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Los Ordas: La oveja negra
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Libro electrónico309 páginas4 horas

Los Ordas: La oveja negra

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Información de este libro electrónico

Hace mucho tiempo que en Arama reina la calma. El ejército orda se asegura de mantener la paz a toda costa. Eficientes, estructurados y fieles al sistema militar, no cuestionan los métodos que, durante generaciones, han sostenido con gran éxito. O eso es lo que piensan los altos mandos del Gobierno. Altia, la jefe máximo de los ordas, está por desc
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 dic 2021
Los Ordas: La oveja negra
Autor

Ana María Delgado

Ana María Delgado nació en la Ciudad de México el 30 de octubre de 1970. Ávida lectora, fue en la escuela secundaria cuando se interesó en la escritura. Participó en un concurso literario escolar, escribiendo un cuento de suspenso llamado El cuarto lúgubre, con el que ganó el segundo lugar del certamen. Poco después, se puso a trabajar en un texto en el que expresaba su sentir hacia los problemas sociales que le preocupaban y fue publicado en la revista La Gaceta del Club de Editores. Nunca abandonó el deseo de escribir, pero es hasta ahora que su primer libro toma forma, a través de esta novela de literatura fantástica.

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    Los Ordas - Ana María Delgado

    Primera edición, 2018

    © 2016, Ana María Delgado.

    © 2018, Par Tres Editores, S.A. de C.V.

    Fray José de la Coruña 243, colonia Quintas del Marqués,

    Código Postal 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro.

    www.par-tres.com

    direccioneditorial@par-tres.com

    ISBN de la saga 978-607-9374-97-6

    ISBN de la obra 978-607-9374-98-3

    Diseño de portada

    © 2018, Diana Pesquera Sánchez.

    Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes.

    Impreso en México • Printed in Mexico

    Ana María Delgado nació en la Ciudad de México el 30 de octubre de 1970. Ávida lectora, fue en la escuela secundaria cuando se interesó en la escritura.

    Participó en un concurso literario escolar, escribiendo un cuento de suspenso llamado El cuarto lúgubre, con el que ganó el segundo lugar del certamen. Poco después, se puso a trabajar en un texto en el que expresaba su sentir hacia los problemas sociales que le preocupaban y fue publicado en la revista La Gaceta del Club de Editores.

    Nunca abandonó el deseo de escribir, pero es hasta ahora que su primer libro toma forma, a través de esta novela de literatura fantástica.

    Para ti, papá.

    Mapa_Arama.png

    Capítulo I

    Sueños de Advertencia

    Hacía casi un mes que Altia se despertaba a mitad de la noche empapada en sudor, respirando agitadamente.

    Cuando abrió los ojos y se dio cuenta que estaba sentada en su cama, apretó las sábanas con las manos y dejó escapar un suspiro de alivio.

    «Todo está bien –pensó tranquilizándose–. Sólo fue un sueño… otra vez».

    Se bajó de la cama y se acercó a la mesita de noche en donde siempre había agua limpia en un pocillo. Tomó agua entre las manos y se mojó la cara. Después se dirigió a la ventana. Era una noche especialmente clara, la luna llena iluminaba hermosamente toda la ciudad de Orda. Reinaba el silencio y sólo se veía en algunas casas el humo de la chimenea elevándose al cielo. Siguió con la mirada una de las humaredas y pudo ver la constelación de Amur en todo su esplendor.

    En ese momento, recordó lo mucho que su madre sabía de las estrellas y cómo, hacía muchísimos años, la despertaba y la llevaba al jardín:

    –Acuéstate –le decía al mismo tiempo que ella lo hacía– y observa muy bien las estrellas, quiero que me digas qué es lo que ves.

    Altia veía miles de estrellas tapizando el firmamento y le parecía difícil encontrar algo específico, entonces su madre le señalaba una hilera vertical junto a dos horizontales y cuatro diagonales y como por arte de magia aparecía ante sus ojos un oso.

    –¡Veo un oso! –decía emocionada.

    –¡Eso es! –contestaba su madre–. Ese oso es la constelación de Ursae. Ahora podemos verla porque es verano y siempre está al norte. Si sabes leer el cielo, jamás te perderás.

