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El Primer Pretor
El Primer Pretor
El Primer Pretor
Libro electrónico592 páginas9 horas

El Primer Pretor

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Thermistagores, lder de Marsella, enva a su hijo a Roma. Su misin es contactar con los conspiradores, que pretenden derrocar al rey de Roma.
Tras diversas entrevistas, firman un acuerdo para iniciar un viaje, con el objeto de establecer una ruta comercial con el reino de Tartessos. Sin conseguirlo, llegan a la ciudad de Basti. Los romanos se dividen, unos se dirigen hasta Roma, mientras otros, lo hacen en direccin a Ampurias, donde comprarn de las armas.
En Roma, Ciconio flamen Furrinalis, descubre que Bruto pretende iniciar la sublevacin, pero su intencin es convertirse l en rey.
En Cumas, la situacin poltica oscila entre una posible alianza con Roma, para que estos se liberen de la dominacin etrusca y otros, para hacerse con el control de los yacimientos de hierro, situados en la isla de Elba.
Cartago, ve peligrar su monopolio de la prpura. Por otra parte y tras una latente guerra comercial con Etruria, que posee las dos nicas rutas de acceso al estao y al mbar bltico, enva una escuadra para hacerse con el control de la ruta martima.
Tras la llegada de las armas a Roma, una carta de Porsenna, rey de Clusium, solicita ayuda a Tarquino, para tomar la ciudad de Tusculum. Tito, el hijo menor del rey, decide traicionar a su padre. Es el asesinato de Ciconio, el que provoca la ira de la poblacin, al ser acusado el rey y su hijo Sexto, de ser los instigadores de la muerte del flamen.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento23 feb 2012
ISBN9781463321031
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    El Primer Pretor - Carlos Xavier de Lamadrid Reverte

    Contents

    I

    II

    III

    IV

    V

    VI

    VII

    VIII

    IX

    X

    XI

    XII

    XIII

    XIV

    A Ginés, mi tío. Me has preguntado, Lucilio, por qué así, en el caso de que el mundo sea guiado por la providencia, le sobrevienen muchos males a hombres buenos (Sobre la Providencia Lucio Anneo Séneca).

    A mis padres, José Antonio y María Isabel. Es preciso equipar a los hijos con provisiones y recursos que permitan ponerse a salvo a nado, incluso en un naufragio (Aristipo, discípulo de Sócrates).

    A mis hijos Ginés e Isabel. Todos los dones que concede la Fortuna, ella misma los quita con suma facilidad, pero la ciencia que se graba en el entendimiento, no se desvanece con el paso del tiempo, sino que permanece estable hasta el fin de la vida. (Los Diez Libros de Arquitectura Marco Vitruvio Polión).

    A Alejandra, mi esposa. Toda vida verdadera es encuentro (Yo y Tú Martín Buber).

    A Germán Sánchez. Homo sum: humani nihil a me alienum puto -Humano soy y nada humano me resulta ajeno– (Heatutontimorúmenos Terencio).

    Al Jefe, a fray Sebastián, Patricio y Károl. El temer a la muerte ¡oh jueces!, no es otra cosa que ser discreto sin serlo, porque es creer saber lo que no se sabe; nadie sabe, en efecto, si la muerte resulta para el hombre el mayor de todos los bienes y la temen como si les constara que es el mayor de todos los males (Apología a Sócrates Platón).

    De todos los pueblos del mundo, el más fiero y el más osado, pero al mismo tiempo el más arreglado en sus consejos, el más constante en sus máximas, el más prudente, el más laborioso, y también el más sufrido, fue el pueblo romano. De este conjunto se formó la mejor milicia y la política más previsora, más firme y consecuente que existió jamás".

    Discurso sobre la historia universal

    Bousset

    I

    ¿Cómo es posible que unos sucesos tan lejanos, nos hayan conducido hasta aquí? Primero fueron los lidios que nos asediaron. Ellos nos obligaron a fundar la apoikiai de Aleria. Luego los persas completaron el exterminio de Focea y la empobrecieron a tal grado, que los épecos llegaron a la Magna Grecia y a nuestras costas, por centenares.

    Nos acusan de piratas y en cierto sentido es verdad. Sin embargo, es indudable que italiotas, cartagineses y antes que ellos los fenicios, también lo han sido. Son excusas para robarnos lo que tenemos. Para expulsarnos de nuestras tierras y en definitiva, aniquilarnos… El mundo no es lo suficientemente grande para que podamos vivir en paz.

    Tiro ha sufrido la presión de los asirios. Y los fenicios, como nosotros, han debido huir de sus casas y refugiarse en África. Hasta hace poco creímos que podríamos vivir en paz… falsas esperanzas. La presión a la que nos han sometido nos ha llevado al día de hoy y por si esto fuera poco, los italiotas se han aliado con los cartagineses para repartirse el botín. Unos al Norte, los otros al Sur y nosotros entre ellos.

    Mi abuelo fundó Massilia, como consecuencia de las luchas intestinas provocadas por la stasis. Los aristoi y basileîs acapararon todo el poder y la riqueza, sometiendo a los pequeños campesinos, terratenientes diminutos en comparación a ellos. Por primera vez, nadie estaba seguro y en cualquier momento podías convertirte en esclavo, si tus cosechas no eran suficientes para pagar los impuestos que exigían. Tal vez hubo más motivos, pero la centralización del poder militar y agrícola, fue la base para que Massilia se creara y pocos años después, Emporion.

    Hasta Aleria, muy pocas fueron las cosas que nos unieron a Focea o a cualquier apoikiai. En realidad lo que les ocurriera o no, en nada nos afectaba. Esa fue la idea que nos hicieron creer, hasta el día de hoy. La verdad es mucho más cruel y prueba de ello, es la alianza entre italiotas y cartagineses, que amenaza nuestra propia supervivencia. Somos un peligro para ellos y nuestra destrucción será la base de un nuevo mundo.

    Hoy y aquí, frente a las costas de Aleria, se decidirá nuestro destino.

    black.jpg

    -   ¿Hasta cuando deberemos soportar esta deshonra?, ¿Permitiremos que nos castiguen sin ofrecer resistencia?, ¿No ha sido suficiente lo que ha ocurrido en Focea que, aquí, deberemos soportar también la tiranía de nuestros enemigos?

    -   ¿Acaso crees, Basileos, que tu dolor no es el nuestro o tus sentimientos nos son ajenos? No lo son, pero debemos tomar una determinación. Hemos de aceptar lo inevitable y soportar las consecuencias. Llegarán tiempos mejores y con la ayuda de los dioses, saldremos de esta situación. ¿Y tú qué dices, Thermistagores?

