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Peregrinaje Al Pasado: Episodios De Un Tiempo Ya Casi Olvidado
Peregrinaje Al Pasado: Episodios De Un Tiempo Ya Casi Olvidado
Peregrinaje Al Pasado: Episodios De Un Tiempo Ya Casi Olvidado
Libro electrónico254 páginas3 horas

Peregrinaje Al Pasado: Episodios De Un Tiempo Ya Casi Olvidado

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Información de este libro electrónico

Yo fui el ltimo miembro de mi larga familia que emigr desde Colombia a Estados Unidos. Fue al comienzo de la estacin invernal de 1968, cuando llegu a Nueva York con mis dos pequeos hijos, uno de tres y el otro de cinco aos. Mi esposa, que haba viajado meses antes, resida en el condado de Queens en casa de mi madre.
Ella, nos esperaba con dos de mis hermanos en el aeropuerto internacional Kennedy, que en los aos 50s yo haba conocido con el nombre de, Idlewild.
De igual modo que no hay nada oculto, nada permanece igual o esttico, porque todo cambia. Luego de seis dcadas transcurridas dentro de los siglos XX al XXI, todo aquello que describo en mis memorias, aquello que estuvo conmigo desde mi niez, ya no est ms ah sin haberse mudado, porque todo ha cambiado, o ha evolucionado o ha desaparecido por completo.
Los lugares y las personas mencionadas, inexorablemente han debido cambiar por la edad, o el paso del tiempo, que todo lo borra o lo destruye, al perecer.
Solo quedan rescoldos de un pasado ignoto y ya casi olvidado.
Sin embargo, todo lo vivido queda plasmado en esta pequea historia hilvanada y corregida, para hacerla menos aburrida, desde que la inici, hace ya ms de siete aos, en 2005. Hoy, al terminar esta mi ltima frase, solo me queda esperar esta vez sedentario, a que ms de un lector, encuentre algo interesante en ella.
Jorge Hernel Rodriguez-Urquijo
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento25 nov 2013
ISBN9781463369415
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    Peregrinaje Al Pasado - Jorge Enrique Rodríguez

    ÍNDICE

    Preámbulo

    Peregrinaje Al Pasado Episodios De Un Tiempo Ya Casi Olvidado

    1

    La Villa Del Cacique

    2

    Génova!

    3

    Regreso A La Villa

    4

    Episodios De Aquí Y De Allá

    5

    Es Verdad, Cesaron Las Grandes Guerras. ¿Y Ahora Qué?

    Epílogo

    Para mis hijos Mauricio, Carlos y Alexandra: con mucho amor.

    Para mi esposa Carmina: con agradecimiento por su apoyo y perspicaces sugerencias.

    Para mi hermano Fabio: por sus acertadas insinuaciones, y su empeño eliminando el excesivo uso de las comas (,) en el manuscrito original.

    A mi hermano William—‘El Genovés’, por sus ocurrentes anecdóticos apuntes.

    Gracias a mis amigos Humberto, y Alfonso por su interés en leer el legajo inicial y a Cesar —en especial, por la valiosa compilación de datos sobre La Villa del Cacique—.

    Por fin si fuere posible, dar las gracias al amigo —en la red del Internet— Álvaro Jaime, gestor de la página www.calarca.net, por su amable atención y averiguación de datos sobre Calarcá y Génova.

    Para cada uno de todos ellos, de buena fe, mi profunda gratitud.

    6641.png

    Quisiera justificar el porqué de esta historia mía, aduciendo que lo considero necesario para lograr manifestar experiencias y emociones vividas, pues a mí ya avanzada edad ahora mismo, en este nuevo siglo que providentemente se me ha concedido vivir, deseo obviar la eventualidad de que mis memorias mueran conmigo, sin antes dejarlas como un humilde legado a mis hijos y mis nietos, a pesar de no conocer el idioma castellano, quizás un día quieran traducirlo a su propio idioma, el Inglés.

    Y, también a aquellos que aún viven y pueden leerla en su propio idioma, el español.

    PREÁMBULO

    Siendo todavía muy joven, hace ya 60 años en 1945, escribí un cuento de carácter folklórico sobre un personaje imaginario, el cual enseñé a mi madre. Ella, luego de leerlo, insistió en que yo escribiera ensayos como aquel, pero honestamente a causa de dejadeces, eso nunca ocurrió.

    El susodicho cuento acabó volando en alas del Ícaro mitológico cayendo luego en el olvido, envuelto en las abismales brumas del Salto Tequendama, las rocosas cataratas al borde de ‘La Sabana’ de Bogotá, que inspiraron esa pequeña fábula.