    Altia sonrió enternecida por haberse acordado de ese momento. Nunca podía recordar los momentos vividos con su madre, después de todo, sólo tenía seis años cuando la perdió. Sin embargo, desde hacía mucho era rara la noche en que no soñara con ella, por eso no olvidaba su rostro, pero ahora, los sueños eran diferentes, ya no sólo se limitaban a la imagen de su madre sentada en su habitación diciéndole que no debía dejar a ningún extranjero vivir en una casa orda; ahora le presentaban algo más concreto… le advertían un gran peligro.

    Ya le había relatado a Máximus, su hombre de mayor confianza y mejor amigo, el repetido sueño que la estaba aquejando, no obstante, por imposible que pareciera, ahora Altia estaba empezando a convencerse de que su madre se estaba comunicando con ella desde el mundo de los muertos. Eso sí que no podía contárselo a nadie o pensarían que estaba perdiendo la cordura, algo a lo que no podría arriesgarse la gobernante de Orda.

    Capítulo II

    Altia y Máximus

    Altia se encontraba en el balcón de la Casa de Gobierno, en el punto más alto de Orda, observando en el horizonte al Sol que comenzaba a esconderse. Desde ese punto, podía verse claramente el trazado en cuadrícula, perfectamente ordenado, de la ciudad. A diferencia de las pequeñas casas que constituían el hogar de los ordas, la Casa de Gobierno era enorme, mucho más elaborada y la única construcción en el lugar con dos pisos.

    Unos instantes después, Altia escuchó pasos y Máximus se paró junto a ella.

    –Te he llamado, Máximus, porque eres la persona en quien más confío y sé que sabrás entender mi resolución –hablaba serena y pausadamente.

    –¿Te encuentras bien Altia? –preguntó con aire intranquilo.

    Máximus había sido su asesor desde el día en que ella tomó el cargo de jefe máximo. Eran amigos hacía muchos años y ella sabía que los unían los mismos ideales.

    Altia era la única hija de Obías, el anterior jefe Orda. Se casó a los veintiún años con Abid, hijo del mejor amigo de su padre, cinco años mayor que ella y con el que tuvo a Or, su primogénito, y a Ored, su segundo y último hijo. Los nombres que había elegido para sus hijos, eran la muestra de lo mucho que Altia amaba a su pueblo, para ella ser orda era motivo de orgullo y quería que los dos llevaran ese sello, no sólo en el nombre sino en lo más profundo del alma.

    Altia accedió al poder después de una tragedia en los montes Cariba, cuando una avalancha sepultó a su padre y a su esposo mientras viajaban a un encuentro diplomático a la ciudad de Besid. Su nombramiento como jefe máximo fue inmediato. A pesar de que su segundo hijo nació un mes antes, asumió con entereza sus nuevos deberes. Tenía veintiséis años, convirtiéndose en el jefe máximo más joven en la historia de Orda.

    –Sí, me encuentro perfectamente –le respondió a Máximus–. Quiero que me escuches con atención. Ahora que Or ha cumplido la mayoría de edad, lo he pensado con mucho detenimiento y he tomado una decisión –Altia seguía hablando tranquilamente sin mirar a su amigo, que la escuchaba sin entender a qué podría referirse.

    »Me complace lo bien que las cosas han marchado durante los años de mi mandato –continuó–, y aprovechando la tranquilidad que se vive en todo Arama, creo que es el momento perfecto para iniciar a Or en la capacitación necesaria para que sea nombrado jefe máximo.

    Máximus se quedó helado ante lo que acababa de escuchar.

    –¿De qué estás hablando? No entiendo. ¿Por qué me estás diciendo esto? ¿Estás enferma, acaso?… Yo no tenía idea de que algo estuviera mal.

    –Tranquilízate, querido amigo. No me pasa nada. Mi salud es perfecta.

    –Pero, ¿entonces? ¿Cómo podría Or ocupar tu puesto? Eres aún muy joven Altia, apenas tienes cuarenta y tres años. A menos que…

    –Que me retire. Eso es correcto. De eso te estoy hablando.

    –Pero, ¿por qué? Jamás en toda la historia Orda se ha dado el retiro voluntario de un jefe. Algo tiene que estar pasando.

    Altia no pudo evitar que la tristeza invadiera su rostro.

