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El Zindcal: Hijo de la polémica, dime cuál es tu origen, costumbres y descendencia
El Zindcal: Hijo de la polémica, dime cuál es tu origen, costumbres y descendencia
El Zindcal: Hijo de la polémica, dime cuál es tu origen, costumbres y descendencia
Libro electrónico406 páginas5 horas

El Zindcal: Hijo de la polémica, dime cuál es tu origen, costumbres y descendencia

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El zindcal tiene conexión con El eterno atorrante y la película Los Tarantos.

Desde el centro cultural del universo humano surgen los enigmáticos zindcales: eternos emigrantes nómadas, en busca de la quimera que los liberase de su vagabundear a través del incondicional respeto que todo proyecto de humanización merece, porque una es la vida del zindcal y otra su pretensión de vivirla mejor, a pesar de todos los posibles impedimentos que se le antepongan.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento30 ene 2021
ISBN9788418500961
El Zindcal: Hijo de la polémica, dime cuál es tu origen, costumbres y descendencia
Autor

Zeltacosaco

Del que durante un tiempo se vio obligado a ser samurái. Adoptó la personalidad momentánea de un apache. Heredó la tradición familiar y el entrenamiento peculiar de un zeltacosaco, sin dejar de ser eternamente bergal. Recorrió los caminos del mundo, de uno a otro hemisferio desde los diecisiete años..., trabajando, aprendiendo, amando, estudiando y peleando (por llegar a ser en la industria mecánica uno de sus mejores discípulos, volcando y complementando sus ansias de conocimiento en la psicología industrial). Física y mentalmente el azar le obligó a sosegarse, meditar y recapitular a través de una invisible ecuación sobre la vida cotidiana y sus continuas mudanzas. Posible remoto antepasado del autor, un samurái berciano-galego que por circunstancias imprevistas es vendido como esclavo en un mercado chino. Lo compra un japonés y es transportado al país del sol naciente donde hasta los diecisiete años es entrenado y preparado salvajemente como guerrero Bushi para ser instrumento de venganza de su señor daimyo. Como tal Zeltacosaco fue entrenado desde que cumplió cuatro años hasta los ocho en un pueblo montañés donde cabalgó y supo manejar los mismos instrumentos que habían manejado desde hace siglos la mejor caballería del mundo.

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    El Zindcal - Zeltacosaco

    El Zindcal

    Hijo de la polémica,

    dime cuál es tu origen, costumbres y descendencia

    Zeltacosaco

    El Zindcal

    Hijo de la polémica, dime cuál es tu origen, costumbres y descendencia

    Primera edición: 2020

    ISBN: 9788418500442

    ISBN eBook: 9788418500961

    © del texto:

    Zeltacosaco

    © del diseño de esta edición:

    Penguin Random House Grupo Editorial

    (Caligrama, 2020

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com)

    Impreso en España - Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Se nos acusará de audaces pero no tememos estas acusaciones siempre frívolas. El escritor público debe de dejar a un lado toda consideración y no obedecer más que a la voz de su conciencia.

    Si no se siente fuerte para luchar debe de romper su pluma y jamás escribir una palabra contra sus propias convicciones.

    Emplearla así es un delito.

    Sólo el hombre que ha llegado al último grado de envilecimiento puede ponerla al servicio de cualquier idea a merced de todo el mundo

    Francesc Pi y Margall (1824-1901)

    Desde que el mundo es mundo, el tiempo es tiempo y la historia es historia, siempre ha existido, para incordiar, un zindcal.

    Con el inicio del tiempo, ¿qué tiempo?, ese que existe desde que el ser llamado racional fue capaz de captarlo, apresarlo, medirlo y vivirlo, según sus conveniencias, porque uno es el tiempo y otro muy distinto es la existencia del hombre sobre este planeta…

    Admitiendo lo del mono y su posterior evolución que derivó y se convirtió en lo que llamamos homo-sapiens, dio comienzo la historia, así con minúscula ya que para engrandecerla, manipulándola, se encargaron los primeros y posteriores historiadores de la Historia… ¿Cuál Historia?

