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Todos unidos lo conseguiremos
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¿Conseguiremos los niños un planeta mejor donde vivir?

Este libro, en el que se mezcla la fantasía con la realidad de la vida, pretende enseñar a nuestros niños valores, cultura, a pensar y que sean conocedores de que ellos, por sí solos, son capaces de cambiar muchas cosas, a mejor. Mi propósito no ha sido escribir una historia más de fantasía, sino de mostrar que todos somos capaces de hacer magia sin ser magos, tan solo basta con actuar pensando en los demás y no siendo tan egoístas.

La protagonista es Marta, una niña de doce años que una noche descubre con la visita de su bisabuelo muerto que pertenece a una familia de magos que tienen el poder de viajar a través del tiempo. A partir de aquel momento, tendrá que compaginar su vida como una niña de tantas con la misión a la que está destinada, que es neutralizar a un gran mago malvado y conseguir que todos los niños del mundo colaboren para salvar el planeta de la destrucción que le acecha a causa de la contaminación.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento15 oct 2019
ISBN9788417772154
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    Todos unidos lo conseguiremos - Mariada Bardera

    CAPÍTULO 1

    Septiembre de 2014

    Mi vida era como la de la mayoría de vosotros hasta no hace mucho, pero sufrió una gran transformación debido a un cúmulo de circunstancias que os voy a relatar con todo detalle y que me llevaron a cambiar completamente mi visión del mundo.

    Me llamo Marta Vidal Ribas y me consideraba una niña igual a otras muchas. Bueno, quizá un poco más inquieta que la mayoría, bastante pasota ayudando en casa y una estudiante que no se esforzaba lo suficiente hasta que le apretaban bien las tuercas. En resumen, una del montón.

    Cuando todo empezó a suceder, en realidad yo no sabía qué me estaba pasando, pero me dejé llevar por los acontecimientos, ya que algo en mi interior me decía que era una gran oportunidad para aprender, ayudar a los demás y vivir apasionantes aventuras, como aquellas que había leído en los libros o visto en alguna película; y, muy importante, alguien que me quería me guiaba y me protegía de los peligros que pudieran surgir, a veces escondidos en los lugares más insospechados, como pude comprobar más adelante.

    Antes de iniciar mi relato os explicaré primero como era mi mundo. Mis padres se conocieron siendo estudiantes del mismo curso de medicina en la Universidad de Barcelona. Mi madre, Isabel, Isa para la familia y los amigos, es muy guapa: más bien baja, no está ni gorda ni delgada, tiene unos ojos verdes preciosos y un abundante pelo liso color miel que siempre lleva peinado a la perfección. Posee algo especial, lo que mi abuela llama «tener ángel», ese «algo» que hace a las personas muy atractivas a los demás, no por su belleza física sino por la ternura, confianza y paz que inspiran cuando las miras a los ojos.

    Mi padre, Alberto, es alto, delgado como un palo, moreno, ojos oscuros casi negros y pelo entrecano, lacio y muy abundante. Lleva siempre gafas porque es miope y nunca se ha acostumbrado a las lentes de contacto. Es muy cariñoso y atento con todos, pero cuando se enfada, casi siempre conmigo, tiene bastante mal genio.

    Tres años después de acabar sus estudios se casaron. A los dos años de la boda, un caluroso día del mes de agosto, nacía yo. Llegué a este mundo exactamente el 7 de agosto de 2002 a las siete y media de la mañana. Cinco años después lo hacía mi hermano, el 14 de noviembre de 2007 a las doce y media de la noche, y cinco años más tarde nacía mi hermana, la más pequeña de la familia. Su llegada estuvo muy marcada por el fallecimiento de mi bisabuelo ese mismo día. Pocas horas después de su muerte, en la misma clínica de Barcelona, asomaba al mundo mi nueva hermanita, un precioso bebé de más de cuatro kilos. Llegó el 28 de noviembre de 2012 a las diez y media de la noche, llena de energía y con las mismas ganas de vivir que tuvo nuestro bisabuelo.

    Que os precise el momento exacto de nuestros nacimientos es muy importante, ya que, como veréis más adelante, resultó determinante en nuestras vidas. El solo hecho de que mi hermana naciera el mismo día y en el mismo lugar en que murió Besavi¹ fue una causalidad, no una casualidad. Las probabilidades eran muy escasas, y sin embargo sucedió.

    Poco tiempo antes de que se marchara para siempre, Besavi me aclaró la diferencia entre casualidad y causalidad, y os la voy a explicar bien, ya que es importante conocer en qué se diferencian. ¡Cuánto echaba a faltar sus magníficas explicaciones sobre la mayoría de las preguntas y dudas que tenía! Preguntarle sobre cualquier tema era mucho mejor que consultar una enciclopedia o hacer una búsqueda en Google, porque tenía una memoria fuera de lo común, una gran afición a la lectura y además era un magnífico maestro.

    ¿Qué es una casualidad?: suceso o combinación de circunstancias imprevistas, fortuitas e impensadas que no es posible prever ni evitar. ¿Qué es una causalidad?: el resultado de algo que hemos hecho o ha ocurrido. Para que lo entendáis mejor, os voy a poner algunos ejemplos. El sábado pasado, cuando fui a patinar a la pista de hielo, me encontré con mi amiga Silvia, no habíamos quedado, fue una casualidad. Si cojo un globo y salto encima de él, explota. Es mi acción la que ha provocado que reventara, si no la hubiera llevado a cabo seguiría entero, por tanto, se ha dado una causalidad. Con esto quiero que entendáis que muchas situaciones no son fruto de casualidades como solemos pensar, sino que ha habido algo que ha hecho que así sucedieran. Lo comprobaréis en muchas ocasiones a lo largo de mi narración, pero también a partir de los sucesos que os ocurrirán en vuestras vidas.