    –Me han llegado noticias de la creciente admiración de Or por las costumbres vantianas. Sé que ha formado un lazo estrecho de amistad con al menos dos ciudadanos de Vantia. Mañana regresará junto con los soldados que vienen a su descanso y no puedo permitir que cuando vuelvan a los campamentos, Or los acompañe.

    Máximus se quedó en silencio un momento, analizando la información que estaba recibiendo.

    –¡Oh! Vaya, Altia –replicó moviendo negativamente la cabeza–. Todo esto es por ese sueño en el que tu madre te advierte…

    –No, Máximus –le interrumpió–. Ese sueño no tiene nada que ver en esto, de hecho, hace casi dos semanas que no sueño nada –mintió–. Mis preocupaciones son por hechos reales.

    –Pero Or es demasiado joven. ¡Demasiado! Tú misma te sentiste insegura al tener que acceder al puesto con tan poca experiencia y sin la capacitación adecuada. ¡¿Cómo pretendes lograr que Or tome una responsabilidad tan grande cuando todavía es un niño?!

    –¡No es un niño, ya es un adulto! Y el que yo no haya muerto al momento en que Or ocupe mi puesto, es una ventaja infinita. ¿O se te ocurre un mejor asesor para mi hijo que yo? Estaré a su lado para guiar sus movimientos hasta que se sienta con la confianza de hacerlo solo –contestó Altia con aire de suficiencia.

    –¿Guiar sus movimientos? ¿Te estás escuchando?

    –Creo que eres tú el que no me está escuchando. ¿De verdad no entiendes la importancia de mi decisión? Tú, mejor que nadie, sabes que Or sueña con recibir algo más que lecciones de logística y estrategias militares. Tiene esa absurda obsesión por que se vean ampliados nuestros horizontes hacia la literatura, el arte y no sé cuántas cosas más.

    –El muchacho tiene otros intereses, pero entrará en razón.

    –¿Realmente crees que entrará en razón? Él sabe que está prohibido relacionarse con habitantes de otros pueblos y, aun así, lo ha hecho. ¡No voy a permitir que ponga en riesgo la integridad de nuestras costumbres! Nuestro futuro es seguro gracias a nuestro poder militar y a los impuestos que recibimos de todos los pueblos vasallos de Arama. No hay compatibilidad entre nuestra disciplina y la vida bohemia de Vantia, de la que, por cierto, no podrían disfrutar de no ser por nuestra vigilancia.

    –Entiendo que estés preocupada, pero no creo que sea necesario que tomes una decisión tan drástica. Podemos encontrar la manera de mantener a Or ocupado aquí, en la ciudad, para que no regrese a Vantia –insistió Máximus, empezando a perder la calma.

    –Estará ocupado capacitándose para reemplazarme.

    –¿Y por lo menos te interesa lo que va a pensar o sentir, o simplemente pretendes convertirlo en un títere mediante el cual seguirás gobernando y así evitar que se vuelva un problema futuro? –dijo Máximus exaltado. Hizo una pequeña pausa para tranquilizarse y añadió–. Me apena darme cuenta lo poco que conoces a tu hijo al creer que aceptará tu decisión sin problemas, pero lo que más me duele es tu indiferencia, estás a punto de alterarle la vida y simplemente no te importa.

    Altia resintió las palabras. No esperaba esa reacción y definitivamente nunca creyó que la juzgaría tan duramente. Se trataba de proteger Orda y para un gobernante no podía haber nada más importante que salvaguardar a su pueblo. En ese momento, no podía ni quería seguir hablando, así que dio media vuelta y se dirigió a su habitación sin pronunciar una palabra más, dejando a la noche como mudo testigo de aquella conversación.

    Máximus se quedó apoyado en el balcón completamente abrumado. La idea de un desequilibrio en la hasta ahora perfecta historia de su pueblo lo aterraba. Su intuición le decía que tal cambio sería visto por las demás ciudades como una señal de debilidad. «Nuestros inexistentes problemas actuales están a punto de cobrar vida –pensó angustiado–. ¿Y qué va a hacer Or cuando se entere?».