    La Historia sólo camina paralelamente al tiempo cuando es capaz de fechar y datar sus ciclos, sean prehistóricos o antiguos… y desde que eso ha sucedido un Zindcal ha estado dispuesto a comerciar, adivinar, forjar, engañar deslumbrando o robar, y lo estaba porque según la más avanzada Biología genética, todos nacemos con un ADN racial que nos transmite los instintos o comportamientos innatos a nuestra condición social y étnica, aunque en origen todos procedamos de un tronco común, aunque nos hayamos dispersado en razas, aparentemente, distintas… Lo que sí es cierto, no al cien por cien, es que las condiciones innatas a cada grupo se pueden modificar si se es educado desde muy joven en un sustrato distinto del que se ha nacido, aunque la sabiduría popular, tan certera ella, diga que La cabra siempre tira al monte.

    Después del último cataclismo que enterró, de por vida, a los grandes lagartos. Miles de siglos posteriores a las persistentes e irrespirables tinieblas que cubrieron el planeta y a la incertidumbre que le siguió cuando las nuevas especies se adueñaron de las fértiles praderas, una canija subespecie de los simios empezó a destacar de los otros primates para apoderarse, sistemáticamente, aunque lentamente al principio, de los destinos de muchos animales a los que domesticó según sus necesidades, apoderándose de su voluntad, para hacer de ellos sus más preciadas mascotas, ayudantes o comida fácil de degollar.

    Al principio de que su mollera pensante empezase a discurrir, era un ser débil, temeroso de enfrentarse a los grandes felinos, rápido en la huida y a la vez capaz de destrozar todo lo que se le enfrentase, siempre que fuera inferior en su capacidad de respuesta, sin jamás importarle las consecuencias de sus meditados actos.

    No era por omisión o por falta de entendederas que hiciese daño… era pura meditada maldad y fría resolución para conseguir ser el dueño absoluto de todo lo que le rodeaba.

    Ya estaban pues las condiciones favorables o daños colaterales en marcha para aquel, ya no simio, que millones de años después conquistaría hasta el último rincón de aquel desdichado planeta… pues no hay desdicha mayor que ser pasto depredador de aquel intolerable desnudo mono.

    …………………………………………………………………………………………….

    En el origen de los tiempos ya históricos, cuando comenzaba a desarrollarse la convivencia humana en el planeta, y los hombres ya habían superado su salvajismo incontrolable para iniciar la larga marcha para poner los cimientos de las futuras civilizaciones… Surgimos nosotros, los Zindcal, de la cumbre de un pecho de la diosa maldita que no tiene nombre y si lo tiene es tan pavorosamente horroroso que más vale no mencionarlo, para vivir la vida intensamente y aprovecharnos de los miedos y supersticiones que atan al resto de las razas mortales a su vida organizada, disciplinada y autocontrolada que los conduce al pozo destructor de la disipación o la alegría desmesurada que acaba en melancolía…

    Mientras ellos creen o se imaginan creer en dioses a su semejanza, nosotros lo hacemos en todo lo que podemos ver, tocar o masticar.

    Ellos obedecen leyes escritas, nosotros nos fiamos de nuestro instinto que nos mantiene el ojo pendiente del camino que recorremos.

    Nosotros, eternos desconocidos y a la vez demasiado conocidos, inspiramos recelo y curiosidad por nuestras ancestrales costumbre de interpretar cada día el futuro, leer la palma de las manos, amansar un jugoso postre que necesita ser domado, diseñar como si fuese único el ancestral caldero o tejer un mimbroso y colorido cesto.

    Somos muy hábiles con las manos, tanto para trabajar los metales como aligerar los bolsillos, manipular con ventaja naipes o decorar desteñidos caballos que haremos pasar por veloces corceles.

    Hemos jurado vivir la vida auténtica hasta sus últimas consecuencias, divertirnos a costa de los incautos, arrebatándoles sus bienes materiales para con ello divertirnos y poder echarnos a la espalda un día más de nuestra corta o larga errabunda existencia, sin que nunca sepan cómo somos nosotros los auténticos Zindcal…

    Nacíamos, crecíamos y vivíamos en lo que hoy se conoce como Sudeste asiático, al norte de la península del Indostaní, muy cerca del techo del mundo, comerciando, vagando y disfrutando de un clima ardiente y húmedo que convertía en mínimas nuestras necesidades de vivienda, alimentación o vestido.