    Pero volvamos a mi relato. ¿Que los dos sucesos ocurrieran el mismo día era una señal y una causalidad? Seguro, ya que aquella misma noche empezaron los cambios.

    Lo primero que ocurrió fue que empecé a recordar mis sueños cada día. Cuando me levantaba era capaz de rememorarlos, cosa que antes solo me ocurría de manera esporádica. Según los científicos que se dedican a este campo, todos soñamos varias veces cada noche, y es tan necesario que ocurra que si no pasara nos moriríamos. Para seguir funcionando correctamente, nuestro cerebro no solo necesita el descanso que le proporcionamos cuando dormimos, sino también los sueños.

    Al principio creí que era algo pasajero, pero cada día que pasaba los episodios eran más largos y nítidos, hasta que al cabo de casi dos años me encontré que estaba soñando, pero a la vez estaba despierta. Bueno, en realidad constaté que estaba bien despierta, ya que después de soñar varias noches seguidas con Besavi llegó el día en que sentí su fuerte abrazo.

    Aquel verano había cumplido doce años y era, como os he dicho al principio de esta historia, una niña de tantas. Delgada, pelo liso castaño claro, ojos de color marrón verdoso y no muy alta, bastante movida por lo que soy aficionada a los deportes. Cuando no conozco soy tímida, sin embargo, en cuanto cojo confianza, que tampoco me cuesta demasiado, enseguida hago buenas migas con casi todo el mundo.

    Mi hermano se llama Jordi y se me parece físicamente, como si no hubieran roto el molde. En cambio, su carácter es totalmente distinto. Es tranquilo, para él la timidez no existe, por lo que habla por los codos con casi todo el mundo. Igual que a mí le gustan los deportes, siendo el fútbol con diferencia su favorito. Es por ello que este año se ha apuntado a jugar con el equipo del colegio. Algunas veces va con mi abuelo, que no pierde ocasión, a ver el partido al campo del Barça, que, por cierto, no está muy lejos de donde vivimos. Como habréis deducido, es un incondicional seguidor de ese gran equipo y cuando no va al estadio, por no disponer de entrada, lo ve en la tele.

    La pequeña se llama María del Mar y no se parece en nada a nosotros. Es mucho más alta que las niñas de su edad y está un poco gordita porque siempre ha comido mucho. Su pelo, bueno, el poco que tiene, es de color rubio y bastante rizado y sus ojos son enormes y de color azul oscuro. Es un encanto de niña, casi siempre está sonriendo y suele portarse bastante bien, aunque a veces es algo tozuda cuando quiere algo. Lo que me hace más gracia de ella es que ya desde muy pequeña, cuando alguien va a tomarle una foto, ya sea a ella sola o en grupo, sabe posar, se coloca bien derecha mirando a la cámara y sonríe. Tenemos a una futura modelo.

    La casa donde vivimos es un edificio de apartamentos de siete plantas en el barrio de Les Corts, una zona residencial en la parte alta de Barcelona. Nuestro piso tiene cuatro habitaciones, comedor, cocina, dos cuartos de baño y terraza. Mis padres duermen en la habitación más grande, yo la comparto con mi hermana. Mi hermano duerme solo en otra y en la que queda tenemos un pequeño despacho lleno de libros de medicina que suelen utilizar principalmente mis padres para estar tranquilos, cuando tienen que leer artículos o consultar algún volumen.

    Estudiamos en un colegio que se halla cerca de casa, el Saint John’s School of Barcelona. Como cada vez se da más importancia a hablar bien en inglés, mis padres escogieron una escuela cerca de casa en la que algunas asignaturas fueran enseñadas en ese idioma.

    Mi clase no es muy numerosa, somos dieciséis, nueve niñas y siete niños. Hay buen ambiente, pero todos tenemos poca relación con una de nuestras compañeras, Melania, que apenas habla con nosotros ni nosotros con ella.

    Me voy a extender hablando de ella, ya que es alguien fundamental en esta historia. ¿Por qué Melania era una solitaria? Ahora veo claro cómo se llegó a esa situación y lo mal que nos portamos con nuestra compañera. Fue una lástima que pasara tanto tiempo hasta que la consideramos una más de nosotros y viéramos que no solo no era tan distinta, sino que además era una persona estupenda a la que merecía la pena conocer. Nunca me hubiera imaginado que sería mi gran compañera en las extraordinarias aventuras que me sucedieron y la única de la clase con quien podría compartirlas.

    Melania llegó al colegio a mitad de curso, tres años atrás. Pertenece a una importante familia de origen iraquí que, después de la muerte de su madre en un atentado a un hospital de Bagdad, decidió dejar su país en busca de seguridad y un mejor futuro.

    Físicamente se parece a la famosa niña de la foto del National Geographic. Es alta, delgada, con el pelo castaño claro y tiene unos impresionantes ojos de color verde con pequeñas motas color avellana; debe de ser frecuente en su país tener unos ojos tan espectaculares. Es tartamuda y tiene voz de pito, lo cual daba lugar a que hablar con ella resulte bastante pesado; nunca acaba y escucharla es desagradable. A menudo, al principio, cuando le preguntaban en clase, se oían risitas. Su primer año en la escuela fue muy difícil para ella, pues al tartamudeo se le añadía que conocía muy poco nuestro idioma.


