Las cloacas del oro
Por Isaac López Pita
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Por primera vez va a ver en directo cómo se desarrolla en la práctica el trabajo de uno de ellos, Evaristo. El viaje junto a él se convierte rápidamente en una aventura que le permitirá conocer, en apenas 48 horas, mucho más de lo que podría imaginar cuando su jefe, el señor Forcadell, le invitó a que acompañase al mejor viajante de la empresa.
Bajo la luz de la ciudad, en las cloacas de la ambición, descubrirá cuánta gente chapotea, oculta, en ese sucio lodo en busca de un enriquecimiento tan ilícito como imparable.
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Las cloacas del oro - Isaac López Pita
1. Evaristo
–¿Estás listo?
–Sí, sí, cuando quieras, Evaristo.
–Venga, pues coge tú las dos maletas marrones y yo cojo la azul y la verde.
Ni una palabra más entre nosotros. Ascensor, garaje, cargamos maletas, nos sentamos en el coche y salimos a la calle y, al poco, a la carretera general. Todo en silencio, incluso cuando, ostentosamente, ha colocado en la guantera, en un doble fondo, un revólver.
Evaristo no dice nada, y yo, temeroso, aún menos. Es el viajante más veterano de la casa. Unos cincuenta y tantos, debe tener. Divorciado, sin hijos. Grande, gordo sin llegar a obeso, fuerte, con manos anchas, algo peludas y curtidas. Mucho pelo, piel morena y viejas cicatrices de acné en la cara, ancha y fea, con una nariz exageradamente carnosa y ligeramente colorada. Tiene un aire de innegable parecido al actor Antonio Dechenet. Viste con traje y corbata, como queriendo lucir etiqueta, pero todo en él huele a hortera de discoteca de pueblo. Es bronco en el trato con nosotros, los de la oficina, pero no debe serlo con los clientes, porque hablan maravillas de él.
En el mejor de los casos, parece un tipo corriente, situado, eso sí, sin duda, en el polo opuesto a esa elegancia que uno pudiera imaginar en alguien que trabaja con joyas. Es un poco por necesidad del oficio, el ser discreto y no ostentoso, pero, sobre todo, es un mucho por su condición personal. Pero vende, vende mucho, el que más de toda la empresa.
Yo, aunque soy mucho más joven, parezco un alfeñique a su lado. Menudo, un poco calvo y con cara de susto. Cumplo perfectamente el estereotipo de contable de viñeta de cómic. Es lo que soy en realidad, el contable de la casa, el hombre que le lleva los papeles y los números al señor Forcadell, y que mira por sus intereses como si fuesen los suyos. Por llegar a ser pelota, soy hasta un chivato de los errores de los viajantes y de los trampas y trampillas laborales de cualquier empleado.
–¿Vas bien, Jiménez?
–Sí, sí, este coche es cojonudo, parece que vamos parados. Ni un ruido, súper amplio, el asiento de cuero comodísimo… Pero, por favor, llámame Jordi, Evaristo, que somos compañeros.
–De acuerdo, Jiménez, como tú quieras.
Y de nuevo silencio. Qué hijodeputa, Evaristo: «Llámame Jordi. Como tú quieras, Jiménez». ¿Sospechará algo? ¿Habrá notado mi nerviosismo? Quizás sería mejor que intentase hablar de algo… No, es más fácil meter la pata si se habla. Seguiré callado salvo que me pregunte.
¿Por qué me siento tan poca cosa a su lado? Me pasa lo mismo con el señor Forcadell. Bueno y con mucha gente más, la verdad… Mi madre siempre me lo echaba en cara: «No te haces valer Jordi, eres igual que tu difunto padre», me decía. Quizás tenga razón, no me hago valer porque soy un cobarde y me siento una mierda al lado de gente con dinero, y Evaristo gana mucho. Cada vez que le pago las comisiones se me revuelven las tripas. Por eso se puede comprar este coche en el que vamos. El señor Forcadell dice que un viajante tiene que ir con un buen coche porque hace muchos kilómetros, y además es bueno para la imagen de la empresa. Sí, los viajantes sí, pero los contables no. Yo, que soy contable, ahí sigo en un rincón de mierda, sin luz natural y con una silla y en una mesa con más años que yo…
–Escucha, Jiménez –Evaristo rompe el silencio–, ¿de verdad quieres aprender algo en este viaje o solo vienes porque te lo manda el jefe?
–No, Evaristo, bueno, sí, quiero decir… Yo vengo porque espero entender cómo funciona el negocio de verdad… Sobre todo en la parte administrativa de la venta, porque no entiendo por qué hay tantos descuadres… Forcadell me dice que esto no funciona como un banco, que en este negocio es normal y que estando contigo esta semana lo voy a entender perfectamente.
–Bueno, pues la primera cosa que te digo Jiménez: no me toques los cojones cuando esté trabajando con el cliente delante. Lo que tengas que preguntarme, luego, en la calle o mientras comemos, pero delante del cliente, estate callado como si fueses mudo. Un maletero nuevo, como tú, no abre la boca salvo para saludar. Tú te pones detrás de mí y si te pido algo me lo das, pero, sobre todo, no metas baza entre el cliente y yo. ¿De acuerdo?
–Por supuesto, de acuerdo, Evaristo. Así lo haré. Siento ser una molestia para ti estos días.
–Tranquilo, tú obedece y verás cómo al final hasta nos hacemos amigos. Pero métete en la cabeza que en el viaje mando yo. Se va a donde yo digo, se come y se duerme donde a mí me parece bien y si no tengo ganas de hablar en el coche, no me des conversación.
–Perfectamente entendido Evaristo. No tendrás problemas conmigo, te lo aseguro.
–Estupendo. Pues te voy avisando que en una media hora paramos a almorzar, aunque sea temprano. Es un bar de carretera que tiene pinchos y raciones muy buenas. No hace falta pasar al comedor y vigilamos el coche desde dentro, a través del ventanal. Hay que comer ahora porque no sabemos cuándo podremos hacerlo después. Seguro que no antes de la noche, y veremos a qué hora.
2. La tienda
illustration–Aquí aparcamos un momento, Jiménez. Tú no te muevas del coche. Yo te cierro por fuera y me llevo las llaves. La alarma se queda puesta, pero tú puedes moverte con tranquilidad. Es perimetral y solo salta si alguien intenta entrar al coche o abrir el cofre del maletero. No te angusties si tardo… aunque espero volver en cinco o diez minutos como máximo.
Mientras veo alejarse a Evaristo calle abajo, recuerdo el encargo de Forcadell. «Fíjese bien en todo Jiménez, pero sobre todo no levante sospechas. Es muy importante que no se altere y se muestre lo más natural posible». Quizás este momento pueda ser lo único extraordinario que ha pasado hasta ahora. ¿Por qué no quiere que le acompañe? ¿Por seguridad o por otro motivo menos