    Capítulo III

    Or

    Or se encontraba en la ciudad de Vantia en su última noche como vigía antes de regresar a Orda. Todos los miembros del ejército orda debían regresar a sus hogares durante dos semanas, después de seis meses de patrullaje continuo. En realidad, añoraba las comodidades de su casa, pero más que nada deseaba contarle a su madre y a Máximus todo lo que había visto y aprendido en aquella ciudad tan diferente a la suya y a la vez tan fascinante. También quería ver a su hermano Ored, quien cumpliría diecisiete años en un mes más y una vez que entrara al campo de entrenamiento sería difícil que coincidieran y pudieran verse seguido. Y por supuesto, deseaba ver a Cleus, su mejor amigo desde la infancia y que hacía seis meses no veía.

    El día en que asignaron las zonas a patrullar de cada división del ejército, Cleus fue comandado a la zona norte de la isla, que abarca los poblados de Lea y Rajal. En cambio, a Or le fue asignada la parte centro-sur de Arama, que abarca la ciudad de Vantia (la más grande de la isla) y los poblados de Mored y Fex.

    Todos los miembros del ejército Orda estaban acostumbrados a las incomodidades de los campamentos en los que se establecían mientras estaban asignados a patrullar. En el entrenamiento básico, se ponía a prueba su fortaleza y resistencia, hasta ahora no existía el caso de ningún joven que no hubiera pasado las pruebas de entrenamiento o que hubiera desertado al ejército.

    Los habitantes de los demás pueblos de Arama, sabían de la extraordinaria capacidad física y mental de los ordas, razón por la cual eran el grupo líder. A las afueras de las ciudades más importantes como Vantia, Rajal y Besid, ya existían campamentos permanentes que gozaban de algunas ventajas como letrinas, camas de paja y lo mejor de todo, un cocinero permanente que preparaba a los jóvenes comidas nutritivas y podría decirse que hasta sabrosas. En todos los demás sitios de patrullaje, cada miembro del ejército debía encargarse de armar su refugio y la preparación de los alimentos se hacía por turnos, por lo que el ser asignado a los campamentos permanentes se consideraba una gran suerte.

    Or se sentía afortunado de realizar su primer viaje de patrullaje al campamento cercano a Vantia, porque además de encontrarse en una instalación permanente, Vantia era una de las ciudades más importantes de Arama. Los vantianos eran reconocidos por su refinamiento y educación superior. Los jóvenes vantianos mejor acomodados, eran educados en literatura, arte, música e historia y se les inculcaba el pacifismo como valor fundamental.

    La economía vantiana estaba basada en el comercio, dominaban la alfarería de la isla, pero su principal fuente de ingreso provenía de la lana de oveja. Debido a su situación geográfica, Vantia gozaba de un clima privilegiado y una gran extensión de sus terrenos eran pastizales para pastoreo. Por todo el territorio vantiano cruza el río Akvarel, dotándolos de agua todo el año y convirtiéndolos en el pueblo con la mayor capacidad ganadera de Arama.

    Hacía casi tres siglos, los vantianos estuvieron a punto de perder sus tierras a manos de los bezbonitas.

    Los pobladores de Bezbo, situado en el extremo norte de la isla, padecen de mal clima y escasez de alimento, por lo que necesitan más que ningún otro pueblo de los productos que se producen en lugares más prósperos.

    Para los bezbonitas, no hay otra opción que trabajar en las minas de magnetita que se extienden por toda su región. De este mineral se extrae el hierro, un material de gran importancia estratégica para los Ordas, ya que con él, los herreros de Rajal fabrican la mayoría de las armas que utilizan. Sin embargo, a pesar de que la magnetita es un bien muy preciado en la isla, para los bezbonitas sólo constituye su pase de acceso a los alimentos, la lana y el carbón necesarios para sobrevivir.

    En aquel episodio sangriento en que un grupo de bezbonitas se decidió a tomar las armas para someter al pacífico pueblo de Vantia, fue sólo por la intervención orda que los vantianos se vieron libres del acoso. Desde que el ejército orda demostró su superioridad absoluta, el pueblo de Bezbo ha vivido bajo vigilancia constante y ninguno de sus habitantes es bien visto o recibido en ningún otro pueblo. Por su parte, los vantianos se sienten agradecidos con los ordas por su heroica ayuda y, aunque distante, mantienen una relación cordial con ellos.

    Or había cumplido diecinueve años hacía poco más de un mes. Cada joven orda, al cumplir diecisiete, ya fuera hombre o mujer, debía ingresar al ejército para su preparación y posterior envío a las zonas de patrullaje.

