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Gente Peluda
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Libro electrónico370 páginas5 horas

Gente Peluda

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“Gente Peluda” 

by Vicki Hendricks, translated by Elizabeth Garay

La historia de una mujer obsesionada con animales y el problema que esto le genera.

Una historia de la interacción animal-humano, tanto oscura como graciosa. Cuando Sunny Lytle es desalojada junto con su familia peluda por tener en su departamento de Kentucky a 13 perros, 8 gatos, 2 hurones y dos conejos, empaca sus cosas y en un autobús escolar arreglado, regresa a su pueblo natal en DeLeon Springs, Florida.

Su sueño es crear un refugio animal sin matanza, pero la supervivencia adquiere una prioridad mayor. El bosque ya no es la pacífica guarida de cuando Sunny tenía diez años y las fuertes demandas de la naturaleza y las inminentes intervenciones de Rita, una veterinaria bien intencionada, crean dificultades constantes.  Buck, un extravagante hombre sin techo, se convierte en su valiente aliado.

Para honrar sus recuerdos, todos los nombres de los animales utilizados en la novela, son de amigos peludos, ya fallecidos, amados por sus familias. Anécdotas verdaderas de la relación animal-humano, avivan las escenas.

IdiomaEspañol
EditorialWinona Woods
Fecha de lanzamiento30 nov 2019
ISBN9781547527021
Gente Peluda

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    Gente Peluda - Vicki Hendricks

    GENTE PELUDA

    Vicki Hendricks

    ––––––––

    Traducido por Elizabeth Garay 

    GENTE PELUDA

    Escrito por Vicki Hendricks

    Copyright © 2018 Vicki Hendricks

    Todos los derechos reservados

    Distribuido por Babelcube, Inc.

    www.babelcube.com

    Traducido por Elizabeth Garay

    Babelcube Books y Babelcube son marcas registradas de Babelcube Inc.

    Gente Peluda

    Vicki Hendricks

    Translated by Elizabeth Garay

    Copyright © 2013 Vicki Hendricks

    All rights reserved. No part of this book may be used or reproduced in any manner without written permission, except in the case of brief quotations embodied in critical articles or reviews.

    Published by Winona Woods Books, 2013

    En memoria de Denise M. Fuciu, D.V.M.

    (2 de diciembre de 1951- 21 de enero de 2011) 

    Una querida y maravillosa amiga por más de 40 años

    y

    En memoria de Purrsnickety (Snickers) Hendricks

    (20 d enero de 1991- 17 de marzo de 2011)

    Al más inteligente, dulce, valiente y más hermoso gatito.

    Espero que se encuentren juntos.

    Los animales existen en el mundo por sus propias razones. No fueron hechos para el ser humano, del mismo modo que los negros no fueron hechos para los blancos, ni la mujer para el hombre.

