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Los Derviches no bailan: El Bestiario de las Valquirias
Los Derviches no bailan: El Bestiario de las Valquirias
Los Derviches no bailan: El Bestiario de las Valquirias
Libro electrónico352 páginas4 horas

Los Derviches no bailan: El Bestiario de las Valquirias

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Información de este libro electrónico

A veces sólo necesitas abrazar a tu derviche.

Como cuando te protege de los brownies. 

O cuando baja al terrorífico sótano contigo porque está orgulloso de ser tu aprendiz. 

O cuando salva el mundo.

Kyra Greene, controladora de plagas de lo extraordinario, ha vuelto con una nueva aventura. 

Un Guardián ha muerto. Los Fae están desaparecido. Y alguien ha dejado suelto a un golem en la ciudad. Acompaña a Kyra Greene, la única controladora de plagas cualificada para enfrentarse a las extrañas y maravillosas criaturas que salen de las sombras cuando la magia estalla.

Los derviches no bailan es el segundo libro de la serie El bestiario de las valquirias.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento11 ago 2022
ISBN9781667434674
Los Derviches no bailan: El Bestiario de las Valquirias

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    Los Derviches no bailan - Kim McDougall

    Los Derviches no bailan

    Kim McDougall

    ––––––––

    Traducido por Silvia Játiva 

    Los Derviches no bailan

    Escrito por Kim McDougall

    Copyright © 2022 Kim McDougall

    Todos los derechos reservados

    Distribuido por Babelcube, Inc.

    www.babelcube.com

    Traducido por Silvia Játiva

    Diseño de portada © 2022 Kim McDougall

    Babelcube Books y Babelcube son marcas registradas de Babelcube Inc.

    Los Derviches no bailan

    Kim McDougall

    ––––––––

    Traducido por Silvia Játiva 

    Los Derviches no bailan

    Escrito por Kim McDougall

    Copyright © 2022 Kim McDougall

    Todos los derechos reservados

    Distribuido por Babelcube, Inc.

    www.babelcube.com

    Traducido por Silvia Játiva

    Diseño de portada © 2022 Kim McDougall

    Babelcube Books y Babelcube son marcas registradas de Babelcube Inc.

    Los Derviches no bailan

    Libro 2 de la Serie del Bestiario de las Valkirias

    Kim McDougall

    Libros de Kim McDougall

    Serie del Bestiario de las Valquirias

    Tres medias Cabras Gruff (Novela)

    Los dragones no comen carne

    Los derviches no bailan

    Los sabuesos del infierno no taconean

    Tabla de contenidos

    Capítulo  1...............................................................

    Capítulo  2...............................................................

    Capítulo  3...............................................................

    Capítulo  4...............................................................

    Capítulo  5...............................................................

    Capítulo  6...............................................................

    Capítulo  7...............................................................

    Capítulo  3...............................................................

    Capítulo  9...............................................................

    Capítulo  10..............................................................

    Capítulo  11..............................................................

    Capítulo  12..............................................................

    Capítulo  13..............................................................

    Capítulo  14..............................................................

    Capítulo  15..............................................................

    Capítulo  16..............................................................

    Capítulo  17..............................................................

    Capítulo  18..............................................................

    Capítulo  19..............................................................

    Capítulo 20..............................................................

    Capítulo  21..............................................................

    Capítulo  22..............................................................

    Capítulo  23..............................................................

    Capítulo  24..............................................................

    Capítulo  25..............................................................

    Capítulo  26..............................................................

    Capítulo  27..............................................................

    Capítulo  28..............................................................

    Epílogo.................................................................

    Capítulo  1

    Una multitud de curiosos se reunió fuera del juzgado. Atravesarlos me hizo llegar aún más tarde. Debería haber cancelado todos mis trabajos esa mañana. Hoy era el día del veredicto y mis nervios estaban a flor de piel, así que me había centrado en el trabajo. Desgraciadamente, mi último trabajo era perseguir a una familia de selkies fuera de la planta de tratamiento de aguas, y había tenido que ir a casa y cambiarme la ropa mojada antes del juicio.

