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Los años tuertos
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Libro electrónico151 páginas1 hora

Los años tuertos

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En tiempos zapatistas, Fernando llega a un pequeño pueblo en donde descubre el amor. Los prejuicios y una figura del pasado jugarán papeles inimaginables que retratan la vida lejos de la gran ciudad. ¿Será el amor una alternativa? Esta novela narra hechos icónicos de los años de penumbra y logra su fusión a una realidad paralela, mezclando misticismo y folclor. Nos muestra una cruda mirada al mundo autóctono en aquellos años cojos, en donde en tierra de ciegos, el tuerto es rey.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 mar 2022
ISBN9781953540959
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    Lo recomiendo ampliamente, narrativa que te hace vivir la historia.

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Los años tuertos - Sergio Sobrino Ramírez

DEDICATORIA

Chesterton decía que a cada época la salva un puñado de hombres que tienen el valor de ser inactuales. Y estoy de acuerdo.

La historia nos enseña lo que debemos corregir. También la idiosincrasia del hombre. Y es útil en cuanto detona la mínima chispa como germen del cambio. Existen historias que aún no han sido contadas, historias ocultas, esperando a que alguien las descubra y las saque a la luz para transgredir, para transformar, para evolucionar y generar ese cambio para el que han sido destinadas.

Agradezco profundamente al Padre José Gerardo Herrera Alcalá, por el tremendo obsequio del facsímil CONSTITVCIONES DIOECESANAS DEL OBISPADO DE CHIAPPA.

Hace muchos años quedé conmovido con la dedicatoria que Antoine de Saint-Exupéry le hizo a Léon Werth en El principito. Tanto que me hace recordar si es prudente dedicar esta obra a los hombres y mujeres que ya fueron. Correcto o no, considero, para este caso, dedicarlo a todo aquel que aún sueña, a los bienintencionados en espíritu, a aquellos que, aun pasado el tiempo, conservan la llama de la esperanza y la fe de la utopía.

Por último, pero no por ello menos importante, doy las gracias a mis amigos, a mis maestros, a mis hermanos, dentro de ellos Alessia, a mis tíos, a mis abuelos y a mis padres, y a Elisa, Sergio y Bruno, el motivo de cada uno de mis proyectos y motor sin el cual no hubiera sido posible concluir el ejemplar que tienes en tus manos. También, puesto que crear clarifica, me lo dedico a mí, en todo momento.

El autor

Enero del noventa y cuatro

No permitiré que once años de forja desvíen así nomás. El pueblo está decidido y cree. Siento su fuerza y su fe. No soy uno más, soy uno de ellos. Me abanderan. Es lo que han esperado todas sus vidas. Lo hemos deseado tanto que estamos dispuestos a todo, incluso a morir. Estamos hartos, fastidiados de lo mismo. Muchos están cagados de miedo, lo he visto en sus ojos, en algunos más que otros. La montaña, a pesar de conocerla, es hostil, pero a un hermano no se le deja solo. Eso nos diferencia del maldito gobierno…

Fumaré como si fuera el último de los días, mañana cada uno de nosotros empezará a morir. Así son las guerras. Pero no hay victoria sin alzamiento, ni gloria barata, no se hallan victorias dentro de las oficinas o detrás de escritorios, al menos no para nosotros, cuyo camino pareciera haber sido trazado desde el alba con el dedo índice de Dios. Ellos lo saben y no han dado paso atrás, están conmigo, o yo con ellos, no sé si sea lo mismo. ¿Pensarán con los ojos cerrados?

El frío compromete nuestros movimientos y es parejo con todos, también con nuestros enemigos, mejor abrigados y mejor alimentados. El frío es justo, solo que a ellos no les arde la sangre, a nosotros sí. Nosotros somos los desiguales, los olvidados, los oprimidos, los renegados, los desahuciados, los malditos desgraciados de siempre. No, ya no, nunca más. Puedo sentir cómo transpiran sus miedos y cómo estos invaden la atmósfera lentamente. La tropa yace en su sitio, inerte, hierve el pánico, no sé cómo se contienen.

