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Su majestad el hombre
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Su majestad el hombre
Libro electrónico203 páginas2 horas

Su majestad el hombre

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Esta es una selección de los más mordaces y brillantes artículos de opinión del escritor Antonio Palomero, redactor en los principales periódicos del país a finales del siglo XIX.«Su majestad el hombre» es el primero de estos artículos, pero también aparecen en la recopilación «El gato», «La fachada», «Antropofagia», «La suerte», «Un accidente», «Cuando llueve» o «El brasero».-
IdiomaEspañol
EditorialSAGA Egmont
Fecha de lanzamiento11 feb 2022
ISBN9788726686678
Su majestad el hombre

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    Su majestad el hombre - Antonio Palomero

    Su majestad el hombre

    Copyright © 1900, 2021 SAGA Egmont

    All rights reserved

    ISBN: 9788726686678

    1st ebook edition

    Format: EPUB 3.0

    No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

    This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

    www.sagaegmont.com

    Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

    SU MAJESTAD EL HOMBRE

    Entre las innumerables tonterías con que la raza humana afirma su importancia sobre la tierra, ninguna tan estupenda como la orgullosa mentira de que el hombre es el rey de la creación.

    Sería conveniente averiguar quién fué el autor de este descubrimiento. Su nombre merece perdurar en la memoria de las gentes, y su estatua elevándose altiva y triunfadora en las plazas de todos los pueblos del mundo, enseñaría á las generaciones que se suceden en el disfrute del planeta la vera effigie del primer majadero de la especie.

    Tan ridícula declaración ha sido sancionada por dos fuerzas que siempre han parecido respetables. Y por eso se ha extendido lo suficiente para resultar perjudicial, adquiriendo además una consistencia que la da aspecto de intangibilidad. En efecto, la religión nos asegura que el hombre fué creado á imagen y semejanza de Dios; y la ciencia nos demuestra que el animal humano figura á la cabeza de la escala zoológica y que posee espíritu, corazón, inteligencia y otra porción de prendas personales que visten mucho, aunque no sean precisamente de vestir... Con tan sabia y poderosa ayuda, hemos acordado definitivamente que el hombre es el rey de la creación, aunque muchos de los que firman el acuerdo no crean en los reyes y estimen menos que medianamente la virtud de las monarquías.

    Claro que esa fantástica declaración sólo tiene un valor relativo. Nosotros la consideramos como un axioma, de la misma manera que en el seno de la familia Pérez, por ejemplo, se acuerda que su hijo Pepito es el mayor talento que vieron los siglos pasados y esperan ver los venideros... La familia Rodríguez, á su vez declara asimismo que su niño Juanito es el portento de los portentos; lo propio aseguran los Gutiérrez de su primogénito Pablo... ¡Y todas las familias quedan convencidas, sin que puedan convencer á las demás!

    ¿Qué pensarán las distintas familias del reino animal comentando la exagerada pretensión de la familia humana? Todas ellas se creerán igualmente reinas del planeta que habitamos, ya que el orgullo es la más extendida de las virtudes, y el día no lejano en que se descubra por fin el anhelado idioma universal, para que hombres y animales se entiendan, tendrán que oir las razones expuestas por las distintas razas para aspirar al trono.

    Antes que llegue el día de ese concurso, que dará ocasión para publicar un número extraordinario á cualquiera de nuestros semanarios ilustrados—con nutrida información gráfica por todos los procedimientos modernos obtenida—, yo quiero presentar la renuncia de los derechos que pudieran valerme para esa aspiración. Y declaro, con toda la solemnidad posible, que la idea de un rey que me he formado por la lectura de página y media de un Derecho político, texto vigente, no se compagina con el espectáculo que me ofrecieron algunos de mis semejantes. ¡Reyes sin casa, reyes muertos de hambre y de frio, reyes trabajando como negros para que triunfen otros reyes blancos, reyes que falsifican, reyes que estafan, Garibaldi rey!... Convengamos en que la dinastía está de capa caída, ó de manto caído, para expresarnos con propiedad. Y si á estos representantes de la realeza humana sumamos los nombres de algunos capitalistas que todos conocemos, los de varios aristócratas, los de tres ó cuatro senadores vitalicios y los de ciertos escritores contemporáneos, ¿quién se atreverá á defender el corazón, el espíritu ó la inteligencia del hombre como argumento para proclamarle el primero entre todos los animales?

    Si se dijera que algunos hombres son los reyes de la creación, la verdad sería incuestionable y nadie se permitiría ponerla en duda. Pero así y todo, siempre quedaba por averiguar si el hombre es superior á cualquiera de sus compañeros de escala zoológica, que también presumen de reyes y que en verdad viven más felices que nosotros.

