ESTAS LÍNEAS SON EL RESULTADO INEVITABLE de una seducción que me viene durando décadas y cuyo objeto es una isla mínima escondida en un rincón del puerto más bello y más seguro del Mediterráneo, la gran rada de Mahón, un canal que parte Menorca en dos hasta detenerse cinco kilómetros tierra adentro, sorprendido por una colina que le cierra el paso.
La isla mínima, una menudencia de apenas cuatro hectáreas, lleva el nombre de Isla del Rey porque como siempre, en tiempos de Maricastaña algún monarca (Alfonso III en 1287 en realidad) había puesto un pie allí para conquistar el resto del lugar. Se me antoja el ejemplo perfecto de la simbiosis de decenas de culturas, todas amalgamadas en este apacible lugar. Hace tantos años que regreso a él una vez y otra, que, como cualquiera que se deje llevar por el aroma de este rincón del mar, bien puedo llamar parte principal de mis