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Luis Lourido de Elizondo
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Libro electrónico175 páginas2 horas

Luis Lourido de Elizondo

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La vida de un hombre crepuscular.

Argumentalmente, la novela pretende contar la vida de un hombre crepuscular. La técnica utilizada para ello es el recurso a los documentos escritos, de todo tipo, que hubiera dejado a su muerte. Es función del albacea ordenar los papeles para dar coherencia a e

se decurso vital.Así, el primer capítulo «Abro la carpeta y leo», que introduce personajes y temas en aparente desorden, tien

e por finalidad dar el tono vital del personaje.El segundo, «22 sonetos», se sirve del esquema de los arcanos mayores del tarot para esbozar un primer examen psicológico del protagonista, en el que afloran los motivos que serán objeto de tratamiento pormeno

rizado en el siguiente.El tercero, «Nahual», de nuevo sobre el esquema, esta vez, de los arcanos menores, desarrolla las dosfiguras principales que integran su conciencia, el hermano muerto y la madre, que constituyen el doble y la sombra por donde su vida

se desagua.«Agadé» es una larga metáfora de la vida como viaje.«Loreb» es el testamento de quien ha vivido lo suficie

nte para encarar la muerte en paz consigo mismo, sin miedo a la verdad.El último capítulo, «Acta Apostolorum», viene a ser ungran decorado barroco, irónico y amargo a la vez, en que el personaje revive a modo de resumen su experiencia de la madre, tema último y fundamental de la novela.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento8 nov 2018
ISBN9788417637019
Luis Lourido de Elizondo
Autor

Juan Montesinos Ortuño

Juan Montesinos Ortuño nació en Alcantarilla (Murcia), el 29 de octubre de 1959. Cursó estudios de Filosofía y Letras y otros de Lingüística Vasca. Ha desempeñado un par de empleos y ha recorrido buena parte de España. Lleva escribiendo desde los diecisiete años, aunque solo últimamente con acierto, por lo que se considera un escritor tardío. Tiene acabada una tetralogía, integrada por Divino Aloysius, flor del mundo, Alconte, Luis Lourido de Elizondo y Omphalos, que va viendo la luz. Otras obras acabadas son El tiempo nuevo, recreación de la Vita nuova, de Dante, y Viaje a la desolación, revisión del Viaje a la Alcarria, de Cela.

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    Luis Lourido de Elizondo - Juan Montesinos Ortuño

    Luis Lourido de Elizondo

    Primera edición: octubre 2018

    ISBN: 9788417637507

    ISBN eBook: 9788417637019

    © del texto:

    Juan Montesinos Ortuño

    © de esta edición:

    , 2018

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España — Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Abro la carpeta y leo

    Querida Rosaura, hace tiempo que no te veo y estoy preocupado, no sé si tus sentimientos habrán cambiado. La última vez que fuimos al cine no me enteré bien de la película, estaba más pendiente de ti que de otra cosa. Creo que al final Humphry Bogart dejaba a la chica en el aeropuerto, entre la niebla, y se iba no sé por qué con el inspector. La verdad es que no presté atención. Quiero decir que estuve más atento a lo que pudieras decir o incluso pensar.

    Yo soy un poco tímido, ya lo habrás notado, pero mi pecho es firme y mi palabra invariable. No me he comprometido a nada todavía contigo, por eso estoy dispuesto a seguir viéndote y, si quieres, salir contigo.

    No sé si me decidiré a mandar esta carta. Desde luego lo sabrás si la recibes. En todo caso, si no acierto a poner lo que siento, sepas que pongo el corazón en lo que digo.

    Tuyo afectuoso, Luis.-

    Viene a continuación una factura de la zapatería «La Calcetina» o «Calcetona», no se entiende bien, por el arreglo de unos castellanos que por lo visto apreciaba. La factura, como es natural, trae la dirección y el teléfono de la tienda, un marroquí establecido, maestro talabartero, que acostumbra a firmar sus entregas en señal de buena fe.

    ¿Cómo sé todo esto? De la misma manera que tengo acceso a sus papeles.-

    Me asomo por la ventana y veo a dos muchachos que bajan por la calle. Enseguida se echa de ver que son amantes. Bajan como jugando, empujándose. Uno de ellos lleva chaleco sobre la camisa oscura. El compañero lo sujeta un momento por detrás en la acera y, fascinado por el reflejo de la luz en el satén de la espalda, le encoge los hombros para deleitarse aún más.-

    Una vez recogí un grano de uva del suelo y me lo comí. Volvía de la escuela, era mercado y de los puestos siempre sobraba algo, se caía o lo tiraban. Yo no sé por qué lo hice, si porque tenía hambre o por aprovechar antes de que vinieran los barrenderos.