    Aquella Asamblea se me figuraba el castigo de Prometeo. En breve tiempo aparecería el embajador de Cartago con su propuesta y sabríamos a qué atenernos. ¿De qué sirvió la victoria o los desvelos? Estaba sentado sin saber qué decir. Admitir lo inevitable o sucumbir a nuestra fortuna.

    -   Senadores, aceptémoslo. Debemos someter nuestros deseos a los suyos y acatar lo que nos exijan. Firmemos y esperemos. Preparémonos, porque tarde o temprano podremos ajustar cuentas con ellos. Sabéis, como yo, que su alianza no será eterna y uno de ellos la romperá. Los italiotas están divididos y solamente su sed de oro y su monopolio del hierro en Italia, los mantiene unidos.

    -   Nosotros no somos débiles, Thermistagores.

    -   Ahora lo somos y es por eso que la Asamblea debe pensar con la cabeza y no con el corazón. Necesitamos serenarnos.

    -   ¡El pueblo espera!

    -   Sí, espera nuestra decisión. Hoy saldremos victoriosos o pereceremos por siempre. No deseo firmar la aberración que nos presentarán, pero es necesario que lo hagamos y salvemos algo de lo que todavía nos queda. Si lo hacemos, ayudaremos a nuestros hermanos de Mainaké, Kallipolis, Hyops, Lebendontia, Herakleia y tantas otras apoikiai y, además, mantendremos abierta Hemeroskopeion. Si firmamos, nos garantizarán que podrán establecerse en la Magna Grecia, tal como hicieron los habitantes de Aleria. En caso de que no lo hagamos, perecerán. ¿Deberán perder la vida por nuestro orgullo?

    -   ¿Cómo sabes que será así y no de otro modo?, ¿Acaso propones que firmemos nuestra rendición?

    -   Nunca. Lo que os pido es que salvemos Massilia y a nuestros hermanos. Todo a cambiado y ellos dependen de nosotros, como nosotros de ellos. El tiempo en que cada apoikiai era libre e independiente ha pasado y eso es precisamente lo que debemos entender. Cartagineses e italiotas se han unido, y nosotros haremos lo mismo o nos arrastrarán hasta el mismísimo Hades. En cuanto a saber, si permitirán una retirada pacífica… te recuerdo, Aggelos, lo ocurrido en la isla Symnesia. No van a matar a nadie si no es necesario. Al menos eso espero y la razón no es otra que la siguiente: Tanto entonces como ahora, la infraestructura quedará intacta y es precisamente lo que desean. Atacarlas, declararles la guerra, asediar las apoikiai y asaltarlas, simplemente arruinará sus planes.

    -   Thermistagores, deliras si crees que vamos a consentir que nos dicten lo que tengamos que hacer.

    -   No soy un demente, Basileos. Sólo te digo que si firmamos sobreviviremos y eso lo puedes entender hasta tú.

    -   Lo que entiendo, es que tenemos que pararles los pies en algún momento y por lo que veo, no crees que podamos hacerlo o debamos hacerlo.

    -   Lo que estoy diciendo es que ahora no es el mejor momento para tramar un plan, que nos permita recuperar lo perdido; aunque no descarto que, en poco tiempo, hagamos lo necesario para recobrarlo.

    black.jpg

    Desde mi pentecóntera puedo contemplar nuestras naves y su orden de batalla. Sesenta y siete componen nuestra flota. Cincuenta y cuatro pentecónteras, tres trirremes y diez birremes. El viento ha cedido, pero en cualquier momento se levantará y es por ese motivo, que hemos ordenado retirar los mástiles. Los hombres deberán impulsarnos con sus brazos, pero lentamente, sin cansarse. Cuando llegue el momento, esos mismos brazos deberán aproximarse a nuestros enemigos y embestirlos y si no conseguimos hundirlos, los epibates se encargarán de ellos.

    Por primera vez veo thetes y epibates en cantidad suficiente, como para ocultar el horizonte. Todos los jóvenes de Jonia se han dado cita aquí y desde hace mucho tiempo, no hemos necesitado mercenarios o thranitai de otras partes. Nuestra confianza descansa en brazos jonios. Seremos nosotros los que alcanzaremos la victoria por nuestros propios medios o pereceremos.

    Esta misma mañana, recibimos informes sobre la flota de la alianza y para muchos el número es desmesurado. Yo no soy de la misma opinión, pero tampoco me engaño, hasta que no llegue el momento no sabremos a qué nos vamos a enfrentar.

    Los hombres están nerviosos y emocionados por lo que va a ocurrir. Parece como si el miedo que debiéramos tener ante la batalla, no existiera. Están seguros de nuestra victoria y se jactan de nuestro poderío superior, especialmente en el abordaje. La única ventaja de la que disponemos se centra en que ellos creen que los enfrentaremos en los pequeños hippois. Si siguen creyéndolo, se llevarán una sorpresa muy desagradable.

    Las naves se encuentran alineadas y dispuestas para el combate. Los ojos de los buques pintados en la proa, parecen observar el horizonte, esperando el momento de la verdad y el kybernetes de mi barco, es una extensión del remo que guía la nave. Él sabe mejor que nadie, que su responsabilidad solamente puede ser comparada con la mía. Un error o una maniobra mal calculada, acabará con todos nosotros.

    El mar en calma y el cielo libre de nubes, presagian un combate digno de ser recordado, si es que alguno merece serlo.

    El momento ha llegado. La flota enemiga se extiende por el horizonte. Sus velas aparecen blancas, en contraste con el azul del mar y del cielo y por un momento he creído, que se trataba de una tormenta que se acercaba. Un grito rasgó el aire y fue entonces, cuando advertí que aquellas nubes eran en realidad lo que habíamos estado esperando.

    black.jpg

    Observé a los senadores, dispuestos a entablar una larga y dura discusión. Cerré los ojos, mientras mis pensamientos volaron lejos de allí. No deseaba pronunciar las palabras que tanto había meditado y, sin embargo, tenía la penosa obligación de hacerlo.

    Mi senado, aquel senado compuesto de plañideras, tenía que entender a lo que nos íbamos a enfrentar. Si más de uno de ellos hubiera demostrado el mismo ardor en Aleria, que el que estaba mostrando en aquel recinto, posiblemente, no estaría viviendo la humillación de vernos derrotados de aquella forma.

    Observé al horizonte, en un intento vano de traspasar los gruesos muros con la mirada y deseando encontrar una solución al dilema. No había escapatoria. El Senado dividido, la ciudad soportando su peor momento desde la derrota en las Pithyiussas y yo, esperando que un puñado de ancianos y pusilánimes mercaderes, aceptaran nuestro hado y se resignaran a lo inevitable.

