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Lecturas para el metro: 20 relatos breves para leer entre estación y estación
Lecturas para el metro: 20 relatos breves para leer entre estación y estación
Lecturas para el metro: 20 relatos breves para leer entre estación y estación
Libro electrónico141 páginas2 horas

Lecturas para el metro: 20 relatos breves para leer entre estación y estación

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20 Relatos breves para leer entre dos estaciones.

Relatos cortos de temática variada, la mayor parte de ellos con un barniz humorístico y un final sorprendente e inesperado que hará de su lectura una experiencia divertida y agradable.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento15 mar 2018
ISBN9788417426613
Lecturas para el metro: 20 relatos breves para leer entre estación y estación
Autor

Javier Gumiel Sanmartín

Javier Gumiel Sanmartín (Madrid, 1956). Licenciado en CC.II., rama de Periodismo, por la Universidad Complutense, ha desarrollado su vida laboral en el sector de la banca, ocupando diversos puestos de responsabilidad. Como periodista, ha publicado artículos en Diario Montañés (Cantabria) y en La Verdad (Murcia), periódico para el que elaboró, durante dos meses, suplementos monográficos sobre diversos temas. Colaboró en todos los números publicados por la desaparecida revista Cuadernos de Humor, en la que publicó, además, algún relato corto. Asimismo, colaboró asiduamente en una revista dirigida a empleados de la entidad bancaria para la que trabajaba, en su mayoría de tinte humorístico. Otra revolución frustrada es su tercera novela publicada tras La sangre de Caín y Los demonios de la historia. Las tres forman la trilogía del «Sexenio Democrático», que retrata, de forma novelada, los sucesos históricos ocurridos en España desde los años finales del reinado de Isabel II hasta el comienzo de la Restauración (1874). Además, también tiene publicado un libro de relatos titulado Lecturas para el metro, que recoge veinte relatos breves de diferente temática, en gran parte en clave de humor.

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    Lecturas para el metro - Javier Gumiel Sanmartín

    Lecturas-para-el-metrocubiertav13.pdf_1400.jpg

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.

    Lecturas para el metro

    20 relatos breves para leer entre estación y estación

    Primera edición: marzo 2018

    ISBN: 9788417321055

    ISBN eBook: 9788417426613

    © del texto:

    Javier Gumiel Sanmartín

    © del ilustrador de portada:

    Luis Felipe Macedo Blázquez

    © de esta edición:

    , 2018

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    A cuantos me honran con su amistad:

    amigos hechos en la infancia, en la universidad,

    en el trabajo o en cualquier otro ámbito de la vida,

    porque me han ayudado a saber quién soy en realidad

    y el lugar que ocupo en el mundo. ¡Gracias a todos!

    Prólogo

    Estos relatos breves que tienes entre las manos, lector, salvo cuatro («¡Sé sensato!», «Enterprise II», «Hostiaman» y «Daño colateral»), fueron escritos hace unos treinta y cinco años, alguno incluso más, y han sido reescritos para esta publicación.

    Los he conservado todo este tiempo con la idea de agruparlos, algún día, en un pequeño volumen que los contuviese y, al no encontrar ninguno más que considerara que tiene la calidad suficiente, en la hipótesis de que los seleccionados la tengan, he tenido que completar el libro con los cuatro citados.

    Para el lector no habituado a la escritura parecería que el relato breve entraña una dificultad, en su concepción y desarrollo, mucho menor que una novela, cuando no es del todo así. Es claro que la novela entraña más trabajo por su extensión y, sobre todo, porque rara es la que no necesita, siquiera, una mínima documentación para ambientar la acción. Cierto es, pues, que el relato exige un menor esfuerzo, necio sería negarlo, pero no necesariamente una menor dificultad, puesto que si la novela exige, al menos, un hilo argumental, una colección de narraciones pide tantos hilos argumentales como relatos, todos ellos diferentes, originales y, a ser posible, divertidos; eso si se tiene un mínimo de exigencia. Para ello, qué duda cabe, se requiere originalidad e ingenio. No es que el autor de los presentes considere que los derrocha, pero sí piensa que tiene un mínimo de esas cualidades.

