Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Los Dragones no comen Carne: Serie del Bestiario de las Valkirias
Los Dragones no comen Carne: Serie del Bestiario de las Valkirias
Los Dragones no comen Carne: Serie del Bestiario de las Valkirias
Libro electrónico352 páginas4 horas

Los Dragones no comen Carne: Serie del Bestiario de las Valkirias

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Alguien está matando dragones. Y los asesinatos apuntan a una guerra civil que se está gestando entre los hados. Cuando Kyra encuentra un bebé dragón abandonado, no quiere llevarlo a casa. Pero hasta que pueda dar caza a su trueno y detener a los asesinos de dragones, le toca hacer de niñera. 

Como controladora de plagas con un corazón blando, Kyra ya tiene un apartamento lleno de rescates, incluyendo un basilisco que se cree un pavo, una niñera banshee e incluso un kraken pigmeo. Puede que cuide de ellos, pero ellos llenan su necesidad de familia. Y cuando esa familia es amenazada, lo arriesgará todo para salvarlos. Incluso unirá fuerzas con el apuesto e irritante capitán de los Guardianes de la ciudad, que nunca deja de estar presente en sus momentos más indignos.

Con este equipo de inadaptados, Kyra abandona la seguridad de la Barrera de Montreal y viaja por la Zona Intermedia - la tierra más allá de los estados protegidos de la ciudad, donde la magia es el único imperio de la ley - para reunir al dragón perdido con su trueno y evitar que una nueva y siniestra fuerza invada su hogar. 

Los fans de Kate Daniels y Bestias Fantásticas encontrarán algo que les guste en esta historia de Fantasía Urbana llena de acción y ambientada en una versión futura de Montreal. El libro 1 de la nueva y emocionante serie del Bestiario de las Valquirias es una verdadera colección de personajes extravagantes, criaturas adorables y magia oscura.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento11 sept 2021
ISBN9781667413020
Los Dragones no comen Carne: Serie del Bestiario de las Valkirias

Lee más de Kim Mc Dougall

Autores relacionados

Relacionado con Los Dragones no comen Carne

Libros electrónicos relacionados

Fantasía para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Los Dragones no comen Carne

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Los Dragones no comen Carne - Kim McDougall

    Los Dragones no

    Comen Carne

    ––––––––

    Libro 1 de la Serie del Bestiario de las Valkirias

    Kim McDougall

    Libros de Kim McDougall

    ––––––––

    Serie del Bestiario de las Valquirias

    La chica que gritó Banshee (Novela)

    Tres medias Cabras Gruff (Novela)

    Los dragones no comen carne

    Los derviches no bailan

    Los sabuesos del infierno no taconean

    Para Larry, que me enseñó los secretos del Ágora de Abbott.

    Tabla de contenidos

    Capítulo  1

    Capítulo  2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    Capítulo 27

    Capítulo 28

    Capítulo 29

    Capítulo 30

    Capítulo 31

    Capítulo 32

    Capítulo 33

    Capítulo 34

    Capítulo 35

    Capítulo 36

    Capítulo 37

    Epílogo

    Agradecimientos

    Capítulo  1

    Después de un largo día persiguiendo pookas, ranas lunares y un gremlin particularmente sigiloso, todo lo que quería era una taza de té y un baño caliente. No necesariamente en ese orden. Me olfateé a mí misma. El baño sería definitivamente lo primero. El gremlin se había enrollado en la basura para ocultar su olor. Pero ahora era problema de Hub. Ésa era la mejor parte de recibir encargos de la ciudad. Sólo era responsable de atrapar a los bichos molestos, no de realojarlos.

    Me acerqué a un escaparate que había sido un taller mecánico. Un cartel pintado a mano sobre la puerta de la oficina anunciaba Control de Plagas Valkiria. El espacio era todo mío y estaba muy orgullosa de él. Había trabajado duro, construyendo el negocio a partir de un trabajo a tiempo parcial que había hecho sobre todo como favor a los amigos. Siempre tuve afinidad con los animales. Los bichos no me molestaban y cuando los hados llegaban a la ciudad, resultaba que tampoco me amedrentaban.