    Regresé a la sala, cuando la chillona voz de Aggelos, me devolvió a la realidad.

    -   Thermistagores, nos pide que claudiquemos sin ofrecer resistencia.

    -   Efectivamente, Aggelos, es la mejor manera de salvarnos. Aunque tú seas incapaz de verlo.

    -   Lo que veo es que Hemeroskopeion va a seguir existiendo, mientras las demás van a desaparecer y me pregunto por qué.

    -   ¿Acaso no lo ves? La ciudad está rodeado por sus colonias y pueden controlar fácilmente lo que entra y sale. Las situadas más al sur, están demasiado cerca de Phoinike. Las fronterizas pueden crearles problemas con los iberos, al influir en ellos, pero ésa está precisamente en medio de su territorio. La cuestión no es otra que la siguiente: los cartagineses pueden enriquecerse a su costa, sin hacer otra cosa que registrar cada nave que entre o salga del puerto y eso nos lleva a otro asunto.

    -   ¿A cuál?

    -   Si hasta ahora nos hemos debido de enfrentar a un enemigo visible, en este momento lo haremos contra uno invisible y no podremos cometer errores de ninguna clase.

    -   ¿A qué te refieres, Thermistagores?

    -   Desde hoy, vamos a tener legiones de espías y es precisamente por eso, Aggelos, que deberemos tener muchas precauciones o de lo contrario, sufrir las consecuencias. En cualquier caso, debemos discutir los términos del tratado pronto y todos sabemos que la política cartaginesa, es diferente a la de los fenicios. Mientras los segundos siempre han tenido aspiraciones similares a las nuestras y precisamente por eso, no hemos tenido problemas, los de Cartago piensan diferente. Son como los italiotas, desean controlarlo todo y a quien no se supedita lo exterminan. En otras palabras, buscan el sometimiento a sus deseos. Sin provocación por nuestra parte, nos han echado de nuestras apoikiai y pretenderán restringirnos el comercio. La expulsión de los habitantes de Aleria a la Magna Grecia, nos deja a nosotros en una situación de preeminencia en esta zona y debemos obrar en consecuencia. Necesitamos ser cautelosos.

    -   ¿Hablas de cautela o de miedo?

    -   Hablo de ser precavido, Basileos. No seamos necios, ¿podemos quizá dirigirnos a Cartago y acabar con su poderío?, ¿O tal vez llevar una escuadra de pentecónteras y saquear Ibusim, en la isla Symnesia? Hemos soportado decenas de años su enemistad. ¿No recordáis lo que ocurrió cuando mi abuelo se enfrentó a ellos, tras fundar esta ciudad? La alianza que han formado, no es más que la consecuencia de su odio. Enemistad que los italiotas aprovechan para hacerse fuertes en su mar y alejarnos de Italia y de las rutas comerciales que ellos desean para sí. Hace algo más de cien años fuimos expulsados de Ibusim y de las islas Pithyiussas, un enclave extremadamente importante para controlar la ruta con Iberia y entonces aceptamos nuestro sino, esperando que algún día pudiéramos recuperarla, ¿y lo hemos logrado?… No os pido que actuemos igual, os ruego que reconozcamos nuestro destino y trabajemos para recuperar lo que nos han robado. Entonces no teníamos la fuerza que poseemos ahora, no disponíamos de bases seguras desde donde operar, todo ha cambiado. Pero necesitamos tiempo para poder hacernos lo suficientemente fuertes, para derrotarlos.

    -   ¿Y esperas que lo hagamos sin un mercado como el de Ispania?

    -   No, Aggelos, por supuesto que no. Lo que digo es que si nos sometemos a sus deseos y trabajamos con discreción, en unos años conseguiremos hacerlo. Por el contrario, si lo que decidimos es enfrentarnos abiertamente a ellos, con casi total seguridad tendremos a una escuadra de cien naves cartaginesas e italiotas frente a nuestras costas. Tal vez no consigan tomar Massilia, pero de lo que podemos estar completamente seguros, es que nuestras factorías que están a ochenta estadios o a treinta, serán completamente destruidas y entonces ¿qué pasará? que Massilia y el resto de nuestras apoikiai desaparecerán, sencillamente porque nos ahogarán.

    black.jpg

    El orden de batalla se ejecutó de manera inmediata. Abrimos nuestra formación y calculamos la distancia entre nosotros a un pletro, anchura suficiente para que las naves maniobraran sin obstaculizarse. La formación era la habitual, cuando nos enfrentábamos a una flota muy superior. Colocamos las naves más ligeras en las alas, mientras las pesadas se encontraban en el centro, de esa manera las usaríamos como la punta de una lanza, para abrir una brecha en la formación enemiga y obligándoles a abrirse para que nuestras pentecónteras se hicieran cargo de ellas.

    La orden de acelerar la marcha no se hizo esperar y nos dirigimos hacia ellos para embestirlos con nuestros akrónteriones. Su disposición nos sorprendió, ya que la flota de la alianza cartaginesa – italiota estaba lista de la siguiente forma: Colocaron dos líneas de combate con una separación de casi dos pletros, de esta manera intentaron evitar nuestra embestida, pasando a través de sus flancos. En el centro, tal como habíamos previsto, pusieron sus birremes más pesadas, mientras las más ligeras las dispersaron por la primera línea, junto a diversas naves italiotas. El resto fue colocado en la segunda línea, próximas a esos navíos que en su mayoría eran hippoi y un puñado de pentecónteras.

    El encontronazo no se hizo esperar. Golpeamos violentamente a las primeras naves que estaban situadas en nuestro frente de batalla. Los hombres salieron despedidos hacia la proa y aquellos que no tuvieron la precaución de sujetarse convenientemente, volaron por los aires. Muchos de los nuestros sufrieron golpes en el pecho y la cara, producidos por nuestros propios remos y las correas de cuero que los sujetaba se clavaron en sus muñecas, hasta desgarrar su piel.

    Nuestro barco embistió una pesada birreme cartaginesa y la atravesamos sin misericordia. Me sorprendió que hubiera sido tan sencillo hacerlo, pero con lo que no conté fue, con el giro que eso provocó en mi nave. Aquella posición nos dejaba en una situación demasiado vulnerable y dos naves italiotas y una cartaginesa, no perdieron la oportunidad de cobrarse una presa fácil. Ordené colocar el costado de babor sobre la nave que acabábamos de golpear y procedimos a abordarla. No había tiempo de girar el barco y tratar de huir y de haberlo intentado, hubiera sido un suicidio. La velocidad a la que venían nuestros atacantes, me impidió tomar otra resolución.