    Antes de la llegada de las hordas mongolas, formábamos parte de las turbas inclasificables de artesanos de los metales, la música y el honrado trato cambalachero de equinos, burros o sus derivados, sin olvidar los camellos.

    Nosotros los Zindcal, vivíamos peleando en eterna pugna con las leyes de Manú, que pretendía incluirnos como algo más inferior que los inferiores parias, lo más bajo de la clasificación humana de aquellos parajes, hasta que un buen día llegó a nuestros ancestrales lares una tribu perdida, de un árbol desgajado, que había olvidado el origen de su esencia pero conservando unas particulares reglas que los hacía diferentes, muy diferentes, de las razas del centro de Asia.

    Se fusionaron con nosotros y a través de sus errabundas experiencias implantaron en nuestras mentes las leyes del movimiento perpetuo que nos obliga a recorrer los caminos del mundo sin metas que alcanzar que regirán nuestras nuevas costumbres a lo largo y ancho de los Siglos venideros.

    De ellos tomamos algunas de sus peculiares leyes que junto con las nuestras derivaron a nuestro característico y elástico código del honor en que las mujeres siempre permanecerán supeditadas a nosotros bajo el estigma de la inmaculada virginidad que sólo deben perder en el tálamo conyugal; cualquier otra circunstancia ocasionaría la muerte de los culpables y gran parte de sus miembros consanguíneos.

    Para evitar las venganzas indiscriminadas, mantenemos a nuestras mujeres bajo las garras disciplinarias de sus madres y tías experimentadas, casándolas en el inicio de su juventud evitando así las tentaciones hormonales, pasando entonces a ser propiedad, mediante una transacción económica, de su marido y clan, para lo cual, casi siempre, los unidos son primos cruzados que mantendrán indisoluble la esencia originaria de la tribu por mucho que las adversas circunstancias les obligue a fragmentarse… no en balde las condiciones más peculiares han sido incapaces de amoldarse a nuestras privativas formas de ser y por supuesto a nosotros, a los de los que nos son extraños.

    Un Zindcal será siempre un Zindcal mientras viva según nuestras ancestrales experiencias…

    Fuera de nuestras normas sociales un Zindcal sólo sería un miembro más de esa sociedad opulenta que nos teme porque en el fondo nos desprecia aunque, en ciertos casos, les gustaría vivir como nosotros… y no nos entiende por muchos parches que incruste en sus Leyes pretendidamente asimilables nunca nos comprenderán…

    Nosotros somos como somos y no como esos bienintencionados asistentes sociales o cruzados-escritores incapaces de creer que nosotros queremos y necesitamos ser como somos y no como ellos pretenden…

    …………………………………………………………………………………………….

    Yo… del clan de los herreros, adoradores de la energía del fuego que ablanda los metales y de la luna llena nocturna que les da fuerza y a la vez dura solidez y a nosotros nos inspira sabiduría para poder moldearlos a nuestro gusto…

    Yo, que respondo al nombre de Candelario a través de los siglos, llevo en mi nombre impreso el secreto mejor guardado de los últimos mil años de lucha para la lucha por sobrevivir, no ser absorbido, y ser superviviente de las absurdas leyes que nos son ajenas por ser concebidas por los que no son como nosotros, los diseñadores-constructores de Imperios ya desaparecidos y forjadores amanuenses de la irreconocible Historia por las tantas y periódicas veces que ha sido rescrita para contentar o hacer coincidir los hechos con los caprichos de algún inepto emperador-reyezuelo incapaz de fraguar los destinos de su emergente o descendente nueva dinastía.

    Nuestra historia es un vivir cada día, a ser posible, mejor que el anterior, apurando la dulce o amarga copa de la existencia diaria que nos hace fuertes y a la vez como somos: Emergentes Zindcal libres anteayer, ayer, hoy y mañana, porque para nosotros destrucción se convierte en alegre disipación que nos hace olvidar los, presuntos, malos años, para convertirlos en mejores de lo que fueron; por eso cuando aprestamos nuestros carros para el camino, siempre gritamos: ¡Alegrad esas caras ante el nuevo día!

