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Entre almas
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Libro electrónico240 páginas3 horas

Entre almas

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Información de este libro electrónico

Un propósito de vida pactado en el plano espiritual.

Escapar de las limitaciones del intelecto, del cuerpo y aceptar lo que le dicta el corazón.

¿Qué hace que perdamos nuestras plumas de ángel?

Ángela se vuelve más receptiva con los misterios de su existencia y su propósito de vida, mientras va encontrando plumas e insertándolas en sus alas para adentrarse en su ser y sentir la libertad del alma.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento24 abr 2018
ISBN9788417447779
Entre almas
Autor

Maika M. Molina

Maika M. Molina, natural de Pamplona, tiene cuarenta y ocho años. En la infancia hasta la adolescencia se dedicó a la poesía y después de muchos años ha sentido el impulso de escribir y transmitir pensamientos, sentimientos, emociones y sensaciones que comenzaron a brotar de su interior. Tras la publicación de A través de los espejos y Clara perdona, cierra esta trilogía con Entre almas, por medio de la que desea seguir deleitando a sus lectores.

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    Entre almas - Maika M. Molina

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.

    Entre almas

    Primera edición: abril 2018

    ISBN: 9788417426347

    ISBN eBook: 9788417447779

    © del texto:

    Maika M. Molina

    © de esta edición:

    , 2018

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    A Paola Jara.

    Un alma joven.

    Gracias por tu presencia.

    Pesa el telón infantil

    La cápsula de la sabiduría la venden en frascos transparentes,

    hoy mi lección ha sido milagrosa, que no mágica,

    raspeando mi pluma de escribir con mi largo pelo de hiedra colgante...

    El grandioso secreto del saber está dentro de ese espejo,

    concediendo a la manada la enseñanza del maestro y la virtud de crear desvanecidos vadeos de revueltos ríos según entran en la mente de egoica invisibilidad...

    Grandeza es coincidir en esta vida con tu verdad,

    dándote cuenta de que el fin es la pureza...

    Mi paz alcanza al amor, juntos van, sentados se aman,

    coincidir las historias, atarlas para que crezcan descontrolando la cordura,

    tentando la gravedad que confunden nuestras arrugas.

    Hoy soñaré la enseñanza percibida,

    planchando mi corazón.

    Las arrugas ya no incomodan.

    Quiero ser capaz de resistir la tentación de la dualidad en la vida,

    para poder ausentarme cuando este cuerpo

    cese su algarabiado movimiento de marioneta veraniega...

    Me cansé del amor tartamudo.

    Extiendo mi manto aún sabiendo el esfuerzo a dedicar.

    Hoy regalo cerezas de entendimiento y agrado verbal.

    Hoy soy.

    Agustín Zubieta Apeztegia

    De pronto, limpiando con la bayeta el mostrador, sintió rigidez en el cuello y presión en la cabeza con una especie de adormecimiento de sus sentidos y su cuerpo. Todo a su alrededor se ensordeció moviéndose a cámara lenta y una imagen diferente se superpuso a lo que estaba ocurriendo delante de sus ojos. Ángela intentó centrarse fugazmente en la escena que había aparecido, pero aquella mezcla de imágenes la mareó y sintió nauseas que la precipitaron al aseo. Miriam, que la había seguido con la mirada, fue en su busca y tras la puerta la escuchó vomitar.

    —¿Estás bien?

    —Sí —respondió Ángela medio atragantada.

    —Mentira.

    —De verdad que no es nada.

    —¿Estás embarazada?

    —No digas tonterías —contestó mientras se sentaba en el suelo algo débil. —No es nada de eso. Además serías la primera, no, la segunda en saberlo.

    —¿Después de tu madre?

    —En ese caso, serías la tercera.

    —¡Vaya! Como he bajado de categoría— dijo con cierto sarcasmo —¿Estás segura?

    —Solo ha sido un mareo—. Cómo explicar lo que había experimentado si ni siquiera ella lo entendía. Se puso en pie, respiró hondo y abrió la puerta para enfrentar la mirada de Miriam. —¿Ves? Estoy bien. Algo que no quería mi cuerpo y decidió expulsarlo.

    —¿Y ya está?

    —Bueno, si quieres montó un drama, me voy a casa y te dejo todo el trabajo a ti.

    —¡La verdad es que mala cara no tienes!

    Ángela sonrió. Hizo girar a Miriam sobre sus pies y le dio un pequeño empujón para que saliera delante de ella. Su amiga se metió detrás de la barra y ella recogió las tazas de un par de mesas que se habían quedado libres, mientras seguía intentando separar aquellas imágenes mentalmente. Eran de un hospital; pero no antiguas, más bien actuales.