    Ambas tripulaciones nos enzarzamos en una lucha sin cuartel, mientras que los epibates que aún permanecían en nuestra embarcación, tuvieron que hacer frente a los cartagineses que nos abordaron, los aniquilamos a todos. La vía que habíamos abierto fue decisiva y poco después, el agua cubrió el fondo y se precipitó al abismo. Entonces observé a las naves enemigas que se habían dirigido hacia nosotros, como se hundían lentamente en el mar, dejando una estela de lo que me pareció, una gran mancha de color carmesí que los rodeó.

    Cuando estuvimos todos a bordo y los marineros tomaron sus remos para dirigirnos a nuestro siguiente objetivo, contemplé desde mi atalaya lo que estaba ocurriendo. Aquel mar que poco antes se hallaba en calma, en ese momento era una mezcla de navíos de difícil identificación. Solamente pude distinguir las akroteria en forma de caballo de los hippoi enemigos y los vistosos escudos cartagineses, alineados a lo largo de la regala de sus barcos.

    Tomamos impulso hacia el centro de la batalla, mientras sobrepasábamos los restos de decenas de embarcaciones enemigas y a cientos de cadáveres y náufragos, que retenían entre sus manos pedazos de madera. Observé como se mecían entre las olas, esperando que se obrara el milagro de ser salvados. El terror se reflejaba en sus ojos y en sus caras y por un instante, pensé que yo podría ser uno de ellos, pero el combate no había concluido.

    Al acercarnos a la zona donde la pelea era más cruenta, comprobé que nuestras naves debían enfrentarse al menos a dos enemigos. De seguir así y sin que nuestros flancos se decidieran a intervenir, sería cuestión de suerte que no sucumbiéramos. Por fortuna, nuestras pentecónteras habían ido aniquilando a los ligeros hippoi y se dirigirían al centro de la formación enemiga. Pero para cuando llegamos, prácticamente todas nuestras naves pesadas habían sido destruidas. Embestimos al grueso de los enemigos y de un certero golpe, abrimos una línea de agua que hundió a uno de ellos, sin darles tiempo a los tripulantes de saltar por la borda. Retrocedimos lo más rápido que los brazos de nuestros thranitai pudieron y a una orden, el kybernetes puso rumbo a una trirreme que mantenía su flotabilidad por casualidad. Otro golpe cerca del agujero que ya tenía, bastó para mandarla a pique. Nuevamente nos replegamos y observé qué barco enemigo se encontraba lo suficientemente cerca, para poder atacarlo. Me aseguré que fuera lo bastante grande, como para que su pérdida se notara. A unos cien pasos de donde nos encontrábamos, una birreme embistió a una de nuestras pentecónteras, que a duras penas se mantenía a flote. Ordené al kybernetes que pusiera rumbo a la embarcación enemiga, mientras los thranitai quemaron sus últimas energías en llegar lo antes posible.

    Treinta pasos antes de embestirla, los hombres introdujeron los remos y esperaron pacientemente a que el akroterion hiciera su labor. No nos vieron llegar y el choque fue violento. Entramos como un cuchillo y seccionamos parte de su costado de estribor, lanzando centenares de astillas por el aire, mientras una docena de italiotas volaban en todas direcciones. Los nuestros, que esperaban su final de un momento a otro, tuvieron el coraje de arremeter contra ellos, al tiempo que mis hombres saltaron a la nave enemiga, acabando con todos los que les hicieron frente.

    Cuando completamos el trabajo, nuestros compañeros tomaron sus remos y salieron de la batalla, dirigiéndose a la línea más alejada de nuestra formación, donde se encontraban los barcos que ya no podrían participar en la lucha. Lo vi alejarse lentamente y esperé pacientemente a que mis thranitai se acomodaran en sus toletes.

    Como navarca, me había desempeñado razonablemente bien. Mi nave no tenía desperfectos de consideración y la tripulación aún era operativa. Para cuando nos alejamos del birreme enemigo, la lucha había llegado a su fin. Los últimos restos enemigos iban desapareciendo en el mar, junto a muchos de los nuestros que los siguieron en aquel proceloso viaje.

    Pusimos rumbo al estuario del río Rhotanos, a los pies de Aleria, en un intento de reagruparnos. Cuando conseguimos llegar, pude comprobar cuál había sido el resultado de la contienda y a decir verdad, no tuve muchas esperanzas de salir con vida aquel día. Desde la bahía conté veintiuna naves, incluyendo la nuestra. Todas, a excepción de cinco, se encontraban en pésimas condiciones y no pude por menos pensar, que habíamos sido derrotados. Aquel sentimiento era compartido por mis hombres, pero lo que no sabía en ese momento, era que la flota enemiga había sufrido una derrota terrible.

    Se presentaron ciento treinta naves de diversos tipos de la alianza y conseguimos hundir un total de noventa. Aún tenían capacidad suficiente para destruirnos, pero incluso con sus cuarenta naves restantes, no hubieran podido hacerlo de habérselo propuesto. Al menos la mitad de las mismas, se encontraban en tan mal estado como las nuestras y sus hombres estaban tan cansados como los nuestros. Sencillamente, el combate había finalizado por agotamiento y no porque deseáramos que eso sucediera.

    Algunos navíos enemigos se situaron a la entrada delfondeadero que nos daba cobijo, esperando ver nuestra reacción. No los desilusionamos y las cinco que habíamos sobrevivido, junto a media docena que todavía podian presentar batalla, nos dirigimos lentamente hacia ellos. Lo que ocurrió a continuación fue inesperado, dieron media vuelta y se alejaron de nosotros, perdiéndose en el horizonte. En ningún momento pensamos en perseguirlos, no había necesidad de ello. Fue en ese preciso instante que comprendí que habíamos vencido, pero a un precio terrible.

    La noche nos cubrió con su velo negro y abandonamos la embarcación, en una procesión que no dejaba lugar a dudas. La victoria se había convertido en derrota. La ciudad esperó, pacientemente, que llegáramos a ella y nos recibió con un silencio sepulcral. Ellos, al igual que nosotros, eran conscientes que de nada había servido el esfuerzo.

    A la mañana siguiente, algunos grupos de ciudadanos se unieron a nosotros para averiguar lo ocurrido. Durante la jornada se sucedió todo tipo de comentarios especulativos, sobre el futuro inmediato de Aleria. Los menos, consideraron que la victoria había sido aplastante y que nada deberíamos temer. Los más, pensaron que el éxito había supuesto el fin de nuestras aspiraciones, por acceder a aquella isla y ampliar nuestros horizontes.