    ¹ BESAVI: En catalán significa ’bisabuelo’.

    CAPÍTULO 2

    14 de septiembre por la mañana.

    Como cada año, había llegado el momento de empezar el nuevo curso. En los días anteriores habíamos comprado, forrado y puesto el nombre en todos los libros, revisado el plumier, la cartera y el estuche de lápices de colores para comprobar si aún servían o había que comprar alguna cosa nueva. Mi madre, mi hermano y yo habíamos ido a buscar la ropa del uniforme, en mi caso para sustituir la que ya me quedaba pequeña, y en el de mi hermano, que hereda casi todo, menos evidentemente las faldas, para renovar los pantalones y para sustituir las prendas que estaban en mal estado.

    La noche antes dejamos todo preparado para la mañana siguiente. El primer día tenía que llevar todos los libros, y aunque algunos no los utilizaría necesitaba tenerlos porque aún no sabía cuáles eran los horarios de las clases.

    Sonó el despertador. Tenía francamente muy pocas ganas de levantarme, acostumbrada a hacerlo más tarde durante casi tres meses. «Qué pereza», pensé, y solo era el primer día, pero me animé ante la idea de que vería a mis compañeros de clase y de que los primeros días se nos exigía menos para que fuéramos habituándonos.

    De mis compañeros solo había visto a mi mejor amiga Silvia y a Juan. Durante el mes de julio había ido varias veces a jugar a casa de Silvia. Nuestras madres trabajan, por lo que ambas pasamos todo el mes de julio en Barcelona. El mes de agosto, cuando mis padres tienen vacaciones, vamos a una casa que tiene mi abuela en Puigcerdà, un pueblo situado en la provincia de Girona, cerca de la frontera con Francia. Es una zona turística de montaña muy frecuentada por los barceloneses, tanto en verano, ya que hace mucho menos calor que en nuestra ciudad, como en invierno, para practicar el esquí. Allí coincidimos con Juan y su familia y a menudo nuestros respectivos padres organizan encuentros, ya sea para hacer excursiones, ir a bañarnos o comer juntos.

    —Marta, levántate —oí decir a mi madre al otro lado de la puerta.

    —Mmm… —le respondí metiendo la cabeza debajo de las sábanas. Tenía muchas ganas de ver a mis amigos, pero aún más de seguir durmiendo.

    Escuché la puerta abrirse, no hizo falta que mirase quién era. Sin duda era Jordi, un pesado. Estaba más que claro que no soportaba tener que levantarse y dejar que María del Mar, que todavía no iba al colegio, siguiera durmiendo. Entró sin apenas hacer ruido para que yo no me enfadara y empezó a tocarla hasta que consiguió despertarla. Una vez lo hubo hecho, salió de nuevo tan silenciosamente como había entrado, acompañado de la enana.

    Oí a mi madre que lo estaba riñendo.

    —¿Cuántas veces tengo que decirte que la dejes dormir? El año que viene ya irá al colegio y entonces podrás despertarla cada día.

    —Me gusta despedirme de ella —respondió mi hermano.

    —Pues te despides por la noche —replicó mi madre enfadada—. Aún no te has vestido, ve a arreglarte en vez de perder el tiempo haciendo de despertador.

    Escuché a mi hermano entrar en el cuarto de baño y a la pequeña que empezaba a llorar, seguramente porque tenía sueño. Ya habían empezado los nervios y el jaleo de cada mañana para conseguir llegar puntuales a la escuela y al trabajo. Y aunque parezca imposible, a pesar del ruido que había en mi casa yo continuaba metida muy a gusto en mi cama, hasta que mi padre entró en la habitación y subió la persiana para que entrase la luz del día.

    —Marta, levántate, no puedes llegar tarde el primer día —dijo.

    Suspiré profundamente, aparté despacio y con desgana las sábanas y me levanté de la cama. Cogí la ropa preparada encima de la silla, me vestí y fui al baño. Me lavé la cara y las manos y empecé a peinarme. Como me costaba que me quedara bien la cola llamé a mi madre para que me ayudase, ella la hace mejor que yo y más rápido. Al acabar me dirigí a la cocina donde encima de la mesa estaba preparado el desayuno y los bocadillos para la escuela. Me senté al lado de mi hermano, que ya estaba acabando sus cereales, y entonces me di cuenta de que no estaba la caja de los que a mí me gustan.

    —Mamá, ¿y los míos? —pregunté mosqueada.

    —Se acabaron ayer y nos olvidamos de comprarlos. Mañana los tendrás. Estos también están bastante buenos y por un día cambias un poco —contestó mi padre.

    —Qué asco, voy a pasar. ¿De qué es el bocata? —pregunté.

    —De pechuga de pavo, pero es para la hora del patio —puntualizó mi madre.

    Comí cuatro cucharadas y la verdad es que estaban bastante buenos. Sin embargo, como me dolía que no se hubieran acordado decidí castigarlos no terminándomelos. Dejé algo menos de la mitad en el tazón y me dirigí hacia la entrada, donde mi padre y Jordi estaban esperándome.

    —Vamos, espabila, hija, que es tarde y es el primer día —dijo mi padre.

    Me cogió la cartera que, con todos los libros del curso, pesaba como un muerto, y bajamos al garaje en busca del coche. Nos ayudó a colocarnos los cinturones de seguridad y salimos preparados para empezar un nuevo curso.

