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La mujer de los labios rojos
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Libro electrónico59 páginas26 minutos

La mujer de los labios rojos

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Una hora en auto dura el viaje desde Iquique hasta Santiago Humberstone, la antigua ciudad donde vivieron el padre y el abuelo de Álvaro. Cada año ellos visitan ese territorio encantado, un pueblo fantasma al que le basta una visita de sus viejos habitantes para dejar aflorar recuerdos y nostalgias. Pero este viaje será distinto: una enigmática mujer de labios rojos se aparecerá ante nuestro protagonista para mostrarle las costumbres y los personajes de la época dorada del salitre.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 jun 2014
ISBN9789563241709
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    La mujer de los labios rojos - Manuel Peña Muñoz

    salitrera.

    El viaje al desierto

    Todos los años, cuando se aproximaba el verano, Álvaro Fuenzalida sentía un pequeño cosquilleo en el estómago, porque pronto iba a reunirse otra vez con sus amigos en el pueblo. Aunque fuese por un solo día al año, sabía que era hermoso volverlos a ver y que seguramente ellos, en Arica, en Mejillones o en Quillagua, estaban también pensando en que iban a juntarse todos otra vez, ese último sábado de noviembre, en la Oficina Santiago Humberstone.

    Álvaro con su familia eran de los primeros en llegar al poblado salitrero, porque vivían más cerca, en una casa de madera de pino oregón, en la calle Zegers de Iquique. Era una casa grande, de dos pisos, corredores, un patio de luz, una azotea para mirar los barcos del océano Pacífico y una buhardilla para guardar las cosas viejas de la pampa. A Álvaro le encantaba subir allí e imaginar historias del tiempo de los piratas o de cuando llegaron las familias inglesas a construir palacios encantados en el puerto.

    Muchas tardes, cuando iba con sus amigos a jugar a alguna calle, observaba las casas pintadas de blanco en donde, a veces, una anciana de pelo canoso se sentaba a bordar en una mecedora. Álvaro se imaginaba entonces que ella era una condesa o que en otros tiempos había sido una concertista de piano del Teatro Municipal.

    A Álvaro le gustaba mucho su ciudad y especialmente su teatro. Su abuelo le decía que cuando estuvo a punto de incendiarse, los bomberos no habían apagado el fuego con agua, sino con las lágrimas de los iquiqueños que no querían que se les quemara el teatro.

    Esa tarde, Álvaro estaba intranquilo y ansioso de viajar al pueblo perdido en el medio del desierto. Por lo menos una hora en auto duraba el viaje desde Iquique hasta Santiago Humberstone. En realidad no era una oficina, como todos le decían, sino una ciudad, o mejor dicho un pueblo fantasma. Así llamaban algunos a ese territorio encantado donde era posible ser completamente feliz, aunque solo fuera un día al año...

    A Álvaro le fascinaba ir ese día mágico a la ciudad de su padre y de su abuelo. Hacía mucho tiempo ellos habían vivido allí y guardaban unos recuerdos muy profundos de ese pueblo desierto. Tan emotivos y

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