    Como ya dije, mi nombre es Candelario, que descompuesto según nuestras entendederas se convierte en el nombre secreto que nos denomina y que nos enlaza con nuestros ancestros.

    Dando como resultado: perro enigmático de fuego o el enigma perruno del fuego que simplemente trata de comunicar quién soy yo y que parte o partes están entroncadas conmigo.

    Nosotros somos Zindcal, conocidos por otros muchos nombres que hemos consentido nos designen, para que los estudiosos impertinentes investigadores, ajenos a nuestros dichos e ignorantes de nuestras sesgadas versiones, puedan clasificarnos o catalogarnos en tal o cual espurio origen o procedencia.

    Un origen y procedencia que nosotros mismos casi hemos olvidado porque un Zindcal jamás retrocede o retorna al principio de su existencia.

    ¿Qué existencia podemos tener los que no rendimos pleitesía a la memoria y mucho menos a la mal llamada Historia?

    Mi particular memoria, como narrador-consultor único del clan de los herreros y dentro de ellos un grupo no muy numeroso que decidió por su cuenta, como antes hicieron otros, desgajarse del tronco común y bella tierra que los viera, nacer-correteando….donde el frío era desconocido, las estaciones transcurrían por un igual, y la leche y miel eran fáciles de recolectar.

    Aunque mi aventura como miembro destacado Zindcal comenzó mucho antes de que el primer eslabón de mi collar fuese forjado para que adornase el cuello de mis antepasados, (con el mismo nombre) y ahora mío, debo recalcar que la narración que voy a iniciar me fue impuesta por mi padre a través de los sabios consejos de mi abuelo ya que, según ellos, mi bisabuelo había mandado destruir el eslabón primero de todos los que conservo alrededor del pescuezo para que se olvidase el emplazamiento primero de nuestro origen y así se diluyese en las arenas del tiempo que todo igual, exalta o separa con su innata sabiduría.

    En cada, diminuto, eslabón de hierro colado hay, artesanalmente grabado, un animal en reposo que entre sus patas guarda unos signos que se enlazan-comunican con los subsiguientes del posterior engarzado eslabón. Animales como el lobo, tigre, elefante, el gallo o el moucho que es el que inicia esta narración, más o menos histórica…

    Ignoro qué contaba ese primigenio = Primero en el tiempo; pero sí recuerdo que mi abuelo decía que describía una tierra bendita en la que habíamos sido respetados y temidos y también apreciados hasta que una multitud de demonios en forma de malditos turcomanos pretendió esclavizarnos en sus guerras de conquista, asesinarnos o exterminarnos al no conseguir que les sirviésemos como esclavos juramentados…

    Esa fue la causa principal de que, los más ancianos, nuestros patriarcas guías experimentados, decidieran echarse a los caminos y errabundar hasta hallar una porción o rincón del Mundo inencontrable, que se nos respetase más por nuestros defectos que virtudes que nos hace tan diferentes como divergentes son nuestras propias restrictivas leyes que nos obligan a escuchar y respetar a los ancianos en su sabio parlamento; educar a los niños en nuestras diferentes costumbres para que sean fácilmente capaces de desarrollar plena y automáticamente el INSTINTO ZINDCAL, que nos hace invulnerables a las progresivas leyes…por decadentes de los que son extraños a nuestro peculiar saber forjado en el intensísimo nomadismo que nos llevó a recorrer todos los caminos habidos o por haber en el ancho (depende cómo se mire o se sepa discurrir) o estrecho Mundo; sin olvidar proteger a las viudas desamparadas para que sigan sintiéndose parte de nuestra colectividad y muy útiles sus enseñanzas en los oficios femeninos que nos caracterizan.

