gran terreno que había en la parte alta del cerro desde donde lejos ya se disfrutaba de la vista de un antiguo castillo del siglo XII en plena restauración.

    No había don Luis terminado de subir la pendiente de entrada a esta finca, cuando ya empezó a llamar a voces desde el coche al responsable de las obras que estaba acometiendo: ¡Capataz!, ¡este hombre que nunca se entera cuando yo vengo a ver las obras! ¡Nunca está donde se le busca! dijo don Luis.

    Cerrando de un portazo la puerta del coche, volvió a llamarlo otra vez de la misma manera, ¡capataz! mientras él se dirigía a la puerta central del castillo. Al momento, éste salió a su encuentro y le recriminó que lo llamase por el adjetivo de capataz. ¡Don Luis, ya le he dicho mil veces, que yo no soy su capataz! ¡Yo soy su contratista mientras dure la restauración de este pedazo de castillo y usted me siga pagando!

    ¡Por favor tome nota que a mí también me bautizaron y me pusieron un nombre, que parece que a usted siempre se le olvida, Manuel o Manolo, como prefiera!

    ¡De acuerdo, dijo don Luis, perdone usted capataz Manolo! ¡Procuraré acordarme para que no me dé la vara otra vez!

    Manolo, como se conocían ellos desde antiguo, ya que Haro, no era una gran ciudad, se tenían bastante confianza, aunque uno fuese el dueño y el otro el empleado y coincidir más de una vez tomando un chato con tapas en los mismos bares. Este último, no se pudo resistir y metió el dedo en la llaga del asunto, ¿Qué, don Luis, ya hemos tenido un encontronazo con su señora esta mañana antes de montarse en el coche ! ¿No?

    ¡Vale!, contestó don Luis, ¿vamos a dejarnos de tonterías? y me indicas los avances que habéis hecho desde antes de ayer, ya que ayer no pude venir.

    Para hacernos una idea, el castillo, era de base rectangular con una torre del homenaje de doble planta, almenada, ya que los muros exteriores contaban con un escalón de protección a todo lo ancho del perímetro superior. La torre del homenaje tenía una altura dos veces y media la de los gruesos muros exteriores de piedra que lo formaban y defendían. La torre estaba situada en el interior de la parte central de la muralla frontal del edificio, por lo que disfrutaba de unas magníficas vistas de muchas millas a la redonda, antiguamente para una máxima defensa y en la actualidad para el disfrute de esas magníficas vistas.

    La verdad, don Luis, siempre le había tenido mucho cariño a ese castillo desde que era un niño y acompañaba a su abuelo primeramente y después, de más mayor, a su padre, del que había heredado la bodega familiar en Haro, Luís Alonso y Cía. S.A. fundada por su abuelo hacía más de noventa años, es decir, casi un siglo ya cumplido.

    ***

    La verdad es que tanto los muros como la torre central, se encontraban en bastante buen estado de conservación, teniendo en cuenta que tenían más de setecientos años de vida sobre sus espaldas. Había estado en manos de nadie desde la desamortización de Mendizábal durante la primera mitad del XIX. La había adquirido el padre de su abuelo aunque no le había prestado mucha atención, bien por desconocimiento o por no querer invertir en su reacondicionamiento y haber fallecido pocos años después.

    Principalmente, según el arquitecto oficial, Don Miguel Blanco, miembro que colaboraba con las autoridades de la Unión Europea por el tema de las importantes subvenciones, su muy buena conservación se debía, tanto a la buena calidad y fortaleza de las piedras utilizadas en su construcción, como a los cuidados de mantenimiento que había recibido a lo largo de toda su larga historia, ya que durante los dos últimos siglos XVII y hasta finales del XVIII, se había venido utilizando como albergue y hospital de peregrinos, regentados por los monjes franciscanos, en las estancias que había alrededor de todo el perímetro interior del mismo, y poder atender las necesidades de los ya muchos que les prometían al Santo hacer su camino. En la parte izquierda de la fachada principal había una capilla para los caminantes a la que se le había abierto una puerta en la propia muralla en su época de albergue, directamente desde el exterior.

    El hecho de encontrarse en una propiedad privada, ya que desde antes de la fundación de la sociedad Luis Alonso y Cía., ya constaba en los documentos del Registro de la Propiedad como tal suelo agrícola, dedicado al cultivo de la vid, lo que consistió en una de las primeras inversiones de su abuelo al tiempo de la fundación de la firma. En gran manera, esto había evitado, que los eventuales depredadores del lugar hubiesen tomado la propiedad como de libre disposición e ir removiendo los materiales de piedra de la que estaba construido.