    —Hoy llegaremos a la hora, pero los dos tenéis que ayudar más por las mañanas. Jordi, queda prohibido volver a despertar a tu hermana. ¡No quiero tener que oírla llorar cada mañana! —se lamentó mi padre.

    No respondió. Estaba claro que lo haría de nuevo.

    —Marta, ¿supongo que no te habrás olvidado de coger los deberes de vacaciones? —preguntó papá buscando mi mirada a través del retrovisor.

    —Los tengo todos. Aunque, ahora que pienso, me da la impresión de que he olvidado algo. Bueno, no estoy segura, preguntaré.

    —Qué miedo me das cuando empiezas así. ¿Qué has olvidado? O, mejor dicho, ¿qué no has querido hacer? —preguntó papá.

    —Es posible que me falte el trabajo de sociales. Era una redacción sobre un personaje famoso y a mí me tocó Platón². Lo empecé, pero, francamente, ese señor pensaba demasiado para una niña de doce años como yo.

    —Vaya excusa más tonta, estás hablando de uno de los grandes pensadores de la historia de la humanidad. Cuando llegues esta tarde lo haces. ¡Qué manera de empezar! —se quejó.

    Era la lucha de siempre. Tendría que negociar con la profe la entrega del dichoso trabajo y de momento tranquilizar a mi padre.

    —La profesora de sociales este año es miss Ann. Es bastante agradable y me permitirá entregarlo el próximo día, en compensación haré un buen trabajo.

    —Cuando llegues a casa te pones de inmediato a ello. Le diré a mamá que necesitas el ordenador. Siempre lo mismo con los trabajos de verano, y los que no son de verano —se lamentó.

    Tenía toda la razón, yo era así. No podía remediar ser un poco vaga.

    —Será la última vez —añadí en voz baja y no demasiado convencida.

    —Ya casi hemos llegado. Hoy os vendrá a buscar Gladys y mamá llegará sobre las siete —nos informó mi padre.

    Gladys es la asistenta. Mis padres tienen una jornada laboral a menudo incompatible con nuestro horario escolar, por lo que en casa se necesita a alguien que ayude en las tareas domésticas y que cuide de nosotros en su ausencia. Para ello contrataron a una mujer ecuatoriana que vino a trabajar a España hace ya cinco años. Vivía en un barrio muy pobre a las afueras de Quito, y decidió venir a nuestro país para que sus tres hijos pudieran estudiar y tener mejor futuro. Tiene cuarenta y cinco años, es una mujer regordeta, bajita, de pelo, ojos y piel oscuros. Me gusta su manera de ser, pues es alegre, muy cariñosa y le gusta hablar de su país y de su familia. Casi cada día se conecta al ordenador para charlar con sus hijos y por eso me he hecho amiga de su hija pequeña, que tiene un año más que yo.

    Al llegar, papá se bajó del coche, volvió a cargar con mi cartera y nos acompañó hasta la entrada del edificio. Allí nos dio dos besos a cada uno y salió corriendo, pues a aquella hora era imposible encontrar aparcamiento; lo había dejado en doble fila y había muchas probabilidades de que le pusieran una multa. No solía entrar en el patio del colegio, y ese día lo hizo para ayudarme. Debo reconocer que mis padres se merecen más cooperación por mi parte.

    Entramos en la recepción donde había un tablón con las clases asignadas a cada curso. Comprobé que la mía estaba al lado de la del año pasado, la misma que el año anterior ocupaban los del curso superior al mío. De momento ninguna sorpresa, ahora faltaba saber qué profesores íbamos a tener y si había alumnos nuevos o alguno que se hubiera marchado. Las maestras esperaban en la entrada a los pequeños como Jordi para que ninguno se perdiera.

    De allí me encaminé hacia la clase que se encuentra en el primer piso, y apenas entré vi a Silvia que me hacía señas para que me sentara a su lado. Como siempre, cuando nos dejaban escoger a nosotros, nos colocábamos con nuestros mejores amigos, y eso duraba hasta que el tutor o tutora empezaba a cambiarnos y nos mezclaba. La única que estaba sola y sin hablar con nadie, como siempre, era Melania que, cabizbaja, guardaba sus libros en un pupitre de la primera fila.

    Vacié la cartera a la vez que hablaba y saludaba a todos. Cuando sonó el timbre que señalaba el comienzo de las clases entró la directora acompañada de una joven. Aquella mujer era alta, delgada, con una abundante melena de color rubio, larga y rizada. Vestía unos pantalones estrechos de color azul que realzaban su delgadez y una camiseta de algodón blanca, sencilla y amplia. Su aspecto era agradable, casi seguro que era una profesora nueva y, la verdad, daba gusto ver una cara más joven de vez en cuando, la mayoría de los maestros de la escuela tienen como mínimo más de cuarenta años.

    Nos levantamos todos a saludar, como era norma cuando entraba y salía la directora. Enseguida nos indicó que nos sentásemos, lo cual era siempre buena señal, porque cuando no lo hacía significaba que ocurría algo grave y que se avecinaba una gran bronca con castigo incluido.

    La directora, la señorita Encarna Masó, es una mujer de unos sesenta años, muy alta, de complexión fuerte, ojos oscuros y una abundante media melena de pelo extremadamente blanco. Está siempre bastante seria, condición que creo que responde a la gran responsabilidad que tiene y a la necesidad de infundir respeto a los alumnos.

    —Buenos días a todos. ¿Cómo han ido las vacaciones? —preguntó paseando la mirada por todos nosotros.

    —Bien. ¿Cómo está usted? —respondimos todos.