    Eso fue en un cruce, a la bajada y subida de una calle. Justo al lado, en la tienda de la acera de enfrente, a la misma hora que yo recogía el grano de uva pero otro día, se empotró un camión marcha atrás. Mató a dos mujeres que había dentro, vendedora y cliente. La cliente tenía un marido y dos hijos. El marido al poco tiempo se puso a trabajar de barrendero, a los hijos se les caían los pantalones si, a la vuelta de la escuela, les tiraban comida y los soltaban para cogerla.-

    Querida Rosaura, no me culpes si tardo en escribirte, te debo carta. Me he sentado en el embarcadero con los pies en el agua, recostado sobre las tablas, mirando al cielo, y por un momento me pareció que la noche con todas sus estrellas se me caía encima de golpe.

    Pensé que algo así me pasaría si me dejaras. Es pronto para hablar de esta manera y no quisiera tener que desdecirme. Por eso no quiero engañarte haciéndote creer que siento lo que todavía no siento.

    Mi amor por ti es incipiente. Yo mismo necesito ponerme a prueba. No quiero venderte humo de pajas. Sé, sin embargo, y eso te lo digo con la mano en alto, que si este corazón no me miente, tú y yo seremos a no tardar mucho como la uña y la carne, esposos consagrados ante el altar, primero novios.

    Querida Rosaura, que mis palabras no se las lleve el viento.

    Luis, tuyo.-

    Encuentro una foto de sus padres de un gris suave aterciopelado. Él aparece detrás de ella en ademán de protector, sonriente, ella extrañamente triste. El padre muestra un bigote ajustado sobre la tez tersa, la madre ondas en el pelo que le cubren pendientes y collar discretos. Los dos miran atentos a la cámara, él al fotógrafo, ella más allá, al que parece mirar la foto.

    Se quieren con sencillez, eso trasluce la imagen, con eficacia, con seriedad. Él aprende a quererla, ella ya sabe cómo. La foto está orlada por una orilla de escarola, por dentro hay manchas como de espejo. Son la mordedura del tiempo a modo de cambista, que se va cobrando cada vez la parte que le toca minúscula de la vida.-

    Hoy es 28 de Abril, mañana será 29, hace dos días que fue 26. El tiempo se parece a una carrera de sacos, llega antes el que menos se cae. La calle está ocupada por los puestos a cada lado, que venden peladillas, torrados, avellanas y cacahuetes. Yo me pierdo por la parte de atrás de la iglesia, casi novedad para mí, con su enlosado reciente y las puertas abiertas de las casas se diría que esperando la verbena.

    Yo no me casaré, cuando me case me saldrá un grano en el culo por pasar por mi calle, que ya no es mía ni mi casa la de antes.-

    Recuerdo un día de lluvia en un cobertizo de madera, adonde me refugié con mi padre y otros obreros compañeros suyos. El día se deshacía lento en torno al chozo. El aire era fresco, las ventanas pequeñas. Uno de ellos, el más gordo, no paraba de decir lo guapo que yo era.

    En mi acta de nacimiento se equivocaron, en vez de poner «hombre» pusieron «hembra» en hermosa letra caligráfica. Al parecer nadie se ha dado cuenta del error, o bien del mismo modo que se inscribió inadvertidamente, así inadvertido ha quedado.

    Soy el fruto preclaro, perdón, precario de un alumbramiento doloroso. Sin duda he nacido para dar noticia de mi vida. Soy el mensajero de mí mismo. Me siento orgulloso de ello. Algún día sabré también si además anuncio algo.-

    Yo iba por la calle y supe que tenía ocho años. Tuvo el valor de una revelación, pero no alcancé a comprender su significado. Me produjo la incierta y gozosa sensación de una novedad vacía. No sabía qué hacer con esos años de pronto cumplidos, que sin embargo me llenaban de expectación, acaso porque fue la primera vez que de esa manera o de otra era consciente de mí y de mi vida. Como todo ha de tener un final, la historia no estaría completa si no dijera que cuando se acabó la calle, la experiencia se malogró.-

    Me llamo Luis Lourido de Elizondo. Cuando era pequeño, al menos durante un tiempo, mi nombre no me gustaba, me parecía vulgar y hasta de mal gusto, y en secreto les reprochaba a mis padres que me hubieran puesto así. A mí me hubiera gustado Roberto, por ejemplo, que suena elegante y rotundo, y no Luis tan breve y conciso que dura lo que un suspiro.

    Una vez me disloqué un dedo de la mano y mi madre me llevó a una sanadora que vivía en la calle por donde yo iba y venía de la escuela. Me puso una venda, y cuando me la quitaron recuerdo que tenía todo el dedo enroñado.