    Nuestra ancestrales historias

    contenidas en los eslabones de hierro

    engarzado,

    dicen que llegamos a este Universo

    ya renegridos,

    miles de años ya,

    montados en caballos alados, a lo s que dieron en llamar centauros, desde un punto que a pesar de ser lejano todavía puede mostrarse con el dedo,

    en las claras noches del firmamento estrellado,

    a pesar de no creer que nazcamos con un sino,

    que nos lleve a actuar como si todo ya estuviese predeterminado…lo que sí creemos que cada uno de nosotros,

    los AZINDCAL,

    poseemos un destino común, un patrón preexistente,

    que en lo más profundo de nuestras entrañas nos hace ser como somos:

    DISTINTOS,

    INDÓMITOS y a la vez suspicaces ante las llamadas leyes democráticas, encubridoras de falsedades, y alentadoras de la corrupción más salvaje.

    ……………………………………………………………………………………………

    Año cero de nuestra existencia en la tierra que nos moldeó; porque sería la primera y única vez que abandonamos, con el rabo tapando el pestilente agujero, un territorio que, también, habíamos considerado nuestro. Allí fuimos estimados y considerados en nuestros oficios a pesar de nuestros innatos latrocinios que combinábamos con bellas y afiladas espadas forjadas, primorosa cestería o la mejor de las adivinanzas en que una candida doncella se casaba con su príncipe o una temporal estéril matrona se le vaticinaban media docena de hermosos churumbeles porque siempre hemos preferido soñar con un futuro mejor que recordar donde el pasado había sido esplendoroso.

    Cuando las hordas que montaban pequeños pero fuertes y veloces caballos y certeros pero bien manejados arcos, se presentaron como un torrente sanguinario ante nuestro idílico y pacífico mundo, decapitando y empalando a todo el que no se le sometiese de inmediato e inclinase servilmente la cerviz…

    Mi antepasado remoto el primero de los Candelarios, recibió el encargo de los ancianos de prepararse para evacuar a nuestro mediano Klan, compuesto por 15 carros, 50 adultos bien dispuestos a infundir sensatez ante las terroríficas y extrañas circunstancias que eran de esperar en un mundo desconocido y sin entrañas, teniendo a nuestro cargo 40 mujeres, 30 niños de entre dos y ocho años, sin olvidar a 6 ancianos masculinos y siete femeninos que con sabiduría y experiencia guiasen para bien nuestra iniciada escapatoria donde siempre reinaría la incertidumbre…

    Pero el indómito espíritu Zindcal es capaz de enfrentarse a lo inesperado con una sonrisa amarga en los labios aunque padezca de corazón desbocado o el cerval miedo atenace sus extremidades porque el inalterable pero dúctil carácter Zindcal puede ser muy elástico y a la vez tan duro como sea necesario demostrar.

    Candelario, jefe de grupo del Klan de los herreros, representaba 32 primaveras, estatura algo superior a la media, magro de cuerpo, encendida mirada negra, cutis tostado natural oscurecido por la carbonilla de la fragua o los indisolubles problemas que conlleva toda jefatura humana entre hombres que cuestionan todo lo que no les complace.

    Las mujeres, tanto jóvenes como viejas, irradiaban una belleza natural que incluso las más ajadas no perdían.

    Los niños, todos capaces de imitar a sus padres o parientes, hasta el último de los peculiares detalles que hacen falta para encubrir una personalidad muy distinta a la que los ojos ajenos observan…muy pocos leen de corrido y a la mayoría la escritura le es desconocida, pero tienen muy buenas entendederas para las lenguas extranjeras que aprenden, sobre la marcha, gracias a su buen oído.

    Los ancianos están ufanos de brindar su experiencia y acertado tino ante los cotidianos problemas de gente amontonada en espacios reducidos que su errática búsqueda les obliga.

    …………………………………………………………………………………………….

