Dos líneas que se juntan
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Si bien sus infancias en América transcurrieron sin saber nada uno de la otra, afrontando cada uno de ellos diversas situaciones, sus destinos se ven unidos en este viaje y juntos deben enfrentarse a la mayor de las catástrofes al estallar la Guerra Civil en España. Juan y Daniel, el hermano de Carmen, se ven obligados a ir al frente, corriendo una suerte diferente.
Esta novela constituye una reflexión sobre los difíciles años vividos por una parte muy importante de la población del rural gallego durante la primera mitad del siglo XX, inspirándose en hechos reales, que constituye un testimonio que nos impedirá olvidar nuestra propia historia.
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Dos líneas que se juntan - Jesús Carrera Álvarez
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Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz
Diseño de portada: Rubén García
Supervisión de corrección: Ana Castañeda
ISBN: 978-84-1181-022-7
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A Bea
PRÓLOGO
Esta es la pequeña historia, presentada a modo de pinceladas, de dos familias que partieron, como una inmensa mayoría, a probar fortuna a América. Tanto del puerto de Vigo como del de Coruña salían barcos en dirección a ese destino, es más, había muchos reclamos en cartelería por las calles para así captar a posibles emigrantes. Esos carteles hacían volar la imaginación de muchos jóvenes españoles que, animados al ver las casas que construían los indianos que encontraron fortuna en el nuevo continente —a donde llegaron a mediados del siglo xix y primeras décadas del xx—, imaginaban para sí esa misma ventura y decidían abandonar su hogar para ir en busca de un futuro. Las noticias que llegaban del otro lado del Atlántico decían que allí había una oportunidad para empezar de cero, para abrir un negocio o simplemente acertar en la actividad a realizar. En España no había futuro, pues el sistema caciquil existente no daba opción a prosperar, pero el viaje a América era una oportunidad de prosperidad al trabajar en las minas de plata y oro, así como también por la aportación del Estado de tierras de cultivo.
Tras las guerras de Independencia, España prohibió temporalmente los viajes a sus excolonias, sin embargo, muchos españoles partieron hacia América de forma ilegal y clandestina. Cuando se autorizaron los viajes, aproximadamente unos cinco millones de españoles se marcharon con la esperanza de prosperar. Esto no solo sucedió en España, sino en toda Europa, por la falta de trabajo y la miseria en la que se vivía. Mientras la Revolución industrial modernizaba Europa, España se iba quedando atrás, pues esta no llegaba y tampoco se le esperaba, por lo tanto, había que emigrar para buscar nuevos horizontes.
En América se necesitaba mano de obra para trabajar en las plantaciones de los ricos hacendados cubanos, argentinos, brasileños, puertorriqueños, etc. Estos terratenientes enviaban reclutadores a Europa para conseguir mano de obra, buscaban campesinos que ya supieran realizar el trabajo y que, a su vez, les enseñaran a los nativos. Allí, la gran mayoría de la población era analfabeta y ponían como pretexto que esas tierras no daban para vivir. España había pasado casi 100 años involucrada en diferentes guerras y enfrentamientos constantes, por lo que los reclutadores prometían vivienda, manutención y salario. Por primera vez alguien ofrecía una mejora salarial. Emigrar era una manera de librarse del servicio militar, además de una oportunidad para ganar dinero y enviarlo a la familia.
El coste del viaje no era un obstáculo. Algunos gobiernos de ultramar subvencionaban los viajes, así como también algunos terratenientes avanzaban el dinero del billete. Una vez en América había que adaptarse al trabajo y a las temperaturas extremas en ciertos momentos del día. La caña de azúcar, las minas y la construcción de los ferrocarriles dañaron la salud de muchos españoles, los cuales fueron tratados como esclavos por momentos, pagando un precio superior al invertido en el pasaje, un pasaje que para ellos era la llave de la tierra prometida, un pasaje al Nuevo Mundo. Los que prosperaron y regresaron contribuyeron a mejorar el nivel cultural de España.
En nuestro país, después de tanto desacuerdo político, en donde media España ignoraba a la otra o estaba directamente en contra, estalló la Guerra Civil y muchos ciudadanos se vieron forzados a abandonar su tierra y desplazarse a otros países. El golpe de julio de 1936 se convirtió en un conflicto bélico que duró casi tres años. En ese periodo la población padeció las penurias que genera la guerra. La hambruna y la miseria que golpeaban a un altísimo porcentaje de población fueron la antesala de la destrucción, las enfermedades y la muerte por falta de agua potable, asistencia médica y servicios básicos. Esa fue la estela de la guerra al carecer de productos de primera necesidad.
Pasaron ya más de ochenta años de este episodio, sin embargo, en España todavía se habla —y se seguirá hablando— de la sangrienta Guerra Civil, ya que fue una de las más duras que se recuerdan. Peor fue, si cabe, la dictadura que duró casi cuarenta años.
PRIMERA PARTE.