    Como no estaba acostumbrada a correr con tacones altos, tropecé al pasar por la puerta y me detuve en la fila de personas que esperaban para pasar los filtros de seguridad. El vestíbulo estaba abarrotado. Los humanos se codeaban con los elfos cortesanos elegantemente vestidos. Los diablillos, los brownies y las hadas más pequeños sólo eran visibles por los movimientos espasmódicos a la altura de la cintura de los demás, al abrirse paso entre la multitud.

    El aire acondicionado del edificio no podía contra el calor de principios de verano y la acumulación de cuerpos. La blusa de seda se me pegaba a la espalda y deseaba haberme recogido el pelo en sus habituales trenzas en lugar de dejarlo suelto alrededor de los hombros como una pesada manta.

    Jacoby se pegó a mí. Desde nuestro regreso de Underhill, el derviche se había convertido en mi compañero, sobre todo porque no podía convencerlo de que me dejara en paz. Al menos había intentado arreglarse para ir al juzgado. Se había peinado la franja de pelo gris alrededor de la cara y llevaba unos pantalones cortos nuevos. Me di cuenta porque no tenían manchas de basura.

    La fila avanzaba lentamente y mi impaciencia crecía. ¿Estaban sentenciando a Mason ahora mismo? ¿Lo encontrarían culpable y lo enviarían al exilio?

    No, no podrían hacerlo. Mason había sido fundamental para salvar a la Barrera de Montreal de la invasión opji el mes pasado. Pero durante muchos años, había ocultado la piedra de sangre, una reliquia no registrada de increíble poder mágico. Eso contravenía directamente el Artículo del Sombrero Negro de 2038. Ciertas facciones políticas, desesperadas por culpar a alguien de la revuelta opji, habían pedido una investigación que les llevó a la puerta de Mason. La piedra de sangre, razonaron, era el catalizador de todo el asunto. Si Mason la hubiera entregado a las autoridades, la facción de rebeldes de la corte de hadas -dirigida por el hermano menor de la reina, Alvar- nunca habría tenido el valor de iniciar su guerra.

    Era una lógica débil, pero la política rara vez tiene algo que ver con la lógica. El pueblo estaba asustado. Desde su fundación, la Barrera de Montreal no había sido violada de una manera tan fantástica y sangrienta. Encontrar un chivo expiatorio les ayudaría a dormir mejor por la noche.

    El delito de acaparar artefactos no registrados y peligrosos se castigaba con el exilio a la isla prisión de Grandill, a unos cincuenta kilómetros al oeste de Montreal, en la Zona Intermedia. Bien podría haber sido una sentencia de muerte.

    Me imaginaba a Mason solo en la isla, con los delincuentes más peligrosos de Montreal, aquellos asesinos y psicópatas que no podían ser recluidos en una prisión normal. Tendría que esconderse todos los días. Mientras estaba en forma de piedra, estaba en su punto más vulnerable. No haría falta mucho para que uno de esos asesinos lo hiciera pedazos.

    Oh, dioses. Así habían fluido mis pensamientos durante todo el juicio que había comenzado hacía dos semanas. Apenas había dormido desde que Mason había sido detenido. Tampoco me dejaban verlo, y sólo podía verlo desde el fondo de la sala de juicio.

    La fila avanzó hasta que me paré frente a un duendecillo que sostenía un escáner de traumas para comprobar si había tecnología mágica y armas.

    No, armas en el juzgado, dijo cuando el escáner sonó ante mi espada. Mi glamour no podía engañar a un escáner, pero tampoco podía dejar la espada en mi camión.

    La revisaré.

    El duendecillo señaló otro quiosco. Allí.

    Le di la espada a un segundo duendecillo que la registró y luego pegó su widget al mío para enviarme el recibo. En cuanto me alejé, la espada empezó a gemir.

