NÁPOLES BAJO TIERRA
Los cafés en Italia, quizá más que en otros países, son el lugar perfecto para tomarle el pulso a una ciudad, un pálpito que en el caso de Nápoles se extiende por las arterias de sus calles, siempre decadentes pero llenas de vida, con esa confusión tan suya de lo público y lo privado, de lo que se muestra y de lo que se esconde. Un buen ejemplo de ello es el elegante Gran Caffè Gambrinus, todo un clásico que, desde 1860, se ubica en Via Chiaia, muy cerca de la escénica plaza del Plebiscito y casi a la entrada del Barrio Español. Este lugar decorado en estilo modernista (que aquí llaman liberty), adorado tanto por Gabriele D’Annunzio como por Oscar Wilde, se convirtió pronto en el preferido de la élite napolitana. Desde su inauguración, mantiene la costumbre del caffè sospeso, es decir, la de dejar un café pagado para quien se acerque al lugar y no se lo pueda permitir.
En lo napolitano siempre hay algo de discreto, de oculto. Por ejemplo, en palabras del filósofo Walter Benjamin, que en 1925 publicó un libro sobre su viaje a Nápoles: “La iglesia napolitana típica no se exhibe sobre una plaza enorme, visible desde lejos, con naves laterales, coro y cúpula, sino que está escondida, empotrada. […] es imposible distinguir la masa de la iglesia de las construcciones profanas que la rodean. El extraño pasa de largo ante ella. La puerta insignificante, muchas veces apenas una cortina, es el pórtico secreto para el
Estás leyendo una previsualización, suscríbete para leer más.
Comienza tus 30 días gratuitos