    Pero no es la finalidad de este prólogo sentar cátedra sobre las diferencias entre novela y narración breve y, mucho menos, presentarme como un dominador de ninguno de esos géneros, sino que el lector conozca la génesis de esta colección de relatos, presentárselos y desear que goce de ellos como yo disfruté en su día escribiéndolos y hogaño actualizándolos.

    Como advertencia última cabe decir que algunos, muy pocos, no son en absoluto inéditos, pues fueron publicados en un par de revistas de muy escasa difusión, pero sí lo son en la redacción actual. No me queda más que callar y esperar que sean del agrado, cuando menos, del lector.

    ¡Sé sensato!

    La primera vez que lo oyó fue cuando alcanzó esa edad en que la convención social dice que se alcanza el uso de razón; fue su padre el primero que se lo dijo cuando estaba jugando, sobre la tarima, con un cochecito de juguete y le miró severo, al tiempo que le decía: «Hijo, sé sensato, ya no eres un niño». Naturalmente, obedeció y depositó cuidadosamente la miniatura en el cajón de los juguetes, al tiempo que tomaba un libro de su estantería con reproducciones de dinosaurios y una somera explicación de sus características. Ya no volvió a jugar con ningún cochecito ni sobre la tarima ni sobre ningún otro lugar. No estaba en su naturaleza desobedecer, y mucho menos una orden de su severo padre.

    Unos años más tarde, siendo ya un adolescente, su madre le sorprendió masturbándose en el baño y, mirándole de forma reprobatoria pero comprensiva, se lo recriminó con pocas palabras: «¡Sé sensato!, hijo. Puedes quedarte ciego si haces eso, ¿no te lo han dicho los curas del colegio?». No supo qué contestar; ni por haber sido sorprendido en aquel acto íntimo ni a la pregunta formulada, puesto que los salesianos no le habían dicho nada de que la masturbación provocara ceguera, pero sí que le habían advertido del pecado que constituía tal acción y de los muchos peligros que derivaban de practicarla, pero lo cierto es que, así, no se lo habían dicho e ignoraba la asociación entre ceguera y masturbación. Obviamente, suspendió sus manipulaciones y no solo porque su madre estuviera presente, sino quizá más porque había hecho un llamamiento a su sensatez. Ni qué decir tiene que ya no volvió a masturbarse, al menos en casa, donde su madre, su padre o alguno de sus tres hermanos pudieran sorprenderle. Sí se le fijó en la mente una asociación malsana entre la privación de vista y el onanismo, de forma que ya no pudo dejar de ver a los invidentes como personas inclinadas a la masturbación, aunque sabía positivamente que no había aquella relación causa-efecto y solo era un recurso para asustar a los adolescentes.

    Cuando llegó el momento de elegir carrera universitaria, sus gustos le inclinaban a la arqueología, disciplina que desde siempre le había resultado muy atractiva; desde muy pequeño, le apasionaba leer libros sobre Egipto, Mesopotamia, las culturas prehispánicas de América y todos aquellos pueblos que habían dejado su huella en la historia antigua. Le parecía, además, fascinante recorrer el mundo llevando una espátula y una escobilla desenterrando restos de civilizaciones pasadas. Cuando manifestó aquella preferencia, su padre le miró conmiserativo, como si se apiadara de la estulticia de su hijo mayor, y no pudo resignarse a dejarle cometer aquel error:

    —¡Sé sensato! Marcelo, la arqueología no da para vivir bien, ni siquiera decentemente; además, las salidas de esa carrera son prácticamente nulas y supongo que no querrás dedicar tu vida a dar clases en un instituto de mala muerte. Lo inteligente es que estudies Derecho, como yo, y que te integres con el tiempo en mi bufete; te ganarás la vida muy bien y vivirás, como nosotros, muy holgadamente.