    —Alice Walker

    Tabla de Contenido

    Capítulo 1: Sunny Lytle        8 

    Capítulo 2: Rufus      14

    Capítulo 3: Buckaroo      16

    Capítulo 4: Sunny Lytle     19

    Capítulo 5: Rita McKenna     28

    Capítulo 6: Sunny Lytle     33

    Capítulo 7: Jason Cox     37

    Capítulo 8: Sunny Lytle     40

    Capítulo 9: Sunny Lytle     42

    Capítulo 10: Pancho      49

    Capítulo 11: Jason Cox     52

    Capítulo 12: Buckaroo     55

    Capítulo 13: Sunny Lytle     64

    Capítulo 14: Sunny Lytle     68

    Capítulo 15: Sunny Lytle     72

    Capítulo 16: Rufus      78

    Capítulo 17: Sunny Lytle     79

    Capítulo 18: Sunny Lytle     89

    Capítulo 19: Rita McKenna    96

    Capítulo 20: Buckaroo     97

    Capítulo 21: Rita McKenna     101

    Capítulo 22: Rita McKenna     108

    Capítulo 23: Sunny Lytle      115

    Capítulo 24: Buckaroo      118

    Capítulo 25: Sunny Lytle      127

    Capítulo 26: Sunny Lytle      131

    Capítulo 27: Bear Hansen      136

    Capítulo 28: Rita McKenna     141

    Capítulo 29: Sunny Lytle      148 

    Capítulo 30: Pancho       152

    Capítulo 31: Jason Cox      153

    Capítulo 32: Sunny Lytle      155

    Capítulo 33: Buckaroo      159

    Capítulo 34: Rita McKenna     166

    Capítulo 35: Sunny Lytle      172

    Capítulo 36: Bear Hansen      175

    Capítulo 37: Rita McKenna     177

    Capítulo 38: Bear Hansen      181

    Capítulo 39: Rufus       182

    Capítulo 40: Buckaroo      184

    Capítulo 41: Sunny Lytle      189

    Capítulo 42: Sunny Lytle      192

    Capítulo 43: Sunny Lytle      198

    Capítulo 44: Sunny Lytle      203

    Capítulo 45: Bear Hansen      209

    Capítulo 46: Rufus       214 

    Capítulo 47: Bear Hansen      215

    Capítulo 48: Sunny Lytle      219

    Capítulo 49: Sunny Lytle      225

    Capítulo 50: Sunny Lytle      234

    Capítulo 51: Buckaroo      236

    Capítulo 52: Sunny Lytle      241

    Capítulo 53: Rita McKenna     245

    Capítulo 54: Buckaroo      248

    Capítulo 55: Rita McKenna     252

    Capítulo 56: Rita McKenna     255

    Capítulo 57: Sunny Lytle      259

    Capítulo 58: Rita McKenna     263

    Capítulo 59: Bear Hansen      267

    Capítulo 60: Sunny Lytle      272

    Capítulo 61: Rita McKenna     278

    Capítulo 62: Sunny Lytle      284

    Capítulo 63: Sunny Lytle      288

    Capítulo 64: Buckaroo      292

    Capítulo 65: Pancho       298   

    Capítulo 66: Sunny Lytle      299

    Capítulo 67: Rita McKenna     305

    Capítulo 68: Bear Hansen      308

    Capítulo 69: Sunny Lytle      310

    Capítulo 70: Jason Cox      317

    Capítulo 71: Sunny Lytle      319

    Capítulo 72: Sunny Lytle      326

    Capítulo 73: Rita McKenna     328

    Capítulo 74: Pancho       331

    Capítulo 75: Sunny Lytle      332

    Capítulo 76: Sunny Lytle      335

    Capítulo 77: Pancho         337

    Capítulo 78: Sunny Lytle      339

    Capítulo 79: Rufus       341

    Capítulo 80: Buckaroo      342

    Capítulo 81: Sunny Lytle      345

    Capítulo 82: Sunny Lytle      350

    Capítulo 1: Sunny Lytle

    Sunny adoraba lo suave, el olor almizclado y cálido y al animal que se encontraba debajo, estaba física y mentalmente programada. Enterrar sus dedos en la primera capa por detrás las orejas de un pastor alemán o inclinar el hocico de un Dachshund y masajear la muesca sedosa entre sus ojos,  le generaba mucha dicha. Ella había comentado a cualquiera que la gente peluda, era su gente.

    Ella era bastante bonita para ser amada por un joven hombre de su edad, pero no lo necesitaba. Principalmente por la falta de entendimiento. Ahora, enroscada en el sofá, entre ronroneos y ronquidos de perros, confortada por el lujo del pelaje, se dejaba llevar por el sueño...los paseos habían terminado...la limpieza estaba hecha...los alimentos estaban en el armario... En un sueño, cachorros de koalas y tigres se unían. Bailaba erguida con un ciervo y reposaba en el ragazo de un andrajoso oso grizzly.

