Vivir Antes Del Nacer
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Deseando sobrevivir a la senetud avanzada, la persona se somete voluntariamente al tratamiento de rejuvenecimiento precoz que dura cinco aos exactamente.
Publicada por Juanita de la Vega Bunzli.
Autor Robinson Balmaceda.
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Vivir Antes Del Nacer - Robinson Balmaceda
Copyright © 2018 por Robinson Balmaceda.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2018907739
ISBN: Tapa Blanda 978-1-5065-2584-6
Libro Electrónico 978-1-5065-2583-9
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.
Fecha de revisión: 18/08/2018
Palibrio
1663 Liberty Drive, Suite 200
Bloomington, IN 47403
Prólogo del autor
Esta es una novela innovelada cuyo subtítulo podría ser: Odisea de un argentino. Trata de revelar al mundo científico y profano un método de rejuvenecimiento precoz: Martzulag-Retovoque, nombre con que las civilizaciones remotas denominaban la reducción del cuerpo físico a la décima parte de su tamaño natural, sin que las piezas del mismo sufrieran alteración alguna en su paso a través del achicamiento paulatino de todos sus órganos vitales. Esto es la formación del cuerpo físico de una persona que, deseando sobrevivir a la senectud avanzada, se somete voluntariamente al tratamiento de rejuvenecimiento precoz, que dura cinco años exactamente. Obtenido el éxito en pleno, el tamaño de una persona que mide, por ejemplo, un metro con sesenta centímetros, se reduce a tan solo dieciséis centímetros, añadiéndole un cinturón-faja que reduce la gravedad terrestre a casi cero; lo cual permite remontar un vuelo, preferiblemente nocturno, procurando hallar ángulos propicios para que alguien se tope con ese muñeco vivo y lo incorpore, en calidad de advenedizo, en el seno de una familia cualquiera.
Resulta evidente, pues, que de ahí se derivan muchas escalas que nos cuentan, a guisa de estudios, las sagas acerca de la aparición en los lugares boscosos, de la noche a la mañana, de los duendillos, de los karliks —enanitos— y de los advenedizos. Los cuales se ubican junto a hongos, llamados kurlenke, a fin de llamar la atención de las mujeres, principalmente, con el objeto de ser llevados por estas a los hogares devotos, donde son considerados como talismanes o tuelkes.
Con cuarenta y dos años de permanencia en la isla de Tsamara, en continuo contacto con un órgano de ciento un tubos, cuyas teclas originaban audiovisualmente escenas proyectadas en las paredes de la choza, Sorentz-Zen podría graduarse en conocimientos contenidos en Eddas, leyendas mitológicas de la antigua Escandinavia;
En 1816, mientras se abastecía el carruaje en que él y otras familias viajaban, huyendo de las aguas embravecidas del lago Nahuel Huapi, vio en el cielo abierto, nocturno, que un Gran Capitán, General José de San Martín, estaba reorganizando su ejército, preparándose para cruzar la cordillera de los Andes. Al ver que la gente huía de su tierra natal, dijo, entre otras cosas: ¿Por qué huis de la tierra natal? Es preferible morir en ella antes que abandonarla
.
Este soplo divino, insuflado por el Gran Capitán en el alma joven de Sorentz-Zen —pues este tenía entonces doce años— le hizo dar muchas vueltas en la calesita del mundo, hasta poder encontrarse de nuevo en su tierra natal, que es la República Argentina. Créase o no.
Descalzo, con un gorro de plumas de tucán, una larga trenza, collares de colores elaborados con semillas de árboles y ropa comprada especialmente para la ocasión, descendió del avión que lo traía desde Lima, Perú, el indio jíbaro Mucuyungo Cumbanan Asencia, hijo del jefe de una tribu que habita en las márgenes del río Pastaza, en el Amazonas, al este de Lima. Estos indios se caracterizan por dedicarse a la caza de cabezas humanas para reducirlas hasta diez veces su tamaño natural
. La Razón, vespertino de Buenos Aires, del 20 de mayo de 1969.
"Dos momias reducidas a veinte centímetros se descubrieron en Perú. Lima. Noticias procedentes de la ciudad de Trujillo, 550 kilómetros al norte de Lima, señalan que dos momias de seres adultos de solo veinte centímetros de largo fueron descubiertas en la zona amazónica del Perú. El descubrimiento se realizó durante una excursión de alumnos de la escuela Octavio Ortiz Arrieta, en el distrito de Choyubamba. El director del plantel anunció que las momias de adultos, al parecer, habían sido reducidas. Solo miden veinte centímetros de la cabeza a los pies. El hallazgo ha despertado gran interés en los círculos científicos de todo el mundo". La Razón, vespertino de Buenos Aires, del 21 de octubre de 1969.