    Una deslumbrante mañana, instantes después de que el gallo cantara, que se vaticinaba caótica por la proximidad de las itinerantes hordas mogólicas del tartárico conquistador más sanguinario que se recordaba a lo largo y ancho de la península indostánica, lo cual aceleró el empuje de nuestras acémilas. Se aparejaron y uncieron los caballos a los carros, se ocuparon las plazas vacantes con ancianos, mujeres y niños y sin volver la vista atrás, por mucho que nos doliera, iniciamos una lenta y larga diáspora que todavía sigue en marcha porque errantes seguimos aunque hemos querido más de una vez apoltronarnos, pero en todo el orbe conocido donde hemos estado nos temen o nos dan de lado, sin que nunca nos hayan aceptado, y todo hay que decirlo nosotros tampoco aceptamos, sus o nuestras costumbres que por diferentes son, cosas del diablo…nos maldicen las Iglesias por negros y marranos.

    En sucesivas y casi calculadas, frecuentemente, distintas generaciones de Candelarios que nos transmitieron sus tremebundas y a la vez interesantemente-tristes cuitas de un grupo humano conocido como Zindcal

    Zindcal: esos que nos entretienen con osos o borregos amaestrados; compran al peso el pelo de las mujeres, cuanto más largas mejor precio; admiten e intensifican el regateo en sus transacciones nunca pierden…reparan cualquier utensilio de cocina y elaboran artísticos recipientes de mimbre sumamente coloreados, útiles para conservar o guardar múltiples objetos.

    Comunicamos-engatusamos o vaticinamos que el futuro siempre será mejor que el pasado, encajando o encauzando la añoranza del cristiano por conocer lo desconocido aunque sea en forma de decoradas-ampulosas frases que no dicen nada pero adornan el miedo inculcado de los que no son como nosotros…esos que tratan de encontrar lo que sea, entre el caótico mundo en que viven y algo indescifrable que les consuela o al menos engañe o enmascare su cuadriculada vida.

    Nosotros, hijos de la polémica, también tenemos ansias de un mundo mejor…pero sabemos que no lo encontraremos…sencillamente porque sólo existe en la mente de pobres inspirados poetas y eso cuando le apetece a la conspiración literaria-política-social.

    Nosotros no creemos en nada, excepto en el bienestar de nuestra propia familia, como integrantes del Klan primigenio que a todos nos acoge, ya que sin ella, la parentela, la intrepidez Zindcal no tendría ni objeto ni futuro y en él sí creemos, al menos de boquilla.

    Creemos a medias y sin mucha convicción en el designio-destino supremo de ser mucho mejores que otros pueblos que nos precedieron.

    Creemos en una buena juerga con música de instrumentos de cuerda poco después de haber vendido o sustraído algo descolado que nos produzca el placer-placentero de haber chalaneado hasta conseguir el satisfactorio éxito.

    Creemos en nuestras mujeres como compañeras de fatigas, madres de nuestros hijos, a los que siempre somos fieles…porque la cohabitación con una ajena a nuestra forma particular de ser no se considera infidelidad por muchas veces que se cometa el pecado nefando de la cópula fuera del matrimonio.

    Creemos y a la vez descreemos en muchas cosas, cosas que giran en torno a una sola, el furibundo orgullo Zindcal ese que nos llevó a recorrer, sin prisa unas veces, pero sin pausa y poco descanso los caminos del mundo porque aunque la misma Luna siempre alumbra un paisaje distinto al ya conocido el día anterior…

    Somos nómadas, transeúntes en busca de algo que nosotros mismos no sabemos qué será.

    …………………………………………………………………………………………….

    Ya hace dos días que ruedan por los caminos los pintados, artísticamente, carros embadurnados de pintura gris para pasar desapercibidos de miradas impertinentes-curiosas.

    Los carros del grupo de Candelario, mi antepasado más remoto del que tengo conocimiento ya que los anteriores se difuminan en las brumas del antiquísimo pasado.

    Mi directo ancestro llevaba al cuello, engarzado en un fino hilo, el primer eslabón de hierro, toscamente forjado, que representaba un moucho dispuesto a emprender el vuelo; en las desplegadas alas hay variadas muescas que, correctamente interpretadas, me dan la debida clave o la pauta para iniciar el largo relato que voy a contar, recordando y afirmando que yo también soy Candelario, posiblemente el último de mi especie, ya que con 50 años permanezco soltero y sin hijos que mantener aunque de mi dependen muchos Zindcal.