    Esa tarde Fernando fue a buscarla a la salida del trabajo. Le gustaba ese beso de Ángela que llegaba tras una sonrisa sincera. Aunque ese día fue muy diferente ya que cuando salió, bastante seria, lo abrazó durante largo rato en silencio y antes de soltarlo le preguntó en qué hospital estaba su padre.

    —¿Por qué quieres saber eso?

    —Porque voy a acompañarte a verlo.

    —Ya te dije que no tengo ningún interés.

    —Deberíamos ir. Hay una verdad oculta que espera salir a la luz.

    —¿De qué estás hablando?

    —¡No lo sé! Pero por favor, vayamos.

    —Me estás preocupando. Además, ¿qué le digo, hola, soy tu hijo? ¿Acaso me va a creer? ¡Si ni siquiera sabe como soy!

    —Mejor que hable él. Además te reconocerá enseguida. Dijiste que tu madre siempre te decía que eras igualito a él, así que se reconocerá en ti. ¡Por favor, por favor!— le suplicó.

    Fernando guardó silencio pensando en ello mientras Ángela le hacía pucheros burlones para convencerlo. —¿Sabes lo qué me estás pidiendo?

    —Lo sé y sé que es difícil para ti como también intuyo que será algo beneficioso para vosotros dos. Además, seguro que en el fondo quieres una explicación.

    —Yo no termino de ver en que me beneficia ver a un padre que ya no conozco y mucho menos en que le beneficia a él si se está muriendo. ¿Me planto allí para que me pida perdón?

    —Quizá el que tenga que pedir perdón seas tú.

    —¿Yo? ¿Por qué?

    —No me hagas más preguntas de las que no conozco la respuesta. Solo confía en mí y vayamos a verle. Además como voy contigo, el mal trago se reduce a la mitad.

    —No sé yo...

    —Pronto sabrás. Vayamos. ¿Conduces tú o vamos en bus?

    —Todo esto me ha puesto nervioso y si voy es porque tú me lo pides. Ya que sabes de sobra que no tengo ningún interés en ver a ese hombre—. Guardó silencio sin apartar la mirada de Ángela hasta que cedió. —Conduciré yo.

    —Buen chico— y por fin le dio el beso acostumbrado, pero a Fernando no le sentó igual.

    Cuando entraron en el coche, él la miró de reojo al arrancar pero, volvió la llave para parar el motor. —Necesito saber Ángela.

    —Me ocurrió algo extraño esta tarde y no entendía hasta que te vi llegar, que fue cuando supe que tenía que ver contigo.

    —Entonces dime que va a pasar.

    —No lo sé. Tú conduce y cuando me venga un pálpito te lo haré saber ¿vale?

    Fernando arrancó de nuevo el coche y cuando se incorporó a la circulación su velocidad era evidentemente más lenta de lo habitual, como si estuviese retrasando lo que iba a ocurrir o debatiendo si echar marcha atrás. Ángela le puso la mano en el antebrazo y le hizo un gesto insinuando que todo estaba bien. Que no se arrepintiese de haber cogido camino al hospital. Así que Fernando se irguió y aceleró un poco para coger un ritmo más acorde con la circulación.

    Cuando llegaron, Fernando no sabía ni en que habitación se encontraba y parados delante de información no le salía preguntar. Los nervios ya se habían hecho de él y le sudaban las manos. Ángela lo apartó del mostrador para calmarlo. —Sé que no es fácil, así que dime cómo se llama y cuando subamos, si quieres, entro primero a la habitación y hablo antes con él.

    —¿Estás segura de que esto es buena idea?

    —No sé si es buena idea, solo sé que es lo correcto.

    —¿Por lo que dijiste de que hay una verdad oculta que debe salir a la luz?

    —Averigüémoslo ya que estamos aquí.

    Él asintió y le proporcionó el nombre. Ángela regresó al mostrador para que le informasen del número de habitación y subieron por las escaleras hasta la segunda planta para darse un respiro. Cuando llegaron frente a la puerta, Fernando se quedó clavado en el suelo. Ángela comprendía que tenía que ser duro para él después de tantos años. Se puso delante, lo abrazó y le pidió que esperase. Que ella entraría primero para suavizar el encuentro y de paso saber si el hombre estaba en condiciones de sostener una conversación.

    Fernando la vio desaparecer por la puerta y se apoyó en la pared a esperar. Todavía estaba a tiempo de echarse atrás. Marcharse antes de que Ángela saliera a su encuentro, pero enseguida descartó la idea. Le pareció una bajeza por su parte. Además confiaba en ella y si le había hecho ir hasta allí, debía ser importante y no quería defraudarla.

    Ángela asomó por la puerta. —Te está esperando. Mejor os dejo solos. Estaré en la sala de espera. Es un buen hombre, Fernando—. Él la siguió con la mirada mientras se alejaba por el pasillo hasta verla sentarse en un lugar visible. Respiró hondo y entró en la habitación.