    Es de una molestia irritante que el hombre crea en su propia superioridad sobre los otros seres, tan sólo porque puede escribir en los periódicos, y tomar café con media tostada, y alquilar un simón por horas, y comprarse un gabán de cincuenta pesetas de Palma de Mallorca... ¿Se sabe de algún ciudadano que tenga más fuerza que el león? ¿Hay brazo humano que alcance tanto como la trompa del elefante? ¿Dónde existe el comerciante que supere á una hormiga, siquiera todos procuren igualarla? ¿Qué espíritu cristiano, encarnado en un hombre, alcanzó jamás la perfecta mansedumbre del asno? El mono más insignificante tiene más gracia que el primero de nuestros actores cómicos; la señorita Barrientos, aunque canta bien, no puede competir con un canario; todavía no hemos podido saludar al águila remontada en los espacios, ni jamás pasaremos un par de horas dentro del agua como la modesta rana, que nos parece tan despreciable... ¿Dónde está, pues, nuestra superioridad?

    La inteligencia, se nos dice, para acabar de engreirnos. Mas he aquí otra palabra convencional que también hemos inventado para envanecernos. Sobre que hay muchos hombres que no la tienen, la inteligencia se extiende también á las demás especies, según se sabe. La orgullosa sentencia del filósofo ha sido detentada por el hombre, en provecho propio. «Pienso, luego existo», decimos de nosotros; existen, luego piensan, podemos decir de los animales, ya que los axiomas filosóficos pueden volverse como los calcetines y por ambos lados servirnos para el uso indicado.

    El perro, el gato, la codorniz, el caballo, todos los animales condenados por la tiranía humana á perpetua servidumbre, son inteligentes de veras y mucho más útiles á la sociedad y á la familia que cualquier diputado del montón; las palomas, los osos, los titís, las focas, etc., que se enseñan en los circos, víctimas de una explotación inicua que pide á gritos el funcionamiento de una Liga internacional, dan más pruebas de inteligencia que algunos de nuestros más conspicuos é ilustres contemporáneos. ¡Y yo tiemblo de que á los seres vivos de la creación les dé por escribir, en competencia con el hombre! Un mono tendría mucho más ingenio que nosotros, pobres escritores que perseguimos inútilmente las gracias y la gracia; los artículos de fuerza de un toro derribarían un ministerio; ningún erudito encontraría tantos datos como el topo; las elucubraciones de la grulla harían palidecer á todos los filósofos, y el galápago, encerrado en su concha, superaría á los poetas que se abroquelan en su «torre de marfil»... ¡Todas las especies, en fin, demostrarían al hombre que es un presumido de la peor especie!...

    Yo he dedicado la mejor parte de mi vida á propagar esa verdad. Labor que continúo en las presentes páginas, donde recojo y comento ciertas flaquezas y debilidades, algunas costumbres y no pocos defectos de mis semejantes—que á mí también me corresponden, naturalmente—, deseoso de contribuir á la destrucción de esa fantástica realeza que mi raza se atribuye, para imponerse á los otros seres sin miedo á sus sangrientas represalias...

    ¡Oh rey de la creación!... ¡Teme á la justa y vengadora revolución del reino animal, que va á dejarte convertido, á lo sumo, en jefe de negociado!...

    _____________

    EL GATO

    «Le chat ne nous caresse

    pas, il se caresse a nous.»

    Rivarol.

    Enero. Reposa la madre Tierra cansada de su labor fecunda, derrama el cielo sus lágrimas sobre nosotros, silba el viento agitando los pelados árboles, y la nieve nos cubre con su manto de armiño...

    Baja el lobo del monte, callan los pájaros asustados por el frío, y al amor de la lumbre sueña el hombre con la gloria y la fortuna que alegran su espíritu como alegran el hogar las llamas de los viejos troncos que se consumen lentamente... En tanto, el gato realiza sus ideales, da su nota en el grandioso concertante del amor, y expresa sus esperanzas, sus celos, sus dolores, como puede... ¡mayando!... ¡Qué antipáticos resultan sus mayidos! Y es que el amor molesta siempre, cuando no es uno mismo quien lo canta... También lo canta el gato, á su manera, y, más feliz que nosotros, ha podido reglamentar la pasión dedicándola algunos días del año solamente.

    Yo admiro á ese hermoso animal, como admiro á los pueblos que le han divinizado... Gusto de pasar mi mano por su lustrosa piel, de acariciar su arqueado lomo y de mirar sus ojos, esos ojos que parecen sonreir burlonamente al contemplar con sublime indiferencia las alegrías y las tristezas de la vida.

    Todos los animales trabajan, todos son útiles... y los que viven en compañía del hombre le prestan eminentes servicios ó le dan sus productos y su vida... Hasta el perro que guarda la casa y el pájaro enjaulado que alegra con sus trinos las horas tristes, todos hacen algo en beneficio de la humanidad, todos la rinden su vasallaje... ¡Sólo el gato descansa siempre y para nada sirve!... Ni siquiera ya muerto, puede utilizarse... Se le llora sinceramente, y por conservar su figura, que va unida á tantos recuerdos agradables de la casa, se le diseca y se le coloca en la consola ó en el centro, rodeado de retratos familiares.