    Tuve la oportunidad de charlar con algunos navarcas y todos eran de la opinión que se debía evacuar lo antes posible la ciudad. Cualquier otra resolución, hubiera constituido un suicidio. Aún hoy pienso que aquella medida fue la correcta, no podíamos defender la ciudad de ninguna otra flota, si se decidían a atacarnos. Era preferible una retirada en dirección a la Magna Grecia o a Massilia, que quedarse allí, esperando que cualquier día se presentara una nueva escuadra enemiga y redujera la ciudad a escombros y a los ciudadanos a esclavos.

    En circunstancias diferentes, probablemente, hubiéramos peleado hasta el final, pero aquella ciudad no merecía el terrible empeño que eso hubiera representado. Hacía escasamente diez años que se había fundado y prácticamente a nadie le unía aquella tierra. Ellos podrían empezar en otra parte y recordar la aventura como un mal sueño. Quedarse a defender aquel pedazo de tierra, carecía de sentido. No había probabilidad alguna de que se destinaran recursos materiales y hombres, en oponer resistencia a un hecho incuestionable. Aleria se había perdido definitivamente y cuanto antes salieran de allí, más vidas se salvarían. Sin embargo, había un hecho de vital importancia que nos favorecía.

    black.jpg

    Llegamos al fondo de la cuestión, y aunque nadie había pronunciado los verdaderos motivos de la alianza, todos éramos conscientes de lo que en realidadse proponían.

    Hubiera dado media vida por no haber estado presente, pero mi puesto exigía de mí, ese sacrificio supremo que todo gobernante derrotado debe aceptar como inevitable. Si la victoria se hubiera producido, nuestros embajadores se encontrarían en Cartago, exigiendo su inmediata salida de Iberia y pagando el precio de la derrota, pero la situación era esa, aunque muchos de los presentes se negaran a aceptar la evidencia.

    -   Todos sabemos qué buscan con ese acuerdo. Sacar sus productos de los almacenes y colocarlos en los mercados de Ispania. No nos engañemos, el vino o el aceite italiota necesita nuevos clientes, mientras que los cartagineses buscan la salazón, la plata, el oro y el cobre, que tanto necesitan.

    -   Thermistagores habla de sus productos, como si se tratara de simples objetos de cambio. Ellos podían haber seguido haciendo tratos con nosotros y no hubiera ocurrido nada.

    -   Aggelos, estás en un error. Entre Gadir y sus factorías se encuentra Phoinike. Los cartagineses no quieren comerciar, desean monopolizar las riquezas controlando el mar y la tierra. Recuerda lo que voy a decirte, porque no tardará mucho en que ocurra. El reino de Phoinike desaparecerá, porque los nuevos amos no van a permitirle a nadie que se enriquezca y eso nos incluye a nosotros.

    -   ¿Quieres decir que nos prohibirán comerciar?

    -   En absoluto. Los italiotas nos necesitan más a nosotros, que nosotros a ellos, y lo mismo ocurre con los cartagineses. Nuestros productos son demasiado valiosos y especializados, como para ser pasados por alto. Lo que quiero decir, es que nuestra preocupación debe centrarse en mantener a nuestras mercancías en los mismos niveles que los actuales.

    El embajador de Cartago fue anunciado ante la Asamblea y dejaron la discusión. Por primera vez, un extranjero entraba en nuestro Senado, con un documento que nos obligaba a cumplir con un acuerdo en contra de nuestros deseos. Sintieron vergüenza y dolor por todo lo que había ocurrido, pero nada sería comparable a lo que podría pasar, si no les paraban los pies. Mi padre era consciente, como el resto de los presentes, que debían aceptar lo que les iba a decir. Tenían una ligera idea de cuáles serían sus exigencias y si bien las consideraban malas, desde cualquier punto de vista, al menos tenía la ciudad garantizada su supervivencia. Aunque el menoscabo económico la dejaría maltrecha, tal vez, para siempre.

    El embajador se dirigió al centro de la sala, lugar reservado para los oradores, y abrió una enorme tablilla con las demandas. Levantó la vista, para asegurase que todos prestaban atención a sus palabras y que ninguno de los presentes, tendría dudas de lo que iba a leer. Aquel acto no era un simple acatamiento a los deseos de nuestros enemigos, era una verdadera declaración de guerra que no quedaría impune.

    Elevó los brazos y comenzó a leer: El estrecho de Gadir había sido cerrado para nosotros y para cualquier otra embarcación que no fuera suya o de sus aliados. Sus escuadras patrullarían continuamente y si algún navío aparecía por aquellas aguas, aunque fuera de manera accidental, sería hundido de inmediato. Nuestras apoikiai, a excepción de Hemeroskopeion, debían ser evacuadas de inmediato, algo que ya habían previsto. Si antes de dos meses, desde la firma del acuerdo no lo habían sido, la población sería esclavizada. Desde la firma, todo el intercambio comercial se haría desde Ibusim y no podríamos llevar mercancías de ningún tipo a Ispania.

    El siguiente punto que trató fue el metal. Desde ese momento, solamente accederíamos a él a través suyo. El hierro sería vendido por los italiotas, pero el bronce, la plata y el plomo nos lo vendería Cartago.

    Aleria debía ser abandonada, algo que ya había ocurrido. Aquella petición parecía ridícula, sabían que la salida de sus ciudadanos se había producido pocos días después de la batalla. Encontraron la petición absurda, sin embargo, desde un punto de vista táctico tenía sentido. Cuando los senadores escucharon aquellas palabras, se elevó un murmullo de desaprobación que rasgó el cielo. La mueca que se reflejó en el rostro del embajador, les dio a entender que, simplemente, buscaba su ira. Estábamos a expensas de sus deseos, por muy disparatados que pudieran parecer, pero la pérdida de nuestra flota dejó las rutas comerciales, a merced de la misericordia de nuestros enemigos. Afortunadamente, sólo buscaban el beneficio mercantil, al menos con nosotros, porque a los iberos les iba a ir bastante peor.

    Acabábamos de perder toda nuestra influencia más allá de nuestras fronteras y eso incluía Emporion, Rhodanussia, Pyrene y algunas apoikiai más. Las demás que se encontraban, en lo que ellos llamaban su nuevo territorio, dependerían directamente para su comercio con Ibusim. Eso incluía que nosotros no podríamos venderles directamente a ellos, y deberíamos pasar por su centro comercial. Lógicamente, pagaríamos una serie de impuestos elevados, lo que repercutiría negativamente en nuestros beneficios.

