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La dama se suelta el chongo
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Libro electrónico297 páginas3 horas

La dama se suelta el chongo

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Preparación, ahínco y coraje para la vida son las cualidades de una mujer valiente que habla sin temor de esas emociones que todos experimentamos, pero casi nadie se atreve a exteriorizar. En La dama se suelta el chongo desfilan, con humor y entrañable sentimiento, las memorias de Laura Fernández MacGregor Maza: esposa, madre, hermana y amiga que por medio de una narración ágil, apasionada, franca, espontánea e hilarante, se suelta el chongo y nos cuenta, sin cautela, su historia.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 feb 2014
ISBN9781943387205
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    La dama se suelta el chongo - Laura Fernandez MacGregor Maza

    Índice

    El brindis

    En los tiempos del Pingüino

    El presente

    Mi estudio

    Más vale sucia

    La Ranita

    Y la Ranita sigue saltando

    El infamatorio

    A manera de homenaje

    México para los...

    Cuando al fin llegué

    ¿Gran? Final

    Mi exorcismo

    La V. W. y bichos

    Cruda realidad

    Inglés hotelero

    La Casi

    Epitafio

    La sedería

    La caladita

    Gastando y desgastando

    La Suprema Corte

    El atraco y sus consecuencias

    Regreso al juicio por mi hijo

    Hospital y chequera

    El cambio

    ¿Cuál $$$?

    Recuerdos sin abortar

    En la estación

    La muerte de la difunta (Versión del Pingüis)

    Mis entenados: segunda tanda (Hijos mayores, palabras mayores)

    Y seguimos con la segunda tanda

    El Pingüis sale de viaje

    El cohetón

    A grandes males

    Razones poderosas

    ¿Cómo salí?

    El retorno de Robi

    Lo sucedido a Oli

    El relato de Oli

    El Espagueti y el Marino

    ¿Despedir o correr?

    Mary MeloyLara

    Señor DeMendez

    Y regresamos

    La demanda

    El descaro

    Mi amigo/mi amante (De no ser por él.)

    El reencuentro

    El regreso de mi AM

    La generosa oferta

    Entran Los Buenos

    El testigo estrella

    La transa se cocina

    La primera audiencia

    Por un pelito

    La recapitulación

    A propósito de los participantes

    En cuanto a Pat

    Todo llega a su fin

    El brindis

    Dicen que soy rica. ¿Quién diablos empezaría los rumores? Que si fulana anda con perengano; que si éste le pegó el sida; que si tal político... ¿Para qué le sigo? Me divierte tanto y, como adicta aferrada a la chismología, sin titubear me dedico a su sana propagación. En caso de duda, es mejor ir con la corriente. (además, francamente, la fina es muy aburrida... ¡Je, je!). Con todo y todo, ni yo me escapo de las malas lenguas que me tildan de nueva rica. A lo que airadamente respondo: lero, lero, más vale nueva que nunca. ¿No creen? Sé que han llegado al colmo de llamarme esa vieja ricachonda. ¡Qué! ¿Acaso creen que me conocen o sólo meten aguja para sacar hebra?

    No haré un comentario más, porque en boca cerrada…

    Estoy segura de que los verdaderos ricos se pitorréan. Parece que los oigo: ¿de dónde saca ésta que es rica? Ni siquiera pinta. Pues bien, que se rían. Al fin y al cabo quien ríe al último ríe mejor. Y con eso de la bolsa de valores, el desplome de los bienes raíces y tantos otros reveces de fortuna, está por verse. Así es que nueva o vieja rica, ¿qué más da?. Yo visto, como, bebo y vivo bien. Hasta puedo viajar, y eso de no tener que preocuparme por el pan mío de cada día, me inunda de placer y elijo pensar que así será: per secula, seculorum amén. (Qué cosas nos decían los padrecitos, y nosotros en ayunas, ¿no?). Además, uno de los máximos placeres consiste en ser lo suficientemente rica para darse el lujo inefable de salpicar. Eso, para mí, constituye la verdadera riqueza. Además genera un estado de bienestar que muchos ricos (y codos, desgraciadamente) se pierden. Así es que todo es cuestión de enfoques.