    Sería con posterioridad, cuando pasó a manos privadas de esta sociedad, ya entonces convertida, con toda seguridad, en una viña teniendo una vigilancia que evitaba la entrada de los posibles intrusos.

    Su nombre, siempre se le había conocido, por el de Castillo de Santiago, que lo recibió desde tiempo inmemorial, como hemos visto, después de servir como fortaleza durante la época medieval, dada su proximidad al camino antiguo de Santiago, desde el sur hacia al norte, y posteriormente fue utilizado como albergue y enfermería de peregrinos. Su distancia a la ciudad de Santiago de Compostela, es grande, de aproximadamente unos seiscientos kilómetros por carretera actualmente, pero en aquella época, también era frecuente el camino de peregrinos utilizando cualquier otro medio de locomoción, más lento y por supuesto menos seguro.

    Lo cierto es que gracias a las subvenciones ofrecidas por la Unión Europea para el mantenimiento del patrimonio artístico y cultural que cubrirían aproximadamente la mitad de las cantidades a invertir, don Luis, había solicitado muy detalladamente que es lo que quería hacer para mantenerlo en perfecto estado de conservación y al mismo tiempo, convertirlo en su vivienda habitual, que es lo que más le atraía. Es decir, vivir muy confortablemente, con todas las comodidades actuales, en un lugar tan privilegiado y tan cerca de la civilización. Desde niño, siempre había tenido esta ilusión y había soñado con poder realizarla. El haber sido uno de los dos únicos herederos de su padre, junto con su hermano Alfonso, de esta firma bodeguera en los años ochenta y tantos, junto con todos los demás bienes, los habían convertido a ambos, en unos privilegiados, contando con una situación económica más que importante.

    Su tamaño era el adecuado para una vivienda cómoda y bien amplia y poder contar con unas zonas ajardinadas más que vistosas y estéticamente espléndidas. Ciertamente, cuando todavía era un niño, su tamaño le parecía mucho más grande de lo que era en realidad, cosa muy común a todos los de esa temprana edad, en la que siempre las cosas parecen ser de mayor tamaño que el que tienen en la realidad.

    De cualquier manera, como la torre estaba adosada en la parte central dentro del muro delantero, le permitía una magnífica orientación para tener en la planta baja un gran salón y comedor, conservando su antigua y gran chimenea de granito que había resistido muy bien el paso de todos esos años anteriores. A la planta superior se ascendía por una escalera de ladrillos visto que partiendo de un lateral del salón, desembocaba en su planta primera, en un amplio hall y antesala del cuarto de dormir principal y su amplio cuarto de baño. Ahí, habría que hacer bastantes obras para el recubrimiento de paredes, instalación de tuberías y electricidad tanto para el servicio del cuarto de baño, como la calefacción que iría por todo el edificio, bajo el propio suelo, sin mostrar ningún elemento, como un radiador o calentador que afearan su magnífica estructura.

    Afortunadamente, los planos elaborados por el arquitecto, don Miguel Blanco, tanto para poder estar seguros de recibir las solicitadas subvenciones, como para que su amigo Manolo el contratista de la obra, no le dejaran lugar a dudas o incurriera en algún error, todos estaban sellados como verificación de su obligado cumplimiento, sin poder apartarse de los mismos a menos que se solicitaran los correspondientes permisos de reformas debidamente fundamentadas.

    Este castillo, contaba con cuatro torreones circulares, almenados al igual que la torre del homenaje, opuestos es su parte exterior, ubicados al extremo de cada uno de los cuatro vértices y, cuyo acceso era a través de una escalera interior, que los rodeaban en forma de lo que llamamos de caracol protegidos los escalones por un simple pasamanos de hierro grueso, a media altura y siendo bastante estrechos y empinados. Indudablemente no eran grandes, pues no median más que unos cinco metros de diámetro. Imaginamos que estos cuatro torreones circulares habían sido adosados con posterioridad, por algún motivo concreto que desconocemos, con influencia extranjera.

    El patio de armas del castillo, se encontraba en el centro de la fortificación. Era de forma rectangular de un tamaño aproximado de 1.200 m², o algunos más, descontada la torre del homenaje que se encontraba lógicamente en su integridad dentro del patio bordeada por los gruesos muros de piedra en todo el perímetro exterior que le servían de protección sin que estuviesen almenadas.