    Mi espada sufría de una aguda ansiedad de separación, peor que un niño pequeño en su primer día de preescolar. Y desde que la había ensangrentado, primero con Joran, el cazador de dragones, y luego con todo un ejército de vampiros opji, la espada se había vuelto más ruidosa.

    Para cuando Jacoby y yo llegamos a lo alto de la escalera, ya gritaba con silenciosa angustia. Silenciosa para todos los demás, excepto para unas pocas hadas sensibles que giraron la cabeza para buscar la fuente de los lamentos. Apreté los dientes y me dirigí a la sala. Cuando ocupé el último asiento del pasillo, el llanto de la hoja se desvaneció hasta convertirse en un quejido petulante.

    Esto es bueno para nosotros, seguí pensando. Tiene que alejarse de mí más a menudo. Cuando se dé cuenta de que siempre vuelvo a por ella, las cosas se calmarán. Un buen pensamiento, pero no me lo creí.

    Mi pie golpeando el piso era demasiado ruidoso en la silenciosa sala.

    ¡Shhh! siseó el hombre sentado a mi lado. Con una tableta apoyada en su rodilla, tomaba notas con un lápiz óptico. Su mano izquierda sostenía un widget en alto para grabar los procedimientos. No era el único periodista en la sala. Los periodistas y los espectadores llenaban todos los asientos.

    Lo siento, susurré. Me obligué a bajar la pierna con una mano firme sobre la rodilla y traté de prestar atención a la voz zumbona del fiscal. Jacoby se encaramó en el pasillo junto a mí, con los ojos muy abiertos ante el proceso judicial.

    Ya sea por negligencia grave o por puro desafío civil, Henry Mason desobedeció voluntariamente el artículo del Sombrero Negro de 2038 y guardó un artefacto secreto y peligroso, conocido como... El fiscal revolvió sus papeles fingiendo que no sabía el nombre del artefacto. Ah, sí, conocido como piedra de sangre. Hemos presentado al tribunal, la historia y los hallazgos de esta rara gema...

    Bla...Bla...Bla.

    Lo había dicho todo antes. Recapitular sus ridículos argumentos en sus observaciones finales no los hacía más válidos.

    Recorrí la sala, tratando de medir el estado de ánimo general. Tres jueces estaban sentados al frente del tribunal, todos ellos senadores. Habían sacado la artillería pesada debido a la relación de la piedra de sangre con la invasión de vampiros de la primavera pasada.

    La senadora Alice Ferguson representaba el brazo humano del triunvirato gobernante en Montreal. Era una mujer blanca y menuda, de pelo negro y ojos fieros. Paddy Hosay, un Sidhe de rostro rubicundo, era el representante parlamentario de los hados. El juez alquimista me tenía preocupado. Cosmo Toutain parecía nervioso. A lo largo del proceso, lanzó miradas a Gerard Golovin, el Primer Ministro alquimista, sentado en primera fila con un tobillo cruzado sobre la rodilla. Su maleta estaba en el banco de al lado, por lo que ocupaba tres espacios en la abarrotada sala. El pelo negro le caía sobre su prominente frente. Sus labios eran finos, pero siempre parecían húmedos, y observaba los procedimientos con una divertida sonrisa, como si todos fuéramos niños revoltosos a los que tenía que complacer.

    Golovin no quería a Mason, pero seguramente se pondría del lado de un compañero alquimista. Al menos eso esperaba.

    Me consoló el hecho de que desde la inauguración de la Barrera de Montreal, sólo una docena de hombres y mujeres habían sido condenados a la Isla Grandill. La condena requería el voto unánime de tres jueces y rara vez un juez votaba en contra de los suyos.

    ¿Y qué pensaba Mason de todos estos procedimientos? Era difícil saberlo. La fiscalía había luchado con vehemencia por un juicio diurno. La defensa argumentó que la condición de Mason requería que el tribunal se acomodara a su horario. Al final, los jueces se pusieron a favor de la fiscalía.