    Bueno, sea cual fuese mi estado permanente o pasajero, rica o no, ahora me da la libertad de sentarme a platicar con ustedes y ponderar un momento mi ricura (ups, no sé que me pasa, ése fue error decididamente Freudiano). Corrijo: riqueza. Aquí entre nos, ¿no les llama la atención que cuando un hombre es adinerado, pocas veces se cuestiona de dónde obtuvo su fortuna, dándose por satisfecho que hacerla es, no solo su derecho sino su obligación? Es cierto que a veces se comenta de manera meramente especulativa que si el susodicho es político = a sinvergüenza; industrial = a tiburón; comerciante = a judas; narco = ¡mejor no meter nos en honduras!, y así sucesivamente. Pero también es cierto que esos comentarios contienen un dejo de admiración y justificación inmediata.

    En el caso de una mujer que cuenta con dinero, se supone que lo heredó o se casó con él. También saltan las lenguas viperinas que le achacan la categoría, muy socorrida por cierto, de puta. Pues cada quien juega a la baraja con las cartas que le tocaron. Pero lo que yo sé de las putas, rarísimas son las que logran fortunas, y eso sí, se dan tremendas talladas (cualquier interpretación es correcta). ¿Qué le vamo’ a hace’, pue’?

    Por cierto, ahora están muy de moda los putos. Pero en el caso de ellos todo se vale. ¿Hombres necios.?. De acuerdo, Sor Juana, de acuerdo. Pero nos ha tocado vivir el momento en que los ídolos más enormes del rock se cambian: el color de la piel, el sexo, o salen a escena como idiotas vestidos de niños, sin siquiera ser boy scouts. Además nos agreden tocándose salvasealaparte en medio escenario. Otros se quiebran de lo lindo, haciendo visión y media. Al público (que poco le falta para llamarse púbico) le fascinan estos que deberían llamarse fascinerosos. No me malentiendan, algunos no dejan de tener su chiste, su charme (o como le quieran llamar) Incluyendo, aunque rara vez, talento. Pero ¿será necesario tanto degenere y vulgaridad para llegar?

    A veces añoro mis tiempos del romanticismo, la insinuación, el rubor, la pena y todo ese rollo que me convierte en ruca a los ojos de nuestra juventud, a la que ayudamos a descarriar con los antes citados modelitos. Lo que hace la mano hace la tras y, por lo pronto, nos conformamos con ser un país de trasistas (¡mentira que hubiera pensado culeros!). Imitamos costumbres, ropas, palabras, formas de actuar al infinito, sin importar su proveniencia o buen gusto. Conste que no resto méritos a nuestros verdaderos logros y queséyo, que también le gustan al público (perdón, se me pegó la palabrita). Sin embargo, hay veces que de plano se me atora la mamarrachada que nos atiborran los medios de comunicación. En fin. Se nos quedó la encomienda de los césares: darle pan y circo al pueblo. Y pensándolo mejor, es normal que el circo esté pletórico de fenómenos, ¿verdad?

    En cuanto a nosotras, las mujeres, somos contaditas las favorecidas por la suerte de encontrarnos con maridos ricos o de recibir herencias. Cada día hay más mujeres que logran sus fortunas (grandes o pequeñas) con su propio esfuerzo y talento, y en este mundo traidor en donde nada es verdad ni es mentira (y eso para acabar de despistarnos), la sobrevivencia resulta canija y se admite el uso de todas las armas con que uno cuente. Por lo que algunas lo logran a calzón amarrado. ¿? Otras no se hacen la vida de nuditos. Pa’ qué les cuento, si lo saben de sobra.