    Unos fuertes golpes la sacudieron. Los ojos del gato se abrieron enormemente y una docena de perros se levantaron de golpe y corrieron a toda velocidad, con desgarradores ladridos por el apartamento, como si fuera un paquete de petardos. Rufus, el enorme pastor alemán arremetió contra el alféizar de la ventana, con sus patas delanteras haciendo eco con su atronador ladrido. El atigrado naranja, el sr. Manx, saltó del regazo de Sunny hacia la mesa de café y Pancho, el Chihuahua sin pelo, permaneció tembloroso en el brazo del sofá.

    Ella esquivó el alboroto para echar una mirada por la ventana. ¡Mierda!. La renta. En el porche, el casero pasaba por sus dedos el aro de las llaves. En el pasado, Sunny siempre dejaba su cheque en su oficina para evitar sus visitas.

    Ella abrió la puerta levemente y por un pequeño espacio apareció con una sonrisa. Fred, tengo mi cheque. Tan solo necesito cambiarlo.

    Colocó su mano en la orilla de la puerta y su pie lo empujó para abrir más el espacio de la puerta. Encierra a esos perros y déjame entrar.

    No más secretos. Ella encerró en la habitación a los perros grandes y a los grandes aulladores, por pares, luchando por pensar en un plan, sin éxito. Pancho se escapó y la siguió, haciendo sonar el piso de madera con sus uñas.

    Ella abrió la puerta del frente unas cuantas pulgadas, introduciendo su pie para ocupar el espacio abierto, pero Fred forzó la puerta abriéndola más y pasando sobre ella la empujó, haciendo que Pancho se deslizara. Sunny quedó estática mientras Fred analizaba el número visible de gatos, perros y conejos. Sus ojos se posaron en la paca de heno del comedor, pasando por la bolsa de alimento y hacia el tapete de hule del piso.

    Gigolo, un caballo miniatura sería suyo a la semana siguiente. Ella se mordió el labio. El equipo del caballo era más que nada lo que podía hacer que la desalojaran.

    ¿Pero en el nombre de Dios? ¿Estás loca?.

    Tengo el dinero, Fred. Tan solo firmaré el cheque para que puedas marcharte.

    Él movió lentamente su cabeza, mirando de un lado a otro de la habitación, con su mandíbula suelta. Ahuecó sus dedos en su nariz y boca. Es desagradable.

    ¿Qué quieres decir?. Ella miró alrededor, ofendida. La gente peluda estaba bien alimentada y tranquila, el excremento y las bolas de pelo del conejo eran mínimas, ya que acababa de barrer. Los platos de comida y las cubetas con agua limpios se alineaban rectos en las paredes. Ok, el sofá estaba sucio, pero eso era de su propiedad. Fred podría no disfrutar los olores de los hurones, pero ese era un asunto personal. Nada había sido dañado. Sin embargo, ella sabía que era inútil alegar, habiendo pasado por ello en Cincinnati y de nuevo en Indianapolis.

    Pancho chillaba en su tono más alto. Ella lo alzó, mirando el rostro del casero, esperando una pausa y se dirigió hacia su cartera. Había estado en Louisville por menos de seis meses y el complejo de apartamentos había sido un buen lugar. Su espacio se abría por la parte trasera del edificio, frente a un campo y densos bosques, suficientemente en silencio para visitas de ciervos y había un área con rejas fuera de la cocina donde ella podía permitir a los perros salir cuando ella no tenía tiempo para pasearlos. Los usuarios de crack a ambos lados, garantizaban privacía. ¿Por qué Fred no se ocupaba de ellos? Su crimen no tenía comparación, pero los policías podrían llegar para retirar a la gente peluda y acusarla de abuso, solicitando una enorme multa que no podía pagar.

    Le entregó el cheque a Fred, pero él negó con la cabeza. Cuento con tu último pago y tu depósito.

    Ella pensaba que le agradaba a él, lo había descubierto echándole miradas lascivas a su trasero en más de una ocasión, pero ahora él era solo negocios. Me desharé del heno. Jugueteó con su trenza y le presentó su rostro inocente y sus ojos muy abiertos. Sin caballo...nunca. Lo prometo.