    La puerta de entrada principal al castillo seguía siendo la original de un arco de medio punto, labrado todo su perímetro exterior con piedra bien trabajada ya que prácticamente no había sufrido mayor deterioro con el paso de los años. Curiosamente, las gruesas maderas estaban recubiertas de una fuerte chapa de bronce que lo hacía inexpugnable, y nos inclinamos a pensar que fuesen las originales, abriendo por su mitad. Tenía la altura justa para el paso de un caballo con su jinete.

    Si el revestimiento del bronce, era posterior, no lo sabemos ya que ningún experto en construcciones medievales españolas nos lo ha sabido aclarar. De ahí que nos inclinemos por lo primero.

    Las ventanas exteriores eran de un tamaño bastante pequeño a pesar de que durante el tiempo que fue hospedería las habrían ampliado. Las interiores que daban al patio de armas si eran más grandes y correspondían a una etapa posterior.

    La torre del homenaje, a su planta alta, también tenía un acceso a través de una escalera de piedra exterior a la estancia y un pasamanos, original suponemos, de grueso hierro forjado sin mayor protección.

    La obra más importante a realizar era abrir un corredor interior a todo el largo de las distintas habitaciones del castillo, al objeto de dar independencia, y al mismo tiempo interconectar independientemente todas las estancias, y estar a resguardo de la lluvia y del frio del invierno. Como eran habitaciones de gran tamaño permitiría hacer esta remodelación sin pérdida de su esplendor, sino justo lo contrario. Otra de las obras que había que acometer era recubrir y perfeccionar todas las paredes de las distintas habitaciones, colocando toda la instalación de calefacción bajo el suelo que iría de ladrillo visto, en toda la vivienda como ya hemos comentado. Iría en su color natural, con un pulido y varias capas de cera incolora.

    Todas las paredes se tendrían que pintar de un color crema pálido que hiciera juego con las puertas antiguas que se montarían en toda la vivienda. En verdad, no eran obras mayores las que había que realizar puesto que todo el edificio se encontraba en buen estado de conservación. Las lámparas de las habitaciones y las de techo del salón y comedor serían de hierro forjado, por lo que no presentaba problema alguno. Incluso los técnicos de la Comunidad, nos habían facilitado diseños que se pudieran utilizar.

    En cuanto al jardín a instalar en el patio de armas, llevaría una fuente en forma de estrella de ocho puntas, de ladrillo visto, y dos zonas de parterres para rosales y cuatro naranjos en los cuatro vértices. El suelo sería de albero en lugar de piedra como hasta entonces, contando con un efectivo drenaje para evitar cualquier posible inundación por el exceso de las lluvias del invierno.

    Don Luis, no cabía en sí de felicidad por la buena marcha de las obras y el magnífico resultado que estaba obteniendo. En gran parte, gracias a su amigo Manolo el contratista que lo había traído con todo su equipo de cantería y albañilería de León capital, donde habían adquirido máxima experiencia en todo el tema de restauración de edificios históricos. Eran más caros que los operarios normales, pero valía la pena, pues su experiencia en el tema no tenía precio además de evitar la comisión de errores.

    El negocio bodeguero daba una rentabilidad bastante superior a las de una bodega normal cuyas ventas estuviesen más orientadas a crecer en volumen que en alcanzar un mayor margen por cada unidad vendida. Esa era la máxima y la práctica de su negocio desde su fundación. Don Luis tenía una muy amplia y dilatada experiencia no solo en el mercado nacional, que era importante, sino en los mercados de exportación a nivel mundial, a los que visitaba con alta frecuencia. La bodega que estaba cerca de la estación de Haro, no era muy grande en cuanto a su tamaño, pero desde el momento en que se ponía un pié en el patio de entrada se percibía que aquella bodega, solo producía excelentes y exclusivos productos.

    Tenía la parte industrial a nivel del suelo y toda la maquinaria, depósitos, tuberías, embotellado, etc. eran de acero inoxidable que bien podían pasar por ser un quirófano de un hospital por su grado de limpieza.

