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La dra. al ataque
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Libro electrónico89 páginas55 minutos

La dra. al ataque

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La doctora al ataque trae a la polémica Dra. Cordero de vuelta a los libros. Como es su estilo, hace aquí un llamado a reaccionar, a alejarse de la televisión y a leer –“que a las palabras escritas no se las lleva el viento”-, a cuestionar y a poner en duda todos los mensajes de los malabaristas de la palabra. A creer más en nosotros mismos. Quienes la conocen saben que la Dra. Cordero tiene tanto de crítica, aguda y frontal, como de sensible, por lo que su ataque también es emotivo: comparte con los lectores algunas historias vividas con sus pacientes y, como se suele decir, la realidad supera aquí a la ficción. La lectura de estos cuentos de sus “queridos locos” traerá algo de cordura para enfrentar el demencial mundo de los que se dicen normales. Se refiere a las instituciones, a los defectos que nos impiden ser mejores y más felices como país, a la política, a la depresión y también al cansancio que experimentan la mayoría de los chilenos por llevar vidas vacías. Advierte sobre el estado de sopor, de borrachera permanente, algo cercano a la oscuridad de la conciencia en la que estamos. Se prefiere la monotonía del happy hour, la “previa”, ir a las liquidaciones, comprarse el último ipad, iphone. Ya no hay conversación, “no hay mundo interior y cuando no tienes mundo interior y tienes pura exterioridad estás expuesto a caer en somnolencia, en sopor”, en el lenguaje de los jóvenes “a borrarte”.
IdiomaEspañol
EditorialUqbar
Fecha de lanzamiento11 nov 2015
ISBN9789569171260
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    La dra. al ataque - Maria Luisa Cordero

    pagas

    La siesta eterna

    Cuando escribí mi primer libro decidí titularlo Jurel tipo salmón pues resumía acertadamente cómo somos los chilenos: ni chicha ni limonada, ambiguos, incapaces de decir y hacer las cosas, en definitiva, unos expertos en mentirnos a nosotros mismos. Han pasado quince años y este segundo libro podría llamarse exactamente igual porque no hemos cambiado mucho, no al menos en lo realmente importante, en aquello que hace que se manifiesten los estudiantes, los trabajadores y las mujeres. Nuestra fachada cambia, se construyen grandes centros comerciales, muchos aparatos tecnológicos y edificios luminosos, por lo demás todos de vidrio, un material fácil de romper y que a pesar de aparentar modernidad devela todo lo que hay en el interior que suele ser más pobre de lo que se ve, somos mucho ruido y pocas nueces.

    El nuestro es un Chile superficial y televisivo, nos hemos construido un gran set, al estilo de los de cine o televisión, para vivir nuestro propio reality, donde estamos encandilados con tanta luz, alucinados con tanta escenografía, olvidando que en realidad nuestro suelo firme es de temblores y remezones, un país que parece se va a caer del mapa, una playa lejana, perdida y pequeña al sur del mundo, que muchos ni siquiera conocen de oídas.

    Así es que usted es de Chile, doctora, ahí andan en fila india para no caerse al mar ¿cierto?. Esta frase que me dijo en un seminario el Dr. Carbonell, profesor español de neurología, al principio, –y por una extraña razón, como si me hubiera querido ofender–, me cayó muy mal, pero con el paso de los años he comprendido que, efectivamente, a los ojos de los extranjeros nos vemos como una pasarela sobre el mar. Nuestra geografía nos ha condicionado y nos hemos acostumbrado a la escasez de terreno, a vivir apretados, dándonos de codazos para poder abrirnos espacios, el SERVIU entrega casas de 34 m². para que quepan más y más personas en este estrecho y lejano país. Nos hemos subido a los cerros para poder entrar todos en la gran capital que poco sabe de calidad de vida y mucho de estrés y vidas agitadas.

    No sé si será el esmog o esos aromatizantes hostigosos o quizás sean esos perfumes dulzones (siempre mucha vainilla) o probablemente tenga la culpa la invasión de iphone, ipad y todo el resto de los aparatos que existen y yo no conozco; no, no, lo más seguro es que la televisión tenga mucho que ver en esto, en realidad no lo sé, no tengo la real certeza de qué será aquello que nos tiene mareados, soporosos y embobados viviendo en una especie de siesta eterna de la que nos está costando mucho despertar.

    Este libro es un llamado a reaccionar, a alejarse de la televisión –aunque me quiten rating– y a ponerse a leer, que a las palabras escritas no se las lleva el viento, a cuestionar y a poner en duda todos los mensajes a los que estamos expuestos, a no creerles tanto a esos malabaristas de la palabra que son los políticos y a creer más en nosotros mismos, sin tener miedo de vernos en ese espejo de Blancanieves que nos mostrará descarnadamente cómo somos, siendo la única manera de dejar de mentirnos.

    En estas páginas hablo de poco y de mucho, hablo del mundo de los que se creen cuerdos y comparto con ustedes algunos cuentos de mis queridos locos, de todos aquellos que me demostraron que es posible devolver algo de cordura para enfrentar el demencial mundo de los que se dicen normales.

    I PARTE

    El mundo de los jureles y salmones

    que se creen sanos

    1. Las enfermedades crónicas de Chile

    el arribismo, el sometimiento y el maestro chambón

    Síndrome del arribismo

    Cuando observo desde distintos ángulos de la ciudad esa gran torre que se alza como un miembro viril, construida por Horst Paulmann, que se ha convertido en la gran meta de los chilenos flaites, aspiracionales o arribistas, no puedo dejar de pensar con nostalgia en el barrio Suecia de los años ochenta.

    Este barrio era uno de los más elegantes de Santiago.

    Exagerando un poco, podríamos compararlo con la Bond Street de Londres o con la Avenue Foch de París, donde se encontraban marcas elegantes como Dior,

    Cacharel y Louis Vuitton. Suecia, en una escala menor, era el equivalente. Cuando querías comprar algo muy especial o hacerle un regalo a alguien que le debías mucha gratitud y tenías que lucirte con el regalo, ibas a la calle Suecia. Si querías poner lindas cortinas o bonitos cubrecamas para tener la casa distinta, caminabas

    directamente para allá. Era una calle elegante y fina hasta que los flaites la descubrieron y se la tomaron.

    Al igual que una plaga de langostas, o como esas marabuntas que devoran a

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