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Notre Dame después del fuego

El incendio de 1831 perdonó a la catedral de Notre Dame. Los sublevados treparon por el tejado y derribaron una gigantesca cruz de hierro; destrozaron los vitrales, golpearon con hachas una estatua de Jesús y destrozaron una de la Virgen María. Sin embargo, en realidad buscaban al arzobispo de París, que no estaba allí, así que saquearon su palacio al sur de la iglesia, frente al río Sena. Luego le prendieron fuego. El palacete ya no existe; una grúa de construcción de 75 metros de altura se encuentra en su lugar.

Hay un dibujo de la escena de aquella noche, el 14 de febrero de 1831, vista desde el Quai de Montebello, al otro lado del Sena. Fue realizado por Eugène-Emmanuel Viollet-le-Duc, el hombre que, 13 años más tarde, llevaría a cabo la restauración de la catedral durante 20 años. Viollet-le-Duc tenía solo 17 cuando presenció el ataque de la multitud. En su apresurado dibujo a lápiz, las agitadas figuras esbozadas se arremolinan en el palacio y arrojan los muebles y otros objetos de valor por las ventanas hacia el río. Detrás se encuentra Notre Dame, que entonces tenía seis siglos de antigüedad.

En 1980, también de 17 años, Philippe Villeneuve vio una exposición sobre Viollet-le-Duc en el Grand Palais. Quería ser arquitecto -construía una elaborada maqueta de Notre Dame–, pero no sabía que se podía especializar en edificios históricos. Hoy día es uno de los 35 arquitectos jefes de monumentos históricos de Francia, profesión que personificó Viollet-le-Duc con notoriedad. Villeneuve ha dirigido los trabajos de restauración de Notre Dame desde 2013 y, con tremenda urgencia, desde la primavera de 2019, cuando un incendio arrancó la parte superior de la catedral. El edificio ha sido estabilizado por fin; la reconstrucción está a punto de comenzar. En más de un sentido, Villeneuve debe su misión actual, la lucha de su vida profesional, a su ingenioso predecesor Viollet-le-Duc.

“Él creó la restauración de monumentos históricos –afirma Villeneuve–. Eso no ocurría antes, ya que la gente los reparaba y lo hacía al estilo de su época. O no los reparaban y los destruían”.

En la Francia del siglo XIX, el gobierno fundó por primera vez instituciones para abordar de manera sistemática una cuestión que nos concierne a todos: ¿qué parte del pasado merece ser conservada para la posteridad? ¿Qué deuda tenemos con las creaciones de nuestros antepasados, qué fuerza y estabilidad obtenemos de su presencia y cuándo, por el contrario, se convierten en un peso que nos impide proyectarnos hacia el futuro o crear un mundo propio? Cada uno de nosotros se enfrenta a esta cuestión de manera individual en nuestro trabajo y en nuestra vida. Cada uno tiene un Service des Monuments Historiques en la cabeza que decide a qué aferrarse y qué dejar ir; qué cambios resistir y cuáles aceptar. Solo que, a menudo, no somos muy conscientes de ello ni de nuestro interés en las decisiones de conservación que toman los gobiernos o de cómo nos pueden llegar a afectar los edificios antiguos hasta que se ven amenazados.

En su momento, Notre Dame fue revolucionaria. Se construyó entre finales del siglo XII e inicios del XIII, cuando Francia se convertía en una nación y París, su capital, en la

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