    La mayor parte de la bodega era subterránea, lo que le proporcionaba un clima perfecto para la crianza de sus vinos, tanto por el mantenimiento de la temperatura lo más homogénea posible a lo largo de todo el año, como el grado de humedad ideal para la obtención de unos vinos de reconocida calidad a nivel ya casi mundial pues eran muchos los países en los que se consumían. No era una de las de mayor tamaño por su número de barricas que criaban sus caldos, principalmente tintos pero todas de una excelente calidad.

    Toda la gestión comercial, tanto a nivel nacional como de exportación la llevaba muy directamente Luis Alonso, desde hacía unos quince años, ya que entró a formar parte cuando el Presidente era su padre, recién terminados sus estudios de economía en Gran Bretaña, en la Universidad de Cambridge, concretamente. El, conocía no solo a cada uno de los muchos clientes con los que contaban, sino que conocía sus particulares gustos en cuanto a los distintos vinos que les ofrecían. Su relación con casi todos ellos era de una sincera amistad labrada a lo largo y ancho de sus años de trabajo para la empresa. Además, contaba con una nariz excelente y disfrutaba contrastar sus opiniones con su enólogo y puede decirse, que ambos coincidían muy frecuentemente al estudiar cada vino, tanto en su nariz como sus paladares.

    Afortunadamente para él, no había nada que disfrutara más que sus frecuentes viajes por los mercados extranjeros. Lo mismo le daba que fuese durante los calurosos días de verano que en los meses de Noviembre y Diciembre.

    Como la empresa obtenía unos buenos beneficios y contaba con un Director Financiero de la época de su padre, sabía no solo de su honradez sino de su muy eficiente gestión y de su particular criterio. En cuanto a la producción ya hemos visto que le gustaba implicarse junto con su director de producción y enólogo, Enrique Pérez.

    ***

    No era una empresa grande, pues contaba con unas aproximadamente doce mil doscientas barricas, que él había ido aumentando desde la muerte de su padre que en aquellos años contaba solo con algo más de seis mil.

    Don Luis, que era todavía un joven de menos de cuarenta años, solo tenía un hermano, dos años menor que él, Alfonso, de unos treinta y seis años de edad, a quien no le atraía en absoluto el negocio familiar. De hecho, no era ni un gran aficionado a los vinos de calidad ni además tampoco era gran consumidor de los buenos caldos. Era médico cirujano y ejercía desde que terminó su carrera, doce años antes, en un hospital privado en Madrid capital. Era un enamorado de su profesión. Le encantaba todo lo que fuese investigación y el avance que pudiera experimentar la medicina. Solía hacer frecuentes viajes al extranjero cuando leía en las revistas especializadas sobre cualquier innovación que apareciera en cualquier parte del mundo. Tenía una mente muy abierta y contaba con el reconocimiento de todos sus pacientes y compañeros. Es más, yo creo que él pensaba que el mundo del vino, por sus excesos, estaba muy reñido con su profesión.

    De lo que sí puedo dar fe igualmente, es de que si bien el mundo del vino, no le interesaba ni poco ni mucho, si le gustaba estar informado por su hermano mayor, Luis, a quien por cierto, le tenía un gran respeto por su especial labor en algo que él totalmente desconocía, sí que le interesaba saber, cuanto habían sido los beneficios de cada año, y ponerse de acuerdo los dos, en que parte de ellos, se repartirían como dividendos. Sabemos por terceros que él hacía una labor social con una buena parte de sus ingresos aunque nunca quisimos tocar el tema por ser de su total incumbencia y no querer conocer su destino.

    Alfonso llevaba una vida muy ordenada, estaba casado con una mujer encantadora y muy paciente, pues estaba acostumbrada a sus variables horarios que en nada podían compararse con los de un funcionario, ya que estaba dedicado por entero a sus múltiples pacientes, a cualquier hora del día. En su matrimonio, tenían un acuerdo, de palabra, aunque no escrito, por el que él se comprometía con su esposa a tomar vacaciones dos veces al año, de unos quince días cada uno, en los que normalmente viajaban al lugar que su mujer eligiera. Era una suerte, porque el carácter de su marido podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que no solo era muy abierto sino que además estaba muy enamorado de ella y adoraba a sus tres hijos pequeños. Además, si él tenía que asistir a un congreso médico que se celebrase en algún lugar atractivo, dentro o fuera de España, ella normalmente lo acompañaría.

