Avatares
Por Susy Biondini
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Desnudarse de egoísmos, amar y proteger la niñez. ¿Desde cuándo es utopía?
«Avatares no es un libro religioso, sin embargo, se sustenta en uno de los designios fundamentales del judaísmo y del cristianism o, como es el Mandamiento ´Ama a tu prójimo como a ti mismo´.
El perdón y la solidaridad hacen que una escritora que no consigue encontrar como expresar sus sentimientos ni en su vida afectiva ni en el papel, arriesgue el confort en el que vive y se jueguepor un adolescente desconocido, ocultándolo de la policía que lo persigue.
Avatares es una novela corta y de lectura fácil, más en el transcurrir de sus páginas. El suspenso impregna la historia que desemboca en un final insospechado y trágico, cargado de emoción y ternura.»
Mario Bovcon
Susy Biondini
Susy Biondini nació en Buenos Aires, Argentina. Escritora desde la más tierna edad, fue cofundadora de Aunarte, Cooperativa de arte multidisciplinario, Buenos Aires (1980-1984). Sus primeros poemas fueron publicados en la revista que editaba la cooperativa. Estudió teatro entre los años 1969-1972 en la escuela Justo José Urquiza y luego en la escuela de Rubens Correa entre 1979-1980. Participó del movimiento «Los Poetas Vivos» al final de la dictadura militar Argentina. En el año 2013 vuelve al teatro con «Actor's Arena Group» dirigido por el director Max Ferrá en el Miami Dade College. En el 2014 escribe «Bohemia», obra para microteatro, la cual es seleccionadapor el MDC para realizar un filme. «Bohemia» se estrenó en la ciudad de Miami en el teatro Artefactus en el 2015. En este mismo añopublica su primer libro de poemas y cuentos «Aymara». Las revistas digitales Nagari de Miami y El Dorado de Perú publicaron varios poemas y relatos de su autoría. Susy Biondini vive en la actualidad en la ciudad de Hallandale Beach, Florida.
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Avatares - Susy Biondini
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.
Avatares
Primera edición: julio 2018
ISBN: 9788417447052
ISBN eBook: 9788417447885
© del texto:
Susy Biondini
© de esta edición:
, 2018
www.caligramaeditorial.com
info@caligramaeditorial.com
Impreso en España – Printed in Spain
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Los personajes de esta novela son todos ficticios, igual que su historia. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
El autor
Este libro se lo dedico a mis nietos, Gastón, Carolina, Antonella, Ayelén y Sebastián. Porque ellos son el futuro.
Prólogo
Hipocresía
Mi miserable paridad
con el prójimo
me atormenta
me agiganta
en miniatura
me masifica
y paraliza
Somos este manojo
de soledades
tratando de
pasar desapercibidos
que la bomba que caiga
caiga en otro lado
Desde este minúsculo
espacio en el que habito
mis ojos incrédulos
observan la tv
esa vastedad
inhumana del mundo
Que la bomba que caiga
caiga lejos
que la bala que arrasa
arrase lejos
que la violación inminente
violente a otros
Que la pantalla me resguarde
y no salten desde ella
a cortarme el clítoris
a cubrirme el rostro
a prohibirme el canto
a quemar a mis hijos
que la bomba estalle
dentro de ella
y mi casa quede intacta
En esta miserable paridad
con mi vecino
me siento resguardada
Domingo
I
El ocaso se adentró con inusitada premura en la habitación donde me encontraba. Reclinada en mi sillón favorito, disfrutaba del lento devenir de la noche, sin atinar a levantarme y encender las luces. Mis manos yacían inertes en la lujuria del hastío. El calor del Sur de la Florida nos daba un leve respiro. Corría una brisa suave y yo había abierto las ventanas para que el aire del atardecer refrescase la casa.
Una pieza para piano de Mozart salía de mi Ipad. Era placentero estar ahí, de cara a la ventana, recibiendo la brisa del crepúsculo. En ese ensimismamiento en que me encontraba, el diminuto deleite de la paz interior, lo único que me perturbaba era la luz intermitente de la laptop, que salía por la pequeña ranura que había dejado un mal golpe. Abierta, esperando por mí. Aguardando la historia que no quería apoderarse de mi alma. En ese instante mi cuerpo era el receptor. La computadora tendida en el escritorio, debería esperar a que todo lo que decidiera salir de mi ser se vierta en ella.
Hacía días que mi mente carecía de relatos. Mi creador interno estaba de asueto. Pero en ese éxtasis en el que me encontraba inmersa, nada importaba.
Afuera había calma, como si el mundo estuviera detenido, esperando que me moviera para proseguir con su ritmo. Cerré los ojos, iban a tener que esperar más.