    Demasiado cansada para deshacer la maleta, dejé mi equipo en el camión. Un vistazo rápido a la rana lunar capturada en mi último trabajo, mostró al bicho mordiendo felizmente los barrotes de su jaula. Del tamaño de un melón, tenía una piel azul verdosa y llena de bultos, ojos grandes y una boca ancha. Las ranas lunares son comedoras voraces con una saliva ligeramente ácida. Pueden causar daños similares a los de las termitas, si éstas tuvieran el tamaño de un conejo. Durante la mayor parte del mes, son perezosas y fáciles de atrapar. Pero cuando llega la luna llena, el bicho se hincha como un globo cubierto de espinas afiladas que liberan un potente alucinógeno. Son desagradables y peligrosas, pero buenas para un rápido subidón, y fueron cazadas hasta casi su extinción en los años sesenta. Esperaba que la jaula la contuviera durante la noche.

    Por suerte, mi apartamento ocupaba la mitad trasera de mi oficina. No tendría que arrastrar lejos mis doloridos huesos antes de quitarme los vaqueros y meterme en un baño caliente.

    Hacía tiempo que el sol se había puesto. La inconstante farola de la esquina de mi aparcamiento parpadeaba, arrojando más sombras que luz. Cogí la jaula de la rana lunar y la arrastré hacia la oficina. Un movimiento en la ventana del piso superior me indicó que el señor Murray estaba en su puesto de vigilancia habitual.

    Hola, Sr. Nosy-pants. Le saludé y la cortina volvió a su sitio.

    El coche de Ryleah estaba aparcado junto a la puerta. Como última de una larga serie de asistentes, no tenía muchas esperanzas de que Ryleah llegara a cumplir un mes. No era una jefa exigente, pero el trabajo podía ser un poco peliagudo. Y viscoso. Y sangriento. Mi última ayudante, Tiffany, se desmayó la primera vez que traje una babosa vampiro. ¿Quién sabía que esas cosas podían moverse tan rápido?

    Después de que la vendé, Tiffany renunció. Antes de ella, John no podía lidiar con limpiar la sangre de rata del diablo de mis herramientas. Antes de él... Bueno, había habido otros líos y otros asistentes que no podían manejarlos. El hecho de que Ryleah siguiera aquí, después de las ocho de la noche de un viernes, demostraba cierta valentía.

    En el interior, el despacho estaba poco iluminado y en silencio. Dos escritorios y una pequeña sala de estar llenaban la habitación principal. Los expedientes de casos de trabajos anteriores se apilaban en mi escritorio. Jaulas, acuarios y terrarios se alineaban en dos paredes. Decenas de ojos se asomaban desde la penumbra. Esta noche, mis rescatados estaban inusualmente apagados. Incluso Clarence, mi hiperactivo basilisco, se limitaba a observar con ojos muy abiertos desde su pluma.

    ¿Ryleah? Dejé la jaula de la rana lunar sobre mi escritorio. 

    ¡Kyra! ¡Shh! Por aquí. Ryleah se asomó por debajo de su escritorio. ¡Me están mirando! Tenía maquillaje bajo los ojos y una gota de grasa verde fruncía su mejilla. De las sombras surgieron unos alegres chirridos y dos rollizas bolas de pelo pasaron a toda velocidad, dirigiéndose al viejo garaje convertido en gimnasio.

    Ryleah chilló y luego ahogó un sollozo.

    Suspiré.

    ¡Alvin y Theo! Os voy a vender como cebo si no paráis ahora mismo.

    Más chirridos y un trozo de bolo alimenticio verde aterrizó en el suelo junto a mis pies. Las madras sabían que estaba alardeando. Los traviesos roedores se parecían a las cobayas y les gustaba masticar el heno para lanzarlo a los desprevenidos transeúntes. También tenían buena puntería. Había perdido a más de un asistente por sus travesuras. Y, evidentemente, el nuevo candado en el que me había gastado una pequeña fortuna no servía para mantenerlos en su jaula. Pequeños Houdinis.