    Todas las mañanas, dos guardias llevaban a Mason al tribunal para que algún chupatintas pudiera marcarlo oficialmente como presente. Se sentaba en su forma de piedra detrás de la mesa del equipo de la defensa, con una expresión gris y anodina. Era una completa farsa, y ya había presentado una queja formal. De poco le serviría eso a Mason ahora.

    Dutch, su fiel sirviente, estaba sentado detrás de él en los asientos de la audiencia. Cuando llegué, se giró y me dedicó una breve sonrisa, pero desde entonces, su atención se centró en los procedimientos.

    Mi pie comenzó a golpear de nuevo. No pude evitarlo.

    Desde un almacén en el otro lado del edificio, mi espada gemía. No sabía cuánto tiempo podría permanecer alejada antes de que me volviera loca.

    El periodista me lanzó otra mirada furiosa y yo aquieté la pierna.

    Para agravar sus crímenes -continuó el fiscal-, Henry Mason introdujo voluntariamente la... ah... piedra de sangre dentro de la santidad del distrito de la ciudad, poniendo así en peligro a los ciudadanos de Montreal.

    Me puse de pie.

    ¡Eso no es cierto!

    El juez Ferguson golpeó un mazo.

    Srta. Greene, ya ha sido advertida una vez sobre la interrupción de estos procedimientos. Siéntese o haré que la saquen de nuevo.

    ¡Pero está mintiendo! Tal vez la agitación de mi espada me estaba contagiando. Tal vez estaba cansada de seguir las reglas. Pero no podía mirar la cara congelada de Mason y no hablar.

    Señorita Greene, no voy a advertirle...

    Otra periodista se levantó, con su widget preparado para grabar. La hija de Timberfoot Greenleaf debería tener derecho a hablar en cualquier tribunal de esta ciudad.

    Un murmullo recorrió a los espectadores. Me quedé mirando a la mujer elfa con un largo mechón de pelo rosa cayendo en cascada sobre su cara. ¿Hablaba en serio?

    El senador Paddy Hosay se inclinó hacia delante para verme mejor. ¿Es esto cierto? ¿Eres la hija de Timberfoot Greenleaf?

    Lo soy, señor. Pero me había cambiado el nombre a Greene para evitar situaciones como ésta. Los hados tenían una extraña obsesión con mi difunto padre, y eso me hacía sentir incómoda.

    Entonces puede hablar, dijo el senador Hosay.

    Una docena de aparatos me señalaron, esperando grabar mis palabras para la posteridad. Mi espada gritó. Mi derviche se agitó en mi talón. Me puse más recta y calmé mis nervios.

    Deseo que conste en acta que Henry Mason no trajo la piedra de sangre al interior de la barrera. Yo lo hice. La multitud volvió a murmurar. O mejor dicho, yo traje al dragón dentro de la barrera, y él se comió la piedra de sangre. Los murmullos se convirtieron en indignación. Levanté la voz para que se me oyera por encima del ruido. ¡Pero lo hice para recuperar la piedra de sangre y salvar al inocente dragón!

    La senadora Ferguson golpeó su mazo y la multitud se calmó.

    Gracias, señorita Greene. El tribunal tendrá en cuenta su confesión.

    Me senté. El periodista que estaba a mi lado me examinó con una mirada de reconocimiento. Mi pie comenzó a moverse de nuevo y le miré con desprecio. Sonrió y golpeó su widget contra el mío para enviar su información de contacto a mi bandeja de entrada.

    Me encantaría entrevistarte para el Sunday Gazette.

    No, gracias. Estoy ocupada.

    ¿Qué tal la semana que viene?

    También estaré ocupada.

    El fiscal terminó su alegato final y cedió la palabra a la defensa. La abogada de Mason era una joven humana, de piel oscura y curvas, con una sonrisa ganadora. La utilizó con buen efecto, sonriendo a los jueces y al público mientras iniciaba su discurso de clausura.

