Vivir en el pastel de piedra
CRITICADA, AMADA, DULCE, cursilona, imponente, blanca y luminosa, modernista relajada, diferente y diferenciadora, pero sobre todo… mandona. La Pedrera, que nació siendo un edificio de particulares y curvas viviendas, se ha convertido por fuera en el recuerdo de todo aquel peregrino que pasa el fin de semana en Barcelona o la más clara insignia de lo deliciosa que puede llegar a ser la arquitectura.
Ya solo quedan dos o tres vecinas solas (y muy seguras) dentro de la noche en la mona de Pascua, acuario mágico-imaginario o Casa Milà. Y una de ellas, Ana Viladomiu (Barcelona, 1955), lleva aquí más de 30 años. Peleándose con La Pedrera por dónde colocar los libros o cómo regular la temperatura. Formando una familia dentro de un semicírculo de 400 metros cuadrados. Recreándose por la iluminación tardía de la luna en el pasillo. Y descubriendo, una vida después,
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