    Vamos. Ayudé a Ryleah a levantarse. Los atraparé más tarde. ¿Algún mensaje para mí?

    Se enderezó la falda y se alisó el pelo. No mencioné el bolo alimenticio en su cara.

    No tienes citas este fin de semana, pero el lunes está resultando muy ocupado. Tuvo hipo mientras hojeaba un bloc de notas. Le temblaban las manos. Tres trabajos por la mañana, y...

    Los barrotes de la jaula de la rana lunar cedieron y el gordo bicho se dejó caer sobre el escritorio. Saltó, aterrizó en el pecho de Ryleah con un chapoteo viscoso, la miró fijamente a la cara sorprendida y chilló como si su trasero estuviera en llamas.

    Ryleah le devolvió el chillido.

    Agarré la rana antes de que pudiera hincharse y expulsar espinas llenas de veneno alucinógeno justo en su corazón y la tiré a la papelera. Ryleah cayó hacia atrás, derribando una silla mientras se arañaba la baba que rezumaba en su escote.

    Estoy... estoy... acabada. Sus ojos ardían con fuerza, pero su pecho se agitaba empezando a hiperventilar. N-n-no más.  Tomó su bolso y salió corriendo. Oí la puerta de su coche cerrarse de golpe y el motor encenderse. Los neumáticos derraparon cuando salió del aparcamiento.

    Puedes recoger tu último cheque la semana que viene, dije débilmente, sabiendo que no había forma de que volviera. Le transferiría el dinero.

    Enderecé la silla y me senté. El agotamiento me desinfló. Tendría que contratar a otro asistente. ¿De dónde sacaría tiempo para las entrevistas? Pero si no sacaba tiempo, me iría peor. No podría gestionar los asuntos cotidianos de la oficina y además atrapar bichos. El negocio estaba en auge. Debería estar contenta.

    Contemplé las criaturas enjauladas que se alineaban en mi oficina. Bestias de hadas, roedores de otro mundo, lagartos sacados directamente de la mitología, pájaros, bichos y algunos que aún no había clasificado. Todos los bichos a mi cargo eran huérfanos o estaban heridos y ya no podían sobrevivir solos. Teníamos una relación simbiótica. Yo los cuidaba y ellos llenaban mi necesidad de familia.

    Las madras volvieron a enroscarse en mis tobillos.

    Todo esto es culpa suya. Levanté a Alvin. Su redondo trasero se posó en la palma de mi mano. Acaricié su sedoso pelaje atigrado y él se inclinó hacia mi tacto. Su cara era redondeada como la de un conejillo de indias, pero su labio se abrió para mostrar dos prominentes dientes delanteros. Unos ojos inteligentes me observaban con afecto. No tenía ni idea de qué mundo procedía, pero si la red de leyes se ponía de moda, las madras serían las próximas mascotas.

    Has asustado a la pobre Ryleah. Tendré suerte si no me demandan otra vez por trauma mental.

    Alvin me dio un cabezazo en la barbilla. Sabía que no podía seguir enfadada. Lo dejé en el suelo y trasladé con cuidado a la rana lunar a otra jaula. No podía esperar hasta mañana para liberarla. Tendría que ir esta noche. Me giré para abrir la puerta que conducía de la oficina a mi apartamento.

    ¡Gita! Tengo que volver a salir, llamé al oscuro apartamento. Unos sollozos apagados respondieron desde el armario de los abrigos. Llamé a la puerta. Gita, ¿me has oído?

    La puerta se abrió y el olor a salmuera del océano me golpeó. Un rostro gris con los ojos enrojecidos se asomó. El pelo verde-marrón le llegaba a la cintura como el musgo del pantano. Aunque técnicamente era otro rescate, Gita era lo más parecido a una niñera y ama de llaves. Las Banshees no eran las mejores compañeras de piso, pero necesitaba ayuda con mis pupilos y me había acostumbrado a su llanto.