    En Orda, la igualdad entre sexos era total y la única diferencia era el permiso de ausencia por maternidad que se les otorgaba a las mujeres. Las características físicas de los ordas eran muy particulares. Llamaba la atención la poca diferencia de estatura entre hombres y mujeres. Eran muy altos, delgados y atléticos, de rasgos finos y tez morena clara. Todos llevaban el pelo corto, lo que facilitaba su arreglo e higiene en todo momento y los hombres carecían de vello facial. Eran un pueblo prolífico y todos estaban en libertad de elegir con quién casarse. La única línea de sangre que era reconocida con un grado superior, era la de la familia gobernante, cuyos líderes llevaban cerca de cuatrocientos años en el poder.

    Or estaba sentado sobre su cama abrochándose las botas, cuando escuchó la voz de Tesa, su compañera de cabaña en el campamento.

    –¿Vas a ir hoy también?

    Or la miró asintiendo con la cabeza:

    –Sí, pero no tardaré –contestó mientras alistaba una mochila para salir.

    Las cabañas estaban hechas de madera y descansaban sobre pilotes que las elevaban unos cuatro metros del suelo. De este modo, los ordas podían tener una vista más amplia de los alrededores y evitaban ser sorprendidos a media noche por algún grupo de delincuentes. La única manera de subir a las cabañas era por medio de escaleras que se retiraban del lugar cuando los soldados descansaban.

    –Llevas varias noches escapándote y ayer la coronel Randa hizo doble inspección. Tienes suerte de haber regresado a tiempo. Yo creo que tiene alguna sospecha.

    –Hoy también regresaré a tiempo, es más, regresaré casi de inmediato –respondió alegremente.

    –No debes intimar más con los vantianos. Tú, mejor que nadie, deberías saber que la autoridad se puede ver disminuida si conocen tus debilidades. Or, tú serás el próximo jefe Orda y…

    –Y precisamente por eso, las buenas relaciones con los demás pueblos serán siempre importantes –interrumpió riéndose.

    –Eso no es gracioso. Siempre te he considerado más inteligente que la mayoría, no sé qué te está pasando –dijo Tesa en tono molesto.

    –Vamos, Tesa, tranquilízate. Domeus y sus amigos son inofensivos. Sabes que nuestras reuniones son para hablar de arte y literatura. No veo que pueda tener eso de malo, simplemente estoy incrementando mi cultura. ¿Eso te parece peligroso? Mi cara aparecerá entre los criminales más buscados: Or. Se busca por poseer la mayor cantidad de información literaria de Arama –terminó diciendo con una carcajada.

    Tesa suspiró, incrédula. En realidad, le sorprendía la capacidad de Or por mantener la calma y restar importancia a los problemas y no sabía si eso le sería de ayuda en el futuro.

    –No tardaré. Ya tuvimos la primera inspección y no creo que la coronel regrese. Además, sólo he salido cuando Fendus y Bista han estado de guardia, nadie más que tú sabe de mis salidas.

    Cada cabaña estaba diseñada para albergar a cuatro soldados y a los otros dos integrantes de la cabaña de Or se les había asignado la guardia nocturna cada cierto tiempo.

    –Ojalá hubieras aceptado acompañarme a alguna de las reuniones, así sabrías que no tienes de qué preocuparte y entenderías mi interés –dijo Or poniéndose de pie.

    –Sabes que no comparto tus ideas. Por favor Or, mañana volvemos a Orda, has tenido suerte hasta hoy, ¿por qué te arriesgas? –insistió Tesa preocupada.

    –Precisamente por eso, porque esta es mi última noche aquí y quiero despedirme –contestó Or–. Vamos, es la última vez, no seas tan gruñona y ayúdame, sabes que cuento contigo para volver a subir.

    Or sacó una cuerda que tenía oculta y la amarró a un pesado barril lleno de agua. Tesa se sentó en el barril para imprimirle más peso y que Or pudiera bajar deslizándose por la gruesa fibra. Cuando estuvo en el suelo, Tesa desamarró la cuerda, la enrolló y la escondió junto a su cama. «¡Tonta, tonta! –pensó golpeándose la frente–. Debiste decirle que no desde la primera vez que te pidió ayuda». Tesa lamentaba profundamente su falta de voluntad.

    Capítulo IV

    Domeus

    Domeus

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