    Él miró hacia la puerta del dormitorio, escuchando el sordo jaleo detrás de esta. Esto es patético. No puedes mantener a todos estos animales aquí.

    Sus ojos se humedecieron y los limpió con la palma de su mano, esparciendo lágrimas por sus mejillas. Pancho se movió hacia su hombro para lamer la sal.  Ella lo pasó por detrás de su trenza. Tan solo dame un día para limpiar y tomaré el camino. Colocó al pequeño perro en el sofá y empezó a apilar recipientes de comida, mirando nuevamente a Fred con ojos llorosos.

    Necesitas ayuda, Sunny.

    Yo puedo hacerme cargo.

    No me refiero a eso. Él se giró hacia la puerta, moviendo su cabeza. Si estos animales siguen aquí por la mañana, tendré que llamar a la policía.

    ¿Cómo podrías hacerlo? ¡Son mi familia!.

    Él extendió sus dedos, sosteniendo su frente, como si su cabeza pudiera separarse. Mira, si necesitas que lleve algunos perros al refugio....

    Ella cerró sus ojos y agitó con fuerza su cabeza, moviendo su larga trenza rubia de un lado a otro, dirigiéndolo hacia atrás. Fred cerró la puerta detrás de él. Si él pensaba que estaba loca, estaba bien. Lo hacía sentir bastante incómodo al sacarla. Demonios.

    Dejó que los perros regresaran a la sala y se derrumbó en el sofá, colocando a Pancho en su regazo. No había sido nunca su intención tener tantos animales en el pequeño apartamento y no era lo ideal, pero no podía evitarlo. Ella era un imán que atraía a cualquier criatura huesuda, solitaria, herida, cubierta de pelusa hacia sus brazos y hacia su corazón, también a toda mascota consentida. Solo tenía que mirar con ansia a un cachorro vivaz con una correa y se detendría por completo y voltearía a verla con ojos anhelantes.

    La vida es un sacrificio de atracción animal, pero ella podía vivir sin ropa linda, sin TV, sin computadoras, sin teléfono celular, ni iPod, las comodidades y necesidades comunes de la mayoría de mujeres de su edad. Su vida social estaba completa en casa. Nunca se había resentido de la falta de una carrera o de vivir con una mano en la boca.

    Seguro, había unos cuantos viajes hacia la sociedad humana que nunca hubiera realizado, pero a eso le aportaba vida animal. Ella trabajaba duro, atendía la barra por tantas horas como podía, intentando desesperadamente de ahorrar dinero para empezar un centro de rescate, por ella misma.

    Miró alrededor del apartamento. A pesar de Fred y su mundo, ella estaba orgullosa del fresco piso barrido y de la aseada hilera de cubetas de agua limpia, de los saludables cuerpos con pelaje o rizados en cada estante, alféizar, piso y muebles. Extendido cerca de sus pies, en el piso de madera, se encontraban Rufus, su cabeza del tamaño de una panera, Schmeisser, otro pastor alemán musculoso y Brindle, la mezcla de laboratorio rubia, hinchada con sus crías. Sus cabezas giraron para mirar sus ojos, sintiendo su emoción, sus colas golpeaban cuando ella volteaba a verlos con amor. Ellos compartían el máximo nivel en la jerarquía canina, después de Pancho, exigían un lugar muy cerca a ella. Las razas más pequeñas, Wookie, Devo, Willie, Sugar, Angel, Tulip, Gus, Duke, y Ginger se encontraban enroscados de la cabeza a la cola, principalmente descansando contra las paredes del comedor. Kiko, el siamés, saltaba para instalarse cerca de ella, seguido de Tazwell, el gato rex. La mayoría de los gatos habían vuelto a dormir en sus estantes y mesas. 

