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Clanes En Guerra
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Libro electrónico280 páginas2 horas

Clanes En Guerra

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Siglos antes de los primeros faraones, cuando los grandes reinos aún no habían nacido, tribus primitivas constituían las primeras sociedades en los valles de los grandes ríos Nilo, Éufrates y Tigris, en Anatolia y al borde de desiertos y montañas. Las aldeas sedentarias ya existían milenios antes de la agricultura y la domesticación de animales, habitadas por clanes cazadores-recolectores, que practicaban una vida nómada apenas cuando los cambios climáticos afectaban los recursos de su territorio. Esa gente organizó comunidades que mantenían un intenso comercio en plena Edad de la Piedra, intercambiando los más diversos productos, a veces transportados a más de dos mil kilómetros de su local de origen sin la ayuda de ningún animal, a veces navegando por ríos y mares. Antes de la cerámica, antes de la difusión del uso del cobre, antes de la domesticación del caballo, antes del arado… complejas sociedades de cazadores colectaban cereales salvajes para elaborar harina de trigo y cebada, bebían cerveza, consumían panes… y levantaban santuarios y templos, que la arqueología apenas ha comenzado a descubrir. En el amanecer de los tiempos transcurrieron los primeros capítulos de la historia de la Humanidad, fue una época en que un único animal había sido domesticado: el perro. Sin embargo, la Humanidad no se encontraba abandonada a su suerte, poderosos dioses observaban… y a veces intervenían.
IdiomaEspañol
EditorialClube de Autores
Fecha de lanzamiento3 jul 2024
Clanes En Guerra

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    Clanes En Guerra - Ruben Ygua

    RUBEN YGUA

    RUBEN YGUA

    AVENTURAS EN EL PALEOLITICO

    CLANES EN GUERRA

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    CLANES EN GUERRA

    Contactos con el autor: ruben.ygua@gmail.com 2

    RUBEN YGUA

    El contenido de esta obra, incluyendo la revisión ortográfica, es de responsabilidad exclusiva del autor 3

    CLANES EN GUERRA

    -Somos apenas criaturas moldeadas por los caprichos del clima y del medio ambiente-

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    RUBEN YGUA

    130.000 años antes de Cristo, la glaciación llegó a su fin, comenzaba el periodo interglaciar RISS-WÜRM.

    Lentamente, las temperaturas aumentan y los hielos retroceden en el hemisferio norte, abundantes lluvias favorecen la formación de amplias extensiones boscosas por toda Europa y América del Norte. De las nieves emerge una Humanidad diferente, el Hombre de Neandertal, perfectamente adaptado a las nuevas condiciones ambientales, prolifera y coloniza el viejo continente. También en África, los efectos del cambio climático afectaron implacablemente a las poblaciones humanas.

    El periodo de abundantes lluvias que durante 30.000 años convirtió Egipto y el Sahara en un paraíso de exuberante vegetación, con abundantes ríos, lagos y pantanos, ahora estaba culminando. Las lluvias habían propiciado la primera gran emigración del Homo Sapiens hacia el norte africano y el Cercano Oriente cruzando el Sinaí. Con el fin de las lluvias, de los cuatro grandes ríos que atravesaban la región del Sahara, apenas sobrevivió uno, alimentado por las nieves de las lejanas montañas al sur: el Nilo, estaba naciendo el gran desierto que un día sería conocido como Sahara, las grandes manadas de herbívoros y la población humana se desplazaron hacia el último gran río. En el Cercano Oriente, el Homo Sapiens se había encontrado por primera vez con su primo, el Neandertal, con quien al parecer convivió de forma pacífica durante milenios, como han revelado algunos fósiles que presentan características intermedias entre Neandertales y Homo Sapiens. A pesar de las diferencias, la abundancia de recursos evitó la disputa entre los grupos humanos, que ya no necesitaban emigrar detrás de las manadas.

    Al iniciarse el periodo árido las condiciones de vida de Homo Sapiens y Neandertales se tornaron difíciles, se estableció una mayor competición por la caza y la recolección, y no tardó en producirse la primera disputa por la sobrevivencia. Numerosos Neandertales se desplazaron hacia el sur de Arabia, mientras clanes Homo Sapiens emigraron al este, en dirección a la India y Asia.

    No obstante, algunos grupos decidieron aferrarse a la tierra donde habían nacido, tal vez con la esperanza de días mejores.