    Lo fantástico es que durante nuestras vidas hemos tenido la satisfacción de ver a muchas mujeres colocarse y sobresalir con preparación, ahínco y coraje. Aún no somos mayoría, pero definitivamente se oyen pasos. Por eso, mis respetos para las mujeres que han sobresalido y pasado a la historia como admirables guerreras y líderes: la Thatcher, Indira, Corazón, Evita, (¡ella pudo abarcar todos los mercados!), Golda, Chamorro, Rosa Parks (la negrita que rehusó sentarse en la parte trasera del camión y la armó en serio) y tantas más. En México, además de la muy trillada Corregidora, podemos hacer mención de la polifacética Pinal, que hubiera ido para Evita que vuela, si tuviera más peras el olmo (o en este caso Perones, je, je). Pero ésos son de a quilate. En la actualidad como que no pinta mal Denisse.

    No se enojen. No pude mencionar a todas. Que quede claro que lo digo sin menoscabar a tantas mujeres excepcionales que me faltaron por nombrar.

    Brindo por ellas, las excepcionales. ¡Dios ayude a que se multipliquen! Brindo por nosotras, la mayoría, que ahí la vamos llevando, a veces verticales, a veces horizontales (o ¿todo lo contrario?) Finalmente, brindo por las de la profesión más antigua del mundo: Arriba, abajo, al centro y pa’ dentro.. ¿Qué le vamo’ a hace’, pue’? ¡Salud!

    En los tiempos del Pingüino

    A ver, ¿en dónde íbamos? Ahora sí me despisté. Ah, sí. ¿Cómo les salgo con que soy o no rica, cuando apenas hace poco salí de pobre? ¿Caigo en alguna de las categorías que antes mencioné? (¡Para chistecitos! Ni se atrevan a pensarlo). El vericueto que pasé para empezar a salir de pobre es una historia verdaderamente fascinante. Al menos para mí que la viví. A ver a ustedes qué les parece.

    Debido a que el Pingüino, mi marido #2, era francés, la mayoría de nuestras amistades provenían de la colonia francesa. No era de ninguna manera esnobismo. (¿A dónde irás, que más valgas?). Como en todo, los semejantes se juntan. Pues gracias a los franceses me empapé de geografía de Francia, de sus climas con variantes, de sus costumbres y hábitos en su mayoría aburridos y sin importancia, y a veces, aunque pocas (porque los franceses son más nacionalistas que los mexicanos y con eso se dice todo), de algunas cuestiones que sucedían en otras partes del mundo. Sus conversaciones socorridas (porque ellos jamás entraban en las sabrosas polémicas que tienden a volverse disputas y nos encantan a los mexicanos), trataban sobre la geografía. Eso sí, aprendí que era necesario acatar su sabia receta geográfica, para mantenerse a partir de un piñón, y de paso aburrirse de lo lindo.

    En aquel entonces nadie se hablaba de tú, aunque se hubieran conocido añales. Se podrán imaginar que para la hora en que partían, yo me encontraba bien encaminada a mi primer sueño. Recuerdo cómo ansiaba que diera la media noche, hora mágica y exacta en que nuestros invitados a opíparas cenas desaparecían como la carroza de Cenicienta. Llegaban puntualísimos, casi en tropel, y gracias al cielo de igual forma se esfumaban. Nada parecido a lo que acostumbramos los mexicanos que nos encanta amanecer escuchando mariachis, cantando (a veces la guácara) tomando caldos, pancita o cosas picositas que van muy bien con los chupes y ayudan a aminorar los estragos de la cruda. ¡Qué va! Recuerdo que en casa de una amiga a la mañana siguiente era necesario pasar por encima de los cuerpos, que yacían desparramados y tiesos como muertitos por diferentes habitaciones de su depa. Estos, casi cadáveres, se reanimaban fácilmente con el aroma de los chilaquiles y el cafecito de olla, pues lo que sea de cada quién, en casa de ella había de todo. Y lo digo en serio. (Ah, qué tiempos, Señor Don Simón, y la, la, la, en re sostenido menor, ya que se trata de zarzuela).