    Los cartagineses podrían seguir soñando, si era su deseo, porque la ruta terrestre escapaba por completo a su control. Antes de hacerse con ella, hubieran debido someter a pueblos tan aguerridos como los cosetanos, andosinos, arenosios, ausetanos, bergistanos, ceretanos o a los vecinos de Emporion, los indigetes, pero las palabras pronunciadas por él, calaron profundamente en los corazones massaliotas. Eran conscientes de lo que todo aquello representaba y también sabían que esas apoikiai, terminarían por caer en sus brazos, en especial Hemeroskoipeion, que no podría sustraerse al influjo de sus vecinos.

    Por un instante, los senadores, sintieron alivio ante las demandas de aquel pueblo. Se proponían hacerse dueños del mundo, pero a nosotros nos permitirían existir, siempre y cuando no los molestáramos demasiado o representáramos un peligro. Quizás fueran demasiado compasivos, pero tuvieron serias dudas de que así ocurriera. Aquella magnanimidad no era otra cosa que su necesidad de que siguiéramos proporcionándoles artículos, que solamente nosotros éramos capaces de hacer. También ellos se habían tragado su orgullo y, seguramente, algunas de sus exigencias fueran duras como castigo y ejemplo, para cualquier otro pueblo que desafiara su poderío.

    El hecho de vital importancia al que aludió mi padre al rememorar la batalla de Aleria, no era otro que el prestigio perdido por parte de la alianza. Tal vez, la victoria y la derrota son algo completamente subjetivas, una apreciación personal y como tal, nadie es capaz de saber si está en lo cierto o no, pero en aquella ocasión no hubo dudas al respecto. Ganamos la batalla en lo referente a barcos hundidos y en especial, a lo que pudimos percibir de ellos. A pesar de que el número de embarcaciones que quedaron en pie, les dio la victoria. Nadie puede dudar que desaparecieron nuestras esperanzas aquel fatídico día, pero no es menos cierto que la noticia de lo que había pasado, se esparció por la tierra y el mar, como las llamas en un gaulo incendiado. En realidad, aquel suceso que finalmente no se decantó para nuestros intereses de poco sirvió, aunque debo reconocer que para ellos tampoco, más bien al contrario. Muchos pueblos se percataron de algo muy importante. Los supuestos amos del mar, podían ser completamente derrotados si sus oponentes igualaban o aproximaban su número de embarcaciones en una batalla.

    Aquel día obtuvieron lo que se habían planteado, eso es innegable, pero a un costo altísimo. Nosotros, en cambio, no obtuvimos nada de lo que nos propusimos. Desapareció nuestra única ciudadela en aquella zona. Nuestra flota pasó a convertirse en un triste recuerdo y poco después, muchas más apoikiai tuvieron que ser desmanteladas y someternos a un acuerdo que los humillaba. No obstante, aquella situación no era completamente desesperante.

    Cuando el cartaginés finalizó su lectura, el silencio reinante fue absoluto. Nadie se atrevió a pronunciar una palabra, hasta que el embajador los conminó a darle una respuesta de inmediato. Algunos senadores le suplicaron que les diera algo de tiempo para discutir las condiciones. La respuesta fue la esperada, no saldría de allí sin saber lo que habían decidido.

    Ya estaba todo dicho y naturalmente, nosotros, no pudimos hacer más que acatar sus demandas. Muchos de los senadores desearon que nadie cometiera la locura de discutir las exigencias. Algo que solamente nos hubiera llevado a la ruina y por una vez, imperó la cordura.

    Ninguno fue tan ingenuo, como para creer que los cartagineses se lanzarían contra todas las apoikiai y aniquilándonos por completo. Aquello era materialmente imposible. No disponían de los suficientes recursos, como para conseguirlo y eso lo sabían perfectamente. Aunque sí podían alejarnos de nuestras zonas de influencia y asfixiar nuestra mayor fuente de recursos y de paso, eliminar a la única potencia de Iberia que podía hacerles frente. Phoinike sería la gran derrotada y terminaría por ser absorbida o desaparecería para siempre.

    Comprendieron de inmediato, que la mejor forma de debilitar a un enemigo era cortar sus líneas comerciales y desde luego lo habían conseguido. Sabían que no nos arriesgaríamos a ir hacia el interior de Ispania, lo mismo que no habíamos hecho en ninguna otra parte. Lo más que habíamos llegado eran a doscientos ochenta estadios de cualquier apoikiai y no existía la posibilidad de modificar esos hábitos.

    El debate duró muy poco, nadie quería hablar y finalmente, optaron por firmar el acuerdo. Cuando terminaron de estampar los sellos en el documento, el emisario se dirigió a la salida y partió rumbo a Cartago, fue en aquel instante cuando comenzó la verdadera discusión. No creo que sea necesario narrar unos hechos, que por otra parte no sirvieron de nada, salvo para enfurecerlos más.

    Surgieron todos los comentarios, que poco antes nadie había tenido el valor de decir y entre ellos apareció Phoinike. Firmes aliados que, por culpa nuestra, sufrieron las consecuencias. Massilia no disponíamos de la capacidad suficiente para ayudarles, entre otras razones porque el esfuerzo realizado en Aleria, tanto en vidas como en barcos, había provocado nuestro propio colapso. En realidad debíamos dar gracias a los dioses de que a nosotros, no nos pasara lo mismo que a ellos.

    Lo honesto era alejarnos del mar, salvo que fuéramos con un interés meramente mercantil y siempre bajo la tutela de Cartago, al menos en lo referente a Ispania.

    -   Además de lo ya dicho, tenemos un grave problema que deberemos resolver.

    -   ¿Cuál es, Thermistagores?

    -   Se trata de los metales. Desde este momento no tenemos acceso al bronce, ni a la plata que produce Phoinike. Pudiera ser que la plata lograramos conseguirla en otra parte, pero el bronce no y en cuanto al hierro, podremos obtenerlo de los indigetes. Los italiotas nos lo venderán, pero a unos precios que nos van a resultar prohibitivos.

    -   La Galia dispone de plata y hierro.

    -   Así es Basileos, pero en cantidades mínimas y sabes perfectamente, que esos bárbaros no tienen interés en comerciar con nosotros.

    -   ¿Y qué propones?

    -   Debemos buscar algún aliado en Italia que desee unirse a nosotros y creo que los tengo.

    -   ¿De quien se trata?

    -   No lo diré de momento, pero espero que estén interesados porque de lo contrario, tendremos problemas.

    -   ¿Y qué ocurrirá en caso de que nos descubran?