    —Con ganas de volver a veros. He venido a desearos un buen inicio de curso y a presentaros a la nueva profesora de sociales e inglés, que además será vuestra tutora. Se llama Irene Valls y sustituye a la señorita Ann McClaush, que durante más de quince años ha sido tutora y profesora de este curso. La señorita McClaush se ha jubilado y estoy muy contenta de haber encontrado a una persona tan competente como la señorita Irene para sustituirla. Los demás profesores serán los mismos del año pasado, míster Arthur os dará matemáticas, la señorita Alejandra catalán y castellano, el señor Jorge gimnasia e informática y la señorita Sabine francés —nos informó la directora.

    Irene Valls debía de ser muy buena y tener excelentes recomendaciones porque era raro que una profesora nueva y además joven fuera tutora el primer año.

    —Os dejo y os deseo un feliz y provechoso curso a todos. Señorita Irene, la clase es toda suya —dijo despidiéndose.

    —Buenos días, niños. Espero que las vacaciones hayan sido estupendas para todos. Sin embargo, estoy convencida que este curso que vamos a iniciar hoy lo será aún más. Lo primero será conocernos un poco mejor, en este momento yo soy una desconocida para vosotros al igual que vosotros sois unos extraños para mí, por eso voy a presentarme. Nací en Barcelona, pero a causa de la ocupación de mi padre, que es diplomático, he vivido en más de una docena de países. Mi madre se licenció en historia y fue profesora de sociales en un instituto antes de casarse, aunque debido al trabajo de mi padre y a tener que cuidar de sus tres hijos no le fue posible seguir ejerciendo su profesión. Siempre que tenía tiempo lo dedicaba a leer libros de historia, esto le permitió contarnos cientos de narraciones tanto reales como imaginarias durante nuestra infancia. Soy una profesora de sociales que ama la historia desde muy pequeña y que hará que al acabar el curso os guste a todos vosotros —explicó la señorita Irene.

    Aquella afirmación sonaba bastante dudosa, en aquel momento veía difícil que lo llegara a conseguir. Lo que nunca hubiera pensado era lo importante que fue su ayuda para alcanzar el gran reto que teníamos todos los niños delante sin saberlo. Y cuando digo todos, me refiero a todos sin excepción.

    —Al estar constantemente cambiando de lugar, ya que pocas veces hemos permanecido más de dos años en el mismo país, siempre he asistido a escuelas en que se hablaba solo inglés —explicó la señorita.

    Esto aclaraba su dominio del idioma. La habían puesto como profesora de dos asignaturas que se daban íntegramente en esa lengua y para ello buscaban personas que la dominaran bien para ser capaces de enseñarlo correctamente.

    —Cuando a mi padre le dieron al fin una plaza en España se acabaron los incesantes cambios de país y nos establecimos de nuevo en Barcelona. En el momento de escoger qué estudiar en la universidad me decidí sin dudarlo por historia, igual que mi madre, y al finalizar encontré trabajo como profesora de sociales en un instituto de Granollers, donde he estado impartiendo clases hasta que me ha salido la oportunidad de un colegio más cerca de mi casa —explicó.

    Me estaba gustando mucho y era la primera profesora que se daba a conocer de esa manera. La cosa pintaba bastante bien.

    —La asignatura de sociales constará de dos partes: en la primera seguiremos los temas del programa, profundizando sobre la marcha en los que creamos más interesantes o necesarios, y la segunda será un trabajo sobre un personaje relevante y la presentación de este en clase. Para puntuaros tendré en cuenta vuestra actitud, participación en clase, el trabajo y su presentación y los exámenes.

    »Dedicaremos la próxima clase a estudiar la antigua Grecia. No es la primera lección del temario, pero me han informado que los deberes de verano de esta asignatura eran un trabajo sobre un personaje famoso de aquella época. Recogeré los trabajos el miércoles, seguro que a más de uno hoy se le ha olvidado en casa, los corregiré y os pediré que hagáis los cambios oportunos y una vez realizados estaréis listos para realizar una buena presentación. ¿Alguna duda? —preguntó.

    Nadie dijo nada. Seguro que yo no era la única que había pasado de hacer aquel dichoso trabajo.

    —Y ahora, como nos quedan diez minutos, me gustaría conoceros a todos un poco más. Vamos a empezar por el primero de la lista, que en este caso es primera. Farah Adman, ¿puedes levantarte, por favor? —le pidió la señorita.

    Farah es una niña alta, morena y delgada. Su pelo y ojos son de color negro. En España son frecuentes el pelo y los ojos oscuros, pero no como los suyos, de color negro intenso.

    —Hola, todos me conocéis bastante bien, ya que hablo bastante. Tengo doce años y mis padres son originarios del Líbano. Vinieron a España hace más de veinte años a causa de la guerra que sufría el país. Mi padre no tuvo problemas para conseguir trabajo, es tallador de piedras preciosas y, al ser un oficio del cual hay mucha demanda de buenos expertos y que forman un gremio que se ayudan mucho entre ellos, enseguida encontró un buen empleo. Tengo tres hermanos más mayores, todos chicos. El mayor está en la universidad y los otros dos estudian en este mismo colegio. Mi madre no ha trabajado nunca fuera de casa, se casó muy joven y siempre ha sido ama de casa —explicó Farah.

    —Muy interesante, Farah. Cuando llegue la lección en que hablemos de los estados árabes y de su historia, te pediré que nos cuentes cosas de tu país —dijo la señorita.