    Rosebud, el conejo holandés, vagaba por la habitación y Pancho saltó para seguirlo, con su nariz dirigida a su mata negra de cola. Pancho de seguro tuvo Dachshund en su ascendencia, con patas cortas que le hacían parecer más alto que Rosebud. Sunny esperó que no tuviera una erección. La última vez, su flecha cálida rosa había crecido tan largo que sus patas golpeaban el piso como un pie de apoyo, solo permitiéndole caminar hacia atrás. Ella tuvo que bajárselo en el lavabo.

    Mitter Manx, llamó con voz de bebé a su atigrado mayor. Él permanecía en el alféizar mirándola. Norton, el fold escocés mantuvo su posición en la mesa de café, mirando sobre el sofá a los gatos, como si se divirtiera. Ellos no sabían lo suficiente para estar preocupados.

    Ella tomó turnos para frotar las orejas, después alentó a los perros para que regreseran a la recámara y dejo a los hurones sueltos para que juguetearan con los gatos por ser su última vez en el apartamento. A ella le gustaba ver a los hurones deslizarse por debajo de los muebles y saltar en un lugar inesperado. Cuando los gatos se vencían, los hurones continuaban zigzagueando, apareciendo de repente y rodando enfrentándose a oponentes invisibles. Ella le llamaba el boxeo individual del hurón. Mejor entretenimiento que la televisión. Ella no había tenido una televisión durante años.

    Ella pensó en las secciones baratas de Louisville, lugares en que era menos probable que llamara la atención su situación. O dirigirse hacia un lugar más tolerante. California. Un empleo en un área turística. Bear, su mejor amigo y amante, la ayudaría con algo, pero era demasiado lejos, muy difícil y siempre habría caseros.

    Ella lo estaba postergando, intentando engañarse. Ni siquiera se atrevía a pensar en una posibilidad...Jason. El único ser de dos piernas que sentía lo mismo que ella acerca de los animales. Haberlo dejado había sido un error.

    Hacía una semanas, en la biblioteca, tuvo que escabullirse por debajo de la pantalla de la computadora para esconder su rubor y estremecimiento cuando encontró la página de Facebook de él. No la había cambiado. Seguía viviendo en su ciudad natal, DeLeon Springs, Florida.

    Ella no había enviado un mensaje, pero buscó su dirección y su número de teléfono, tan solo porque sí. Después de 10 años, las posibilidades eran terribles de que pudieran volver a estar juntos, pero ella no había abandonado esos sentimientos hacia él. Ahora , el destino le concedía un empujón. Sería toda una aventura regresar a casa, un reto. Mudar a todos requeriría un enorme favor por parte de Bear, pero ella sabía que podía contar con él, aunque él no estaría feliz.

    Volvió a colocar nuevamente a los hurones en su jaula y abrió la puerta de la habitación para empezar a empacar. Las orejas reaccionaron. Tomó a Pancho en sus brazos y se sentó en la cama. Su frente arrugada y sus ojos se preguntaban como si quisiera saber lo que ella estaba pensando. Si alguna vez los perros aprenden a hablar, él sería el primero. Ella lo bajó hacia la almohada. Al aproximarse hacia el armario, los grandes perros inclinaron sus cabezas y azotaron sus colas en el piso de madera. Pancho permaneció en el edredón, medio torcido hacia un lado y mirando fíjamente hacia atrás de su cadera, como si supiera lo que seguía y que no iba a gustarle.

    ––––––––

    Capítulo 2: Rufus

    La cola de Rufus golpeteó. Sus ojos siguieron al dos-patas del armario hacia la cama y de regreso, su nariz atrapaba ráfagas florales liberadas de ropa doblada y fragancias humanas con esencia desprendida de los dedos del pie del zapato. Rufus recordó este comportamiento y lo que siguió, un paseo en el vehículo, la nariz fuera de la ventana...amigos y el viejo juguete para arrojar masticable abandonado.