    Recuerdo haber iniciado algunos apuntes y hasta algunas frases, pero a la sazón no pasó por mi mente siquiera, hacer anotaciones sobre aquel lejano pasado, necesarias ahora para hilvanar la narración que hoy, en 2005, me propongo escribir.

    Muchos años después, de escribir aquel cuento, en aquella lejana época, viviendo en un país forastero, en 1968, mi mente estuvo al comienzo de mi llegada, ocupada en tratar de entender el modo de vida de una nación compuesta de disímiles razas con arraigados convencionalismos e ideologías desemejantes a mis propias ideas de coexistencia. —Había tanto para comprender aquí, que llegué a creer que nunca lograría entenderlo—

    Franquear la muy difícil barrera del idioma inglés, a una edad ya, de 35 años, fue en aquel tiempo mí mayor preocupación y anhelo.

    A pesar de haber estudiado con gusto y empeño la lectura y la gramática de tan difícil idioma, antes de mi llegada a Nueva York, muy pronto me di cuenta de que mis conocimientos para hacerme entender, no eran suficientes en aquel entonces, para desempeñarme adecuadamente en mi trabajo como tasador profesional de pérdidas (claims adjuster) de seguros marítimos en el departamento de reclamos de la segunda compañía de brókeres de seguro comercial, más grande de este género en esa gran ciudad. —Johnson & Higgins. —

    Mi devoción por los libros, es algo que siempre estuvo presente desde mi niñez y juventud. Seis meses después de mí llegada a este país, (1968) durante mi primera nevada invernal, leí mi primer libro en inglés. —Era la autobiografía de Samy Davis Jr. (1925-1990, Wikipedia)

    El intrigante título de aquel libro, Yes, I Can, (‘Sí, Yo Puedo) parecía poseer, un mensaje místico de aliento para mí.

    Su intensa narrativa enumerando las vivencias de este talentoso actor y cantante de raza negra, que se había convertido al Judaísmo, llevado tal vez—creo yo—por una creencia filosófica o por la circunstancia misma de su apellido. Con certeza, no lo sé, pero a la sazón a mi juicio, era algo improcedente durante esos años, con relación a la diferencia de razas.

    Animó mi espíritu el hecho de enterarme, a través de su dramático relato, que este protagonista había superado muchas adversidades. Además de ser una persona de color persiguiendo con dificultad triunfar en sus artes, había perdido su ojo izquierdo en un accidente mientras conducía su nuevo Cadillac entre California y Nevada y a ese desafortunado suceso había añadido su determinación de abrazar un nuevo credo religioso y más aún, paradójicamente, había contraído matrimonio con una actriz de raza blanca.

    En fin, luego leer su libro comprendí, que en conjunto, todo había sido un arriesgado reto, impuesto a sí mismo por este, hoy legendario actor y cantante, exponiéndose a propósito, a convencionalismos sociales imperantes en los años 60’s, la época de su historia, y la de mi llegada a Estados Unidos.

    Diez años después —en1978— luego de un año de estadía en Phoenix Arizona, a donde fuimos por motivos de salud de mi esposa, regresé al Este, mejor capacitado en el entendimiento del idioma y continúe ejerciendo mi profesión en New Jersey, ahora mayormente capacitado en el entendimiento del idioma, continué ejerciendo mi profesión en el ramo de seguros comerciales, esta vez en una empresa de exportación, en New Jersey. En junio de ese año, mi padre falleció en Suramérica, y no pude hacerme presente antes de su postrer peregrinaje. El, mi padre, se marchó sin dejarme saber su versión de las muchas facetas de mi infancia y de su propia existencia, que yo desconocí y desconozco todavía.

    Aquel hecho es hoy para mí, motivo de pesares, especulaciones y acertijos en mí atrevido intento por escribir, esta, mi propia historia.

    Así pues, este relato es tan solo un reflexivo recorrido por el tiempo, empleando episódicas imágenes y visiones esporádicas de lugares y gentes de mi pasado.

    Un pasado que ahora intento transitar de nuevo en busca de viejas lecciones que tal vez me lleven a descubrir cómo éramos entonces. Yo, igual que aquellos con quienes compartí mí niñez y mi despreocupada juventud, quienes tal vez y ojalá así sea, vivan todavía igual que yo, para recordar y contar su propia historia.

    PEREGRINAJE AL PASADO

    Episodios de un tiempo ya casi olvidado

    El vocablo ‘peregrinaje’ empleado en este relato mío no representa con exactitud su verdadero significado.