    Pero no hubo días mejores… las lluvias se hicieron cada vez más escasas, las fuentes de agua se redujeron hasta casi desaparecer, la vegetación ya no ofrecía alimento para las grandes manadas, aumentó el tamaño de los desiertos, los herbívoros escasean, ya no existen los grandes rebaños y la disputa entre los grupos humanos se vuelve violenta, desesperada.

    Entonces, de forma inesperada, surgieron del corazón de Africa nuevos grupos humanos.

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    CLANES EN GUERRA

    AVENTURAS EN EL PALEOLITICO

    PARTE 1

    CLANES EN GUERRA

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    RUBEN YGUA

    EL CLAN DE LA CAVERNA

    Península de Sinaí.

    Aquella mañana, Arnut y sus hombres fueron agradablemente sorprendidos por uno de esos raros regalos de la Madre Naturaleza. Un solitario búfalo deambulaba, tratando de alimentarse con las pocas hierbas que crecían en la árida pradera. Al observar al grupo, el animal retrocedió, trotando hacia un estrecho corredor natural formado entre las paredes rocosas que cortaban la montaña, a un par de quilómetros de distancia.

    Eran cazadores con mucha experiencia, en otras épocas solían preparar emboscadas capturando un buen número de grandes herbívoros en una única cacería, lo que representaba una reserva de carne para muchos meses. Arnut comprendió de inmediato que las características del terreno le ofrecían una gran oportunidad, conocía el lugar, en otras ocasiones había capturado animales al obligarlos a saltar al despeñadero que existía al final del corredor. Habían caminado durante tres días sin divisar ninguna presa mayor que un lagarto, de modo que el grupo se preparó para no desperdiciar la oportunidad, encendieron una hoguera donde prepararon algunas antorchas, mientras el resto del grupo se distribuía en semi círculo para evitar la fuga del animal.

    Era un grupo de diez cazadores de piel clara, castigada por la ruda vida a la intemperie, con largos cabellos y barbas negras, adornados con plumas y collares de colmillos y garras de animales, vestían pieles de diferentes especies. Apenas algunos protegían sus pies con pieles amarradas con tiras de cuero, la mayor parte del grupo iba descalzo.

    Los búfalos eran una presa peligrosa y veloz, muchas veces el cazador se convertía en la víctima, por eso avanzaron con prudencia, agitando las antorchas y bloqueando la fuga del animal, que emprendió una enloquecida carrera hacia el interior del desfiladero, buscando otra salida en la pared rocosa. Cuando los cazadores estrecharon el semicírculo, todo indicaba que el animal se lanzaría ciegamente al vacío, intercambiaron miradas optimistas, saboreando de antemano la presa.

    Fue en ese momento que el búfalo hizo algo inesperado.

    En un rápido movimiento giró en redondo embistiendo contra el individuo más próximo.

    Enitarzi, un robusto guerrero de unos treinta años de edad, trató de rechazar al animal con su lanza, esquivando a duras penas los mortales cuernos que cortaron el aire a poca distancia de su cuerpo. Al retroceder un paso el cazador tropezó con una roca, perdiendo el equilibrio, el búfalo se volvió enloquecido, asestando un fuerte golpe en la pierna del cazador. Arnut se movió como un rayo, dando una estocada en el flanco del animal, lo que evitó que su compañero caído 7

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    fuese pisoteado. La lanza se partió cuando el furioso animal se volvió hacia un lado, al sentirse herido. Varios guerreros se adelantaron, agitando sus antorchas en llamas, improvisando una muralla de lanzas en torno de sus compañeros en peligro. Acosado por varios perros, herido y asustado por el fuego, el búfalo volvió a girar para correr ciegamente hacia el desfiladero, hasta precipitarse en el vacío. Un sordo estampido anunció que la cacería había acabado, cuando el animal impactó entre las piedras, unos diez metros más abajo.

    El grupo descendió por la barranca, era necesario proteger de inmediato el lugar donde agonizaba el animal. Un guerrero acabó el sufrimiento de la presa con un golpe de lanza, mientras el resto del grupo encendía un par de hogueras con la intención de rechazar el inevitable ataque de hienas y otros carroñeros, que no tardarían en presentarse atraídos por el olor de la sangre.