    Levantó las patas delanteras y se arqueó para sentarse. El paquete cuadrado, abierto por la mitad sobre la cama, iría con su dos-patas. La nariz cercana al piso, olfateó. El nuevo juguete para arrojar estaba lejano. Se paró lentamente, sin atraer la atención y siguió el aroma de la saliva y del duro hule rojo marcado por los dientes. Se paró encima del nene pestilente, que era la distancia más corta hacia la puerta. Pancho, el nene fue llamado. Pancho, Pancho, día y noche. El dos-patas siempre le ladraba, acariciándolo, sosteniéndolo.  Una almohadilla en la pata trasera de Rufus rozó la delgada oreja del nene. Este saltó. Una columna de cálido almizcle masculino ascendió. Los órganos del nene eran tan grandes como su cabeza.

    Rufus encontró el nuevo juguete en la cocina. El Schmeisser lo había roído, la mancha en su lengua aún seguía fresca. Rufus deslizó sus dientes alrededor y aflojando la quijada, lo sacudió hasta que el aro colgó por ambos lados de su boca. Lo cargó, muy ufano y orgulloso. Al pasar por Brindle, lo dejó caer frente a ella, con sus patas delanteras extendidas, invitándola a agarrar un extremo y jugar, pero ella lo miró sin parpadear. Él empujó su oloroso cuello con su hocico y ella se levantó y se estiró, con una enorme barriga abultada hacia un lado, y sus largas y listas tetillas rosadas. Pronto ella daría nacimiento a los cachorros de Rufus y crecerían fuertes y robustos.

    Sus dos-patas regresaba al armario. Rufus saltó hacia la cama y colocó el nuevo juguete para arrojar en el paquete abierto. Usó sus patas traseras para raspar las piezas suaves de la ropa para que cubrieran el aro rojo. Saltó debajo de la ventana, descansando su cabeza en sus patas antes de que ella regresara. Ella tiró otra brazada al paquete, manoseó el montón que había formado y descubrió el juguete. Ella se giró hacia él. Él, cerró sus ojos.

    Toda la noche, escabulléndose, golpeteando, ruidos, arañazos. Cosas cargadas, cosas arrastradas. El dos-patas masculino, el peludo, Bear, gruñía y refunfuñaba, derramando calor y aroma.

    La riqueza de la bolsa de comida para mascotas que pasaba por el pasillo, hizo que el estómago de Rufus se sacudiera. Inútil para hacer el baile, empezó el chillido. Después, aún en la oscuridad, se gritó su nombre. Él trotó al exterior y subió los escalones hacia los nuevos olores entre los viejos, incluyendo el juguete para arrojar. Brindle se movió con pesadez para echarse junto a él y al Schmeisser. El nene apestoso se arrastró entre ellos y los otros, alrededor alborotados por tener un espacio en el suelo. Rufus no estaría solo esta vez. Eso era tanto bueno, como malo.

    ––––––––

    Capítulo 3: Buckaroo

    Buck había pasado las últimas dos horas vigilando el cielo y moría por un cigarro y una cerveza, pero el asedio probablemente llegaría hasta que oscureciera. Se recostó de espalda sobre el catre dentro de la tienda de campaña abierta, sosteniendo su plato de cartón cubierto de papel de aluminio, listo para un ataque mortal. Tenía sus dudas acerca del ligero sistema de deflector, pero había funcionado para salvar su vida una y otra vez.

    Las nubes pendían amoratadas e infladas, cumuloninbos tronando sobre los manantiales de DeLeon. Era una situación fatal dado que los Magnetoides gustaban de merodear por ahí. Mantenían sus armamentos frescos en la neblina, esperando la oportunidad de penetrar su cráneo y paralizar su cerebro con atroces rayos de luz, provocándole desvanecimientos y dolores de cabeza. Una particular frecuencia había sido creada para atormentarlo. Si él fuera golpeado por varios rayos a la vez o por unas luces largas, sería reventado de adentro hacia afuera, como una rana en un microondas. Sería cocinado al instante convertido en un montón de cenizas y desaparecería en un soplido. Siempre se imaginaba eso.