    La sala de espera sonaba a hueco, aunque no estaba sola. Una mujer con pronunciadas ojeras se había quedado dormida en uno de los asientos. Ángela ya había averiguado por qué estaban allí. Lo que desconocía era la reacción que podría tener Fernando ante la noticia. Mantuvo la fe en que él fuera prudente con lo que iba a escuchar, ser permisivo con los errores del pasado y dejarlos ir. Deseaba que hubiese compresión y reconciliación ya que el hombre se había emocionado cuando ella le contó que su hijo estaba al otro lado de la puerta. Su corazón estaba débil e intentó tranquilizarlo antes de dar paso a Fernando, ya que la salud de su padre y el tiempo que le quedaba, jugaban en contra.

    Fernando tuvo que salir de la habitación mientras la enfermera atendía a su padre antes del cambio de turno y se sentó junto a Ángela a esperar. Durante unos momentos hubo silencio entre ellos, hasta que Fernando con la cabeza agachada hizo una pregunta al aire. —¿Por qué?— Ella lo miró sin responder nada, ya que tampoco sabía exactamente a qué se refería. —¿Por qué?— volvió a preguntarse en voz alta. Se volvió hacia Ángela y le formuló preguntas: —¿Por qué le engañó mi madre?

    —Cuando estamos dolidos decimos cosas sin sentido y a veces olvidamos haberlas dicho y más aún, ignoramos el dolor que hayan provocado. Nos desahogamos sin miramientos y después no somos capaces de reconocer nuestros errores. El dolor distorsiona la realidad.

    —¿Eso es una justificación hacia ella?

    —Lo es para todo el mundo. El dolor que podemos llegar a sentir en un momento dado, nos lleva a causar dolor en otros e incluso a veces sin importarnos las consecuencias.

    —¿Te parece bien que le hiciese creer que no era hijo suyo y por ello se fue y no volvió nunca a verme?

    —No digo que tu madre hiciese bien las cosas. Tampoco él se molestó en averiguar la verdad.

    —Ese hombre que agoniza en esa habitación, vivió muchos años con una mentira a cuestas.

    —Lo sé. Y tú acabas de liberarte de un resentimiento y ya pretendes encadenarte a otro.

    —Mi madre dijo que él se fue porque no nos quería y en verdad se fue porque se sintió engañado criando a un hijo que no era suyo, cuando en verdad si lo soy.

    —Con una prueba de paternidad lo hubiese solucionado— suspiró Ángela —La verdad sale a la luz. Tienes que entender cómo funciona el rencor y perdonarla, perdonarle a él y perdonarte a ti mismo.

    —Necesito hablar más tiempo con él—. Hizo ademán de levantarse pero Ángela lo detuvo sujetándole el brazo.

    —Ya no te va a escuchar. Le diste el descanso que necesitaba.

    —¿Qué quieres decir?— pero la pregunta se fue apagando según la iba formulando porque vio entrar a varios médicos a la habitación algo apresurados. Miró a Ángela confuso. —¿Ha muerto?

    —Se ha ido.

    —¿Cómo lo sabes?

    Ella se encogió de hombros y Fernando se dejó caer en el asiento. Un momento después llegó la enfermera para dar la noticia.

    —¿Eres el hijo?— Fernando asintió. —Lo siento, ha fallecido. Será mejor que despiertes a tu madre,— dijo girando la mirada hacia la mujer que dormía —para decírselo. Si tenéis seguro, podéis ir avisando ya que no habrá autopsia y así realizar el traslado al tanatorio que os corresponda.

    Fernando se quedó de pie viendo alejarse a la enfermera y después volvió la vista con el ceño fruncido hacia la señora dormida. Otra noticia que no esperaba. Su padre tenía una segunda esposa.

    Ángela también estaba sorprendida, pero reaccionó deprisa poniendo la mano en el pecho de Fernando. —Yo la despierto—. Y mientras él se sentaba para seguir tragando las novedades, ella se acercó hasta la mujer hablando en voz baja. —Señora, disculpe, despierte.

    La mujer abrió los ojos y parpadeó varias veces hasta centrarse en el rostro de Ángela —lo siento, su marido...— no pudo terminar ya que la mujer saltó del asiento precipitándose por el pasillo hasta llegar a la habitación donde tropezó con los médicos que salían en ese momento.

    Fernando observaba la escena con la mirada perdida. La mujer se echó a llorar, los médicos le dieron el pésame, y él, que no terminaba de asimilar todo aquello.

    Ángela respetó su silencio dejándolo solo unos momentos mientras ofrecía su ayuda a la viuda. —La acompaño en el sentimiento. ¿Si puedo hacer algo?

    —Tengo que llamar a mis hijos— dijo sollozando.