    Las peregrinaciones fueron aventuras magnas en la historia humana. Los peregrinos caminaban por devoción o por voto, por lugares considerados sagrados, andando grandes distancias, a través de caminos y rutas delimitadas y conservadas durante siglos por diferentes órdenes religiosas.

    Por tanto, este ‘peregrinaje’ mío, no es otra cosa que un simbólico viaje a través del tiempo, en un esfuerzo por redimir un pasado poco menos que olvidado.

    1

    La Villa del Cacique

    Cuenta la leyenda, que tres cuartos de siglo después de la época de la conquista espanola, en esta región andina de montes, valles y ríos, donde se ubica la aldea mencionada en esta historia, había nacido un descendiente de bravos jefes nativos entre los guerreros de la tribu Pijao, que con el tiempo llegó a ser uno de los más grandes caudillos en los tiempos de la historia regional.

    Durante los años de la ocupación española, aquel valiente guerrero de espíritu indomable, de nombre Calarcá, era el jefe de un gran imperio que abarcaba grandes regiones. Sus dominios se extendían por varios cientos de kilómetros en diferentes direcciones.

    Las considerables conquistas guerreras de este cacique, fueron, hasta su malintencionada muerte, una enorme contrariedad para la Casa Real de España, durante su avasalladora y desigual contienda colonialista en contra de los nativos de nuestra América indígena.

    De buena tinta se sabe, que una vez insinuada la creación de una aldea, sus fundadores habían pensado y decidido fue más tarde, denominar el poblado con el patronímico de aquel legendario e indomable guerrero: Calarcá.

    Con el tiempo, sin embargo, el nombre de la aldea fue simbólicamente señalado por sus habitantes, como, La Villa del Cacique.

    Para los fines de esta semblanza, su simplificado nombre es, La Villa, y su ubicación geográfica, dentro del pequeño cosmos donde existió y existe todavía, podría ser reconocida por algún lector de estas memorias, en concierto con mi relato sobre esta y otras regiones vecinas.

    Mi permanencia en La Villa al comienzo de esta historia, fue breve. El espacio transcurrido entre mí llegada, procedente del lugar donde había nacido y los éxodos de mi familia a diversas otras regiones, fue de apenas tres años. La primera emigración familiar, comenzó en noviembre de 1939. Fue cuando Hitler iniciara la nefasta operación Kristall-Natch—noche de los cristales rotos, en contra de los judíos en Varsovia —.

    Influenciado por factores político-militares, concatenados a la guerra, mi padre había decidido emprender su primera peregrinación, cuando yo acababa de cumplir seis años de edad, aun sin asistir a una escuela, infantil, algo normal en esos tiempos. Aquella vez, viajamos por diferentes provincias algunas de ellas cercanas a La Villa, y otras más lejanas, en lugres de la zona conocida como el eje cafetero y más allá aun, por los valles del río Cauca, poco después,

    Al regresar a La Villa en 1946, yo contaba poco más de doce años, y esta vez mi estadía se prolongaría hasta el comienzos de los años 50’s, cuando viajé, solo a la capital, luego de terminar la escuela secundaria.

    6643.png

    El Comienzo

    No debería parecer extraño, ya que ocurre con frecuencia, que nuestra mente olvida pronto lo que sucedió hace poco tiempo y sin embargo puede retener claramente lo experimentado cincuenta o más años antes. No puedo creer que mi pasado haya desaparecido por completo, aun después de tantos años, mientras que yo escucho claramente las voces de mi gente, de mi madre, de mi abuela, de mi padre y de tantos amigos del pasado.

    A todos ellos los veo en mi mente, en una representación viva, igual que a los lugares donde viví y estuve desde que tenía 3 o 4 años de edad.

    Todo está ahí, congelado en mi entendimiento y cuando lo evoco, en aras del pensamiento, puedo recordar vivaces momentos de mi niñez de mi infancia y juventud y puedo ver y recordar todo para escribir sobre mí mismo y expresar pensamientos y emociones vividas, como ahora las recuerdo, para referirlas.

    A pesar de todo aquello, debo hacer presente ahora, que mi relato representa solo reminiscencias que hoy mismo me llevan a franquear planos que de pronto, podrían, o no, manifestárseme como una mezcla de ensueños y realidades.