    ¡De nada sirve!... Y sin embargo, para él son todos los mimos y caricias, para él todos los cuidados del hogar donde se alza el trono de su grandeza. Convencido de su importancia, pasea majestuosamente su figura, que cuida con refinamientos de mujer coqueta... Nada le falta. El plato favorito, los restos del festín; la ventana donde toma el sol, la lumbre para desentumecer sus miembros y el regazo donde entregarse al sueño, están siempre dispuestos para él... Si por casualidad se le irrita, araña; si se le festeja, no nos acaricia, se deja acariciar, se acaricia con nosotros, y cuando se digna hacer algo, es la caza su única ocupación, de la que él nada más saca provecho... ¡Hermosa vida, á ninguna otra comparable! Por eso, sin duda, el gato tarda tanto en morirse; por eso dicen que tiene siete vidas... ¡Le va aquí tan ricamente que le cuesta mucho trabajo despedirse!

    ¡Yo te admiro, hermoso animal! Te admiro porque posees el secreto de la existencia, la filosofía suprema buscada por el hombre con angustia infinita desde que abre sus ojos á la luz... Te admiro porque eres el ser más feliz de los seres de este mundo... Y sobre todo, te admiro porque simbolizas la Pereza y el Egoísmo... ¡Esos dos grandes y santos ideales, perseguidos por la humanidad á través de los siglos!

    Recibe ahora, en prosa, el testimonio de mi admiración, que en verso te ofrecí también no hace mucho tiempo. Pues ya que no puedo aspirar á tu gloria, me da cierto consuelo el envidiarla... ¡Oh, si yo fuera gato! Es decir, un hombre verdaderamente perfecto...

    _____________

    LA FACHADA

    Entre las obligaciones más sagradas que ha de cumplir diariamente todo buen madrileño, figura el paseo por la Puerta del Sol. La hora varía según las aficiones del paseante ó á causa de cualquier suceso imprevisto; como por ejemplo, seguir á una moza de empuje, oir el improvisado discurso de un vendedor ambulante ó separar á dos perros que riñen en el arroyo por motivos más ó menos caballerescos.

    Ya en la Puerta del Sol, el madrileño mira con impaciencia el clásico reloj del ministerio, como si tuviera que hacer alguna cosa de importancia, y si por dicha suya le dan las doce del dia en aquel sitio, es indispensable que vea bajar la bola, lo que produce en su ánimo una sensación indefinible.

    Estos entretenimientos purísimos, estas distracciones superiores en inocencia á las de Pablo y Virginia en su isla feliz, han estado suspendidas largo tiempo, cual si fueran garantías constitucionales, por obra y gracia del ministro correspondiente. El cual, víctima de la influenza reformista, nos ha quitado el reloj, si bien nos le devuelve con una pequeña subida, acaso para demostrar que aquí todo se sube... ¡Oh, amado y complaciente Teótimo!

    A cambio de esta modesta suspensión, el propio señor ministro, actuando de humorista municipal, y con un volterianismo de andamiaje, nos ofrece un admirable símbolo nacional presentándonos convenientemente revocada la fachada de su casa política, donde, como es sabido, radica el sistema nervioso de la nación, es decir, la vida.

    Ya veo á nuestros más distinguidos Heráclitos, á los fustigadores más empedernidos, á los profundos regeneradores, aprovecharse de esta idea de albañilería para expresarla con las palabras evangélicas: «Sepulcros blanqueados; blancos por fuera, por dentro miseria y podredumbre...» ¡Allá ellos!... Yo me lavo las manos ó me las revoco, que es lo mismo, insistiendo de paso en que tan beneficiosa medida de ornato público es un símbolo nacional.

    ¿Quién no ha visto las casas solariegas que aun existen por esos pueblos de Dios?... Su enormidad asusta; puertas y ventanas altísimas, parecen indicar la grandeza de sus moradores: el pétreo escudo diríase que contempla desde su altura la pequeñez de los tiempos presentes, y los clavos de cabezas enormes, las fuertes cerraduras, las pesadas aldabas, cuanto completa y adorna el edificio, habla del poderío, de la fuerza y del abolengo de una raza superior... Pero visitad la casa por dentro. La vista se pierde á lo largo de los pasillos; el eco repite vuestras palabras, que vuelven á quien las pronuncia como si temblaran al hallarse solas; los muebles antiguos tienen el venerable aspecto de las cosas muertas, y el cuerpo y el espíritu se hielan en aquellas salas de techo elevadísimo tan espaciosas, tan frías...

    No entremos, pues, en ellas. Allí nos acordaríamos de los rancios hidalgos que se echaban migas de pan en las barbas para demostrar que salían de comer copiosamente, cuando sus estómagos no recibieron

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