    Aquéllos fueron mis días de gastronomía excelente y champaña a raudales. Al punto de hostigarme (juro que es verdad). Eso sí, tengo que admitir que se volvió muy bueno mi manejo del francés. También idioma, ¿eh? (Disculpa que te interrumpa, mamá, en donde sea que te encuentres, pero quiero comunicarte que por fin obtuviste resultados de las salpicaditas de esa lengua romanticona que insististe darnos de manera incansable, a mis hermanas y a mí. Por fin dieron fruto). ¿Salpicaditas de lengua? ¡Dios me coja! Shh. ¡Qué quieren! Así se dice! Confesada.

    ¡Caray! Mi mente calenturienta sin pedir permiso me transporta a situaciones comprometedoras, que a su vez, me distraen de mi relato. ¿Qué le vamo’ a hace’, pue’?

    Estrictamente entre nos, lo que me atrevo a recordar es que la vida con el Pingüino (apodo que le vino exacto a mi marido por sus modales de rigurosa etiqueta) fue un curso de inmersión, o sea, un verdadero chapuzón de francés (y para qué nos hacemos tontos, con todo y lengüetazos. Hmmmm.).

    Bueno, con los franceses sobre todo aprendí que a los platicadores, como yo, no hay forma de callarnos. Si es necesario inventamos el idioma. Pero nada ni nadie nos calla. ¿Sería que desde chiquita creí que al que no habla, Dios no lo oye? El hecho es que me convertí en hablantina semiprofesional (nótese mi modestia).

    Finalmente. ¡A lo que te truje, Chencha!

    Un día de tantos, el Pingüino llegó a casa con la novedad de una propuesta que le hacía un paisano suyo para adquirir unos terrenos en la bella Baja California. Seríamos varios los participantes: yo y el pingüino (ni modo, el burrito por delante), un matrimonio de italiano con mexicana; y el susodicho francés que ofertaba. Aunque a mí me pareció descabellado comprar algo en un lugar que ni siquiera conocía, acepté. El Pingüino era mi marido, mi salvador, mi guía y casi, casi, por no dejar, mi gurú; y para actualizar: mi micro, iPhone, iPad y computadora. ¿Dudar de su omnisapiencia? Nunca. ¿Qué idiotez? La que a menudo cometemos quienes deseamos atribuir cualidades de infalibilidad y hasta omnipotencia a las personas que queremos que asuman toda la responsabilidad por nuestras vidas. Traducido al laico: era más fácil que él cargara con el muertito.

    Mi caso, sin embargo, tenía circunstancias atenuantes. ¿La principal? Que yo misma me creía el cuento. Se dice que Dios protege la inocencia. En cuanto a mí, estoy segura de que Él ha sido en extremo benevolente con mi ignorancia, de no ser así, igual podría haber perdido mi parte de la compra que, al final de cuentas, sí hicimos.

    Aquí, cómo me gustaría darme baños de asiento y perorar a los cuatro vientos que todo fue idea mía: la compra y el armado del paquete, que soy genio de la especulación y que sabía exactamente que esos terrenos subirían como la espuma del mar. Nada me hubiera importado que me dijeran que alabanza en boca propia es vituperio. Sin embargo, la sencilla realidad es que si mi tía tuviera ruedas, sería bicicleta. Fue un increíble golpe de buena suerte para todos los involucrados. Ninguno se imaginaba, ni remotamente, la magnitud que alcanzaría nuestra inversión. Aunque el italiano deja entrever que él sí. Asunto que ni afirma ni desmiente (Creo que él le ganó a Echeverría en eso de ni negar ni afirmar, sino todo lo contrario. ¿Recuerdan?. Sea quien sea quien que lo haya ideado, sabiendo o sin saber, nos consiguió a todos una vejentud casi sin problemas. Pero reitero que nadie se las olió. Es que el grado fantástico al que llegó la modestísima inversión sobrepasa la imaginación. Claro, han pasado más de 30 años, pero aún así, es un caso clásico de suerte te dé Dios que el saber poco te importe. (Lo digo porque voy pa’ chocha que vuelo y me siento muy suertuda de que aún no vaya para el crematorio). Además, asevero que es ciertísimo que las penas con pan son menos.

