Acción, las cuatro conferencias patrióticas del Coliseo
Por Leopoldo Lugones
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Acción, las cuatro conferencias patrióticas del Coliseo - Leopoldo Lugones
Acción, las cuatro conferencias patrióticas del Coliseo
Copyright © 1923, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726641783
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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A JORGE MITRE
ADVERTENCIA
Estas son las conferencias del Coliseo. Su publicación ratificará, conforme es justo, mi responsabilidad completa, así como la de quienes desviaron o violentaron su sentido, para aderezarse cómodas refutaciones. Como éstos se han divertido en atribuirme jenofobia, militarismo y sedición, deseo recordar la significación de tales palabras: odio al extranjero, subordinación del poder civil al militar, y levantamiento popular contra el gobierno. El lector verá si tales fueron mis propósitos. No rehuyo, por lo demás, ninguna consecuencia, ni estoy dispuesto a respetar nada que no sea moralmente respetable. He proclamado la necesidad de una enérgica adhesión a las instituciones militares; y si ante el doble peligro que nos amenaza con un desastre ya empezado, no hay decoro ni esperanza sino en las espadas argentinas, allá hemos de irlos a buscar.
Leopoldo Lugones.
PRIMERA CONFERENCIA
(6 DE JULIO DE 1923)
ANTE LA DOBLE AMENAZA
Señoras y señores:
Elegido para esta primera conferencia, con intención que de suyo se explicará, un día tan próximo al 9 de julio, quiero limitarme a ponerla, por ahora, bajo la sencilla advocación de la Patria. Ya me explayaré sobre esto al final, efectuándolo de la mejor manera posible. No haré sino una excepción inmediata, y será para vosotras, señoras argentinas, a quienes tanto agradezco que hayáis venido, para poner sobre estas duras palabras el consuelo de la belleza. Porque si ostentáis — y con cuánta gracia — la elegante frivolidad de la rosa, poseéis también — y tánto — la penetrante agudeza de la espina. Yo no rindo homenaje a vuestra debilidad, sino cuando se trata de evitaros la pequeña molestia que ofende la púdica serenidad o lastima el pie delicado. Pero cuando llega la hora grave en que es menester decidirse por la patria o por el honor, os considero tan dignas como nosotros del sacrificio y de la gloria.
Señores: Desde hace ya largo tiempo, embargaba mi espíritu una grave preocupación. Veía condensarse sobre el país la doble amenaza de que voy a hablaros, y con ella el estímulo del deber que me impulsaba a decirlo. Porque creo que no hay peor mentira ni cobardía que la de callar la verdad, sobre todo cuando puede ser peligrosa.
Esperaba, sin embargo, que lo hicieran otros más llamados, seguramente, que yo. Reconocía sin esfuerzo en muchos de ellos, la mayor aptitud. Yo tengo bastante, me decía, con mis exámetros y mis matemáticas, con mi vida tan pesadamente laboriosa y con mi destino ajeno al descanso, por la iniquidad fatal de la estrella con que nací . . .
Mas, los que debían hablar, no lo han hecho. Reproducíase el caso de aquellos días angustiosos de la guerra, cuando era menester pronunciarse ante América y ante el mundo; los mismos, otra vez, que cuando debía explicarse la substancial relación entre el Tratado de Versalles y la Liga de las Naciones a la cual habíamos ingresado en el equívoco, si no en la deslealtad.
No estará la Patria en peligro, pero hay, sí, un doble peligro que se cierne sobre la Patria. El peligro! . . .Con qué confianza lo declaro, en la serenidad viril, en la energía magnífica de mi pueblo!
Y el primero y mayor es la paz armada a la cual hemos entrado ya.
No me propongo estudiar hoy cómo se ha venido a ella, porque esto será el tema de mi segunda disertación. Mas, puedo citar, desde luego, algunas cifras totales.
Sábese que el ejército argentino requiere trescientos millones de pesos para restablecer su potencia de tal, dentro de lo existente: es decir, sin aumento alguno. ( ¹ ). Se ha pedido ya un crédito de veintidós millones para reparar — mejor dicho, para remendar — algunos navíos de la escuadra, que carece totalmente de elementos esencialísimos ahora, como los submarinos cuya adquisición es indispensable. El plan de construcciones para los ferrocarriles del Estado, monta a trescientos quince millones de pesos, y nadie ignora que toda red oficial, además de económica, es siempre estratégica. No se requiere una perspicacia excepcional para atribuir dicha intención a un plan tan vasto, aun cuando la situación rentística del país está lejos de presentarse floreciente. Se verá hasta qué extremo inquietante; mas, saquemos por ahora el total de esas erogaciones meramente iniciales: Son seiscientos millones de pesos cuya exigencia ineludible se agregará a un presupuesto excedido en doscientos millones, y a una deuda flotante de mil, que resulta por sí sola el doble de los recursos ordinarios de la nación. Y es completamente seguro, que no podremos detenernos. Pero este incremento de gastos comporta redondamente la crisis, ya iniciada, por lo demás, con el desastre ganadero, la reducción de las siembras y el creciente disfavor de la balanza comercial, o sea el aumento y la diminución simultáneos de la importación y la exportación respectivamente. Excluídos esos seiscientos millones, gastamos todavía mucho más de lo que producimos.
Entretanto, nuestra indiferencia ha dejado correr cierta afirmación, avanzada por los dos países más empeñados en armarse: que no hay paz armadaen América; de suerte que al declarar nosotros la necesidad mínima de arreglar lo que tenemos, brotó en seguida la inculpación previsible: esla Argentina quien provoca la pazarmada.
Por extraño que parezca, voces argentinas han llegado a sostener lo propio, declarando que nos basta un ejército defensivo. Es el resultado de la ideología sectaria cristalizada en dogma: funesta doctrina que ya costó a Francia mares de sangre, irreparables ruinas, profundo agotamiento económico; doctrina , o mejor dicho paradoja desvanecida por la formidable realidad de la guerra, que fué para tantos — yo entre ellos — el final trágico de una grande ilusión. Si semejante realidad no influye sobre el criterio de quienes lo formamos con la experiencia y la razón, es porque nos hallamos en estado de fe, vale decir bajo el imperio dogmático de postulados o de sistemas ideológicos, o porque un mal entendido orgullo nos lleva a confundir con la inmovilidad la firmeza del carácter: que ella no consiste en sostener lo que una vez se dijo, sólo por haberlo dicho, sino en hacerlo con la convicción adquirida, sea o no contradictoria de una convicción anterior. ¿De qué servirán, entonces, la experiencia y las demostraciones, ni qué es el estudio, en suma, sino una constante rectificación? ¿Por qué ha de ser leal y honroso modificar el criterio científico ante la prueba, lo mismo si se trata de una ley física que de una sentencia judicial, y no sino infamante y traicionero el cambio de criterio social confrontado del mismo modo? Los que así condenan, socialistas,