Política revolucionaria
Por Leopoldo Lugones
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Política revolucionaria - Leopoldo Lugones
Política revolucionaria
Copyright © 1931, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726641769
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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ADVERTENCIA PATRIOTICA
Bástame exponer en este libro la doctrina inspiradora del movimiento del 6 de Setiembre con que hubo de iniciarse la revolución ahora en marcha, para que resulte un nuevo homenaje a las armas de la Nación. Creo inútil ponderar lo que ello me halaga. Durante siete años, desde mis conferencias del Coliseo en 1923, había proclamado casi solo, por no decir completamente, la necesidad de que los militares diesen gobierno a la Patria. Pues a despecho de tantas elecciones libres y de tantos sufragios secretos y obligatorios, no lo tenía. Considerando su disciplina más fuerte, su preparación más sólida, su conducta más limpia, su patriotismo más exigente, y aquella superior eficacia administrativa que exige a la moderna oficialidad la organización de las naciones en armas, había llamado a los militares los mejores por antonomasia para imponer y asegurar el orden en la República.
Esto es ya un hecho. Las armas de la Nación salváronla por cuenta propia, y su jefe la gobierna de igual modo. Mucho mejor, desde luego, que los predilectos del sufragio universal durante dieciseis años. A la fuerza militar le bastó un día. Seis meses después, el país ve restablecido su crédito, a pesar de la crisis más rigurosa que haya soportado nunca: iniciada su política económica, que era lo más urgente en el dominio material; rehecha la disciplina universitaria que en el dominio moral era también lo más urgente; acometido a fondo el reajuste de la administración; exigida por primera vez la responsabilidad de los funcionarios; eliminado el extranjero pernicioso que formaba dentro del país un verdadero ejército de ocupación con bandera roja; perseguida con vigor la delincuencia; fomentado y defendido con incansable celo el bienestar común: corregido en una palabra el grave trastorno con que iban comprometiendo la suerte de la Nación sus políticos desenfrenados.
Todos ellos; pues la sobrepuja de favores y halagos para conquistar las masas urbanas que forman entre nosotros la mayoría electoral, arrastrólos al izquierdismo. Nadie ignora que la dictadura del proletariado, aspiración definitiva del socialismo, consiste realmente en la dominación ejercida por los obreros de las ciudades. Y así nos lo enseña la Rusia de los soviets.
Ahora bien, el izquierdismo como el laborismo inglés y el obrerismo de nuestros radicales, viene a ser el socialismo con otro nombre; del propio modo que este último es un sinónimo del comunismo. Basta verlos definirse por sus actos, que es como vale. La experiencia del mundo entero revela que todo eso constituye una derivación fatal del liberalismo. La igualdad incondicional en política, requiere luego, no más, la incondicional igualdad económica. La democracia mayoritaria es, si bien se ve, una forma de comunismo: gobierno de todos y para todos; riqueza de todos y para todos . . .
Infestada de izquierdismo por conveniencia electoral, y peor todavía si lo estuviere por convicción, nuestra política ha dejado de ser momentáneamente un azote, pero continúa siendo un peligro. Los radicales fueron los peores, por la sencilla razón de que llegaron al gobierno. Con ideología y procedimiento iguales: izquierdismo y ley electoral, seguro es que todos harán lo mismo. Un radical es un argentino como cualquier otro.
Por esta razón, todos los políticos defienden como una conquista sagrada
del pueblo y de la libertad, el maléfico sistema cuyo único fruto hasta el día de la Revolución, fué una calamidad de dieciseis años. No tocar nada, no demorar en la restauración del sistema: es decir, volver a empezar cuanto antes. He aquí cómo responden los políticos a la obra militar del 6 de Setiembre. Verdad es que siendo izquierdistas, todo lo militar les resulta abominable. Basta verlos desde el día siguiente, perdonando la vida al vencedor como el portugués desde el fondo de la zanja, y pretendiendo conocer mejor que él mismo el propósito de la Revolución.
Fracasada por exceso de vanidad, la intriga renació y persiste bajo una doble forma que resume con majadería baladí la animadversión del izquierdismo. El gobierno puede y no puede esto y lo otro: iniciar, por ejemplo, la política económica, retardada en veinte años, o reprimir la vagancia: porque estas cosas son atribuciones del Congreso. Es decir, que ha podido disolver ese cuerpo, restablecer por bando la pena de muerte, percibir los impuestos, aplicarlos, modificarlos; destituir jueces, crear jurisdicciones penales. . . pero debe estar sujeto a lo que cada ideólogo determine. El objeto de esta aparente simpleza, no es impresionar al gobierno, sino perturbar el espíritu público. El izquierdismo en masa se ocupa de ello, desde el radical conspirador hasta el liberal doctrinario. El fracaso de la Revolución que así se persigue, es la venganza que se atreven a intentar contra las fuerzas militares cuyo éxito menosprecian y aborrecen. Este propósito de venganza manifiéstase ya con expresiones incontenibles. Ultimamente, en boca del populacho más soez, se ha oído el grito revelador: ¡Ya verán cuando lleguen las elecciones! Es la contrarrevolución, o mejor dicho el desquite de la anarquía que los políticos desatarán sobre el país.
Pues bien: estas elecciones que así se preparan a reproducir lo que era de esperar, constituyen el otro aspecto de la intriga. Según los ideólogos liberales, crisis económica, depresión monetaria, descrédito clandestino del país: todos los inconvenientes que soportamos, tendrán remedio en el comicio; como si no los debiéramos, precisamente, a la demagogía electa y reelecta durante dieciseis años y que las minorías izquierdistas no supieron contener porque eran astillas del mismo palo. Lejos de esto, sobrepujáronla en obrerismo