    -   Estoy seguro que podrás imaginártelo, Eulego. Basileos, ha hecho una observación muy importante. Solicito a esta Asamblea algo inusual y antes de que me interrumpáis, deseo explicar mis motivos. Ya habéis escuchado la situación en que nos encontramos y todos conocemos las consecuencias. Sé que en estos momentos, tanto en Emporion como en Hemeroskopeion y aquí, debemos estar atestados de espías que sin duda, informarán a sus amos. Es precisamente por eso que, lo que tengamos que hacer, deberemos hacerlo en el más absoluto de los secretos o de lo contrario, será nuestra ruina.

    La discusión se alargo hasta la madrugada. Cada uno tenía su propia opinión sobre el asunto, pero en algo estaban de acuerdo. Si no empezaban a buscar una solución al problema, sería cuestión de tiempo que nos derrumbáramos y cayéramos en sus manos definitivamente. Las sospechas, iban dirigidas directamente hacia Emporion y las apoikiai de su área de influencia. Era un secreto a voces que, desde hacía algún tiempo, su senado deseaba independizarse de nosotros.

    Algunos senadores, entre los que se encontraba mi padre, pensaron en un pueblo con el que comerciábamos desde la fundación de mi ciudad y al cual, le interesaba de manera extraordinaria liberarse del yugo de los italiotas. Sus enemigos también eran los nuestros y sabían que Cartago, llegado el caso, podía depender de ellos, para la obtención del hierro, mineral del que no disponian y necesitaban. Iberia les podría proporcionar enormes cantidad de ese metal, pero precisaban del arte de los italiotas para hacer sus armas… de ellos o de los indigetes. Aunque a estos no podrían acceder tan fácilmente. Esos bárbaros nunca se han fiado de nadie y para llegar a ellos, deberían de pasar muchos años. Nosotros, en Massilia, tardamos cerca de veinte años en poder asentarnos definitivamente y en Emporion, pasaron algunos más y con graves dificultades, los iberos lo permitieron. Por esa razón pensaron que, posiblemente, a un pueblo sometido a nuestros enemigos, le convendría aliarse con nosotros, pero la apreciación a la que llegaron no fue del todo correcta.

    II

    La situación en Massilia se había estabilizado desde hacía tiempo, a pesar de que la postura de Emporion y sus apokiai circundantes, era cada vez más preocupante. Hacía algo más de diez años que habían intensificado el comercio con Cartago, hasta el extremo de tener poco contacto con nosotros y tal como vaticinó Thermistagores, mi padre, esa ciudad junto a Hemeroskopeion y el resto de las poblaciones próximas a ellas, cayeron bajo el influjo de los cartagineses.

    A lo largo de los años que siguieron al acuerdo firmado y que nos ponía en una situación de dependencia mercantil casi absoluta, Phoinike desapareció prácticamente. Cartago fundó nuevas factorías o las nuestras fueron tomadas y desde esas bases, las estrangularon. Al grado de que casi veinte años después de la batalla de Aleria, han dejado de existir. Lo mismo que entonces, ahora, necesitamos liberarnos del yugo africano o nosotros seremos los siguientes.

    Hasta este momento hemos sido los únicos que aguantamos frente a ellos, pero no duraremos mucho más. Hace algo más de un año, una embajada de Emporion solicitó a nuestro senado poder acuñar su propia moneda. Nos negamos a dicha petición y a cambio, recibimos la advertencia de que tarde o temprano, cortarían las ataduras que les unen a nosotros. En la ciudad se armó un gran revuelo, pero lejos de ahuyentar el fantasma de la división, aquel hecho confirmó algo que todos conocíamos. La floreciente apoikiai de Emporion, aliada de los cartagineses, haría lo que le pareciera más conveniente, siempre y cuando tuviera el beneplácito de nuestros enemigos.

    Hemeroskopeion no se ha atrevido a tanto, pero tampoco lo necesita. Su situación es mucho peor que la de cualquier otra ciudad. Ellos soportan diariamente la humillación de ver, como nuestros barcos son registrados y la ciudad, debe convivir con una guarnición enemiga dentro de sus murallas. Ya casi nadie de nosotros recuerda como era, gracias a la prohibición de llegar hasta allí.

    Massilia sigue comerciando con la Magna Grecia, con Roma, con los italiotas, e incluso con algunas polis griegas y sus apoikiai, como la eubea Kyme y la corintia Syracoussas y por descontado, con Cartago.

    Salimos mejor librados de lo que hubiéramos esperado en un principio, pero no por ello nos sentimos dichosos. Seguimos teniendo demasiadas carencias de todo tipo, en especial de metales. Precisamente el bronce y la plata escasean siempre y el precio se ha multiplicado continuamente, desde que tuvimos que sufrir el acuerdo. Mi padre tenía razón al respecto y solamente las escasas relaciones comerciales con algunos bárbaros galos, han paliado un tanto la escasez.

    Dos años después de la firma, Thermistagores, acompañado de un reducido grupo de senadores se dirigió hasta Roma, con la esperanza de firmar con ellos un tratado militar y económico, que sacara a ambos pueblos de la situación en la que se encontraban. Por desgracia, las conversaciones que empezaron muy bien, derivaron en una disputa por el porcentaje del beneficio que se pudiera obtener. Por descontado, ninguna de las dos ciudades disponía de escuadras lo suficientemente fuertes, como para poder doblegar a la alianza que nos había derrotado. Pero si eran capaces de armar unos cuantos barcos y con la experiencia y ayuda de algunos piratas que asolaron las costas de África, Ispania y las Pythioussas, conseguirían llegar a las costas del sur de Iberia y abrir un mercado, para nuestros productos.

    Tras los primeros contactos, todo pareció marchar bien e incluso, se pensó en hacer participar en la empresa a miembros de la realeza romana, para que el acuerdo tuviera más fuerza, pero las cosas cambiaron. El gobierno romano estaba constituido por varios italiotas o etruscos, como ellos los denominan, y si se enteraban del plan, sin duda avisarían a la federación etrusca, que a su vez lo comunicaría a Cartago. Pecamos de inocencia, lo reconozco, pero algunos de aquellos romanos sintieron pánico al pensar en lo que ocurriría.

    Mi padre intentó por todos los medios que, al menos, se hiciera la prueba y dependiendo del resultado, se tomara una determinación. Varios de nuestros senadores, comentaron que lo mejor era hacerlo nosotros solos y posiblemente hubieran tenido razón, de no haber sido por la circunstancia de que los romanos siempre ahn dispuesto de un ejército cualificado. Por nuestra parte y después del desastre de Aleria, dejamos de preparar a nuestros jóvenes en el arte de la guerra y preferimos encomendar a algunos mercenarios iberos la defensa de nuestra ciudad y de las factorías que dependen de nosotros.