    Deberías cambiarte la camisa. Ella moqueó y se metió un mechón de pelo gris detrás de una oreja gris. Hueles a mierda.

    Gracias. ¿Puedes alimentar a la horda?

    Gita asintió, se limpió la nariz con un pañuelo empapado y cerró de golpe la puerta del armario. Los lamentos aumentaron hasta que el señor Murray golpeó el suelo con una escoba.

    Lo siento, señor Murray, dije. Intentaremos no hacer ruido. Gita debió de oírle también, porque sus gritos se redujeron a sollozos e hipo.

    Cogí un vaso de la alacena de la cocina, encontré a Hunter, mi kraken pigmeo acurrucado en él y lo volví a echar en el acuario, luego enjuagué el vaso y engullí toda el agua que pude aguantar. Eso tendría que llenar mi estómago hasta que llegara a casa.

    En el dormitorio, me quité la camisa y cogí otra del dudoso montón de ropa que había sobre una silla. Por capricho, me quité las trenzas que mantenían mi pelo fuera del camino mientras trabajaba y me pasé un cepillo por el pelo. Luego me pinté los labios.

    No se me daba bien engañarme a mí misma, y ni siquiera intenté prever que el pintalabios era para la rana lunera.

    Me dirigía al Parque Dorion. Mi caminata me llevaría justo al lado de la casa de Henry Mason, alquimista, guardián y gárgola. La última vez que vi a Mason fue hace más de un año. Pasamos un buen rato sangrando el uno sobre el otro después de luchar contra un troll de roca y compartimos un beso de los que curvan los pies e inducían al sudor nocturno.

    En los meses siguientes, no había llamado. Típico. Me había dejado colgada. Ahora, si lo viera -incluso si lo encontrara en una batalla con un engendro del infierno- no me dignaría a lanzarle una daga.

    Pero un poco de carmín nunca viene mal.

    Valkyriebestiary.com/gargoyle

    Gárgolas entre nosotros

    (24 de junio de 2079)

    Quiero dar las gracias a todos por sus buenos deseos. Sí, me estoy recuperando bien de mi primer encuentro con un trol de roca. Si te perdiste ese post, puedes leerlo todo en los Archivos. Muchos de vosotros habéis pedido más información sobre el misterioso Guardián que se enfrentó al trol conmigo a principios de este mes. He investigado un poco y es una gárgola. Por razones de privacidad, no diré su nombre, pero esto es lo que he podido averiguar sobre esta escurridiza raza.

    Las gárgolas no son ni hadas ni cambiadores de forma tradicionales, aunque tienen características de ambas razas. Los alquimistas crearon las primeras gárgolas en el siglo XV. Eran estatuas de piedra talladas por maestros escultores y animadas mediante la alquimia. Algunas investigaciones indican que el mito de la piedra filosofal tiene su origen en las gárgolas y en el afán de darles vida.

    Tradicionalmente, las gárgolas tienen formas grotescas, dioses de la fertilidad u hombres verdes. También pueden parecerse a seres humanos y a animales (normalmente depredadores de alto nivel).

    Están imbuidas de un espíritu sensible para animarlas, ¿quizás el espíritu del alquimista o del escultor? Esto es sólo una teoría de trabajo. El arte de la gárgola se perdió mucho antes del Diluvio

    Las guerras diezmaron la gran biblioteca alquímica de París. Los pocos textos que quedan son decididamente crípticos, aludiendo sólo al espíritu en la piedra. Ciertamente, la gárgola difiere en gran medida de un simple gólem (para más información sobre los gólems, ver Archivos).

    En Montreal hay gárgolas desde hace mucho tiempo, pero mantienen sus actividades en privado. Los registros del censo muestran que votan por el Partido Alquimista, lo que coincide con mis observaciones de que parecen vivir principalmente en el extremo oeste de la isla, en el dominio alquimista. Prefieren el término guardián a gárgola, pero puede que sea una afectación local.