    Los guerreros se reunieron en torno del animal abatido. Algunos de ellos dejaron de lado las pesadas lanzas usadas en la cacería, la más eficaz arma contra los animales de gran tamaño, y ahora empuñaban sendos arcos, flechas y leves azagayas que podían arrojar a una buena distancia por medio de propulsores de hueso. De pie, se colocaron alrededor del animal abatido, aguardando, atentos.

    Media hora después llegó al lugar un grupo de mujeres, niños y ancianos, los cuales habían permanecido observando la cacería desde una prudente distancia.

    Transportaban agua en cáscaras de huevos de avestruz y vejigas de animales, el precioso líquido fue distribuido entre el grupo de cazadores. El herido tuvo su pierna lavada, antes de recibir un emplasto de hierbas para contener la hemorragia. Afortunadamente no parecía haber fracturado ningún hueso, conseguiría regresar con el clan a la caverna, apoyándose en su lanza para caminar.

    Habiendo saciado la sed, el grupo comenzó la labor: el búfalo fue desollado, retiraron su gruesa piel, los cuernos, tendones y cascos. Grandes pedazos de carne fueron cortados, salados y dispuestos en largas varas para el transporte.

    Las vísceras, riñones y el hígado fueron asados por los ancianos, alimentarían al clan durante la faena.

    El corazón fue cuidadosamente reservado.

    Pedazos menores de carne fueron dispuestos para secar al sol, condimentados con sal e hierbas. Los niños mantenían a raya algunos merodeadores con sus arcos y flechas, o simplemente arrojando piedras, mientras los perros gruñían amenazadores.

    Atardecía cuando acabaron el trabajo, por la noche acamparon allí mismo, en la base de la pared rocosa, al abrigo de grandes hogueras, alimentadas con la abundante leña seca de la vegetación muerta.

    Al día siguiente, el clan, transportando el producto de la cacería, emprendió la marcha. Durante dos días marcharon por el antiguo lecho seco de un gran río, ahora transformado en un insignificante hilo de agua que venía desde las montañas del sur, corriendo veloz para desaparecer en el subsuelo de la 8

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    semiárida pradera, algunas centenas de quilómetros más adelante. En ocasiones, las mujeres se detenían por algunos minutos para colectar algunas semillas, hojas o raíces. En la mañana del tercer día entraron en un vallecito contornado por una alta meseta, el grupo caminó durante tres horas dirigiéndose hacia la gran pared de piedra al otro extremo del valle, una tenue columna de humo revelaba la presencia humana. En la base de la meseta se abría la entrada de una caverna, que apenas resultaba visible a corta distancia, denunciada únicamente por el humo que surgía del interior. En la amplia entrada, un par de ancianos mantenían dos hogueras encendidas, protegiendo el hogar del ataque de los grandes felinos.

    Un enorme perro de apariencia feroz acompañaba a los centinelas.

    El animal no ladró al presentir la llegada del grupo, apenas meneó la cola, advirtiendo a los guardianes. Los cazadores surgieron poco después en la cresta de una suave colina y el perro se adelantó para husmear a los canes que llegaban.

    La caverna era amplia, formando una bóveda de unos diez metros de alto en una especie de sala principal, que iba reduciéndose de tamaño hacia el fondo, para acabar en una serie de pequeños túneles, que eran usados como depósitos de pieles viejas, huesos, leña, etc. En el espacio central se levantaban varias cabañas circulares de madera, sólidas, con techo de ramas, hojas y barro seco, todas poseían camas construidas con ramas gruesas que se levantaban del piso unos 50

    cm. Estaban cubiertas por colchones de hojas y pieles.

    En un rincón se levantaba un soporte de largas varas, usado para almacenar las reservas de pescados y carne salada. Poco después las mujeres agregaban allí los cortes de carne suministrados por el grupo, Arnut podía sentirse satisfecho, la reserva alimentaría al clan por un buen tiempo.

    La pared de la caverna exhibía numerosas pinturas rupestres con escenas de caza, algunas de tiempos inmemoriales, creadas por pueblos que alguna vez ocuparon el lugar. El clan de Arnut también había dejado su marca, pintando figuras de animales durante las ceremonias de agradecimiento a los Dioses.

    Junto a la entrada almacenaban enormes pilas de leña y varas, resguardadas de las inclemencias del tiempo.