El tercer caso de reducción en vivo pertenece al protagonista de esta novela, Sorentz-Zen. Siendo médico, se había sometido voluntariamente al método de rejuvenecimiento precoz, Martzulag-Retovoque, en 1899-1904, durante los cinco años redondos, estando como si fuera prisionero en la isla de Tsamara, en el archipiélago noruego de Lofoden, desde 1862 a 1904. La victoria obtenida sobre su cuerpo físico, reducido a la décima parte de su tamaño natural, que era de ciento sesenta centímetros, le posibilitó incorporarse de nuevo a la vida ciudadana terrestre, y desarrollarse hasta poder adquirir la forma humana corriente. Dar tantas vueltas en la calesita de la vida mundana hasta conseguir los medios necesarios para regresar a la República Argentina, país de donde partió. Actualmente (dicho en 1975) está viviendo en tierra argentina.
Robinson Balmaceda
Prólogo de la editora
La intención de este libro es hacerles conocer a ustedes, lectores, un relato, en forma de novela autobiográfica, con la cual espero proyectar alguna luz sobre la cualidad de una experiencia (o de una práctica).
Además, señalar que el hombre tiene destrezas todavía por estudiar y aprender otros conocimientos, además de aquellos que comúnmente emplea.
Un ser audaz y espiritual a la vez escribió esta novela en los años 70. No tiene por objeto brindar consejo o instrucción (tampoco yo lo tengo). La mayoría de los nombres de personas son ficticios. En cuanto a los acontecimientos y lugares, algunos son imaginarios.
Robinson Balmaceda es el autor y protagonista de esta novela. En mi primer encuentro con él me regaló el texto al finalizar su relato oral. Y por razones que no alcanzo a comprender, no lo leí hasta después de haber transcurrido cuarenta y un años; para lo cual, insisto, no tengo una explicación lógica, consistente.
En aquel entonces había quedado impresionada por lo que estaba oyendo. Estaba conversando con un anciano que aparentemente logró sobrevivir a la muerte de tres vidas consecutivas. Me sentía con prejuicios ante la idea de que ello fuese posible. Tuve momentos de aprensión para aceptar lo ocurrido.
El protagonista principal de la novela, Sorentz-Zen, debería residir actualmente en el territorio de la República Argentina, después de haber estado cara a cara con el método Martzulag-Retovoque durante cinco años redondos, desde 1899 a 1904, viviendo, cual prisionero de su destino aciago, en la isla Tsamara, en el archipiélago noruego de Lofoden. Allí estuvo desde 1862 hasta abandonar la isla definitivamente en 1904, siendo ya un karlik. Esto fue aclarado por Balmaceda en 1975, en el diálogo que mantuve con él en aquella oportunidad en la ciudad de Avellaneda, Argentina.
Al finiquitar una existencia no se borran las experiencias de la vida pasada; por ello, con cada transformación, se amplía el presente inconmensurablemente, cuyas instrucciones nos llegan a través de los sentidos corporales
.
Han transcurrido cuarenta y un largos años. Hoy, en lo personal, acepto su relato como legítimo. Más aun, significativo, revelador. En cuanto al lector, concebirá su propio juicio, obtendrá sus propias conclusiones.
¡Robinson Balmaceda: cumplí con la promesa de publicar la novela! ¡Hágase presente! Actualmente, ¿dónde está usted y cuál es el nombre con el que se lo conoce?
Al lector:
Si alguno de ustedes se interesara en ahondar el estudio relacionado con el caso Sorentz-Zen —así se llamaba desde 1804 a 1818, quien, estando en Siberia desde 1819 a 1862, tenía por nombre Belgar-Gubanov—, puede hacerlo buscando a Robinson Balmaceda en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, República Argentina.
En varios hospitales de la República Argentina, y en Europa, su caso está catalogado así: Un auto en movimiento con el motor roto
. Dicho en el Hospital Nacional de Clínicas de Córdoba, Argentina, en 1941.
Juanita de la Vega Bunzli
Para una edición de Balmaceda
He tenido el privilegio de colaborar con la señora Bunzli en el cuidado de este libro que hoy llega a ustedes con un pedido: léanlo.
Hacer esto es una tarea particularmente compleja. Se deben superar varios obstáculos que propone el autor con un objetivo desconocido, que quizás esté enmarcado en prácticas habituales del llamado esoterismo occidental, en el que la búsqueda de la verdad implicaba dificultades crecientes en el camino del buscador.
Fui personalmente al último domicilio conocido del autor, en Avellaneda, Buenos Aires. La mujer que me atendió tras un cerramiento que semejaba un panal de abejas, me resultó extrañamente conocida. Aseguró que no sabía nada de él; no obstante, yo seguía en ese momento leyendo a Balmaceda.
El texto transcurre en un lenguaje aluvional, delirante, abstruso y equívoco.
El autor propone este camino a la maravilla.
Miguel Fortado
Índice
Nacimiento Extraño
Despertar Curioso
La Vida, ¿Se Abastece
A Sí Misma?
Del Establo Al Palacio
A Cada Paso La Vida Cambia
Un Segundo Robinson Crusoe
Rejuvenecimiento Precoz
Martzulag-Retovoque
Nacimiento Extraño
¡Peregrinos, escuchadme!: Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, demándela a Dios, el cual da a todos abundantemente, y le será dada
. Primera Epístola Universal de Santiago, capítulo primero, versículo quinto.