¿Qué orilló todo? Fue el cansancio, no la necesidad, que siempre ha existido y que nunca se irá. Fue porque estamos jodidamente cansados, y así, cansados, vamos a comenzar, por la zona de los Altos y la zona Selva, los poderosos. ¿Que para qué? ¿Que si contra todos parejo? A la sociedad civil no. ¿Que si buscamos un mundo feliz? Qué absurdo eso de la gubernatura. ¿Acaso en la opulencia reina la felicidad? Claro que no. Buscamos las mismas oportunidades, los mismos derechos, las mismas obligaciones, buscamos respeto. ¿Son pocas razones? ¿Te parecen insuficientes? Ven. Anda, te invito al campamento, sí, aquí a la montaña, en el sureste mexicano, a nuestra tierra, quédate los días que quieras, serás bienvenido y tendrás nuestras mejores atenciones, las más finas, pero ven. Lo sabía, nunca vendrán, les falta valor, son cobardes, eso son. Y esa palabra no la conocen los míos.

¿Sabes divisar donde se entrecruzan la ilusión, el anhelo y la valentía? Aquí, con el pueblo que me acompaña. Faltan pocas horas. El corazón me palpita diferente. No es temor, aunque va presente no lo cargo conmigo. Estas son ansias de que llegue la hora. Jamás se nos volverá a ver como los eternos aprisionados, los condicionados, sí, condicionados por la miserable vida que has construido y que representas. Si al pueblo te debes y al pueblo volverás. Devolverás autonomía a la estructura de los pueblos indígenas. Que Dios bendiga a tus efectivos, esos seres obedientes que luchan porque han sido enviados, hermanos desventurados, tirados al desamparo, a ellos no les arden las venas, no pelearán enfurecidos, enfrentarán lo que tú no te atreves, porque son pueblo, condicionado también. Las reformas constitucionales proponen un bien común. Casi es hora.

Evoco a la justicia como árbitro imparcial y a Dios como juez redentor. Sueño también que una tarde, de este campamento, algo en el mundo germine, para bien, claro. No habrá tregua, la tregua no sirve para nada, es para los débiles. Persistiremos, siempre persistiremos con nuestros ideales, y que estos sean justos, que si así no fuere, el castigado sea yo. Empeño mi nombre y con ello mi dignidad. ¡Ni paz, ni justicia para ustedes, si no hay solución!…

Que los mares retumben y los tunda en azotes, que la tierra se agriete bajo sus plantas, que los cielos desplomen sobre sus nucas y las almas revienten en esta revolución. Ensucias la Silla en la que te sientas. Con el corazón fuera del pecho y todo el coraje del  pueblo, bien te decimos que sos ilegítimo, que sos el traidor. Somos pocos, verdad de Dios, y la mañana está muy cerca, empieza a clarear la noche, la espera pronto terminará, somos la esperanza del pueblo, no es el momento de titubeos, Hasta la victoria siempre. Patria o muerte…, sí, sí, gracias Che, gracias, ahora es nuestro turno. "¡No merecemos perder¹!. Veo claro, lo veo claro, nuestras alas abren para despegar del suelo, toca tantear el cielo, que su capitán, el viento, milite en nuestras filas y si lo que tanteamos es el infierno, la muerte es nuestra, solo que ahora hemos decidido cómo morir²". Es hora de levantarse cachumbambé, aquí vamos hermano, Marcos no murió, Marcos soy yo…

Fidias lo recuerda alto, de nariz grande, con genio, de buena palabra, dicharachero y acompañado, siempre acompañado por los dirigentes de la tribu. Si su madre no le advierte en ese momento jamás lo hubiera concebido, pues él solo usaba el pasamontañas cuando salían de su territorio. Cuando agachó para entregarle la paleta sonrieron, y el niño, el pequeño Fidias, descifró en esa mirada la convicción del hombre y el exoesqueleto de un alma.

El código de honor en la tribu es invaluable. La lealtad se convierte en el arma carroñera de etiqueta. La traición representa lo más degenerado de la humillación, lo ruin del ser, es lo único que no está permitido, al traidor no se le perdona nada, de la traición se encarga la misma tribu y, en colectivo, entre el montón, el castigo fluye como fluyen la falta de humanismo y de piedad. Al traidor conviene caer en manos del enemigo, pues la tribu es sanguinaria y no admite tregua.

Y así está forjado un ejército guerrillero. Así está forjado cualquier ejército. Así debería estar forjada la humanidad. Así debería estar forjado el hombre. Cuando Fidias preguntó qué significaba la lealtad, su madre le respondió Dime una sola cosa por la que cambiarías a tu padre, —Fidias contestó— Por ti, mamá. "Eso es lealtad a mí, pero tú tienes el deber

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