    Acompañados del padre Búho, nuestro éxodo, errante-aventurero, comienza el día que un miembro explorador de nuestro grupo retorna espantado de lo que ha visto hace dos días, tiempo que cabalgó hasta encontrarnos.

    —Candelario hay que poner tierra de por medio…se están acercando los invasores de rasgos cincelados que matan e incendian con demoníacas carcajadas sin respetar nada ni a nadie, imponiendo la ley del sable y del arco…de nosotros no tendrán piedad porque nada somos y nada que les importe tenemos…debemos irnos antes de que empiecen a degollarnos.

    —Convocaré a los ancianos de inmediato para que les cuentes el horror por ti presenciado.

    La etnia Zindcal se compone de variados y distintos grupos que no siempre son armoniosos…todos obedecen a sus escogidos jefes, como a mí me siguen los que me eligieron, como en su día habían elegido a mis directos ancestros, siempre asesorados, unos y otros, por un grupo de ancianos, donde la experiencia iguala a la fogosa intrepidez…

    Son ellos, anciano ancianas, los que aconsejan el camino a tomar, cuando la bifurcación es incierta, a decidir e impartir-observando las particulares leyes comunes a todos los Zindcal.

    Reunidos los tres ancianos y dos ancianas que nos acompañarán, deciden después de escuchar, las malas nuevas, que debemos irnos de inmediato, antes de que el invasor corte los caminos de huida o los senderos de las hasta ahora hogar-patria, la nunca olvidada a pesar de las espesas brumas del tiempo, ese tiempo inalcanzable que todo moldea, incluso los más acérrimos sentimientos.

    Si nuestra estrella que nos guía y salvaguarda, se mueve, nosotros también debemos echar a andar antes de que nos obliguen a hacerlo y por las duras y maduras razones de ser catalogados como los más bajos de las escalas establecidas por el demoníaco invasor.

    Así todos de mutuo acuerdo, enderezamos los carros hasta los estrechos pasos que nos condujeron al reino de Afganistán y sus indómitos y feroces guerreros que siempre nos habían acogido con hospitalidad.

    Hemos venido visitando las tierras de los afganos, conglomerado de tribus enfrentadas entre sí por lo más fútil y extraño… desde tiempos ya caducos en que los Zindcal eran conocidos como hábiles maestros de la forja de metales, principalmente el hierro al ser especialistas en cualquier arma de combate; cimentando nuestra indiscutible fama en las finas y a la vez duraderas espadas.

    También aprecian nuestros experimentados conocimientos de las plantas curativas, oficio herborístico que desempeñan nuestras mujeres casadas que a la vez enseñan a las jóvenes solteras, siempre que demuestren predisposición y querencia en querer aprender tamaño oficio mezcla de conocimientos naturales y artística magia en saber convencer cuál será el remedio oportuno para las particulares dolencias.

    Mientras permanezcan solteras las futuras curanderas no podrán desempeñar los cocimientos oportunos ni los conocimientos hasta que se casen o tengan oportunos conocimientos carnales; entre tanto aprenderán a coser y a reparar vestidos y también a confeccionar con mimbres bonitos y duraderos colorados cestos de todos los tamaños para que adornen una habitación de casa infiel o sirvan de recipiente-almacén para cualquier fruto de campo o para depositar bellas alhajas que adornarán cuellos, cabezas o pies de las afganas…mujeres no tan sumisas como pretenden aparentar.

    El país de los afganos es principalmente montañoso, con precipicios hondos y desfiladeros estrechos, nada fácil de escalar; sus habitantes son hospitalarios y a la vez sangrientos vengativos por lo que ellos consideren insulto a la hombría o disparatado honor.

    Casi nos iguala e incluso nos superan en su afán de ver reparados con sangre los insultos recibidos, reales o ficticios, les es igual con tal de poder guerrear y retornar a sus montañosas aldeas con el botín de las razzias.