    Señoras y señores, aquí no se ha cometido ningún crimen. Creo que todos estamos de acuerdo en eso. La acusación quiere hacerles creer que esta piedra de sangre es un arma mortal, una bomba nuclear con el temporizador a punto de agotarse. Se rio. Pero eso simplemente no es cierto. No han aportado ninguna prueba de que este artefacto sea realmente peligroso. Ninguna prueba de que deba caer bajo la jurisdicción de la Ley del Sombrero Negro. No, este juicio no es sobre el artefacto supuestamente peligroso. Se trata de asignar la culpa. Los vampiros entraron en nuestra barrera por primera vez en cincuenta años. ¿Fue aterrador? Sí. ¿Hubo traición? Sí. Pero no por parte de mi cliente...

    Un alboroto en el fondo de la sala me hizo girar. Los guardias habían abierto las puertas, y Leighna, Reina de la Corte de invierno y Primera Ministra del Triunvirato, estaba de pie en la puerta abierta.

    Los Sidhe eran una raza alta, y Leighna solía llevar su altura con gracia. Pero el cierre de la última puerta entre Terra y Underhill se había llevado un trozo de ella. Seguía siendo la Reina del Invierno, pero ese invierno de marzo en el que los bancos de nieve son montículos encogidos de barro y aguanieve. Desde la última vez que la vi, se había cortado la mayor parte de su precioso pelo plateado. Las profundas arrugas de sus mejillas hacían que su rostro pareciera más largo y cansado.

    Sonrió a la multitud de rostros, que se giraron para verla caminar por el pasillo con una ligera cojera. A su paso, me arriesgué a dejar caer mis protecciones para percibir su magia. Zumbaba a su alrededor como un enjambre de abejas furiosas.

    Saludó con la cabeza a los abogados de ambos lados y frunció el ceño ante Mason, pero no se detuvo hasta llegar al panel de jueces. Entonces se inclinó y le susurró al juez Hosay. Éste asintió con brío, sin mostrar ninguna emoción, y habló por el micrófono.

    Me recuso de este procedimiento.

    Luego se marchó.

    Leighna ocupó su asiento, y la multitud estalló en charlas, todos tratando de especular sobre este nuevo acontecimiento.

    Cada uno de los partidos fundadores de Montreal -químicos, hadas y humanos- tenía numerosos ministros y un primer ministro.  Los primeros ministros rara vez asistían al parlamento o a la corte, y preferían dejar el manejo del día a día de la ciudad a sus subordinados. Tenían derecho a formar parte de cualquier tribunal, pero en los cuarenta años de historia de la ciudad, este derecho nunca se había ejercido.

    El hecho de que la Primera Ministra fae se sentara ahora a decidir en el juicio de Mason significaba... bueno, no tenía ni idea de lo que significaba. Era algo sin precedentes.

    La jueza Ferguson golpeó su martillo, llamando a la audiencia a que se instalara.

    Primera Ministra Leighna Icewolf, estábamos a punto de emitir un veredicto. ¿Pedimos un receso para que pueda evaluar los hechos del caso?

    No es necesario. Dijo Leighna. He estado siguiendo el juicio.

    Muy bien. Este panel está listo para pronunciar su sentencia contra Henry Mason.

    El abogado de Mason se levantó. ¡Protesto! Mi cliente no ha tenido la oportunidad de hablar en su propio nombre. Exijo un receso hasta el anochecer.

    El fiscal también se levantó. Señores, esta objeción ya ha sido rechazada. La... ah... condición del señor Mason... es decir... el gargolismo no está oficialmente reconocido por la ley de discapacidades, por lo que no procede ninguna disposición especial.

    Rechiné los dientes ante lo injusto de todo aquello.