    No habrá necio que se atreva a negar que la vejez es una etapa que siempre nos toma por sorpresa. Como diríamos: ¿A míii?. Bueno, pensándolo bien, acepto que hay muchos necios. ¿Coincidencia? Casi todos jóvenes.

    Pensamientos sobre la vejez:

    O como le llamaba mi mamá, la vejentud. Es de esas cosas que siempre relacionamos con todo el mundo menos con nosotros mismos. (Ni hablar de la muerte. Brrr hasta me da escalofrío al mencionarla de pasada). En aquel muy lejano momento de mi vida, no aceptaba mi destino hacia la decrepitud ni mucho menos pensaba en mi mortalidad. Créanme que ahora sé de lo que trata ¿viejo y sin billetes...?. Pavoroso. Pero entonces todo ese rollo significaba lo mismo que si hubiera sido papel del excusado.

    Por angas o por mangas, todo el paquete de terrenos se escrituró a mi nombre, sin haber yo levantado un dedo para lograrlo. (Hágase, Señor, tu voluntad y vénganos el turrón, como rezaba fervorosamente de pequeño mi hermano René) Fue una muestra inusitada de confianza hacia mí, de parte de los participantes. Pienso que daban testimonio de que aún hay gente que cree que los periquitos maman. Sin embargo, como más adelante verán, la mamona #1 resulté ser yo. (¿Qué quieren? Hay expresiones que quedan al dedillo) Todo lo acepté con la máxima inocencia del mundo (que pensándolo bien es inexistente, pero aún yo no lo sabía) Tampoco sabía que entonces la ley mexicana de inversiones para los extranjeros impedía a estos ser propietarios de bienes inmuebles en la zona federal, lo que descalificaba a varios de los participantes. En fin, nobleza obliga., ¿o no? Cuando casi al año, ellos me pidieron que firmara una cartaconvenio privada para asegurarles mi buena fe (y seguramente devolverles su muy necesitado sueño), con gusto lo hice. Siempre bajo la tutela de mi marido. ¿Qué bueno el Pingüino? Eso es lo que yo firmemente creía, y asunto olvidado. Por algo dicen crea fama y échate a dormir. Al progresar mi relato ustedes resolverán por qué aplico este dicho.

    La inversión me pareció programada hacia un futuro tan lejano que ni me interesó. Tenía las manos tupidas con el presente.

    El presente

    Imagínense qué vidita al cargo de seis hijos —cuatro de él y dos míos—. No tenía un minuto para el ocio. Él (lo que es del César al César, etcétera) era un especie de dinamo a quien se le resbalaban los asuntos que consideraba de menor importancia, tales como las compras, los hijos, las sirvientas, las tareas, la tintorería, los dentistas, los médicos, el catecismo, la farmacia, en fin. ¡lotería! Ésas eran faenas que correspondían exclusivamente a mí. Así que yo la hacía de comodín o, para actualizar, mil usos. Me partía el lomo (magro, por cierto, gracias a los sacrificios de la dieta indispensable a cierta altura o bajura de la vida, que se encarga de rebajarnos poco a poco milímetros de estatura) para contribuir con mi 50% de los gastos del hogar. Sí, oyeron bien. Todo a michas, mitamita, mitad, 50/50. Este arreglo fue parte del paquete que recibí de conformidad al casarme. Por cierto, este paquete se fue incrementando más y más hasta la apresurada salida del Pingüino del país cuando me enteré que el señor tenía un saldo rojo de

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