    —Preguntaré en casa, yo he nacido en España y a mis padres no les gusta hablar demasiado de su país, ya que sienten mucho haber tenido que abandonarlo. Pero mi madre muchas veces nos relata cuentos de su tierra cuando nos vamos a dormir, que a ella le contó su madre, y a su madre su abuela y así durante muchas generaciones. No tengo ningún problema en contaros lo que me explica, aunque a veces no son historias que sucedieran de verdad —explicó Farah.

    La profesora se quedó unos instantes callada.

    —Muchas veces hechos que en principio nos parecen extraños y fantásticos fueron reales. La tradición oral encierra una información valiosísima que no debemos menospreciar —dijo la señorita.

    —Es como si estuviera escuchando a mi madre cuando a veces acaba un relato y le decimos que aquello no ocurrió —respondió Farah.

    —¿Por qué un día no nos explicas uno de ellos? Piensa cuál puede ser más interesante.

    La nueva profesora nos estaba mostrando cosas de nuestra compañera que desconocíamos, como por ejemplo que tenía una madre contadora de cuentos cuyo origen posiblemente fuera milenario. En ningún momento me hubiera imaginado, como comprobé al poco tiempo, lo reales que fueron algunas historias que parecían una mera fantasía.

    En el pasillo sonó el timbre que daba por finalizada la clase.

    —Se nos ha acabado el tiempo, ya iremos hablando de todo eso. Deseo que tengáis un buen día y, Farah, acuérdate de que nos debes una historia —dijo la señorita.

    Me había encantado la nueva profe, la clase se me había pasado volando y encima de entrada nos saltaríamos como mínimo tres temas.


    ² PLATÓN 427 a. C - 347 a. C. Uno de los grandes filósofos griegos.

    CAPÍTULO 3

    14 de septiembre por la tarde.

    El día transcurrió de manera rápida y tranquila, entre las presentaciones de las nuevas asignaturas y el montón de anécdotas que teníamos que contarnos unos a otros de todo el verano. La pereza inicial de volver a una rutina y a un mayor esfuerzo fue desapareciendo gradualmente. Sin apenas darme cuenta del tiempo transcurrido sonó el timbre de las cuatro y media de la tarde que daba por finalizadas las clases.

    Tal como nos había informado mi padre, nos vino a buscar Gladys junto con mi hermana María del Mar. La traía en el cochecito, es bastante perezosa para andar y a pesar de que del colegio a casa había solo unos quince minutos a pie, era posible que a mitad de trayecto se negara a seguir caminando, con lo que había que cogerla en brazos y no pesaba poco la niña.

    En casa, Gladys nos preparó un pequeño bocadillo de pan con tomate y queso. Con la merienda en un plato me dirigí al comedor para ver los dibujos animados de Antena 3, que en aquel momento eran mis favoritos.

    Mamá llegó sobre las siete y nos encontró a los tres sentados en el sofá mirando la tele. Cuando ella no estaba en casa era yo la dueña del mando y por tanto la que decidía lo que se veía. Gladys me dejaba mandar para que hubiera paz, era más fácil convencer a Jordi de sacrificarse. Esto cambiaba cuando se encontraba mamá en casa, ella repartía las cosas de manera equitativa: si el lunes escogía yo, el martes le tocaba a Jordi y así sucesivamente. A pesar de hacerlo de un modo justo, a veces tenía que enfadarse y apagar el televisor, ya que al no salirme con la mía le daba pellizquitos y pataditas a mi hermano a escondidas. Menos mal que la pequeña aún no opinaba y le daba igual lo que pusiéramos mientras fueran dibujos. Con ella entraba en conflicto cuando hacían deportes, que a mí me encantan y ella detesta.

    —Marta, veo que hoy has escogido tú los dibujos —dijo mamá.

    —Mañana me toca a mí —se apresuró a señalar mi hermano.

    —Está claro. Por cierto, Marta, papá me ha llamado para decirme que no has hecho un trabajo de sociales que tenías como tarea de vacaciones, y que para variar tendrás que hacerlo hoy con prisas. ¿Te habrán puesto una mala nota solo empezar? —preguntó mamá.

    Más de lo mismo, igual que papá. Cómo rayaban.

    —Tengo tiempo hasta pasado mañana. Hay una profe nueva y no los tenemos que entregar hasta el miércoles —contesté.

    —Ya, así que esta vez has tenido suerte, pero así no se hacen las cosas. Pongo en marcha el ordenador y empiézalo de una vez. Aprovecha hoy que, seguramente por ser el primer día, no tienes tareas —dijo mi madre.

    —Estoy muy pero que muy cansada. El primer día siempre es agotador. Mañana, porfa... —contesté.

    —Siempre corriendo y en el último momento. Por lo menos esta tarde has de hacer la mitad —dijo mamá.

    Dejé con gran pena los dibujos y seguí a mi madre al despacho donde está el ordenador. Antes de salir del comedor vi que Jordi se apresuraba a coger el mando para cambiar de canal. Mañana volvería a reclamar mis favoritos, ya que hoy no los había acabado de ver. ¿No decía mamá que las cosas repartidas? Pues repartidas. O sea, si solo había visto la mitad, mañana podría ver la otra mitad.

    Entré en el despacho y comencé a buscar información sobre el tan célebre Platón, alias Tostón, alias Latazo. La tercera web que abrí estaba saturada de aquel señor, que me importaba bien poco. Hice un pequeño resumen de su vida y cuando llegué a los motivos por los que era tan famoso ya no podía más, el tema era realmente enrevesado. Pero no estaba mal, había escrito tres páginas, y cuatro más que me ayudaría a hacer papá por la noche o al día siguiente y se acabó.