Con estas palabras se inauguró mi primera vida. Sin duda alguna, mi padre las sabía pronunciar bien, porque el fruto que las mismas hacían madurar en el terreno práctico de la vida diaria, no se equivocaba jamás en hallar su correspondiente lugar. El acontecimiento tuvo terreno propicio para manifestarse en las proximidades del hermoso lago argentino Nahuel Huapi. Mi primer padre era de la raza nahua y mi madre procedía de Egipto. Había sido traída al continente sudamericano por los mercaderes de esclavos. Y cuando ella vino a la casa donde yo nací, ya había sido casada en primeras nupcias con un nativo de la comarca y separada de él, porque este era muy holgazán y aficionado a ingerir grandes cantidades de bebidas alcohólicas. Trajo consigo una hermosa indiecita de seis años, fruto irreductible de su unión matrimonial con el indígena, la cual, al correr de los años, resultó ser mi hermanita.
—Entonces, ¿tú eres argentino? —preguntó el doctor Kundalay.
—Sí, desde el 20 de agosto de 1804 hasta 1816.
—¿Por qué es tan así?
—Porque desde que mi memoria infantil ha podido registrar en su acervo archivístico los acontecimientos históricos nuestros, recuerdo que mi padre se llamaba Tucubei Guatimozín y mi madre, Anselmina Vararuta, y mi única hermanita se llamaba Asimia. Mi padre era un diestro artesano. ¡Cada cosa que hacía del barro que ni siquiera hoy día se deja ver en las famosas orfebrerías mundiales! Tenía dos compradores: un francés de Ottawa, Canadá, y un inglés de Londres. Al pie del monte Tronador vivía una familia allende la cordillera de los Andes, cuyo jefe también se llamaba Guatimozín y se dedicaba a curar a la gente, a conjurar los obstáculos de toda índole y predecir el porvenir. Tenía una vasta clientela. Hasta venia uno de Irlanda, un tal Gwyclot, quien dio por llamarse así después de recibir un cierto tratamiento medicinal que Guatimozín le aplicó. Su nombre de antes era Gwynplain; padecía de melancolía profunda y lloraba desconsoladamente. Pero luego de ser curado completamente, comprendió la necesidad de integrar la institución universal cual miembro permanente, a causa de formular voto de reír por siempre. Además de reír a perpetuidad, debía disuadir a los demás congéneres; los cuales, por causas aún ignoradas, se ponían tristes, infundiéndoles el ánimo sano, fuerte y robusto.
Guatimozín era muy docto en la moral evangélica, razón por la cual solía sostener conversaciones largas e interesantes con mi padre acerca de la religión azteca que, en vez de atraer hacia sus creyentes los dones del cielo, con sus prácticas paganas de inmolar cada año muchas víctimas humanas en honor de dios o de dioses de su panteón, alejaban las buenas dádivas del buen Dios.
A Guatimozín, según sus propias declaraciones, lo habían iniciado en la enseñanza de la única religión que hay en el Universo, gente que venía de tanto en tanto de lejos, desde vaya a saber dónde. Tal vez, de las culturas pertenecientes a otras galaxias, a otros soles, a otras lunas. Porque siempre, cuando venían esos respetables caballeros a la choza de Guatimozín, se bajaban del monte Tronador en unos cestos brillantes. Dejaban sus cestos, con las luces apagadas, en una ladera del Tronador y acudían a reuniones que se celebraban con bastante frecuencia entre mi padre, el canadiense y el inglés, ambos adquirentes de la artesanía de mi padre, Guatimozín y el eternamente rion Gwynplain. Los extraños forasteros sabían hablar lenguas, inclusive el español y el quechua. Por su ropaje, su modo de proceder y su comportamiento semejaban pertenecer a las jerarquías celestes, puesto que su ropa era translúcida y cuando caminaban a pie apenas apoyaban sus plantas en el suelo. Y cuando Guatimozín los quería convidar con algo de comer, o algo de beber, solo aceptaban la infusión de ciertas hierbas aromáticas, con marcada preferencia por el yuyo talaratú. En cuanto a hablar, decían muchas cosas instructivas y a la vez curiosas. Acentuaban bien las palabras que se referían a Dios y a los santos. Con respecto a la vida inteligente que se desarrolla en la Tierra, aseguraban que los que nacen en ella son signo de encarcelamiento, mas con visos de perfeccionamiento; puesto que son atraídos desde los otros planos cósmicos por sus afinidades terrestres, a fin de cumplir sus misiones específicas: enmendándose poco a poco los unos, sumergiéndose en más barro los otros y permaneciendo estacionarios, sin avance ni retroceso, los terceros. La Tierra, pues, es una prisión —decían—. Si no fuera así, de seguro no habría tantos rodeos inútiles, obstáculos insalvables que conducen inevitablemente a sus reinos a