    Sin embargo, honestamente creo, haber logrado reconocer pormenores extraviados en un laberinto de indolencias, sobre hechos vividos más de seis décadas después de sucedidos <1935y2005, siendo este último, el año que empecé a escribirlos>

    Quiero empezar diciendo, que mediante el alcance de una mente infantil, retengo ahora la vívida presencia de un zaguán que comienza donde termina la acera de una calle, a donde yo no debo, ni puedo salir solo. Luego del umbral, percibo un enorme portón que da paso a un amplio vestíbulo. El portón es de madera sólida, con aspecto de antigua artesanía, que muestra un protuberante aldabón y algunos herrajes, colgados a su lado.

    El vestíbulo termina en una segunda puerta interior seguida de un pasillo, en donde observo plantas y flores sembradas en grandes macetas de terracota, sobre piezas de maderos longitudinales. El piso del claroscuro pasaje, que a su vez parece, conducir al interior de la casa, está revestido de ladrillos resquebrajados y desgastados y su color rojo parece estar deslucido por el tiempo y la humedad.

    Inexplicablemente, a partir de cierto punto, el adoquinado paso interior solo se manifiesta en mí mente como un espacio largo y oscuro. Un vacío casi aterrador. Más allá, mi mente no revela nada distinto de las tinieblas, que me asustan, impidiéndome avanzar.

    A pesar de todo, por alguna causa, o efecto, mi memoria gravita en torno al prominente vestíbulo de forma abovedada cuya superficie pintada de blanco hasta el cielo raso, artesonado y revocado con yeso, expone en su centro una protuberancia, semejante a una pera. Estando allí, sentado sobre un piso empedrado, experimento temor provocado por aquel relieve en el centro mismo del cieloraso. Esa inaccesible figura, para mí, es como un ojo omnipresente —ubicuo— observando fijamente mi pequeña humanidad. —La de un infante que juega solo, en un zaguán, sentado sobre unas losas de piedra.

    Posible podría ser, que las vivencias de aquella figura pegada al cielorazo, fueran tal vez una representación real o solo percepciones revividas ahora y no una comunicación objetiva de lo que mis ojos observaran a una edad muy temprana, aunque no específica.

    — ¿Una realidad virtual?—

    Mi llegada a La Villa

    Según versiones no confirmadas, yo debía tener tres o cuatro años de edad, cuando durante el inicio del primer quinquenio de la década de los años 30’s del pasado siglo, mis padres me trajeron a esta pintoresca localidad en compañía de un hermano, dos años menor que yo.

    Transcurridos ya, uno o dos años desde mi llegada a este lugar, evoco los predios de una finca urbana en donde mis juegos infantiles se manifiestan menos solitarios e imprecisos que los del impresionante zaguán, el vestíbulo y aquel solitario pasillo de la casa centenaria, que seguramente me viera nacer, en una ciudad, que según la historia, fuera acreditada con el poético nombre de San Lorenzo del Valle de Aburrá. Mi soledad de entonces tenía ahora el paliativo propiciado por la compañía de mi hermano menor, compartiendo y disfrutando divertidos juegos infantiles.

    Aquella finca urbana existía allí, por dos o tres generaciones, incluyendo la de los abuelos, en parcelas al suroeste de La Villa, circundadas de ríos y arroyos, que corrían entre pequeños valles y colinas en los flancos de una cadena de montañas. Había gran número de cultivos en alquerías y haciendas vecinas, esparcidas entre valles y altozanos que se extendían hacia el suroccidente, llegando hasta los grandes ríos alimentados por los afluentes de esta extensa región andina.

    Mi padre y sus padres —mis abuelos— y sus hermanos —mis tíos— habían nacido todos en esta pródiga provincia y allí nacieron también dos de mis hermanas.

    La región comprendía una amplia cuenca hidrográfica, conocida como La Hoya del Quindío, formada por los ríos Quindío y Santo Domingo y por arroyos, con sugestivos nombres como, ‘La Pradera’, ‘El Naranjal, ‘La Rochela’, y otras, cuyas aguas alimentaban los dos ríos que a su vez, más abajo regaban extensos valles al suroeste de la provincia: Barragán y Rioverde, afluentes de los extensos ríos, La Cauca.

    Las fincas aledañas tenían también nombres sugestivos, en virtud a su exuberante vegetación y a su proximidad a riachuelos que formaban recodos de aguas verde esmeralda, que incitaban a refrescantes chapuzones y algunas atrevidas zambullidas: ‘El vergel’, ’El Sombrío’, ‘Peñas Blancas’ y la casa-finca ‘El Sosiego’, donde vivía la ‘mamá grande’, la dueña y señora de todas las tierras —la abuela paterna Doña Natalia—.

