RENOVACIÓN A LA CHILENA
Un entrañable amigo con el que crecí –con la imprudencia que solo los veinteañeros juerguistas dominan– partiría al extranjero tras una década de rock y tres años de compartir un departamento al sur de Ciudad de México que apodamos “la cueva”. Su destino, Santiago de Chile, sería el nuevo hogar donde continuaría su trabajo como operador de naves para una empresa que se trasladó al país sudamericano. Esa noche hubo borrachera.
Unos años después, mi amigo solo podía decir una cosa de su nueva realidad: “La calidad de vida, hermano. La calidad de vida lo es todo”. Sin más, hallé la oportunidad para ver al viejo Suli en la capital chilena y cumplir con la promesa de visitarlo. No había mejor momento. Sería una celebración personal por mi cumpleaños 30 y una oportunidad para despedirme de un ciclo intenso con broche de oro, recordando viejos tiempos, con viejos amigos, en lugares nuevos.
Tras un vuelo de ocho horas, Santiago me recibe con un golpe de calor que alcanza los 30ºC en uno de los veranos australes más intensos de los últimos años, de manera que la terraza en el departamento de Suli es un alivio y la mejor manera de ponernos al corriente mientras armamos un asado casero: lomo vetado, entraña, chorizo de Chillán, cerveza, vino, música, reencuentro, vida, felicidad. Tan simple como asar carne en la parrilla, cortar rebanadas en una tabla para picar, algo de sal de mar y listo, un manjar directo al paladar.
Para cuando pasa el calor, aún tenemos tiempo para conocer algunos de los sitios emblemáticos de la ciudad, así que tomamos el metro –uno de los más limpios y modernos que haya visto– hacia el Palacio de la Moneda y su centro cultural, para continuar a la plaza de Armas, el corazón de la capital enmarcado por la arquitectura colonial del Correo Central, la Municipalidad de Santiago, la Parroquia del Sagrario y la Catedral Metropolitana.
Al caer la tarde es
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