    El clan de la caverna disfrutaba de una privilegiada localización, un riachuelo que nacía en la meseta y corría a unos veinte metros de la caverna, proporcionaba abundante suministro de agua y, contando con un poco de suerte, algún pescado de vez en cuando.

    A un día de marcha hacia el sur se podía alcanzar el mar, la fuente principal de pescados, crustáceos, aves y la importante sal. El mar también facilitaba la comunicación con pueblos vecinos con quienes intercambiaban alimentos, pieles y herramientas de piedra.

    Compuesto por poco más de treinta individuos, el clan de Arnut era más numeroso de lo habitual en esos tiempos difíciles, que raramente superaban los 9

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    veinte miembros. Elevadísimos índices de mortalidad infantil, y la ruda vida adulta, limitaban el crecimiento demográfico. Las personas, salvo raras excepciones, no superaban los cuarenta años de edad.

    El trabajo se concentraba por entero en la sobrevivencia, actividades que iban desde la búsqueda por alimentos cazando, colectando frutas, hierbas o raíces, colectando miel, o pescando; a la fabricación de armas, herramientas de piedra labrada, de huesos o marfil entallado, objetos de madera, la fabricación de cestas con juncos y tallos trenzados. Aún deberían transcurrir milenios para ser inventada la cerámica, los recipientes eran improvisados con cáscaras de tortugas, huevos de avestruz o grandes caracoles y conchas marinas, que les permitían transportar agua, almacenar miel y fermentar granos.

    Todo el grupo debía trabajar, no había lugar para la ociosidad.

    Los ancianos cuidaban del fuego, enseñaban las técnicas de caza y pesca a los niños, que ayudaban juntando leña, o colaborando con las mujeres en la colecta de semillas, frutas y raíces. Cazadores heridos o incapacitados reparaban y fabricaban armas, modelando el sílex, la obsidiana, cuarzo u otros minerales duros y resistentes, para fabricar raspadores, puntas de flechas y lanzas, hachas, cuchillos, hoces para colectar semillas salvajes, etc. Con huesos fabricaban arpones y anzuelos, collares y adornos. Los hombres adultos cazaban, construían cabañas, canoas y se encargaban de la defensa del grupo, que por lo general era dirigido por un anciano respetado por todo el clan por su experiencia y sabiduría.

    Akrabuamelu Arnut podía ser considerado un longevo, al haber alcanzado la avanzada edad de 42 años. Había liderado sabiamente al grupo por muchos años, después de la muerte de su padre.

    A pesar de las escasas lluvias y de la creciente aridez del territorio, durante los últimos siete años, el clan no necesitó emigrar, había permanecido en aquella caverna beneficiado por la posición central de la caverna, que dominaba un amplio territorio virgen, en su mayor parte deshabitado, teniendo como únicos vecinos los clanes de las costas marinas. Eso contribuyó para el aumento del número de miembros, sin necesitar luchar por su alimento, Arnut mantenía buenas relaciones con las aldeas del litoral y algunos clanes nómadas que muy raramente aparecían por la región. Intercambiaban pieles, sal, cuernos, marfil, collares, adornos, hierbas, frutas, piedras y carne. La región montañosa también era rica en oro, un mineral fácil de moldar, que el clan había aprendido a moldar en frío para fabricar pequeños adornos que comercializaban con pueblos vecinos, se trataba de los primeros pasos en dirección a la metalurgia, que milenios después cambiaría para siempre la vida del Hombre, con la difusión del uso del cobre.

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    Era la época del año en que el clan celebraba la ceremonia de agradecimiento a la Diosa Tierra, dedicándole un búfalo u otro animal de buen tamaño, esa había sido la causa de la reciente expedición de caza.

    El búfalo que abatieron días atrás, tendría su cabeza y el corazón ofrendados a la Diosa.

    Era una ocasión solemne para el clan, porque al día siguiente a la ceremonia, era realizado el ritual de iniciación de los jóvenes guerreros.

    Al amanecer, un poco antes de nacer el Sol, todos los miembros del clan se reunieron en la colina situada delante de la caverna. La atención del grupo estaba dirigida hacia el lugar donde surgirían los primeros rayos solares. Arnut, vistiendo su tanga de piel de leopardo, reservada para las ceremonias, permanecía de pie, con el puñal ceremonial levantado en dirección al horizonte, aguardando inmóvil. A su lado, encima

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