    Los dos hermanos, Luis y Alfonso, mantenían una relación más que normal, ya que a éste, aunque el vino no le importase demasiado, si le gustaba disfrutar de una buena comida los fines de semana, cuando los tenía libres. Entonces, si viajaba a La Rioja, para almorzar o cenar los dos matrimonios juntos, en el lugar que siempre Luis se ocupaba de reservar, como hermano mayor que era y además bastante más entendido en estos menesteres. Otras veces, el grupo era más amplio pues se añadían algunos amigos.

    En cuanto a Luis, que es quien más nos interesa, ya hemos visto que estaba más que ilusionado con la que iba a ser su futura gran casa, a más tardar casi un año, como mucho,que era lo que había soñado desde que era un niño. Su sueño se iba a hacer realidad muy pronto. El negocio vinatero no podría marchar mejor debido en gran parte a sus conocimientos como buen economista que era, además de ser un enamorado del vino en particular y poder producir uno de los más deliciosos y más prestigiosos de la Denominación. Esto le permitía venderlos en unas condiciones óptimas sin masificar los volúmenes para obtener otro tipo de márgenes residuales.

    Sin embargo había una faceta que no es que le preocupara solamente, sino que le quitaba el sueño cada vez con más frecuencia, provocándole un gran malestar general. Este mal, por desgracia, suele ser bastante frecuente en nuestros días. Este era, ni más ni menos, que su matrimonio. Ya desde hacía unos años, y bien pasada lo que pudiéramos llamar una larga luna de miel, había empezado a hacer aguas. Las discrepancias entre ellos, e incluso las discusiones por motivos nimios mostraban que en ese matrimonio quedaba cada vez menos rescoldo entre ellos con el que seguir adelante. Todo el enamoramiento original entre ambos había ido dando paso a un cierto distanciamiento, a pesar de ser Beatriz, una mujer no solo bella sino joven todavía. No había terceras personas implicadas en el problema. Al menos, que supiéramos, por aquellos días.

    Se trataba simplemente, que el ardiente amor primerizo, había ido languideciendo, sin que quizás ninguno de los dos, hubiesen sido conscientes. Sus gustos y costumbres habían ido cambiando, lentamente pero también continuadamente, sin que ellos hicieran nada por corregirlo. Lo que les quedaba era una sensación de mutua aceptación de una realidad sin fuerzas ni decisión para rectificar.

    Solo habían tenido una hija, Patricia, que ahora contaba ocho años. Ya a esa edad, la pequeña notaba que entre sus padres, existía mayor distancia de la deseada e incluso ella misma lo sufría en silencio. A su padre lo tenía, como suele decirse en un altar, lo adoraba y recordaba todo el cariño que había recibido siempre de él. A su madre, no es que no la quisiese, que también la quería, pero la sentía como más distante, quizás por ser mujer, sus sentimientos empezaban a ser algo contradictorios en algunas ocasiones.

    También, a pesar de su corta edad, veía con un poco de extrañeza como su madre se marchaba a Madrid a casa de sus padres, o incluso más de una vez, a un hotel para asistir a los conciertos, a los teatros o a cenas con sus amigas. Cuando hablaba su madre por teléfono y estaban en el salón, aunque parecía que ella estaba leyendo, dibujando o haciendo las tareas del colegio y que nada indicaba que estuviese oyendo plenamente la conversación de su madre con su abuela o con cualquier amiga, sin saber el porqué, le proporcionaba una sensación de angustia que la hacía despegarse de ella y acercarse más psicológicamente a su padre.

    Además había otra razón que relativamente tenía también su peso en la relación con sus padres. No era otra que, al igual que su padre, ella adoraba la viña y más todavía el castillo que su padre estaba reacondicionando como su vivienda habitual. Estaba entrando en una edad en la que los príncipes azules o las amistades para jugar tenían un papel fundamental. Ella, al igual que su padre era muy extrovertida y hacía amistades con facilidad, disfrutando de las cosas más sencillas.

    Otros de los motivos, y creo que con total seguridad, que se había vuelto muy problemático para el matrimonio de Beatriz y Luis, era el hecho de que a Beatriz no le apetecía en absoluto la idea de irse a vivir al castillo, por muy confortable que fuese. El hecho de haber trasladado su residencia de su Madrid, donde había nacido y vivido toda su juventud y pasarse a vivir a la ciudad de Haro, ya era un sacrificio.

    No contaba con el ambiente, las prisas en todas sus tiendas, bares, restaurantes y hoteles, e incluso el propio ruido de una gran ciudad. Ella, podemos decir sin temor a equivocarnos, que se sentía como si desde que se trasladaron a vivir a Haro, le faltara parte del aire que respiraba.