    Por esa calle bajábamos a veces jugando a la mula o correcalles, por esa calle recuerdo que pensaba que mi nombre no me gustaba.-

    Querida Rosaura, me he metido en un cine sin ti. La película trataba de un niño castigado por la incomprensión de sus padres, demasiado maduro para su edad. En la butaca de al lado, una o dos filas más adelante, un hombre no paraba de acercar la rodilla a la del hombre de al lado, cada vez más indiscreto, quizá llevado de una falsa esperanza. A eso del segundo rollo la impaciencia pudo más que el respeto y las formas, lo sacó casi a rastras de la sala y en medio de la calle le dio una paliza para escarmiento.

    Lamento contarte estas cosas, las cartas que te dedico y dedico a rememorar lo que siento por ti deben ir llenas solo de cosas nobles y bellas. La vida, sin embargo, no deja de ser una ensalada revuelta y su sabor es amargo y agridulce.

    No falta mucho para que volvamos a vernos. Mis brazos esperan estrecharte, mis manos tocarte y mis labios besarte. Pero sobre todo mi corazón, el más ansioso de todos, espera descubrir más que nadie y más que nada en el mundo cómo es verdad lo que siente y cuánta razón tiene en quererte.

    Yo no sé si de verdad la vida es un camino de rosas o un valle de lágrimas. Sé que, sea como sea, quiero andarlo contigo y cosechar juntos las rosas y las lágrimas que el camino y el valle nos deparen.

    Tuyo siempre, Luis.-

    Me llena de alegría hallar un amigo nuevo y bueno. Hacía tiempo que el destino no me concedía una dicha así. Un amigo se parece a un hermano sin la desventaja del parentesco. Vendría a ser un hermano puro sin el polvo que arrastran los caminos del linaje.

    De su lado están la lealtad, la seriedad, la serenidad, la virilidad y la nobleza. Hace acopio asimismo de la inteligencia justa y necesaria para dotar de contenido las horas, las conversaciones y los sentimientos.

    Su trato es afable, su sonrisa cordial. Algún día hablaré de él a Rosaura. Es hermoso amar y junto a ello conocer la calidez de la amistad.-

    De pequeño mis hermanos me hacían la petaca, que consiste en reducir la longitud utilizable de la cama en la proporción de ese estuche, de manera que el durmiente o aspirante a tal se ve constreñido a embutirse y encajarse como una pieza dentro de la otra o como el tabaco picado en medio, o en hebras.

    A mí me daba tanto miedo salir de la cama en la noche que la pasaba toda acurrucado, sin atreverme a deshacer la trampa de la sábana doblada.

    Otra vez la pasé entera llorando detrás de la puerta esperando que mi madre viniera a socorrerme por otro motivo. Como no fue así, me acosté pronto. A la mañana siguiente se lo dije y no me hizo caso. Yo creo que no me creyó.-

    Voy a verte, amor mío. Para ello cabalgo en la noche con ojos de silencio y palabras que vuelan. No debiera decir esto, pero a veces el pensamiento va más de prisa que la lengua, y el idioma no acierta a expresar lo que el corazón y cada célula de mi cuerpo saben mejor que el mejor poeta o el más ilustrado sabio.

    Cabalgo, pues, hacia ti desnudo, famélico y sediento, hambriento de pechos y de nalgas, de ombligos y de piernas, pies, frente y labios, duramente hambriento de tus ojos largamente olvidados en esta dura prisión de tu ausencia.

    Amor mío lejano tan próximo, deja que la noche me cubra y nos cubra con su tenue velo de niebla, y a la luz de la luna, en un claro de tu cuerpo, celebremos la victoria sangrienta del amor derramado.-

    Querida Rosaura, a veces pienso que te quiero más de lo que imagino, de lo que yo mismo sospecho. Entonces pasa que la cabeza me da vueltas como si se me fuera a ir, el pecho me oprime y siento un dolor puntiagudo en medio de la cabeza o de la frente, que parece se me va a abrir como una granada madura.

    Si no me equivoco, esto es lo que se llama querer a alguien dolorosamente, tanto que a veces me da miedo. Yo no quiero quererte así, me asusta. Siempre he creído que lo que daña no es bueno y lo que excede y sobra es porque no debe estar. Creo que todo está sujeto a medida y que si algo escapa a ella no debe de ser bueno.

    Creo también, sin embargo, y tendrás que disculpar mi confusión, que no sabría amarte de otro modo y que si lo hiciera, quizá no valdría la pena.

    Este que te quiere y no sabe cómo.-

    Abro la cancela del jardín y viene a mis ojos una visión espantosa. No son gnomos ni hadas lo que veo, ni ogros de los cuentos de cuando era niño. Se me figuró que vi por un momento mi propia muerte. Me vi de pronto en efigie como un aparecido, ausente y olvidado, vagando en la prematura tarde de invierno corroída por la niebla. No me vi la cara, no hacía falta. Lloré entonces desconsolado y en silencio, sin lágrimas, los amores que dejé pasar, los que hubieran colmado mi vida de dicha y honores, aquellos que convienen a la vida de un hombre pleno. Lloré la desventura de verme consumido, estragado y perdido, vendido a

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