    Los guardas habían desalojado a todos los ocupantes ilegales del bosque de Ocala State, por lo que él se mudó hacia una propiedad sin explotar en un camino lateral, cerca de la entrada del Parque DeLeon Springs State. Él seguía estando más adentro del bosque de lo que en el fondo del lugar pudiera controlarse, pero en un lugar tan conveniente para seguir consiguiendo alimentos y cerveza y tomar un baño en primavera si deseaba lavarse. Su tienda de campaña estaba colocada entre los árboles, protegida por todos lados, con una abertura directamente por encima. Cada parpadeo de ojos significaba un riesgo del que pudiera carecer de suficiente tiempo para apuntar su reflector y enviar un rayo rebotando hacia las nubes, por lo que había condicionado sus ojos para parpadear solo una vez durante 15 minutos. En la última hora, él se había librado de tres ataques, pero aún podía sentir el hormigueo en su sangre, alambres calientes a través de su cerebro. Aún seguía a la vista. Sus ojos estaban fatigados y estaba sudoroso y había sido picado por mosquitos, como siempre, pero no podía moverse hasta que las nubes se precipitaran o se alejaran, o hasta que oscureciera lo suficiente para que los Mags no lo detectaran.

    Había bebido su última cerveza por la mañana y fumado su último cigarrillo entero. Había colillas en el envase de Altoids, para emergencias, pero él contaba con efectivo y tenía previsto pedir prestado el camión de Geordie para comprar cigarros y poner una caja de Old Milwaukee en hielo. Si tan solo las malditas nubes salieran volando.

    Buck dio un golpe a un mosquito y giró con brusquedad sus ojos hacia atrás, hacia el cielo oscuro, tan a tiempo para ver un rayo. ¡Hijo de puta!. Levantó el plato sobre su rostro con un rápido movimiento, inclinándolo a 45 grados. ¡Te pillé!. Nunca hubo algún sonido, pero la ausencia de un dolor ardiente en su cabeza indicó que había desviado el rayo hacia ellos. Seguía manteniendo el plato, contando buck . . .  buck . . . buck . . . a . . . roo. Nada. En ocasiones había una rápida recarga que se liberaba en el mismo ángulo. Ellos siempre estaban observando.

    Dos años antes, había intentado vivir dentro de una casa con una chica. Ella era joven, una ninfómana con grandes tetas y fácil de llevar, pero él tuvo que alejarse hacia el bosque nuevamente cuando lo inmovilizó la fuente de su dolor de cabeza, un enorme ventanal en su sala de estar.  Él pensó que estaría a salvo en una casa, pero los Mags debieron haberlo vislumbrado a través de la ventana y no pudo desviar los rayos. No echó de menos su conversación ni sus telenovelas. Si extrañó su coño y el refrigerador. Por lo demás, le gustaba vivir en libertad, en el exterior y era barato.

    Descubrir los Magnetoides fue el inicio de todos sus problemas. Había explicado su sistema de guerra a unos cuantos ocupantes ilegales antes de darse cuenta de que estaba poniendo en peligro a otras personas con su descuidada charla. Los Mags siempre estaban espiando. Un par de sus amigos habían desaparecido y él supo que había sido su culpa. Había hecho un gran esfuerzo para detener la matanza, pero no sabría decir si estaba teniendo algún progreso. Los Magnetoides parecían reproducirse más rápido de lo que podía desaparecerlos.

    Arregló un rizo perdido de su mejilla. Su cabello había crecido como melena de rastas rubias. El color siempre había atraído la atención de las mujeres, por lo que lo mantenía largo, aunque le estorbaba. Su segunda esposa había dicho que su cabello largo y sus ojos azules la hacían confundirlo con un ángel. Él se rió. Ella caía en esa confusión demasiado rápido.