    La idea de comenzar la empresa solos fue perdiendo adeptos, cuando se percatamos de las consecuencias que tendría para nosotros, un acto de esa naturaleza. Si conseguían la unión con Roma, ellos se enfrentarían a los etruscos y nosotros a los cartagineses. En esas circunstancias, nuestro gobierno hubiera podido pedir ayuda a la Magna Grecia y, con casi absoluta seguridad, se hubieran unido a nosotros para acabar con el poderío africano, pero sa circunstancia se hubiera producido si los italiotas se dirigían a Roma primero, porque de no ser así, ellos serían los que sufrirían los ataques. En otras palabras, la Magna Grecia deseaba asegurarse que, por lo menos durante unos meses, estuvieran libres de pies y manos para acometer a Cartago a sus anchas, mientras Roma hacía de parapeto con los italiotas. Ellos no dudaron que la ciudad del Lacio sería destruida, pero tampoco desconfiaron que los italiotas salieran maltrechos del encuentro con sus vasallos. Eso les permitiría enfrentarlos con ciertas garantías de éxito, cuando llegara el momento. Prueba de ello, fue la victoria de Kyme sobre los aliados de Cartago por aquellas fechas y que paró en seco las aspiraciones de los bárbaros.

    Por otra parte estaban los cartagineses, que deberían aguantar el ataque de las escuadras unidas. Éstas comenzarían atacándoles en las islas, hasta llegar a África. Posiblemente no hubieran tomado su capital, pero el daño inflingido les impediría reaccionar por un largo periodo de tiempo. Lapso suficiente que aprovecharía la confederación griega para dirigirse al sur de Ispania, recuperar nuestras antiguas apoikiai, tomar las de ellos y estar preparados para cuando regresaran. Siempre y cuando pudieran contar con la ayuda de las tribus iberas, algo que por otra parte, también se debía tener en consideración.

    Esa circunstancia hubiera permitido reiniciar nuestras actividades mercantiles y reabrir el comercio con lo que quedara de Phoinike e incluso, se comentó la posibilidad de fundar factorías en África, para atenazar a Cartago. Por su parte los italiotas, se hubieran constituido en una presa relativamente fácil de dominar, ya que una vez liquidado a su aliado y ante el dominio que ejerceríamos sobre el mar, no tendrían más remedio que llegar a un compromiso con nosotros.

    Esta posibilidad se discutió con diversas apoikiai de la Magna Grecia durante algún tiempo, mientras se seguían las conversaciones con Roma, pero finalmente y ante su negativa por el peligro que representaba la empresa, prefirieron olvidarse del asunto. La oposición romana dio un giro a las conversaciones que manteníamos con las apoikiai jonias, corintias, eubeas, etolias… y finalmente, se decidió arrinconar el plan.

    Ya han pasado casi veinte años desde entonces y aquel proyecto ya está olvidado. Los viajes a Roma son cada vez más continuos y las relaciones entre nosotros pasan por un buen momento. Precisamente por ese motivo, mi padre me hizo llamar.

    -   ¿Cuándo partes a Roma?

    -   La próxima semana, si no hay contratiempos.

    -   ¿Verás a tu amigo el Flamen Furinalis?

    -   Sí lo veré.

    -   ¿Sigue pensando lo mismo que te comentó?

    -   Supongo que sí. Hasta donde sé no ha cambiado de idea, pero nunca se sabe. Deberé hablar con él y hasta es posible que Ciconio me presente a unas personas que, podrían estar interesadas en que Lucio Tarquino sea desterrado.

    -   ¿Quiénes son?

    -   Ambos son primos del Rey, se llaman Lucio Junio Bruto y Tarquino Colatino.

    -   Ya sabes lo que has de hacer. Pero sé muy discreto, no debe transcender en absoluto lo que hables con ellos.

    -   No deberías preocuparte. A ellos les importa más que a nosotros que nadie se entere. Porque de lo contrario, sus vidas no valdrán nada.

    Tal como habíamos previsto, iniciamos el viaje que duraría cuatro días como máximo. En total componía el convoy tres gaulos y como ya era habitual, no llevámos escolta alguna. A nuestra llegada al mar Tirreno, recibimos la visita de una hippoi fuertemente armada que nos registró. Tuvimos que pagar lo que nos pidieron para pasar, a cambio de no ser asesinados o robados, cosa que por otra parte ocurría ocasionalmente. Tras dar lo que ellos llamaban: impuesto por tránsito, nos dejaron marchar.

    La entrada en Roma fue la habitual, atracamos en la orilla derecha del río y aguardamos a que nos llegara el turno para desembarcar nuestras mercancías. Esperamos pacientemente a que los estibadores nos hicieran caso y una vez tuvimos a la cuadrilla al completo, nos permitieron poner las pasarelas para que fueran accediendo a las naves. La descarga duró todo el día, hasta que el encargado de nuestros barcos, verificó que la carga correspondían con la documentación. Pagué personalmente el derecho de amarre de las naves para cinco días y cuando recibí el resguardo que acreditaba el pago, regresé a mi embarcación. Aquella noche, nuestros productos permanecieron en los tinglados del puerto y a decir verdad, no debemos preocuparnos por eso. Los romanos son gente un tanto especial y reconozco que su eficiencia es notable. Si por casualidad u otra circunstancia se perdiera algo, por pequeña que fuera, debería ser abonado por el hombre que se responsabilizaba de nuestra descarga. Y para que ello no suceda, los responsables contratan a matones a sueldo que se encargan de mantener limpios los almacenes de ladrones.

    Tras dejar la documentación, me dirigí a casa del Flamen Furinalis que vivía muy cerca del puerto. Se le veía en perfecto estado y muy contento y, por un instante, pensé en la recomendación de mi padre y en cómo debería plantearle el problema. No sería esa noche, pero tampoco podría dilatarse la conversación muchos días. Al día siguiente debería verificar que mi carga estubiera completa. Mala suerte para mí, si me hubieran atendido antes se podría haber llevado a los almaneces del comprador y todo hubiera estado arreglado, pero la tarde se nos echó encima y ante la falta de luz, fue preferible hacer las cosas de ese modo.

    Ese día estaría prácticamente perdido, ya que una vez sacada la mercancía y llevada al cliente, se debería verificar que lo que habíamos traído correspondía con lo que nos había pedido. Deberíamos retirar las piezas en mal estado, rotas o con defectos de fabricación, algo raro esto último en realidad, ya que todas las piezas pasaban por dos controles para verificar la calidad del producto. Tras la pertinente revisión y confirmación de que lo solitado, debería acompañarlo con un agente de cambio, para que me liquidara el pago. Todo eso me llevaría al

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