    Su madre apoyó la sugerencia, entre otras cosas porque ignoraba a qué se dedicaba exactamente un arqueólogo y se cuidó muy mucho de preguntarlo para no revelar su ignorancia. Por supuesto, Marcelo, que no había llevado nunca la contraria a sus padres, optó nuevamente por hacer lo que se le sugería por motivos de sensatez y estudió Derecho. No le gustaba aquella carrera, pero como era inteligente y aplicado la cursó con brillantes calificaciones, entrando como pasante en el bufete en que su padre estaba asociado con un viejo amigo, también abogado.

    Mientras estudiaba en la facultad, en un bar de las proximidades de Moncloa, donde acudían sus compañeros y él al terminar las clases y, a veces, en lugar de asistir a ellas, conoció a una muchacha nada convencional, muy guapa y con un tipo extraordinario, pero parecía estar vestida por algún inmisericorde enemigo y peinada por un discípulo de Satán. Por si esto fuera poco, su modo de expresarse era completamente vulgar, con expresiones trufadas de tacos y palabras malsonantes. Era todo lo contrario a las muchachas con las que había tratado hasta entonces: hijas de familias amigas de la suya y de su círculo social. Estudiaba Farmacia y, quizá porque no respondía a los estándares que había conocido hasta entonces, se enamoró locamente, llegando a pensar que no podría vivir ya sin ella. Lo cierto es que, a pesar de ser tan diferente, también la muchacha se enamoró de él e iniciaron una preciosa, intensa y satisfactoria relación.

    Mantuvo en secreto, con relación a su familia, aquel amor, consciente de que sus padres jamás lo aprobarían y tratarían de alejarle de ella. Durante un tiempo logró sustraerse a la fiscalización paterna y eludía como podía las sugerencias que le hacían sobre la conveniencia de establecer una relación con tal o cual muchacha, amiga o conocida de la familia; todas ellas convencionales, señoritas de buenas costumbres y comportamiento intachable. No se atrevió nunca a decir a su amada que sus padres jamás aprobarían su relación, y la muchacha, ignorante de la impresión que causaba, se presentó una tarde en su casa para visitarle por estar enfermo en cama durante varios días. Su madre, a pesar de su contrariedad al ver a aquella joven que juzgó un tanto desastrada y conocer por ella la estrecha relación con su hijo, permitió, educadamente, que lo visitase, fingiendo un agrado que estaba lejos de sentir. Cuando Marcelo la vio entrar en su habitación, experimentó sentimientos encontrados, por un lado, se alegraba de ver a su amada y, por otro, lamentaba que hubiera desvelado su secreto, previendo una tormenta familiar aquella noche.

    No se equivocaba Marcelo. Según entraba su padre por la puerta al regresar del bufete, su madre le contó, sin esperar a que se hubiera cambiado por ropa más cómoda para estar en casa, la visita especial que había tenido su hijo. No ahorró detalles en la descripción de la muchacha, desde su físico que, en honor a la verdad, consideró muy agraciado, hasta su estrafalaria vestimenta y peinado, resaltando su vulgaridad y lo inapropiado para una visita de aquellas características y terminando por su forma de expresarse, que había escuchado tras la puerta, escandalizada.

    Su padre escuchó en silencio y cuando su mujer terminó la prolija exposición, se dirigió a paso raudo hacia la habitación de su hijo. Cuando estuvo ante él, le miró con severa desaprobación y tras repetir, casi palabra por palabra, lo que le había contado su madre, le espetó:

    —Parece mentira, hijo, eso no es en absoluto lo que te hemos enseñado en esta casa. ¡Sé sensato! —Una vez más la apelación a la sensatez—. Esa muchacha no te conviene en absoluto.

    Se extendió en las razones que desaconsejaban aquella relación y en la exposición de las que abonaban otra con alguna de aquellas muchachas de

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