LA VIDA COTIDIANA
1. CAÍDA INOPORTUNA
Enrique, el padre de familia, se levantó relativamente tarde de la cama y lo hizo con la ayuda de su hija y de su esposa. Mientras esperaba la hora de la comida, solía leer el periódico, aunque no fuera de ese día. Enrique es aficionado a la lectura, aunque dice que poco varían las noticias de un día a otro. Cerca de los sesenta y cinco años, Enrique tiene una salud medianamente aceptable. Su vida fue dura, pasó muchas calamidades, sobre todo de joven. Ahora está recuperándose de un pequeño accidente, absurdo según él, pero con consecuencias agravadas por la fractura de tobillo que le obliga a estar en reposo.
Todo ocurrió aproximadamente unos diez o doce días atrás, cuando regresó de hacerle una visita a un familiar que hacía tiempo no saludaba. Este le envió un recado a través de otro vecino, concretamente el cartero, para que se pasara por su casa y recogiera unas semillas para sembrarlas cuando llegara el momento. Ya en casa de su familiar, Enrique llamó a la puerta y le abrió su primo Ramón.
—Hola, buenos días, Ramón.
—Hola, Enrique. ¿Qué tal? Veo que te dieron el recado.
—Sí, sabes que el cartero es la persona más adecuada para esos asuntos.
—Me pareció oportuno decírselo a él para que te avisara.
—Has hecho muy bien —respondió Enrique.
La esposa de Ramón estaba por allí cerca recogiendo la ropa del tendal. La había tendido por la mañana, por lo que estaba casi seca y no quería que se mojara con el rocío de la noche.
—Hola, Enrique —le dijo Lucía—. ¿Cómo va todo?
—Bien —le respondió él a su vez.
—Me alegro. Dale un saludo a la familia. Luego hablamos, ahora estoy un poco apurada.
El funcionario de correos, que era un poco más joven que ellos (le faltaban tres años para jubilarse), repartía el correo en una bicicleta muy parecida a la que usaba Juan, su yerno, de la marca Orbea, la misma que usó en el batallón en donde cumplió el servicio militar. La fábrica de bicicletas había sido fundada a mediados del siglo xix en Guipúzcoa. Por aquel entonces el país estaba inmerso en innumerables contiendas bélicas, por lo que la empresa había nacido originalmente como una fábrica de armamento, concretamente, pistolas y revólveres, con el Estado como principal cliente. A principios del siglo xx, cuando se desencadenó la Primera Guerra Mundial, la fábrica hizo buenos negocios, pero una vez finalizada la guerra la facturación de la empresa cayó en picada. Ante este panorama, los dueños optaron por cambiar de nombre, pasando de Orbea Hermanos a Orbea Hermanos y Cía., desvinculándose así del sector armamentístico para comenzar a vincularse con el deportivo. El cambio, que fue brutal, se produjo por casualidad cuando uno de los hermanos Orbea vio a un vecino andar en bicicleta (años más tarde, ese vecino participó en el Tour de Francia y ganó una etapa). Ese momento fue el punto de inflexión que los llevó a adaptarse al mundo del deporte. La compañía fabricaba todas las piezas para el montaje de las bicicletas, por lo que no necesitaba de talleres auxiliares. Comenzó así una carrera en la fabricación de bicicletas y sirvieron de proveedores al ejército español. Alguna vez que se encontraban por la calle, Enrique y Ramón solían tomar un vino en la taberna de Eulogio. En contadas ocasiones se sumaba el cartero, siempre que no estuviera realizando el servicio de reparto de la correspondencia, claro.
—Bueno, tú dirás qué tipos de simientes son las que me ofreces. Está bien que me las des con tiempo, porque ya sabes, llega la época y de un día para otro no se siembran —le espetó Enrique.
—Son unas semillas que compré la semana pasada en el mercado, seguro que ya habrá comprado tu hija, pero pensé que no estaría de más tener otras variedades. Son de tomate, lechuga, pimiento y zanahoria, lo que habitualmente siembras para luego llevarlo al mercado —le respondió Ramón.
Estuvieron un rato charlando dentro de la casa, porque fuera ya hacía frío. La vivienda de su primo Ramón era humilde pero coqueta, constaba de dos plantas, al igual que la gran mayoría de las viviendas rurales. Casualmente, la de Enrique solo tenía una planta, la cual estaba diseñada con una amplia entrada que distribuía a otras estancias, como la cocina y un amplio salón con una chimenea de obra, o un espacio algo alejado que era utilizado como depósito para colocar los leños que usaban como combustible sin tener que estar todos los días reponiéndolos. Hacía unos meses había instalado la corriente eléctrica, la suya era una de las primeras casas que accedieron a dicha instalación, y se notaba la diferencia.
La vivienda fue diseñada por el mismo Ramón, arte que conocía bien porque había trabajado de albañil, además de poseer algún conocimiento de cantería. La entrada daba acceso a un baño y a una habitación que hacía de guardarropa y sala de planchado. En un lateral se encontraban las escaleras que daban acceso al piso superior, en donde estaban los tres dormitorios, el principal y dos contiguos,