    Tenían una casa magnífica en el centro histórico. Muy confortable aunque no muy moderna ya que había sido la vivienda heredada de sus suegros a su muerte varios años antes. Era antigua, eso sí, pero con todas las comodidades modernas ya que ella misma había aconsejado y revisado toda las obras entonces acometidas. El único problema era que las vistas no daban ni a la Gran Vía, ni al Hotel Palace, ni al Museo del Prado.

    Ella, aunque todavía no le había mencionado nada a su marido, no se veía viviendo en aquel castillo, por muy cerca que estuviese de la ciudad de Haro. Sería un completo martirio diario por mucho que entendiese la ilusión que a éste le hacía.

    Los días iban pasando, para ella, con bastante más celeridad de lo que deseaba y se veía que en menos de un año ya se habrían mudado a ese pretérito remoto, que tan poco le atraía.

    Luis, que era una persona bastante más que inteligente, intuía que muy pronto tendrían que sacar a relucir el tema y tener el problema frente a frente. Le costaba trabajo enfocarlo y discutirlo abiertamente. Era consciente de que Beatriz, cada vez iba con mayor frecuencia por Madrid a casa de sus padres y no le costaba pensar que ésta, y no otra sería su elección final. El único problema mutuo se llamaba Patricia. Ambos pensaban en lo mismo cada vez que la veían. En cómo podrían solucionar el tema si ella se marchaba a la capital. ¿Qué sería de su hija? a la que también quería. De no tenerla cerca, la echaría mucho de menos a pesar de su carácter bastante más distante que el muy abierto de su marido.

    Por otro lado, estamos seguros, de que conociendo a Luis, en el caso de llegar a plantearse un caso de divorcio, se portaría como siempre había sido. Es decir, como un caballero y pensando en hacer el menor daño posible a la parte contraria.

    ***

    Beatriz pertenecía a una buena familia madrileña, con recursos, pero eran cinco hermanos además de ella y nunca se había visto en la necesidad de trabajar. También habría que mencionar que, quizás, su familia no pertenecía a esa clase social con antiguas y profundas raíces, sino más bien, podríamos decir justo lo contrario, habían progresado en fechas recientes como consecuencia del boom urbanístico e inmobiliario, cuya mentalidad era bastante diferente a la tradicional aunque la intuición de su padre los salvó de la catástrofe que se aproximaba. En primer lugar, al haberse enamorado muy joven de su marido y tener que irse a vivir fuera de Madrid, y por otro lado, el hecho de que vivían todavía sus padres, no contaba con ningún gran patrimonio propio. Esto representaba un verdadero problema para ella, llegado el momento de plantear un posible divorcio.

    Luis, su marido, aunque con ella no había comentado nada sobre este tema, no significaba que no estuviese preocupado. En parte porque en cierto modo no le disgustaba su relación, aunque fuese bastante distante pero habían compartido mejores años anteriormente en común y la otra preocupación, mucho más importante, la representaba su relación futura con su hija Patricia.

    En cuanto al primer problema estaba dispuesto a dejarle en usufructo, la vivienda de Haro, aunque legalmente, por ser una vivienda heredada de sus padres, no le correspondiera. Dejándole incluso parte de los muebles y enseres que compartían.

    Parte del mobiliario había sido heredado de sus padres y tenían para él un gran valor, no solo sentimental sino intrínseco por tratarse de obras antiguas. Por ejemplo contaba con varios de cuadros de firmas reconocidas y que indudablemente tendrían un muy buen valor en el mercado y ser completamente insustituibles para él.

    Igualmente contaba con dos mesas de caoba y fraileras muy antiguas de las cuales, una sería magnifica mesa para el comedor. Algunas lámparas de metal muy antiguas que habían sido de gas y ahora reconvertidas en eléctricas y también un reloj del siglo XVIII de pie inglés tipo de los que llamamos grandfather. Y bastante cosas más que deseaba conservar como la vajilla antigua de porcelana, la cristalería y la cubertería de plata antigua. Esto por nombrar solamente lo que se le venía siempre a la cabeza, aunque eran muchas cosas más y muchos de sus recuerdos.