    Es cierto que las gárgolas sólo cobran vida por la noche y descansan en una especie de estasis durante el día. No se ha encontrado ninguna otra información sobre sus habilidades (mágicas o de otro tipo) en los archivos de Montreal. Así que abro el tema a ustedes, mis lectores y compañeros criptozoólogos. ¿Alguien más se ha encontrado con una gárgola? Dejad vuestros hallazgos en los comentarios de abajo y añadiré los datos a esta entrada.

    Comentarios (5)

    ¡Me encanta tu blog! Gracias por publicar y me alegra saber que estás recuperada.

    Karen_Tyrone (24 de junio de 2079)

    Yo me encontré con una gárgola una vez: me salvó de un atraco. Así que tal vez lo del Guardián no sea sólo local.

    Kang_Master (24 de junio de 2079)

    Las gárgolas son una abominación bajo el cielo. Los amantes de las hadas como tú me dan asco.

    CreamPuff1489 (1 de julio de 2079)

    ¿Has visto alguna vez una gárgola de verdad? Eso de ser mitad hombre y mitad piedra suena muy romántico.

    DaddysGirl (23 de marzo de 2080)

    No estoy seguro de lo romántico, pero son buenos perros guardianes. Tenemos suerte de tenerlos en nuestro barrio.

    Valkyrie367 (25 de abril de 2080)

    Capítulo  2

    La luz de la calle se apagó, dejándome en la oscuridad mientras volcaba la nueva jaula en la caja del camión. Había dejado el camión sin cerrar. Nadie se molestaría en robarlo. Esa era la ventaja de conducir un montón de chatarra. Pero cuando me puse al volante, me encontré con un derviche encaramado en el asiento del copiloto.

    Jacoby, ¿qué quieres? Giré la llave y la camioneta cobró vida.

    Con casi medio metro de altura, Jacoby era grande para ser un derviche de fuego. Su rostro delgado llamaba la atención por sus orejas caídas y sus ojos saltones que brillaban a través de una franja de pelaje gris. Caminaba erguido sobre dos patas, pero más pelaje gris cubría su cuerpo ágil y sus largas extremidades, como un elfo cruzado con un caniche.

    Quiere ir contigo, Kyra-lady. La determinación apretó su mandíbula. Jacoby llevaba días siguiéndome como a un malvado. Los derviches de fuego eran criaturas duras y normalmente solitarias, pero algo le había asustado.

    Te dije que no puedes vivir conmigo. Ya tengo demasiados rescatados.

    Jacoby era perfectamente capaz de sobrevivir en la ciudad. Sólo acogía a los animales que no podían valerse por sí mismos en nuestro mundo, y preferiblemente a los que no incendiarían mi edificio si se excitaban demasiado.

    Agarró el cinturón de seguridad con ambas manos, como si fuera a intentar desprenderse de él. Estaba demasiado cansada para discutir, así que lo ignoré por el momento y navegué por el laberinto de baches de mi aparcamiento. Se aferró a su asiento mientras yo avanzaba a toda velocidad por las oscuras calles. Me desvié para llegar a la salida del puente Gallop y luego reduje la velocidad hasta detenerme en la fila de coches que esperaban para salir del pabellón. Volví a centrar mi atención en mi polizón.

    Déjalo ya. Le aparté los dedos nudosos de mi radio mientras escaneaba docenas de canales estáticos con una mano y subía el volumen con la otra. El pequeño derviche hizo un mohín. Jugó con la hebilla del cinturón. Algo pasaba.

    Dime por qué estás aquí o te dejaré en medio del puente. En realidad no lo haría. Jacoby podía tele-transportarse a distancias cortas. Si intentara echarlo del camión, volvería a entrar.

    Las cejas borrosas bajaron sobre los ojos grandes.

    Yo siento mal.

    ¿Estás enfermo?

    ¡No! Yo siento mal por venir. Como una tormenta.