    Cuando llegó mi padre, sobre las siete y media, entró en el despacho y estuvo ayudándome hasta la hora de cenar. Al final conseguí tener el trabajo terminado. En total, siete páginas de lo más rollo. Solo faltaba el título, poner unas tapas decentes y misión cumplida.

    Cenamos sobre las ocho y media, como era habitual durante el periodo escolar, y al acabar me fui a ver la tele. A pesar de haberme levantado pronto, no tenía sueño y me acurruqué al lado de mi padre, que estaba viendo el segundo partido de liga del Barça junto a mi hermano. Hay un curioso fenómeno muy habitual en muchos niños, entre los cuales me incluyo, y es que cuando llega la noche es como si la cama tuviera pinchos y en cambio por la mañana es el mejor lugar del mundo.

    Acabó la primera parte y el Barça iba ganando por 0-3 a su rival; un partido bastante bueno y distraído que me hubiera gustado terminar de ver, pero ya eran más de las diez y era hora de irse a dormir, por lo que no tuve más remedio que obedecer al tercer aviso de mi madre y levantarme e ir a lavarme los dientes y a preparar todo para la mañana siguiente. Mi padre aprovechó los minutos del descanso para leerle un cuento a la pequeña, mientras mi madre supervisaba que todo estuviera correctamente. Como sucedía casi siempre, se me había olvidado algo, esta vez era el plumier que se había quedado en el despacho.

    Al acabar nos dieron un beso, nos desearon buenas noches y apagaron la luz al salir de la habitación. Esperé unos diez minutos, lo que acostumbraba a tardar María del Mar en dormirse, para encender la lámpara de mi mesilla de noche y ponerme a leer un tebeo que me había dejado Silvia. Estuve leyendo hasta que mi padre, al dirigirse a su habitación, observó que salía luz por debajo de la puerta, por lo que entró y me quitó el tebeo.

    —Mañana no quiero que llegues tarde y espero no tener que estar detrás de ti y enfadarme por ello. Son más de las once y media, o sea que tú misma —dijo papá muy serio.

    Si mi padre hubiera sabido qué sucedería aquella noche y las siguientes, no habría pronunciado esas palabras.

    Me tapé la cabeza con las sábanas, cerré los ojos y me dormí casi en el acto.

    CAPÍTULO 4

    14 de septiembre, 00:30 h

    Me desperté, y al abrir los ojos observé a través de la persiana, que habíamos dejado un poco abierta para que pasara el aire, que aún era de noche. Alargué la mano para coger el despertador de encima de la mesilla y comprobé la hora. Era raro que no durmiera de un tirón, por lo que me sorprendí mucho al ver que marcaba las doce y media.

    Como tenía sed me dirigí a la cocina a beber agua. Como siempre, la luz de la entrada estaba encendida para que si nos levantábamos por la noche no nos encontráramos con toda la casa a oscuras. De regreso a la habitación casi se me cae el vaso de las manos: había un anciano sentado cómodamente a los pies de mi cama. Iba vestido con una túnica blanca que le llegaba hasta los pies, llevaba un gran medallón dorado con un brillante en el centro colgado de una gruesa cadena y sus manos estaban apoyadas encima de la empuñadura de un bastón también dorado. Al principio no supe quién se había colado en mi habitación, pero cuando me sonrió no tuve ninguna duda. Era Besavi, no lo había reconocido a causa de aquel particular atuendo y de su buen aspecto, nada que ver con el que tuvo los últimos meses de su vida.

    Cuando enfermó no estaba tan feliz y aunque se esforzaba en sonreírnos tenía muy mala cara porque había perdido mucho peso. Pobrecito, estuvo muy mal. Ahora incluso una tenue luz salía de su cuerpo, lo cual contribuía aún más a su inmejorable aspecto.

    —Buenas noches, guapa. Te echaba de menos.

    Su cara se iluminó aún más.

    —Buenas noches. Eres Besavi, ¿verdad?

    —Vaya pregunta más tonta. ¿Es que no me conoces?

    —¿Estás vivo?

    Noté que me temblaba la voz.

    —No, pero mientras duermes puedo comunicarme contigo. Ahora soy un mago blanco mucho más poderoso de lo que fui en vida y vengo a enseñarte.

    Lo de mis sueños iba a peor. Sin embargo, era tan real que decidí seguirle la corriente como si aquello estuviera pasando de verdad, a la vez que intentaba dominar el temblor de mi voz. Hasta aquel momento, mis respuestas habían sido un reflejo automático, puesto que mi mente se había quedado completamente en blanco.

    —No sabía que fueras un mago, te lo tenías muy escondido. Nunca te había visto hacer juegos de cartas o sacar un conejo de un sombrero.

    Dije aquello porque fue lo primero que se me ocurrió. Él se echó a reír.

    —No hablo de ese tipo de magia para entretener a los niños en una fiesta de cumpleaños. Me refiero a una magia mucho más poderosa y útil cuya misión no es divertir, sino ayudar a los demás, y que de paso servirá para que tú acabes siendo responsable y una mejor persona.

    —No te entiendo. ¿Seré una maga como tú dices que eres?

    —A partir de hoy, si estás de acuerdo, vendré a visitarte muchas noches, aunque para que eso ocurra hay dos condiciones: la primera es que me obedezcas sin rechistar, y la segunda es que, como tendrás bastante más trabajo, es imprescindible que te responsabilices de tus obligaciones sin escaquearte.