    Penetramos profundamente en tierra afgana, si apresurarnos, mezclándonos con los nómadas autóctonos en pos de forraje para sus rebaños como si fuésemos parte de sus huestes con las que comerciábamos intercambiando noticias ya caducas pero que para ellos tenían cierto interés…

    La mayoría de los afganos son iletrados totales, nosotros los Zindcal sabemos leer y escribir aunque defectuosamente, chapurreamos distintos idiomas, conocemos las sumas y algo que no nos gusta muchos las restas, por algo se cuenta que en el Indostaní surgieron los números, estos conocimientos eran supeditados a los hombres, porque las mujeres sólo hablan y entienden nuestra única y particular jerigonza común a todos los zíngaros no importe a qué Klan pertenezcan.

    Las mercancías para el trueque que transportábamos nos las habíamos agenciado en alguna remota aldea donde no habían ejercido la debida vigilancia de sus objetos, ya que nadie había lanzado la advertencia de ¡que viene los zíngaros, esconded todo lo valioso!

    Esos Zindcal de vestidos llamativos y chillones y a la vez sobrios como el arco iris; colores como el gris azulado o el negro untuoso acompañado del rojo desvaído o el azul opaco.

    Por los caminos de Afganistán ruedan, durante años, nuestros semicamuflados carros, años de rodeos necesarios para adaptarnos a las lenguas y costumbres de sus belicosos por rencorosos naturales tribus, como los pastones o tayikos.

    Nos gusta la amargura reinante de uno contra todos en pos de cada uno de sus enemigos y a veces amigos.

    Vimos, sin que nos sorprendieran, estatuas colosales y repetidas del mismo representante de Dios, al que parece ser adoraban los afganos antes de convertirse al islamismo…al que llamaron Buda aunque su nombre real era Gautama, príncipe nacido en un lecho de lotos que fue apartado del mundanal ruido para que no conociese la miserable vida real y así poder detener la antipática vejez… pero sin encomendarse a nadie decidió huir de sus bienintencionados carceleros y sin más bagaje que su propia mente se enfrentó a la vida diaria con el objetivo de conocerla sin artimañas preconcebidas que impidiesen conocerla tal como era y no como pretendían que la viera; por la oración llegó al Nirvana y alcanzó la santidad y de ella sus discípulos defendieron la paz universal que caracteriza a los llamados y conocidos como budistas.

    Buda nada tiene que ver con el grande y misericordioso ALÁ, aunque dicen sus adeptos, los mahometanos, que habitan y reinan sobre el mismísimo reino celestial; pero el Alá de estos afganos es adorado a través de las enseñanzas, a pesar de ser iletrado, de su inmortal y querido mensajero, ¡que Alá lo tenga a la diestra de su trono! Mahoma, a través de su nunca suficientemente bendito libro El Corán, de inspiración angelical, tal como el profeta contó a sus más apreciados alumnos, que siempre anida, vive y se expande en el corazón de los buenos creyentes, aunque a veces se pasen en su sangrienta crueldad e irracional ira con los no conversos por el mero hecho de ser idólatras…

    Esa ira o mayúsculo fervor que les obliga a la Yihad = guerra santa de los bendecidos musulmanes o muslimes o los por siempre conocidos como luchadores del por siempre bendito Alá, contra los infieles nazarenos, blasfemos descreídos que por no creer rechazan las enseñanzas del libro sagrado otorgado por el arcángel Gabriel.

    Nosotros, por conveniencia, fingimos ser creyentes y como tales hemos aceptado la verdad que contienen las Suras, pero en verdad os digo que poco nos importan esas creencias como no sea como salvoconducto para vivir, vegetar y atravesar esta inhóspita tierra montañosa donde se mata por la ofensa más mínima; también lo hacemos para recibir, sin tener que dar, a menos que sea de los nuestros y a través de trueques ventajosos en que ninguno sea desairado.

    Como nuevos y a la vez sospechosos conversos, según la mentalidad afgana, somos aptos para recibir lo que quieran darnos y a la vez nos protegen sus leyes musulmanas, hacia nuestra imprecisa y desconocida meta que nos obliga al movimiento continuo de bestias y carros, habitados por nuestros huesos cubiertos de vísceras, carne, cerebro y deseos puros o impuros para nuestro exclusivo provecho.

    En esta tierra de belicosas tribus debemos extremar la precaución ante los guardianes de la pureza musulmana si

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