    El cielo estaba lo suficientemente claro como para mostrar una brillante gama de estrellas, así que la tormenta de Jacoby debía ser metafórica o existencial. No desacredité sus sentimientos de buenas a primeras. Los derviches son criaturas entrometidas que se posan en las chimeneas, a menudo espiando a sus desprevenidos anfitriones. Eso los convierte en una gran fuente de información.

    Tal vez podría alojar a Jacoby con mi vecino superior, igualmente entrometido.

    Bien. Puedes quedarte conmigo por ahora, pero voy a salir de la sala, al Zona intermedia.

    Jacoby se chupó sus largos dedos y no dijo nada. Condujimos el resto del camino en un silencio incómodo.

    El parque Dorion está fuera del pabellón, pero sólo unos pocos kilómetros en el Zona intermedia, el terreno sin ley que llena los huecos entre las pocas ciudades-estado que quedan después de las Guerras del Diluvio. Sin embargo, no estaba demasiado preocupada. Los alquimistas utilizaban el parque como campo de pruebas para su tecnología mágica. Lo patrullaban y mantenían alejados a los bandidos y otros grandes depredadores. Hub, el órgano de gobierno centralizado de Montreal, me había autorizado a utilizar el parque como terreno de repoblación para cualquier criatura fae[1] de clase tres que considerara peligrosa para la población general.

    El acceso público se cerraba al anochecer, pero los caminos de servicio estaban siempre abiertos. Conduje a través de un túnel de árboles inmensos, viendo sólo hasta los pocos metros de carretera que iluminaban mis faros. No era un parque de verdad, sino mil doscientos acres de bosque denso, riachuelos que gorgotean y abundante fauna.

    Bordeé el extremo este y crucé un puente de madera. A la derecha, los árboles bloqueaban la luz de la luna creciente. A la izquierda, una casa gótica se alzaba detrás de un jardín cubierto de vegetación.

    Reduje la velocidad de la camioneta para poder verla bien. Construida con pizarra oscura, la Mansión del Guardián era más un castillo que una casa. Unas pequeñas ventanas coronaban un gran balcón que colgaba sobre las puertas delanteras y que se abría a un camino circular. Y tenía torretas -torres de verdad- estranguladas por enredaderas. La casa fue una vez una posada en uno de los pocos caminos que llevan a Montreal Ward. Ahora era propiedad de Henry Mason, capitán de los vigilantes gárgolas de la ciudad conocidos como los Guardianes.

    Podría haberme detenido cerca de la entrada del parque, pero siempre tomaba esta ruta más larga, diciéndome que era más seguro dejar a los bichos en lo más profundo del bosque. Mi corazón traidor esperaba vislumbrar a Mason o a una de sus gárgolas. A esta hora de la noche, había muchas posibilidades de ver una volando sobre los árboles o posada en su tejado.

    No estaba segura de que Mason pudiera realmente volar como las otras gárgolas. Sólo lo había visto una vez. Aunque se convertía en piedra con el sol, como las demás gárgolas -yo misma había sido testigo de este extraño rasgo-, no tenía alas como las demás. Tampoco tenía el tradicional rostro grotesco. Uno más de sus muchos misterios, que me habían hecho pensar en él durante casi un año.

    ¿A quién quería engañar? Habían pasado trescientos veintiún días desde que luchamos juntos contra el trol. Una chica no olvidaba a un hombre como Mason ni el beso que me plantó antes de que saliera el sol y lo convirtiera en piedra.

    Había sido una noche infernal.

    Habíamos luchado contra un trol y engañado a una banda de sátiros para enterrarlo. Cuando eso no funcionó, volvimos a luchar contra el trol. Estaba herida. Muy mal. Pasé cuatro días en el hospital, las tres semanas siguientes preguntándome si debía llamarlo y los meses siguientes tratando de olvidarlo. La mayor parte del tiempo lo conseguí.

    Pasar por su casa no era un intento desesperado de conectar con un hombre que, obviamente, estaba menos impresionado por mi beso que yo por el suyo. Era una rendición a la memoria, un recuerdo que podía sacar y pulir de vez en cuando, y luego guardarlo a buen recaudo.