    Objeción denegada de nuevo, dijo el juez Ferguson. Estoy convencido de que Henry Mason ha violado el artículo del Sombrero Negro de 2038 y ha puesto deliberadamente en peligro a la población de este gran distrito. Lo declaro culpable.

    La sala se quedó en silencio.

    El juez Toutain lanzó una mirada a Gerard Golovin, sentado en la primera fila, y luego dijo: Culpable.

    El corazón se me hundió en los zapatos. Todo el mundo había contado con que el juez alquimista se pondría del lado de Mason. Acababa de arrojar a uno de los suyos a los lobos.

    El juez Ferguson volvió a pedir silencio. La Primera Ministra Leighna se inclinó hacia su micrófono. Inocente.

    La jueza Ferguson golpeó su mazo y dijo: Por la autoridad del Distrito de Montreal, declaro a Henry Mason absuelto de todos los cargos.

    Antes de que se desatara el infierno, Gerard Golovin se levantó y se presentó ante el panel de jueces. Su expresión era ilegible mientras pedía silencio. La jueza Ferguson golpeó su mazo varias veces hasta que la multitud se calmó.

    Jueces, Primer Ministro. Gerard asintió con la cabeza, prestando a cada juez toda su atención y una sonrisa resbaladiza. Gracias por sus servicios. Pero tenemos un asunto más que discutir. Esta piedra de la sangre sigue siendo una amenaza real, y actualmente se encuentra en el almacén de seguridad de pruebas en este mismo edificio. Por la propia afirmación de Henry Mason, la piedra no puede ser destruida. Pero tampoco se puede mantener un artefacto tan peligroso dentro de la barrera. Por lo tanto, ofrezco los servicios de la alquimia para almacenarla en la Isla Perrot, fuera de la barrera. Levantó la voz para que se le oyera por encima del repentino comentario de la multitud. Sólo los alquimistas tienen la tecnomancia[1] para mantenerla a salvo. Me comprometo a protegerla hasta que su magia pueda ser neutralizada. ¿De acuerdo?

    Cada uno de los jueces asintió. Los labios de Leighna se fruncieron, pero aceptó.

    Los espectadores se pusieron de pie, todos hablando a la vez. La voz de la jueza Ferguson se ahogó cuando levantó la sesión. Decenas de reporteros se agolpaban ante las narices del fiscal y de la defensa, todos tratando de conseguir su parte de material para las noticias de la noche.

    En todo el alboroto, nadie se dio cuenta de que Leighna se escabullía por la puerta lateral.

    Al final, los abogados se retiraron. Los periodistas se apresuraron a cumplir con sus plazos. Todos se fueron excepto Mason. Era libre de irse, pero por supuesto, no podía.

    Sólo Dutch se quedó, tranquilo e imperturbable como siempre. Esperó a que se pusiera el sol para poder llevar a su capitán a casa. Un guardia estaba junto a la puerta cerrada del despacho de los jueces. Asintió cuando le pedí quedarme con Mason.

    Me senté en la silla del abogado defensor, escuchando el lamento de mi espada y apretando las manos con fuerza en mi regazo.

    Esperamos.

    Una hora después, Dutch dijo: Traeré el coche.

    Miré por la ventana. Estaba casi oscuro. Tenía los nervios a flor de piel por el constante gemido de mi espada.

    Pinché a Jacoby, que había estado dormitando en la silla junto a mí, y le tendí el dedo.

    Muérdeme.

    Entrecerró un ojo y negó con la cabeza.

    Por favor. No tengo un cuchillo. Sólo muerde lo suficientemente fuerte como para sacar sangre, y luego llévala a mi espada. Ve ahora, mientras Dutch se va y espérame en su coche. Saldré pronto.

    Sus afilados dientes brillaron durante un instante y la sangre brotó en la punta de mi dedo. El dolor siguió, pero lo ignoré, y unté la sangre en la mano de Jacoby, luego le di mi widget para mostrar el recibo de la espada.

    ¡Ahora vete!

    Se fue corriendo.