    Antes de responder me froté bien los ojos para comprobar de nuevo que estaba despierta. Mientras, mi cabeza no paraba de dar vueltas buscando posibles explicaciones. ¿Un nuevo sistema de película en 3D? ¿Había cenado algo que producía alucinaciones?¿Mis padres me estaban gastando una broma para escarmentarme?

    Tenía que responder algo. Cuando acabara aquel sueño, o lo que fuera, sería capaz de pensar con más claridad.

    —Vamos, que tendré que espabilarme.

    —Valdrá la pena y es tu misión en la vida, todos tenemos una. Has nacido, como yo, bajo una conjugación de astros muy especial que nos permite convertirnos en magos, y como tales tenemos unos poderes que no posee la mayoría de las personas. No obstante, para serlo se deben asumir ciertos compromisos. ¿Estás dispuesta?

    —¿Puedo probar antes si me gusta?

    —No es cuestión de probar si te gusta, como si fuera un helado o un juego. Debes comprometerte a hacerlo lo mejor posible.

    —¿Vas a ayudarme?

    —Como siempre.

    La verdad es que, si aquello era real, podría estar bien, aunque no tenía la más mínima idea de dónde me metía.

    —Volveré mañana, aunque no te lo aseguro, los magos blancos a veces tenemos mucho trabajo ayudando a personas con problemas. De momento, empieza obedeciendo más a tus padres, que los tienes amargados y procura que no tengan que perseguirte para que cumplas con tus obligaciones.

    —Lo intentaré. Aquí me encontrarás.

    —Con el propósito no basta, empieza a cambiar pequeñas cosas, verás que con poco consigues hacer felices a los demás sin emplear la magia.

    —Antes de irte explícame qué es un mago blanco y si hay magos de otros colores.

    Cogió mis manos entre las suyas y empezó con su explicación.

    —La magia es el arte de obtener o modificar algo que no se puede hacer normalmente, utilizando unos procedimientos solo conocidos y empleados por unos pocos. Los magos usan poderes ocultos que ellos saben conjurar y manejar para la obtención de sus propósitos. La palabra «magia» es de origen latino, que deriva a su vez de la griega mageia, que a su vez deriva de la palabra persa magush, que significaba ‘tener poder’.

    »Hay dos tipos de magia, la blanca y la negra. Las dos son igual de poderosas, la diferencia entre ellas es que la blanca se emplea con el propósito de hacer cosas buenas, como sanar, proteger una casa o un negocio y nunca en provecho de uno mismo. Por el contrario, la negra es usada con fines egoístas o para ocasionar un mal a algo o a alguien, como por ejemplo hacer enfermar, derrumbar una casa o enriquecerse.

    »Pensar que usando la magia negra vamos a obtener mejores y más rápidos resultados es falso. Con ella siempre se paga un precio, ya que para alcanzar sus fines se debe recurrir a seres maléficos, y estos siempre van a pedir una compensación por los servicios prestados, convirtiendo al mago en un ser a sus órdenes. En cambio, la blanca llama en su ayuda a seres buenos, los cuales están siempre de acuerdo en ayudar de manera totalmente desinteresada y nunca causan daño a nadie ni a nada.

    »Toda esta información que te he suministrado tiene que servirte para que nunca tengas la tentación de usar la magia negra y aprendas a ser una buena maga blanca. Los magos negros intentarán eliminarte o neutralizarte. Eres una amenaza para ellos, ya que tienes una gran capacidad para efectuar buenas obras y eso va contra sus fines perversos. Además, los magos blancos somos los únicos capaces de luchar contra ellos en igualdad de condiciones.

    Estuve escuchando sus explicaciones sin tan siquiera pestañear una sola vez, era lo más interesante que me había explicado nunca. Al finalizar me saltaron dos pequeñas lágrimas, aquello había sido lo mejor de aquella extraña noche, volver a tenerlo a mi lado para que me contara las cosas de la manera en que él sabía hacerlo. Me sequé las lágrimas con la punta de la sábana, lo miré fijamente a los ojos y le pregunté con un hilo de voz.

    —Besavi, ¿tú crees de verdad que yo llegaré a ser una maga?

    —Claro que sí, por esto estoy aquí. Tienes el don, solo te falta trabajarlo. Tendrás que ir aprendiendo poco a poco a usar los poderes que tienes, tanto los que están al alcance de todos como los que solo tú y unos pocos poseemos.

    —No lo entiendo. ¿Todos tenemos poderes o solo unos pocos?

    —Antes no me has escuchado bien. A través de nuestros actos, todos, sin excepción, tenemos el poder de llevar la felicidad a los demás, pero son tus facultades excepcionales las que te permitirán llegar más lejos. Yo te instruiré, aunque vas a tener muchos profesores a lo largo de tu vida. De todos ellos aprenderás diferentes cosas que te servirán para distintas situaciones. ¿El profesor de matemáticas te da clases de gimnasia? Pues lo mismo, cada mago tiene su especialidad y lo que domina es lo que te enseñará. Y ahora dame un abrazo y a dormir. Hablaremos más mañana, por hoy ya tienes suficiente.

    Me abrazó con fuerza, como solía hacerlo, me arropó y se sentó a mi lado en la cama hasta que me dormí, que casi fue al instante.

    CAPÍTULO 5

    15 de septiembre, 7:30 h

    Al día siguiente, al sonar el despertador, estiré la mano para apagarlo y seguir durmiendo un ratito más cuando me acordé de la noche anterior. Dudé durante unos segundos si me daba media vuelta o me levantaba, aunque al final decidí hacer lo

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