    Hay unas bonitas chimeneas para ti, Jacoby. Reduje la velocidad hasta detenerme y señalé el techo de la Mansión de los Guardianes.

    Jacoby miró a través del parabrisas. Sus largos dedos presionaron el cristal.

    Oooh. Me gustan las torres.

    Es propiedad de una gárgola. Pensé que le gustaría vivir con otro no humano.

    Jacoby se dio la vuelta como si le hubiera picado.

    ¡Las gárgolas son malas! No puedo vivir con gárgolas. Se encorvó en el asiento.

    Entonces no hubo solución rápida para mi problema con los derviches. Me alejé de la mansión y me adentré en el bosque mientras Jacoby hacía pucheros.

    La luna era sólo una franja, su luz apenas penetraba en la densa copa de los árboles. Conduje todo lo rápido que me permitía mi vieja camioneta y derrapé al doblar la esquina, arrojando grava al girar en un claro al lado de la pista. Apagando el motor, encontré la linterna que había caído entre los asientos.

    Jacoby me siguió, saltando de un pie a otro mientras descargaba la rana lunar.

    ¿Dónde va Kyra-lady?

    Ahí dentro. Asentí con la barbilla en dirección general a los árboles y me colgué el arnés de la espada a la espalda. De ninguna manera me adentraría en el bosque de noche sin armas. Mi tía Dana, que me había entrenado en el fino arte de matar, diría que incluso con una espada, era tan bueno como desarmado. Y luego lo demostraba golpeándome con sangre y quitándome el arma. Dana era así de generosa.

    Aunque no fuera letal según los estándares de las valkirias, mi espada y yo probablemente podríamos defendernos de cualquier bicho que nos encontráramos en el bosque. Probablemente.

    ¡No, no, no! Jacoby tiró de mi manga. La bonita Kyra-lady no debería entrar ahí. Se apretó contra mi pierna como un niño pequeño tímido, y resistí el impulso de sacudirlo.

    No tardaré mucho, dije. Puedes esperar en el camión.

    Jacoby se metió un dedo multi-articular en la oreja y se rascó. Miró el camión, miró el bosque oscuro y debió decidir que sus posibilidades eran mejores con compañía. Me siguió mientras arrastraba la jaula por el camino que llevaba a la oscuridad.

    Bajo Dorion corría una línea ley como un río de pura magia, y el parque desprendía una sensación de inquietud que iba más allá de las sombras proyectadas por los viejos árboles. Cada paso se sentía silenciado, como si la almizclada maleza se tragara mi paso.

    Estaba acostumbrada a tratar con los hados más oscuros y tenía afinidad por los bosques, pero quería correr por estos bosques, mirando por encima del hombro en busca del Lobo Feroz, Pie Grande y Jack el Destripador. Incluso un mundano, alguien cuya magia fuera lo suficientemente tenue como para llamarla intuición, se sentiría nervioso bajo este dosel. Y yo sabía qué algo más corría en las sombras junto con las ardillas y las zarigüellas. Después de todo, había liberado a muchas de esas criaturas oscuras en este bosque.

    La rana lunar eligió ese momento para expresar su descontento por su cautiverio. Las ranas lunares no tienen un lindo ribbit[2] o incluso un impresionante galumph[3] como una rana toro. No, chillan y tocan la bocina como un gallo drogado. Todas las criaturas del bosque nos oyeron llegar. Cuando el chillido se desvaneció y se convirtió en un gemido bajo, tres dedos huesudos se deslizaron en mi mano y reprimí una sonrisa. Ahora mismo, Jacoby estaba deseando haberse quedado en el camión.

    Subimos una colina. El camino giró a la izquierda y emergió en un claro a la orilla de un gran estanque.

    Tengo una extraordinaria percepción de la magia. Mi madre lo llamaba el "keening". Significa que puedo percibir hasta las magias vitales más pequeñas, hasta un escarabajo excavador. Esta sensibilidad me resultaba útil cuando buscaba infestaciones de termitas, pero podía ser abrumadora si no mantenía

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1