    —Tenga mi móvil— se lo ofreció mientras contenía su sorpresa al saber que Fernando podía tener hermanos. A la mujer le temblaban las manos así que Ángela marcó por ella y cuando hubo señal se lo entregó y la dejó sola para volver donde Fernando. Se sentó a su lado y le agarró la mano. —¿Estás bien?

    —Son muchas noticias nuevas de golpe.

    —Todavía hay más.

    —No creo que quiera saber. Mírala,— dijo señalando con la mano que se aferraba a la de Ángela —la esposa de mi padre.

    —Tiene hijos y podrían ser tus hermanos.

    Fernando se levantó con un bufido yendo hacia el ventanal. Aquello era ya demasiado y no pudo contener las lágrimas. Un padre al que no quedó tiempo de conocer, una madre que falseó la verdad y lo envenenó contra su padre y unos hermanos de los que nunca oyó hablar.

    Ángela se colocó tras él y lo abrazó por detrás. —Comprendo que todas estas novedades te superen, aunque todo es para bien.

    —Si tú lo dices— y se volvió para abrazarse a ella.

    La mujer los interrumpió para devolver el móvil. Fernando soltó a Ángela y se limpió rápidamente las lágrimas, a tiempo de ver claramente como aquella mujer le clavaba la mirada palideciendo. Ángela reaccionó rápido sujetándola por la cintura y acercándola a un asiento. La mujer se tapó la boca con la mano en un intento de contener su congoja mientras se recuperaba de la impresión. Fernando era como su marido cuando ella lo conoció y por un momento creyó ver un fantasma.

    —Tranquilícese cuanto pueda. Él es Fernando, el primer hijo de Luis.

    —Sois dos gotas de agua. Pero él... —estaba confusa— dijo que no eras hijo suyo.

    —Ya habrá tiempo para las aclaraciones. Ahora debe procurar estar lo más tranquila posible. Le esperan días muy ajetreados. ¿Pudo hablar con sus hijos?

    La mujer asintió sin dejar de mirar a Fernando que también la miraba sin saber qué decir. —Lo siento muchacho. He perdido un marido maravilloso pero me pena que tú no lo llegaras a conocer—. Fernando se agachó frente a la mujer aún sin palabras. Entonces la señora lo abrazó, ya que los dos habían sufrido la pérdida.

    Ángela emocionada se alejó unos metros para dejarles intimidad. Se colocó en la puerta donde tenía acceso visible a la sala y al pasillo. Era admirable lo rápido que la mujer había aceptado la presencia de Fernando. Solo quedaba saber que tal tomarían la noticia los hijos.

    Un rato más tarde, mientras en la sala de espera dos adultos mantenían una conversación, ya más tranquilos, Ángela vio asomar a una pareja de jóvenes, un chico y una chica que llevaba en la mano una pequeña carpeta yendo directos a la habitación del difunto. Dedujo que debían ser los hijos, así que se acercó donde Fernando para informar a la mujer de su llegada. La señora se levantó, abrazó de nuevo a Fernando, y antes de alejarse por el pasillo le pidió que esperase a que comunicara la noticia a sus hijos.

    Ángela miró a Fernando viéndolo más sosegado.

    —Es una buena mujer— le dijo antes de abrazarla. —Tengo dos hermanos.

    —Deberías llamar a tu madre.

    Fernando la soltó. —¿Para qué?— su tono de voz cambió radicalmente —Ya sabes que ella no quería saber nada y después de tantas mentiras es mejor que siga sin saber. ¿Te puedes creer que mi padre, la única vez que se emborrachó fue el día que mi madre le dijo que no era hijo suyo? Me ha mentido en demasiadas cosas. Una madre no hace eso.

    —Una madre es capaz de muchas cosas por un hijo y tal vez solo pretendió con ello que no te apartases de su lado.

    —¿Con mentiras?

    —Quizá para ella eran verdades. Las personas solemos confundir las cosas según con qué ojos las miremos. Yo me confundí cuando dije que a mi padre y a mí solo nos une la carne. Hoy me estoy dando cuenta de ciertos detalles que pasé por alto. Tengo que volver a hablar con él y tú deberías sentarte serenamente con tu madre y hablar de todo el pasado que seguís arrastrando con el rencor acumulado.

    —No es buen momento. Estoy demasiado dolido.

    —Lo entiendo— guardó unos instantes de silencio antes de continuar. —Creo que lo que viví en el coma no solo fue un posible reflejo de mi historia, sino la historia de muchas personas. Retazos de historias. Hablaremos luego— dijo mientras le indicaba la presencia de sus hermanos en la sala.

    Fernando no se movió. No sabía cómo comportarse ni qué pensaban aquellos dos adolescentes de él, pero para su sorpresa, los chicos con ojos llorosos dieron el primer paso y se acercaron

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