    De todas maneras, él, incluso pensaba en reponerle a Beatriz, cosas compradas ahora que fuesen necesarias para la casa. El trato en sí, no podía ser más cordial por su parte. El problema estribaba en el cómo y en el cuándo se hablaría de lo que cada uno tenía en su mente sobre su futuro. De hecho, hay que reconocer que sus conductas eran no solo correctas, por ambas partes, sino que efectivamente ambos eran conscientes de los años que habían vivido felices. Además, los dos eran personas educadas, civilizadas y reconocían que cada uno tenía sus razones particulares, aunque no las compartieran lamentablemente.

    Las obras de restauración del castillo iban a buena marcha y Luis, sabía que antes o después tendría que hablar del tema. En parte le dolía, pues si no hubiese surgido la idea de restaurar el viejo castillo, del que ella no querría ni oír nombrar, ni que tampoco su separación se debiese, en principio, a alguna infidelidad, se le hacía bastante cuesta arriba. Pero lo tenía muy meditado desde antes de comenzar las obras y cuando se lo había comentado entre bromas y veras a su hija Patricia, su hija se mostraba tan ilusionada como él. No cabe duda de que eran como dos gotas de agua, padre e hija. Además, no habiendo ella todavía cumplido los nueve años, le quedaban unos años de colegio antes de tener que entrar en estudios superiores y en la universidad si ese era su sueño. Además, le hacía ilusión porque al castillo podría llevar, los festivos o fines de semana a sus amigas y pasarlo muy divertidas.

    De hecho, él tenía la composición y la posible solución, muy clara en su mente. Él se iría a vivir a su castillo de Santiago y Beatriz podría quedarse en la casa de la ciudad como hasta ahora.

    Estando tan cerca uno del otro, y llevándose bien entre ellos, como podría ser el caso, podrían tener la custodia compartida o incluso, que Patricia opinase también sobre cuáles eran sus deseos.

    El problema surgiría si Beatriz, decía que ella no se quedaba sola en esa casa sino que por el contrario, ella deseaba irse a vivir a Madrid permanentemente. Entonces, si nos encontraríamos con un problema en cuanto a su hija. Legalmente tendría solución, pero ya sería una ruptura nada amistosa y muy desfavorable para su hija.

    Cuando lo pensaba, le daban escalofríos y se le nublaba el pensamiento pues no comprendía porqué Beatriz era tan reacia a vivir en un magnífico e histórico edificio con los más modernos adelantos. Simplemente eran diez kilómetros los que los separaban a los dos.

    Luis, ni siquiera se atrevía a nombrar el castillo en su presencia pues sabía lo mal que le sentaba y que de ningún modo, ella, intentaba disimular.

    Una tarde noche después de volver Luis de la bodega y entrar en el salón de la casa a ver las noticias y ojear el periódico mientras se tomaba un whisky vio que su mujer Beatriz, estaba sentada en el sofá hablando por teléfono con su madre. Después de unos minutos de una conversación intrascendente, colgó el teléfono. Estaba haciendo punto, un chaleco para niño o algo así, para pasar el tiempo y esperando que fuese la hora para ir al comedor a cenar.

    Cuál no sería la sorpresa que se llevó Luis, cuando su mujer después de haberle preguntado que qué tal le había tratado el día, casi afectuosamente y normal del todo, continuó, ¡Oye Luis, llevo, y llevo pensándolo desde hace algún tiempo algo sobre lo que me gustaría conocer tu opinión! ¡A ver qué te parece! ¡Mira!, le dijo Beatriz, ¡yo creo que podría ser una posible buena solución para nosotros dos y para Patricia si yo me quedara a vivir en esta casa aunque tú fijes tu residencia habitual en la viña y en el castillo concretamente! ¡Podríamos tener la custodia compartida de Patricia, de manera que ella pudiera estar con uno o con otro cuando ella quisiera! ¡Además, si estuviese contigo tendría que venir al colegio aquí todos los días! Antonio el chofer la recogería y por la tarde la traería o llevaba de vuelta a la viña! ¡No creo que fuese ningún problema ni ningún trauma para ella, puesto que ella nos quiere a los dos y además mi intención es seguir portándome muy civilizadamente en el futuro. Dejarle a ella y a su criterio cuando preferiría estar con uno o con otro! ¿Qué piensas tú de esta idea?