    Unos instantes después, los lamentos de la espada se redujeron a un gemido cuando mi sangre la reconfortó.

    Observé cómo se oscurecía la ventana hasta que la magia de Mason sonó frenéticamente, y luego se asentó en su habitual y profunda energía. Abrió y cerró los puños y luego inclinó la cabeza de un lado a otro. Su cuello crujió y suspiró.

    Tenía el pelo revuelto, como si hubiera pasado una mano por él justo antes de convertirse en piedra. Le caía sobre la frente en gruesos rizos negros que pedían ser tocados.

    Estás diferente, dijo y sonrió. Sus ojos grises plateados se fijaron en mí, observando mi vestido de corte y mi pelo suelto por encima de los hombros.

    ¿Diferente? Quieres decir que por una vez no estoy cubierta de suciedad y sangre.

    Sí, creo que nunca te he visto vestida. ¿Y esos son tacones? Señaló mis zapatos, y me alegré de que fueran de punta, para que no pudiera ver las uñas de mis pies, desaliñadas y sin pintar.

    De vez en cuando recuerdo cómo ser una chica.

    Se inclinó hacia mí. Lo haces bien. Siempre.

    Dejé que el momento se prolongara. Entonces iba a besarlo o a volver a mis asuntos. Me acobardé y fui a por mis asuntos.

    ¿Escuchaste todo? Pregunté.

    Sí. Malditos idiotas. No pueden mantener la piedra de sangre a salvo. Nadie puede. Ni siquiera yo, fue el final tácito de esa frase.

    ¿Has podido probar que Golovin trabajaba con Alvar?

    Mason negó con la cabeza. Pero él sabe que he estado husmeando.

    Lo que explica por qué el juez alquimista te echó.

    Con sólo el tenue vínculo entre Gerard Golovin y la empresa de transportes utilizada para transportar a Ollie y a los otros dragones maltratados, no teníamos pruebas de que Gerard estuviera en el intento de entrar en la barrera de Montreal el mes pasado.

    Ninguna prueba, pero muchas sospechas.

    Hay algo más. Mason habló en voz baja para que el guardia no pudiera escuchar. Algo que nunca te dije sobre la piedra de sangre.

    La historia de la piedra de sangre era personal. La esposa de Mason había intentado asesinar a su hija en algún rito oscuro. Incapaz de matarla, Mason había atrapado la esencia de Polina dentro de la piedra de sangre para toda la eternidad. Pero parecía que cuando menos tres facciones -Golovin, los opji y el príncipe Alvar- tenían sus razones para liberar a la bruja loca. El último intento casi había derribado la barrera.

    Me moría de ganas de saber qué otras bondades me tenía reservadas Mason.

    La perdí una vez, durante la guerra. Giró la cabeza y sonrió. Eso sería la Segunda Guerra Mundial, no las Guerras del Diluvio.

    A veces podía olvidar que Mason tenía más de trescientos años.

    Fue una época desesperada en Europa y la piedra acabó en manos de un médico del ejército alemán. Tardé tres décadas en volver a encontrarla. No tengo ni idea de para qué la usaron los nazis, pero cuando la recuperé, la piedra era... más pesada. No en peso, sino en magia. ¿Sabes lo que quiero decir?

    Lo sé. Había sostenido la piedra de sangre, una roca negra del tamaño de un mármol con un chorro de calcedonia roja atravesada. Algo tan pequeño no debería sentirse como si llevara el peso del mundo, pero su magia era densa. Y furiosa. No quería tocarla más de lo necesario.

    Sospecho que la piedra reunió más almas. Mason se pasó una mano por su cabello.  "Tiene una sensibilidad propia ahora. O tal vez sea Polina. Ella siempre fue de carácter fuerte. No lo sé.

    Pero quiere ser encontrada. Pueden encerrarla en una bóveda, pero alguien la liberará".

    Tenemos que encontrar una manera de destruirla.

    Mason negó con

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