    Recuerdo con desánimo, que esta vieja y solariega casona estaba rodeada de árboles, no muy lejos del ‘Cementerio Laico’, —legoun lugar non-santo, temido por nosotros los chicos, en donde se nos decía, que <> que en vida no creyeron en los preceptos de la Iglesia. Ah, y también a los suicidas, que eran considerados infieles por su desacato a preceptos eclesiásticos parroquiales.

    El Pueblo de La Villa del Cacique

    Años después, durante nuestra estadía en la casa urbana, en el centro del pueblo, la familia se había hecho un tanto numerosa, cuando la Iglesia consideraba impío pensar siquiera en una natalidad controlada. Entre mis mejores mementos y recuerdos de esa casa, está un pergamino llamativamente enmarcado y adornado con una medalla de oro, que había sido otorgada a mi padre por el ejército nacional.

    En esa credencial, colgada en un lugar preferencial dentro de la casa, se mencionaban, el rango militar de mi padre y su prerrogativa como vencedor en un concurso nacional de tiro ínter-divisionario dentro de las brigadas de infantería del ejército.

    Mi fascinación por aquella conquista suya era grande. El esplendor de aquel enigmático medallón dorado, que para mí, semejaba un talismán con vestigios de historias de un pasado glorioso, fue a mi edad, en aquel tiempo algo mágico. ¡Único!.

    Embelesado, yo solo pensaba, figurativamente, que mi padre era como alguno de aquellos campeones de fábulas y series de aventuras, que yo coleccionaba.

    ‘Flash Gordon’, ‘Ojo de Águila’ y ‘Doc-Savage’ —‘El Hombre de Bronce’— entre otros muchos.

    La segunda presencia en aquella casa urbana, está representada por un macizo radiorreceptor ‘Telefunken’, fabricado en Alemania, empleando caoba original de la Selva Negra-Badén, según decía mi padre, que era un aficionado coleccionista de selectos objetos de aquel jaez.

    El consabido receptor funcionaba con tubos de wolframio, o tungsteno, y tenía una capacidad de banda extra-corta intercontinental, que hacía posible sintonizar estaciones de radio más allá de las montañas andinas cercanas a La Villa y allende los mares del septentrión, lugares aquellos que en aquel tiempo solo existían en mi imaginación.

    Sin duda alguna, fue para mí algo único e inolvidable, lograr escuchar claramente —en español— la BBC de Londres y la estación de radio WRUL de Nueva York. Esta última transmitía programas de interés cada noche, entre ellos una serie de aventuras, que yo leía: ’Ojo de Águila’.

    Aquel programa comenzaba con una música de fondo sugestiva, mientras en la emotivas voces del locutores de origen suramericano, se escuchaban las intrigantes palabras: — ¡"Nada escapa aO j o d e Á g u i la!…

    A las nueve de la noche —hora local— despedían sus programas diciendo alternativamente:

    —Amigos de Latinoamérica; la noche todavía es joven; pero el vodevil ha terminado, ¡g-o-o-o-d-b-y-e-!

    —No era fácil para mí llegar hasta los abultados reguladores de frecuencia milimétrica de aquel gran receptor de radio, que al accionarlos movían una larga aguja de un color rojizo sobre un fondo iluminado, que se movía verticalmente.

    Mi padre no quería que yo moviese, esos mágicos controles y había encaramado el receptor en un estante construido por él, que estaba fuera de mi alcance.

    En las noches, cuando toda la casa dormía, a hurtadillas, yo usaba una silla para llegar hasta el enorme aparato y permanecía allí, de pie por una hora, con mi oreja casi pegada al receptor escuchando e imaginándome estar en la calle 34 de la ciudad de Nueva York en donde, yo sabía, que se originaban las transmisiones nocturnas de la poderosa estación radiodifusora, WRUL.

    La Escuelas

    En ese tiempo, había en La Villa una escuela primaria y dos colegios de enseñanza secundaria, no mixtos, situados en extremos opuestos en la periferia del casco urbano. Las colegialas usaban atractivos uniformes con polleras de tela escocesa, o tartán, por encima de la rodilla, que a nuestra edad, era motivo de curiosidad y apostillas, por lo novedoso, pues ninguna otra escuela requería uniformes.

    De la escuela primaria tengo una idea no muy precisa y de mi paso por sus aulas, es poco lo que podría mencionar, a excepción de su ubicación, no muy lejos del parque. Rememoro una enorme casona solariega de dos plantas, color verde, que ocupaba el espacio de una cuadra a la redonda, delimitada por dos calles laterales.

    Sí recuerdo con claridad, un maestro de llamado Seir. Era

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