Una sombra negra, más negra que el ocaso saltó por mi ventana. El ruido del traspié de ese individuo al rodar hacia abajo, me sacó de mi abstracción. Grité y de un salto me levanté del sillón. Él se incorporó como un gato erizado. Puso su dedo en su boca jadeante para señalarme que no gritara. Solo atinó a decir — Ayúdeme, por favor
. Afuera se encendieron las luces de varios patrulleros. Pude ver su rostro. Era un muchacho, un chico con el terror reflejado en su mirada, implorante. Medí la distancia entre la puerta y la ventana. Él levantó sus manos.
—No estoy armado, por favor ayúdeme. No deje que me atrapen.
Sus lágrimas empezaron a aflorar. Miré a ese chico pávido. Mi alma de madre me impulsó a tomar su mano, él me la arrebató; entonces repetí lo que él me había dicho un segundo antes — Por favor — y se dejó llevar. No porque confiara, simplemente porque no tenía alternativa. Abrí la puerta del departamento tironeándolo con todas mis fuerzas. Al principio lo sentí reticente, luego se entregó a mi carrera. Salí al descanso de la escalera y lo llevé dos pisos más arriba, donde mi amiga Margot tenía un departamento para alquilar. Mis dedos temblaban. El candado que colgaba de la puerta guardaba la llave del departamento. Se me escapó de las manos que se movían con torpeza. Logré abrirlo, sacar la llave y así pude franquear la puerta y empujar al muchacho dentro.
—No contestes por nada del mundo. Te quedas acá hasta que yo venga por vos. — Le dije con la esperanza de que me hubiera entendido, ya que ni yo misma entendía qué era lo que estaba haciendo. Asintió nervioso, mirando para todos lados.
—No prendas ninguna luz — alcancé a decir al mismo tiempo que cerraba la puerta tras de mí y rogaba no estar equivocándome.
Crucé como en un trance, porque no recuerdo haber caminado los escasos metros que me separaban de la puerta que me conduciría de regreso a la escalera. Podía escuchar mi corazón junto a las corridas que empezaban a surgir desde la planta baja. Sentí un dolor intenso en la mano, como si algo me punzara en medio de ella. Al abrirla vi que la llave, que me había olvidado de poner dentro del candado, estaba incrustada en la palma. Me saltaron las lágrimas. En un acto reflejo me saqué la llave y la tiré. La sangre empezó a brotar por entre los dedos. Las sirenas aullaban como si las tuviera al lado. La mirada de pánico del chico ahora era mía. Me sentí mareada. ¿Qué había hecho? ¿Me había vuelto loca? ¿Qué hacer ahora? No podía regresar al departamento. Como un tropel de caballos retumbaban en mis oídos las corridas por las escaleras. Los gritos como ecos incrustados en mi cabeza. De repente el edificio entero se derrumbaba. Mi cabeza daba vueltas. Caí sentada en un escalón, me aferré a la baranda para no rodar por la escalera. Así me encontraron.
—Aquí está —Un policía me quiso levantar, pero mi cuerpo estaba como muerto y mis manos aferradas a la barra —Aquí— Gritó — Aquí.
Vinieron corriendo dos policías más.
—Señora ¿se encuentra bien? Cálmese, ya pasó. Una ambulancia, llama a una ambulancia. Dale, muévete Smith, que la señora está herida. Álvarez ayúdame.
Me levantaron, no sé cómo aparecí en el sillón de la sala de mi departamento.
El policía me explicaba que no había nadie en mi casa, que me tranquilice. Vino la ambulancia. Me higienizaron y curaron la mano. Me preguntaron con qué me había hecho ese corte. De mi boca no salían las palabras.
Los miré, me di cuenta que no me culpaban de nada. Que yo era la víctima. La heroína que se había escapado del malhechor.
Pero algo me mantenía temblando de pies a cabeza. No podía hablar, aún estaba en shock por lo ocurrido.
—Traiga un vaso con agua para la señora. —Dijo el que parecía el jefe del grupo.
Hubo puertas que se abrían y cerraban de mi alacena, ruido de vasos entrechocándose y el agua de la canilla llenando uno. Un policía frente a mí gesticulaba palabras sin que pudiera prestarle atención. Lo más nítido en mi memoria era aún el rostro asustado del muchacho y una pregunta constante martirizándome ¿Qué había hecho?
. Inmediatamente me cuestioné si me lo preguntaba por él o por mí. ¿Qué Yo
había hecho? El afuera había desaparecido, era tan solo yo y mi conciencia batallando en la oscuridad.
—Señora, tome el vaso por favor.
Como un autómata, bebí. El agua me restituyó a la escena que