    Luis, haciéndose como si el tema le cogiera despistado y el nuevo en todo, o como si nunca hubiese pensado en ello, después de unos segundos de silencio, le contestó, ¡Beatriz, mira me coge un poco despistado en este tema ahora mismo, pero déjame que lo piense! ¡En principio puedo decirte que no me parece una mala idea, sobre todo pensando en nuestra hija!

    Beatriz continuó, ¡ya sé que la casa es exclusivamente tuya puesto que la heredaste de tus padres! ¡No te estoy pidiendo que me la regales o me la adjudiques, sino que simplemente yo seguiría aquí como un huésped, solo que sin pagar un alquiler! ¿Qué me dices?

    ***

    ¡Mira, Beatriz, no he tenido tiempo de pensarlo pues me has cogido de sorpresa!

    ¡Pero la verdad, conociéndonos como nos conocemos estoy seguro de que ésta podría ser una buena solución! ¡De todos modos nos seguiríamos viendo con cierta frecuencia, porque el dichoso problema entre nosotros no deja de ser una tontería! ¡El hecho de que te niegues a salir de esta casa y que pudiéramos disfrutar de una vida en el campo con todas las comodidades de las que me estoy ocupando que se incorporen me parece un poco irracional!

    Además, Luis añadió, ¡tú seguirías yendo a casa de tus padres, tus tiendas, tus teatros en Madrid como hasta ahora! ¡La verdad no alcanzo a comprender tu reiterada negativa a lo que desde siempre has sabido que era mi ilusión! ¡En fin, las cosas son como son y como están y no vamos a darles más vueltas porque no llegaríamos a ningún lado! ¡Es triste pensar que un matrimonio se haya ido a pique, poco a poco por el miedo a vivir en una casa, que es lo que es el castillo, por miedo a no sé qué o a algún fantasma del pasado! Luis siguió, ¡ya sé que habiendo sido albergue y hospital durante un par de siglos fueron muchos los que aquí fallecieron! ¡Pero yo no creo ni en fantasmas ni en nada parecido! ¡A mí quienes me dan algo de miedo son los vivos! ¡Esos sí que pueden hacerte daño! ¡En fin dejemos el tema y las supersticiones a un lado!

    Luis continuó, ¡Ahora, volviendo a lo que hemos hablado antes del tema de esta casa, lo que se me está ocurriendo es que yo le hiciera una donación en vida a Patricia y que ella sea la dueña desde ahora. Tú, por supuesto seguirías aquí con todo el derecho, salvo que decidieras irte permanentemente a Madrid o a cualquier otro sitio! ¡Somos jóvenes los dos, todavía, y no sabemos lo que la vida nos deparará en un futuro! ¡Dime! ¿Qué te parece la idea?

    ¿Pues qué quieres que te diga?, dijo Beatriz, ¡que en principio, me parece que tienes razón y es muy sensato lo que se te ha ocurrido. Lo único que tendríamos que ver serían, quizás, como íbamos a repartir los gastos de funcionamiento de esta casa una vez que tú te marches al dichoso castillo!

    ¡Mira, Beatriz!, dijo Luis, ¡tenemos tiempo y como además lo vamos a hacer de mutuo acuerdo, no me preocupa demasiado! ¡Podemos hablarlo con mi abogado de la bodega o si tú prefieres, puedes consultarlo con algún recomendado de Madrid! ¡De todas las maneras, aquí, lo verdaderamente importante es que Patricia salga lo menos perjudicada con nuestro acuerdo y que pueda seguir con nuestro constante contacto como hasta ahora! ¡Además, es muy chica todavía! ¡Es muy lista, pero no deja de ser una niña!

    ¡Bueno!, dijo Luis, ¡la cena ya nos han avisado que está lista y a la niña ni una sola palabra de lo que hemos estado hablando!, ¡Vale! contestó Beatriz, ¡no hace falta ni que lo digas, ya tendremos más tiempo para seguir con el tema!

    Los tres pasaron al comedor, y se sentaron, Luis en la cabecera. Beatriz a su derecha y la pequeña Patricia a su izquierda. La conversación fue bastante trivial, principalmente estuvieron comentando cosas del colegio de la niña y alguna anécdota de la bodega sobre un nuevo cliente de Ontario, Canadá, que había pasado su primer pedido del monopolio esa tarde.

    Después de la cena Patricia dijo que iba a bañarse y después en camisón terminaría de hacer la tarea para poder acostarse temprano y les pidió a sus padres que fuesen a su cuarto a darle las buenas noches antes de acostarse y darle un beso.

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