    Le había pasado por la cabeza que los Magnetoides probablemente tenían una guerra declarada con los ángeles, dado que compartían el cielo. ¿Por qué no lo había pensado antes? Generalmente, ¡los ángeles eran rubios! Trató de recordar si lo había comentado con otros rubios. Por ahora, no contaba con ningún amigo rubio. ¡Cristo! ¡Todos ellos serían quemados hasta hacerlos cenizas!

    Bordes dorados aparecieron alrededor de algunas nubes a través de atisbos de azul. El sol de la tarde se fundía fuera de la vista. Podría aún contar con un descanso. Deseó masturbarse mientras esperaba, pero hoy, tan ocupado como lo estaba el cielo, no se atrevía a mover su mano tan lejos del plato. Era un pequeño sacrificio, entre muchos, que con frecuencia hacía para poder salvar a la humanidad.

    ––––––––

    Capítulo 4: Sunny Lytle

    Sunny amaba el aire del centro de Florida, cálido y dulce como aliento de cachorro. El sol se marcaba en el autobús escolar pintado camuflageado, reluciente en sus cuatro capas con sombras desde negro carbón hasta blanco leche, haciendo gotear las lenguas y sellando los muslos sudorosos de la joven mujer en el asiento de plástico. Noviembre, sin señal de invierno. Palmeras, cipreses, magnolias y robles vivos contra un cielo brillante; la naturaleza, fuera de control, así como lo recordaba. Las rojas moras del acebo de Florida, las bromeliáceas de un verde punzante y el gris polvoriento del musgo español se enredaban a los lados del camino con sus ramas y cepas y musgo. Era hogar de lagartijas, roedores e insectos. El campo no había cambiado en los últimos diez años y ella se dio cuenta de que lo echaba de menos.

    Por delante, los cúmulos formaban un caniche. Ella miró por detrás al perro más cercano en el piso del autobús. Mira eso Tulip, digo Gus. Es una señal de buena suerte como nunca había visto antes

    Moría por ver a Jason, pero el sentido común evitó que condujera hasta su casa con un autobús lleno de animales irritables. Su plan era establecer su campamento en el punto secreto, cerca del parque donde solían fumar hierba y pasear. Nadie la molestaría ahí, y Jason sabría exactamente dónde encontrarla. Ella esperaría hasta que tuviera un buen aspecto.

    Una huella de humedad flotó a través de las ventanas medio abiertas llenando el autobús con el olor de una hamaca de pino colocando recta su espalda en los brazos de él. Ellos habían comprado una tienda de campaña y se habían ocultado en el bosque durante muchas noches, alimentándose de sardinas enlatadas hasta de mapaches, cocinando papas al fuego, haciendo el amor en su lugar privado con la música de las ranas, grillos y el canto eléctrico de los halcones nocturnos. En una ocasión escucharon el sonido del agua mientras un caimán macho bramaba por aparearse. Fue hermoso.

    Nunca había planeado permanecer en Cincinnati después de haber entregado al bebé, pero era mucho más fácil vivir con su tía que con su padre alcohólico. Ella había terminado su último año de bachillerato, había conseguido un empleo y se había mudado sola con Miss Poodle, el hamster, los únicos animales que su tía había permitido. Ohio nunca se sintió permanente, aún cuando ella había reunido a una familia.

    La dulzura de despertar a la vida a las 4 de la mañana la apresuró al autobús con recuerdos de nadar en el frío manantial de agua cristalina, de asolearse, de hacer un día de campo y de hacer kayak durante el recorrido. Recordó el día en que encontró a la tortuga enredada en el hilo de pescar y que había mordido el brazo de Jason. Liberada, el vejestorio se adentro en lo profundo del agua verde opaco, pero salió a la superficie para atraer su atención, parpadeando sus ojos rojos como diciendo lo siento...y gracias.

    Le preocupó que el teléfono de Jason no estuviera actualizado. Jason. Jason. Está ahí. Está ahí. Ella cruzó sus dedos sobre el volante. Habían sido inseparables, los llamaban gemelos por sus cabellos rubios y su amor por los animales, sentimiento que las personas consideraban extraño para un mariscal de

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